Somos, los viejos de hoy,
personas libres, autónomas, con iniciativas, alegres.
Nosotros no somos unos
parásitos sociales.
Cuando trabajábamos, una
parte de nuestro sueldo se destinaba a pagarles las pensiones a los mayores de
entonces.
De los trabajadores de ahora,
una parte de su sueldo está destinada a pagarnos las pensiones a los mayores de
ahora.
Ésas son las reglas del juego
al que se juega en la sociedad capitalista en la que estamos.
Y no lo vemos mal.
¡Por favor, si alguna vez os
cabreáis, por lo que sea, en un Centro de Salud, no les digáis a médicos, enfermeras o auxiliares
“oiga, que a Ud. le estoy yo pagando el sueldo”, porque no es verdad.
Más aún, son ellos los que te
están pagando a ti la pensión con las retenciones que se les hace en su nómina.
Tenemos una sociedad, ésta en
que vivimos, que está estructurada sobre récords.
Aquí tienes que ser el mejor
en algo para ser alguien.
Tienes que destacar para que
te miren.
Tubo escape libre y música
agresiva.
Personajillos afamados por
razones irracionales o sin razón alguna que, con un micrófono en la mano, en su
incultura, se erigen en catedráticos de la nada, pontificando en su verborrea.
Una sociedad de escaparate,
en la que si no se te ve, parece que no existes.
Una sociedad de la velocidad
en la que lo de ayer ya no se lleva y lo de hoy ya lo puedes tirar porque se te
está quedando anticuado en los hombros.
Hay que ir a la última, que,
en cuanto te lo pongas, ya no es última sino penúltima.
¡Anda ya¡ hombre.
Seguid intentando engañar a
los inmaduros, que a nosotros no, a mí, por lo menos, no.
Me pregunto si los viejos no
somos ya, para los jóvenes, el anti-espejo en el que no mirarse.
Algo así como la careta
diabólica del estado de su divina juventud.
Nuestra presencia parece que
les resulta insultante porque nos ven como agarrados a una muerte más o menos
lejana, pero a la vista, mientras que ellos no quieren pasar y quieren permanecer
en su inmovilidad juvenil.
Somos, con nuestra presencia,
como un (absurdo) recuerdo de lo que serán.
Recuerdo molesto.
¿De verdad que somos un
insulto, inútiles y, además, resultamos costosos?
Ni somos enfermos, ni somos
pecadores por el simple hecho de cumplir años.
Lo normal es que, después de
haber vivido muchos años, se nos noten esos años vividos, seamos viejos.
No hay otra manera de llegar
a viejo que cumplir años (como he dejado escrito en la entrada anterior).
¡Benditos cumpleaños¡
Pero, hablando de “utilidad”.
En el mundo actual “utilidad”
equivale a “eficacia” y, en este sentido, los viejos ya no somos muy eficaces,
porque, en este caso por “eficacia” se entiende sólo “eficacia material”, con
creación de bienes materiales, con productividad y producción de cosas.
Y nosotros, ya, nos hemos
apeado o nos han apeado de la cadena productiva.
Ya no somos productivos.
¡Bendito sea Dios¡
Pero es que hay otros tipos
de “utilidad”, además de la material. ¿Qué decir de la utilidad ética, de la
utilidad familiar, de la utilidad social?
Las puertas de los colegios,
tanto a la entrada como a la salida de las clases, están llenas de abuelos.
¿Por qué?
¿No somos útiles,
familiarmente, los días de “cole”?.
¿Y muchos fines de semana?
¿Y los puentes y las
vacaciones?
¿Somos inútiles para nuestros
hijos?
¡Por Dios¡
¿Y los hoteles, restaurantes,
empresas de autobuses, museos, chiringuitos,…?.
¿Quiénes mantienen esos
puestos de trabajo en temporada baja, cuando el turista está en su tierra “amarrado
al duro banco del trabajo?
¿Qué era el “Senado” y los “Senadores”
sino los “Senectos” que eran elegidos porque su sabiduría, su experiencia, su
prudencia, era la mejor garantía para el gobierno de la sociedad?
Hoy no.
Hoy hay que producir mucho,
producir más que el vecino, producir más de prisa que él, mejor que él. Hay que
ganarlo, derrotarlo, arruinarlo.
Que cierre.
La competitividad.
Esta es la radiografía del
mundo en que vivimos.
