martes, 30 de enero de 2018

30.- MIEDO A LA VEJEZ (3)


En la lápida de un cementerio, no sé donde, puede leerse: “como te ves me ví; como me ves te verás”.

Ahora, hoy, a los jóvenes habría que recordárselo pero con interrogación. “Joven, como te ves me ví, como me ves ¿te verás?. Porque hay que llegar, es mejor llegar que no llegar.

A la vejez hay que llegar, y vosotros, según están los tiempos, no tenéis asegurada la llegada de la que nosotros, aún, disfrutamos.

Creo que era un médico barcelonés el que decía que su hospital, los lunes, estaba poblado de personas maduras pero ya muertas por la práctica de deportes inadecuados el fin de semana.

Son los ejecutivos, los de el sillón giratorio durante los días laborales, y que suelen morir de tenis, de gimnasio forzado o de pádel intensivo.

Una juventud inventada por gente no joven, que quiere vivir instalados en un territorio que fue, pero que ya no es, el suyo.

Ver tanta gente mayor aparcada en tanta Clínica de Cirugía Estética es una “contraditio vivens”, una contradicción viviente.

Los/las que se resisten a aparecer como deben ser, hipotecando un riñón para subirse unos pechos y dando el callo y perder el pellejo para poder estirarse la piel, desterrando las patas de gallo.

¡Como si las arrugas no fuesen la carta de presentación de haber vivido”.
¡Como si la botella a medias no fuese la señal de haberse ya bebido ( y vivido) lo que falta en ella¡.

Querer inmovilizar lo biológico corporal, caminando por la biografía vital, es como querer parar un río con una presa y seguir llamándolo río.

Si la vida es una cadena, ¿por qué negar ser sólo, en cada momento, un eslabón de la misma?.
Es como si el curso del año quisiera ser sólo una eterna primavera.
¿Dónde quedan la nieve y las otoñadas, y esas horas en la mesa camilla, con las faldillas hasta la garganta y con el brasero reparador?
¿Es que no es el abrigo el complemento del bañador en el viaje vital anual?
¿Es que no es riqueza la variedad de estaciones?

Uno de los reproches que los jóvenes nos lanzan a los “viejos” (dejemos en paz los hipócritas eufemismos) es que “somos “inútiles”.

Mienten o se equivocan.
Imposible.

“Productivos” lo fuimos durante muchos años, por eso ya no tenemos que serlo, pero ¿útiles?

Muy útiles, vaya que sí.

Aunque ya el sabio Aristóteles nos recordaba que la utilidad es un valor de 2º orden, un valor relativo, un valor secundario, subordinado al fin para el que es útil.
Un bolígrafo, como un cuchillo o una maquinilla de afeitar son útiles si valen para escribir, para cortar o para afeitarse, si no, no valen para nada.

La utilidad es un valor “dependiente”, depende de la meta a la que se quiere llegar, al fin que se pretende conseguir.

Ser sólo útil es considerarse sólo como medio.

Lo fundamental es el fin, el ser, la persona.

Además, útil  ¿para qué?, ¿útil para quién? (¿para llevarlos al colegio, traerlos y darles de comer a los nietos los cinco días de la semana y algunos puentes?

Esta hipócrita sociedad nos llama “mayores”, “3ª edad” (no dice “y última”, luego después hay más edades), como si evitar la palabra “vejez” supusiera un beneficio para nosotros.

(En otro artículo he expuesto mis reflexiones sobre el concepto mítico-mágico de la palabra, como si al Decirla se Cumpliera, se Hiciera; por lo tanto, si no digo “Vejez” no se Da, no Existe la Vejez).

El gran José Luis San Pedro (siempre el bendito y genial Sampedro) le decía a una periodista: “No, tu pon “viejo”, llámame “viejo”.
Yo soy un viejo que vive mejor que antes de serlo por muchas cosas:
.- No necesito mirar el reloj.
.- Soy dueño absoluto del tiempo desde que me levanto, incluso desde antes de levantarme.
.- Dedico todo el tiempo a lo que más me gusta, leer y escribir, y encima me pagan por dar conferencias, por escribir libros.
.- Y a fin de mes me ingresan en la cuenta una pensión, por no trabajar.


Vivo mejor que antes, y todo porque dicen que ya soy viejo. 

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