¿Por qué recurrimos a la Medicina para tener el
Cuerpo Sano y no a la
Filosofía para cuidar de la salud del alma?
El ideal del Sabio, para Epicuro y su época,
la helenística, es liberarse de la penuria y de las calamidades que, por todas
partes, les rodeaban.
Filosofía para liberarse de
los grandes miedos que acosaban a los hombres entre las sombras del
desconocimiento.
El “filósofo del Jardín” para
conseguir la ausencia del dolor y propiciar al placer aplicará el
“Tetrafármacon” (dos para el placer y dos para el dolor).
¿Temer a los dioses, a la
muerte, al destino…? NO, carece de fundamento dicho temor.
“Nadie por ser joven dude en
filosofar, y ni por ser viejo se hastíe de filosofar. Pues nadie es joven o
viejo para la salud del alma. El que dice que aún no es edad de filosofar o que
la edad ya pasó, es como el que dice que aún no ha llegado o que ya pasó el
momento oportuno para la felicidad. De modo que deben filosofar tanto el joven
como el viejo. Éste para que, aunque viejo, rejuvenezca en bienes por el
recuerdo gozoso del pasado, aquél para que sea joven y viejo al mismo tiempo,
por su impavidez ante el futuro”
Igualmente en la Época de la Ilustración en que se
asume un amplio sentido de la noción de “filosofía” como “aspiración al saber y
la pretensión de racionalidad y naturalidad para ahuyentar el oscurantismo con
el esclarecimiento de las cuestiones.
El origen de todos los males
procede del oscurantismo, bien por ignorancia, bien por superstición, que
pueden ser clarificados con/por la
Razón.
Ordenando los diferentes
saberes cultivados pueden beneficiarse de una actitud y actividad filosófica.
Nuestro Ortega y Gasset, en La Rebelión de las Masas, se
lamenta de la “barbarie del especialismo”: “habremos de decir que es un sabio
ignorante, cosa sobremanera grave, porque significa que es un señor el cual se
comportará en todas las cuestiones que ignora, no como ignorante, sino con toda
la petulancia de quien en su cuestión especial es un sabio”
Despertar a la filosofía y
sentirse motivado para avanzar por el camino del saber es porque ha descubierto
algo que le atrae.
No se trata de aprender de
los libros para repetir palabras, ensartando relatos sin penetrar su sentido.
La filosofía se hace viva
cuando el problema le afecta personalmente y no puede afrentarlo él ni puede
cumplirlo otro distinto a él pero pueden contribuir a ello otros filósofos,
anteriores o contemporáneos para plantear el problema de forma adecuada y
avanzar en su solución.
En la filosofía se entra por
la exigencia de comprobar personalmente lo valioso que pueda haber en torno
suyo y, sobre todo, cuando uno se percata que también él puede pensar, que sus
criterios tienen valor, ya que él mismo ve las razones por las que son valiosos
y llega a desconfiar, o superar incluso los razonamientos que se le habían
propuesto.
No puede inculcarse, pues, ni
asumirse una filosofía, por acomodo, por adaptación o domesticación al ser unas
ideas dominadoras.
Quizá no pueda resolver totalmente
todo el problema por el criterio propio, pero esa actitud filosófica pretenderá
conseguir una conducta independiente, con posición propia.
Quizá no sea la respuesta
ideal a su propio problema pero ya no es acumular nociones ajenas sino ejercicio
en analizar problemas, proponer orientaciones, relacionar conocimientos,
descubrir sentidos y someter continuamente a prueba cuanto acontece, cuanto se
dice, cuanto se sabe.
Más que erudición de
conocimientos ajenos, es la capacidad de descubrir el problema filosófico.
Si uno descubre el problema
tiene que reconocerlo como algo que, personalmente, desea comprender y le
interesa resolver.
El problema filosófico, pues,
no es comunicable, sólo descubrible y, entonces, debe ir acompañado de libertad
y de crítica, de creatividad.
El ejercicio filosófico es no
sólo un actuar sino un saber actuar que afecta primariamente en quien lo
realiza por lo que supone una cierta calidad de vida.