Y para que no se pare ese
ritmo productivo endiablado, hay que comprar, hay que adquirir cosas.
El mundo del tener.
Tener cosas.
Tener más cosas.
Acaparar.
Almacenar.
Habitamos, estamos
instalados, en un gran almacén lleno de cosas.
Y se te valora por cuántas
cosas y qué tipo de cosas tienes y por el tiempo que has tardado en
conseguirlas.
Tener mucho, de calidad y en
poco tiempo: he ahí el héroe moderno.
En ese sentido, yo al menos,
soy el antihéroe porque ¡hay que ver las pocas cosas que tengo, el esfuerzo que
me ha costado y tanto tiempo para conseguir esto poco que tengo¡
Pero, seamos sensatos, las
personas tenemos que movernos en el terreno del “ser”, no del “tener”.
Nosotros “somos” unas
personas honradas, somos pacíficos, somos meditativos, pacientes.
Paseamos por la vida.
Somos enemigos del
acelerador.
Lo nuestro es ir tranquilos,
sin prisas.
Es el placer de “estar yendo”,
“mientras se va”, no el placer de “haber llegado ya” y en tan poco tiempo, para
arrancar otra vez, en busca de otro récord.
Y otra vez gastar el tiempo
al servicio de otro record que poder contar.
Son esclavos del tiempo.
Están siendo utilizados por
él.
Son dependientes del record.
Nosotros somos los dueños y
señores de todo nuestro tiempo, desde que nos levantamos hasta que nos
acostamos, y lo vamos distribuyendo como nos da la gana.
Nunca hemos sido más libres
que ahora, cuando nos hemos bajado del tren laboral y salarial, y, por fin, nos
hemos acomodado en el tren de la vida.
Dicen que en el 2020 casi la
mitad de la población española tendrá más de 60 años.
Yo espero, deseo y quiero
estar allí, para comprobarlo.
Lo que no sé es cómo van a
acomodarse los asalariados de hoy, tan hechos a trabajar más para ganar más
para adquirir más cosas….
¡Ojalá no cambiemos nosotros¡
Que cambie el mundo su forma
de ser.
Porque el ideal, el modelo a
imitar, es el nuestro, no el suyo.
Mientras, en Occidente se
brinda por la juventud y por la heroicidad.
Los héroes son siempre
jóvenes.
En Oriente, en cambio, en vez
de héroes jóvenes, a seguir, lo que hay son ancianos sabios, a imitar.
Prejubilaciones o
jubilaciones anticipadas para rejuvenecimiento de plantillas.
El buen hacer del mayor se
infravalora por el demasiado tiempo empleado.
La antigüedad sale cara en el
proceso productivo.
Cobra más, va más lento,
produce menos, menos ganancia.
El viejo ya no interesa
empresarialmente.
Es necesaria la prisa y el
modelo kleenex, cosas de usar y tirar
para que se siga comprando.
En un pueblo alfarero de
Córdoba, donde trabajé varios años, me comentaba una artista del barro. “En
este pueblo hay muchos productores, varios artesanos y algún artista. Los que
ganan son los primeros, los artesanos, se mantienen, los artistas,
económicamente, nos arruinamos.
Menos mal que lo nuestro
queda en la satisfacción subjetiva, personal, de la obra bien hecha, aunque se
nos quede ahí, arrinconada”
¿Esto no es explotación
personal de la juventud?
Trabajar a un ritmo para que
consuman al mismo ritmo.
No se alarga la jornada
laboral pero se acelera el ritmo endiablado que tienen que imprimir en lo que
hacen.
Cuando lleguen a sus casas
¿están en las mejores condiciones para acariciar pausadamente a una compañera
que, seguramente, está igual de estresada que él, o a unos niños con sonrisa
expectante y ojos bailones?
Y, encima, mileurista.
Y no te quejes porque en la
puerta tengo un ejército esperando ocupar tu puesto.
¿Queda tiempo para pensar si
esto es lo que quiero hacer con mi vida?
Somos tan dependientes de las
cosas que el día que se apaga la luz, se me para el coche, se me estropea el
microondas, el móvil no tiene cobertura o al servidor de Internet no sé lo que
le pasa,… parece que el mundo se nos para.
La prudencia, la cadencia, la
tranquilidad, el ritmo lento y pausado en todo,… ese es nuestro patrimonio.
¡Conservémoslo¡