Si tomáramos un pentágono regular y trazando una línea entre
los dos ángulos intermedios se nos quedaría dividida, su superficie, en un
triángulo, en su parte superior, y un cuadrado en la inferior.
En esos dos ámbitos podríamos ubicar todo lo existente.
El triángulo superior estaría ocupado por EL OTRO, o sea,
Dios y todo lo con Él relacionado, el mundo divino, mientras en el cuadrado
estarían EL YO, LOS OTROS Y LO OTRO (el mundo humano y natural).
La relación entre los dos ámbitos es la que hay entre el
Creador-Ordenador y lo Creado-Ordenado.
El YO, desde su ámbito, quiere descubrir y dice conocer EL
OTRO, con la sola luz de la Razón, mientras para los creyentes es ese OTRO el
que se le revela al YO.
Pero ¿hace falta una Re-velación, desde arriba, si el YO
puede, desde abajo, des-velar lo velado?
Este YO es el que, con la Experiencia y la Razón, con la
Intuición y la Ciencia, intenta y consigue conocer el mundo creado, con la
Psicología, con la Sociología y con las Ciencias de la Naturaleza y demás
ciencias anejas.
Pero ¿es cognoscible EL OTRO? ¿Es la Teología el estudio de
Dios, como realidad, o es, tan sólo, un círculo vicioso, un lenguaje usado sin
salir del laberinto, un lenguaje sin referencias reales?
Dios parece estar de más, como existencia real, en el mundo
moderno.
El hombre, poniendo a ese Dios en cuarentena creó un nuevo
Dios, en este caso una diosa, la Diosa Razón, para que le sirviera de
instrumento de dominar todo el ámbito de lo creado, el cuadrado imaginario, sin
tener que recurrir, por considerarla absurda, a un revelación de un Dios al que
ya no se le necesita para “dar fe” de la realidad.
Nada está escrito, el destino no existe, el futuro está en
nuestras manos.
El Dios de toda la vida ha pasado a formar parte del Museo
de las cosas antiguas.
Se le reconoce su valor en tiempos en que la razón
dormitaba, enrollada aún, todavía, en su potencialidad.
Parecen haberse invertido los papeles de EL OTRO y del YO.
El “antropocentrismo” está ocupando el centro de la escena y ha desplazado, a
un rincón, al histórico “teocentrismo”
Dios y el Hombre están, hoy, en una relación inversa de
“vasos comunicantes”, dos ámbitos yuxtapuestos en el que uno sigue creciendo,
sin divisar el límite, y el otro parece haberse escondido en el interior de ese
Hombre.
No hemos liberado del Dios de toda la vida y, cuando nos
creíamos libres, hemos inventado un montón de dioses, a los que adoramos y por
los que nos sacrificamos, como si disfrutáramos siendo esclavos, dependientes,
como si le tuviéramos miedo y temiéramos nuestra autonomía.
Rompimos una cadena y hemos creado las esposas.
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