Ortega le atribuye a la
filosofía la tarea de “saber a qué atenerse” al ser una actividad encaminada a
saber hacer para que no te timen.
No es lo mismo responder a la
pregunta “para qué sirve la filosofía” a preguntar si la filosofía es valiosa o
no
Referirse a un valor, para
valorarla, exige saber la escala de valores con la que compararla y ubicarla.
“Si todos los hombres
vivieran bien, si la pobreza y la enfermedad hubieran sido reducidas al
“minimum” posible, quedaría, todavía, mucho que hacer para producir una
sociedad estimable pues, hasta en el mundo actual los bienes del espíritu son,
por lo menos, tan importantes como los del cuerpo - afirma Bertrand Russell.
“El valor de la filosofía
–añade el filósofo- debe hallarse exclusivamente entre los bienes del espíritu,
y sólo los que no son indiferentes a estos bienes pueden llegar a la persuasión
de que estudiar filosofía no es perder el tiempo”.
“Considerando como un deber
el buscar lo que ignoramos –había afirmado Sócrates- nos volvemos mejores, más
enérgicos, menos perezosos que si consideramos imposibles y ajenos a nuestro
deber de búsqueda de la verdad desconocida”.
La filosofía, pues, aporta a
quien la practica una calidad de vida que hace dirigir su mirada a lo justo, a
lo bello, a lo bueno,…haciéndolo semejante a los dioses, algo divino.
La sabiduría conduce a actuar
correctamente y, a la larga, tener éxito pues la sabiduría no puede tomar un
camino falso sino que debe necesariamente obrar como es debido y, por ello,
debe alcanzar el fin; sin ello dejaría de ser sabiduría.
“La filosofía no necesita ni
protección, ni atención, ni simpatía de la masa, porque es una perfecta
inutilidad, liberándose, por ello, de toda supeditación al hombre medio. Ella
se sabe a sí misma, por esencia, problemática y abraza alegremente su libre
destino, sin pedir a nadie que cuente con ella, ni recomendarse, ni defenderse.
Si a alguien, buenamente, le
aprovecha para algo, se regocija por simple simpatía humana, pero no vive de
ese provecho ajeno, ni lo premedita, ni lo espera” –afirma Ortega.
No es totalmente cierto y
verdadera la famosa “tesis 11 sobre Feuerbach” de Marx: “los filósofos han
“interpretado” el mundo de diferentes maneras cuando lo que importa es
“transformarlo”
Y no es cierto porque la
filosofía no se ha mantenido totalmente al margen de los acontecimientos ya que
los filósofos han estado, siempre, en conexión con las creencias y los modos
culturales de su pueblo, unas veces apuntalando lo que se creía y otras veces
abriendo nuevos caminos, descubriendo problemas y proyectando nuevos modos de
vida.
Ya la Ilustración fue consciente
de la efectividad del saber, no sólo para vencer a la naturaleza, obedeciendo
sus leyes, sino buscando también racionalidad para denunciar las desigualdades
sociales y atreverse a saber para afirmar la libertad y la soberanía de cada
uno de los hombres en sociedad como culturalmente diversos.
O, como afirmaba Nietzsche:
“cada vez más, el filósofo va pareciendo un hombre necesario del mañana y del
pasado mañana, se ha encontrado y debe encontrarse siempre en contradicción con
su hoy…su tarea ha sido ser la mala conciencia de su tiempo…Su propio secreto,
saber una grandeza nueva del hombre y encontrar un camino nuevo, no recorrido
todavía para su engrandecimiento”
También para Platón, en su
República, ideal, el filósofo debe salir del estado de mera “contemplación”
para abrazar un estado de “creación”.
Se convertirá en un
demiurgo-artesano, formando su carácter y abriéndoles los ojos a los ciudadanos
aún no despiertos al mundo de la verdad, como lo puso en práctica Sócrates
durante toda su vida, haciendo de tábano en las conciencias dormidas.
También Aristóteles con su
división de los saberes: teóricos (contemplativos), prácticos (obrar) y
poyéticos (hacer).
“Saber observar-ver”, “saber
obrar”, “saber hacer-construir”