¿Año….?
Comenzaron a hacerse más
preguntas.
Identificaron los factores
que permiten la producción de alimentos por medio de la agricultura y
domesticaron animales, teniéndolos a mano, por lo que dejaron de desplazarse.
Aquí comienza la historia de “un”
hombre: el que comenzó a estudiar todas las cosas de manera aislada, ya no como
una totalidad.
El que dejó de observar y se
limitó a ver.
Y vio que la gran entidad
femenina tuvo un hijo, el varón, porque sobre la tierra todo es fruto de la
dualidad.
Este hijo en muchos casos se
unía a la madre para procrear de nuevo al hijo, su propio padre, en lo que se
podría denominar el divino incesto, representado en los primeros pasos de cada
religión mediante el emblema de alguna tríada (Isis, Osiris, Horus; Sin,
Shamash, Ishtar; etc.) o trinidad (Brahma, Vishnú, Shiva; Cuerpo, Alma,
Espíritu; etc.).
La era de los héroes se
aproximaba.
Y el hombre vio que aquello
era bueno, ahora tenían más protectores a los cuales elegir y seguir.
¿Año…?
Nuestro héroe desarrolló una
nueva forma de representación escrita que desplazó a los símbolos, reduciendo
las interpretaciones.
El sedentarismo originado por
la agricultura generó los primeros vestigios de la posesión, y este hombre vio
en la fuerza física algo de vital importancia para el mundo conflictivo que se
avecinaba.
Y clamó: “mi tierra, mis
recursos, a esta tierra la he trabajado con mi sudor y la voy a defender”.
El hombre había descubierto
la propiedad.
Comenzó a inclinarse hacia el
raciocinio y se aferró a éste para justificar sus actos; se volvió curioso, se
volvió miedoso, tuvo miedo a que le arrebataran lo que producía, tuvo miedo a
perder, tuvo miedo a morir.
El hijo se reveló contra su
madre, comenzó a conquistarla, y embriagado de poder y del placer que éste le
otorgaba, a punta de espada empezó a eliminar sus presuntas amenazas.
El hombre quería dejar sus
posesiones a su descendencia, pues horrible le hubiera sido pensar que su obra
en vida fuese en vano, y sólo mediante el matrimonio podría asegurarlo.
La monogamia se convirtió en
la principal base de familia, por lo que ahora la descendencia no le pertenece
a un grupo, sino a “un” hombre.
Y el emancipado ahora
justifica sus acciones por medio de la razón, la que comenzó a identificar con
la luz, con el Sol, el que elimina la necesaria oscuridad del reino de la Luna , la luz que erradica los
miedos que se esconden bajo lo que es desconocido.
Y el hombre ya no veía la
tierra, ahora, al mirar, sólo veía el cielo.
La divinidad terminó siendo
“una” y para siempre y la tierra ya no era sagrada, lo sagrado, ahora estaba
arriba, en el cielo.
Y el hombre vio que aquello
era bueno.
En un papiro egipcio que
muestra a Shu (el aire) separando a Nut (el cielo) de Geb (la tierra)
¿Año….?
El hombre ya no vio unión
entre tierra y cielo, e inmortalizó este hecho en testimonios de piedra
mediante el arte, la escritura y la religión con el fin de marcar las creencias
y comportamientos de las generaciones venideras.
El sol comenzó a eliminar a
la competencia y la serpiente quedó manchada de por vida.
Apolo, dios solar, dio muerte
a Pitón.
Y este hombre retiró de la
comunidad a la mujer, pues sólo así podría garantizar su linaje, su sangre; la
mujer debía ser también su propiedad.
Ella pasó a ser símbolo de
provocación y de pecado, y estas restricciones fueron clavadas en las hojas que
serían veneradas por las multitudes venideras: la de los fuertes y
conquistadores, y la de los débiles y sumisos.
Las esculturas comenzaron a
hacerse con atributos modestos, las “Venus” de la Era de Piedra quedaron muy
distantes y sus intimidades ahora son vergüenzas.
Y el hombre vio que aquello
era bueno.
¿Año…..?
El hombre ahora es rey, es
emperador.
Así como había tierras, había
alguien que las reclamaba.
Quedó satisfecha su
hambre de fe con una imagen antropomorfa de la divinidad que representaba “todos”
los atributos que deseaba encarnar, la fuerza, la valentía, el poder.
El héroe se convirtió en
Dios, masculino, pero también en un anhelo distante, morador del cielo, algo
que todavía no ha podido terminar de definir.
El hombre conquistó en el
nombre del progreso, en el nombre de la luz y del dios que ésta personificaba,
y se autoproclamó su descendiente, sea del poderoso Rá, del iracundo Zeus o del
proveedor Inti (entre cientos más que podrán identificar), todos representados
a menudo en batalla, ya sea participando o promoviéndola; se convirtieron en
los padres de las divinidades menores que les siguieron y de las que le precedían.
El patriarcado ahora es el
orden divino.
Las jerarquías se propagaron
y en su cumbre se encontraba el hombre, el padre, el rey, o simplemente “Él”.
Y el hombre vio que aquello
era bueno, la Gran Madre
conquistada en nombre de la razón quedó enterrada, y ahora él es dios.
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