EL
ÁGUILA Y LAS GALLINAS.
UNA
METÁFORA DE LA CONDICIÓN HUMANA.
El Águila y la Gallina simbolizan las dos
dimensiones fundamentales de la existencia humana: 1.- La dimensión de la
apertura, del deseo de lo poético y de lo ilimitado, y 2.- La dimensión del
enraizamiento, de lo cotidiano, de lo limitado, de lo prosaico.
¿Cómo equilibrar estos dos
polos?
¿Cómo lograr que la cultura
de la homogeneización y de la mediocridad, de lo vulgar y a mano no ahogue al
águila que todos llevamos dentro y somos pero no nos impulsa a volar?
Éste
es el contexto para poder comprenderlo.
La globalización representa
una nueva etapa en el proceso de cosmogénesis y de antropogénesis.
Tenemos que entrar en ella,
pero no tiene que ser de la manera que las potencias controladas del mercado
mundial quieren -mercado competitivo y nada cooperativo-, solamente interesadas
en nuestras riquezas materiales, reduciéndonos a meros consumidores.
Nosotros queremos entrar
soberanos y conscientes de nuestra posible contribución ecológica,
multicultural y espiritual.
Se ha percibido un
desmesurado entusiasmo de todos los gobiernos que hemos padecido o disfrutado,
por la globalización.
Todos nuestros presidentes han
hablado de ella sin los matices que situarían con la debida luz nuestra
singularidad.
Poseemos capacidad para ser
una voz propia y no eco de la voz de los otros.
En este contexto y basándose
en esta leyenda las reflexiones del teólogo Leonardo Boff nos apuntan caminos
accesibles de respuesta a estas dos preguntas.
Genésio Darci Boff, más
conocido como Leonardo Boff, es un teólogo, ex-sacerdote franciscano,
secularizado, filósofo, escritor, profesor y ecologista brasileño
Nació un14 de diciembre de
1938, brasileño.
Profesor de Ética.
Es uno de los creadores de
la Teología de la liberación.
Ésta es la leyenda:
Cuenta, una historia, un cuento, una leyenda, que viene de un pequeño
país de África occidental, Gana, narrada por un educador popular, James Aggrey,
a principios del siglo pasado, cuando se daban los embates por la
descolonización.
Érase una vez un campesino
que fue al bosque cercano a atrapar algún pájaro pero sólo encontró un huevo,
de águila (cosa que él no sabía), en un nido.
Cogió el huevo y lo colocó en
el gallinero, bajo una gallina clueca que estaba empollando sus huevos.
Pasados unos días nacieron
los polluelos y el pequeño águila creció junto a sus hermanos polluelos,
comportándose como uno más.
Vivía y crecía como una
gallina más.
Después de cinco años, el
hombre recibió en su casa la visita de un naturalista.
Al pasar por el jardín, le dijo
el naturalista: “Ese pájaro que está ahí, no es una gallina. Es un águila.”
“De hecho” -dijo el campesino-
“es un águila pero yo lo he criado como
gallina y ya no es un águila, es una gallina más, como las otras.
“No” - respondió el
naturalista, él es y será siempre un águila, pues tiene el corazón de un águila
y su corazón le hará un día volar a las alturas”.
“No” -insistió el campesino-,
ya se volvió gallina y jamás volará como un águila”.
Entonces, decidieron, hacer
una prueba.
El naturalista tomó al
águila, la elevó muy alto y, desafiándola, dijo: “Ya que, de hecho, eres un
águila, ya que tú perteneces al cielo y no a la tierra, entonces, abre tus alas
y vuela!”
Pero el águila se quedó, fija,
sobre el brazo extendido del naturalista, mirando distraídamente a su
alrededor.
Vio a las gallinas allá
abajo, comiendo granos.
Y saltó junto a ellas.
El campesino comentó: “Ya se
lo dije, ella se ha transformado en una simple gallina”.
“No” -insistió de nuevo el
naturalista-, “es un águila y un águila, siempre será un águila. Vamos a experimentar
nuevamente mañana”.
Al día siguiente, el
naturalista subió con el águila al techo de la casa. Le susurró: “Águila, ya
que tú eres un águila, abre tus alas y vuela”.
Pero cuando el águila vio, de
nuevo, allí abajo a las gallinas picoteando el suelo, saltó y fue a posarse
junto a ellas.
El campesino sonrió y volvió
a la carga: “Ya le había dicho, se volvió gallina”.
“No” -respondió firmemente el
naturalista- “Es águila y poseerá siempre un corazón de águila. Vamos a
experimentar por última vez. Mañana la haré volar”.
Al día siguiente, el
naturalista y el campesino se levantaron muy temprano.
Tomaron el águila, la
llevaron hasta lo alto de una montaña.
El sol estaba saliendo y
doraba los picos de las montañas.
El naturalista levantó el
águila hacia lo alto y le ordenó: “Águila, ya que tú eres un águila, ya que tu
perteneces al cielo y no a la tierra, abre tus alas y vuela”.
El águila miró alrededor.
Temblaba, como si
experimentara su nueva vida, pero no voló.
Entonces, el naturalista la
agarró firmemente en dirección al sol, de suerte que sus ojos se pudiesen
llenar de claridad y conseguir las dimensiones del vasto horizonte.
Fue cuando ella abrió sus
potentes alas.
Se irguió soberana sobre sí
misma y comenzó a volar, a volar hacia lo alto y a volar cada vez más a las
alturas.
Voló.
Y nunca más volvió.
¡Pueblos de África (y de
Brasil)!
Fuimos creados a imagen y
semejanza de Dios. Pero hubo personas que nos hicieron pensar como gallinas.
Y aun pensamos que
efectivamente somos gallinas.
Pero somos águilas.
Por eso, hermanos y hermanas,
abran las alas y vuelen.
Vuelen como las águilas.
Jamás se contenten con los
granos que les arrojen a los pies los jefes para picotearlos.
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