EL
CUERPO.
El cuerpo ha sido sujeto y
objeto de ocupación y preocupación, pues sin cuerpo ni hay persona ni es
posible la educación.
El hombre ha sido definido,
desde Aristóteles, como “animal” (viviente sensible) pero “racional, político,
simbólico, valorante, interrogante, religioso,…” es decir, “animal”, pero que
trasciende su propia animalidad.
Al nacer, nuestro cuerpo es
“humano”, pero no está “humanizado”, ésta es la tarea de la educación.
Pero ¿qué cuerpo educar?
El cuerpo bello, el dinámico,
el seductor, el cuerpo-templo del cristianismo, el cuerpo ético,…son el mismo
cuerpo, pero no son lo mismo.
La escuela y la calle son
espacios o ciudades educadoras del cuerpo, cuyo sentido y valoración ha de
clarificar la acción educativa.
Cientos de veces he dicho (y
repetido” que: “Nos NACEN hombres, nos HACEN humanos, nos HACEMOS personas”
HACIA
LA NO VIOLENCIA.
La cultura de la paz es una
aspiración intensamente sentida en el momento actual.
Siempre ha habido guerras
pero nunca como hoy tantas y con tal poder de destrucción y muerte.
Matar a distancia, sin ver el
dolor del moribundo, las hace más propicias.
¿Cómo va a ser igual matar
con un palo, directamente y a mano, que con un dron desde miles de kilómetros?
“Una cultura de la paz es un
conjunto de valores, tradiciones, comportamientos y estilos de vida basados en
el respeto a la vida, el fin de la violencia y la promoción y la práctica de la
no violencia por medio de la educación, el diálogo y la cooperación” – afirma la Asamblea General
de las Naciones Unidas, en el 1.999.
Educar en valores,
reflexionar sobre las raíces de la violencia, exigir a nuestros políticos el
compromiso con la paz y el No a la guerra,…son la base sobre la que puede
edificarse la cultura de la paz.
COOPERACIÓN.
Sabes que el trabajo
cooperativo, en grupo, y no la lucha, individual, por la vida, fue la
estrategia evolutiva por la que hemos llegado al lugar donde estamos.
El aprendizaje, la enseñanza
y el trabajo en equipo es la metodología de carácter activo, experiencial y
participativo que desarrolla las estrategias cognitivas, las habilidades
cooperativas y prácticas, mejorando el
aprendizaje escolar, al tiempo que la maduración personal, interpersonal y
social.
Lo sabemos pero es nuestro
prejuicio lo que nos impide proponerlo, practicarlo y propulsarlo.
“Tú, a lo tuyo” y que cada
uno apechugue con lo suyo, parece el lema de nuestra sociedad.
NOSOTROS,
HOY.
El hombre de la modernidad es
un hombre débil, indeciso, desarmado, aparentemente liberado, saturado de
opciones y, por ello, desorientado y aislado.
Nunca, nadie, ha tenido tanta
gente a su alrededor y nunca, nadie, ha estado tan solo.
El hombre de hoy es el hombre
del exilio interior, huido de la realidad cálida que está ahí, pero tímido por
miedo al fracaso y que huye refugiándose en su imaginario.
Un pobre real, rico en
elucubraciones y desconfiado social.
Éste, y no otro, es el
retrato psicológico con el que nos identificamos.
Somos los de pensamiento débil,
los de cultura del fascículo, sabihondos pero no sabios, intentamos,
hipócritamente, aparentar saber, sin saber.
Nos cubrimos de esa capa de
barniz que tape y disimule nuestro vacío, como si el tapajuntas no fuera sino
el remedo de lo real.
La
ubicua mediocridad nos envuelve y en ella vivimos.
Nuestra democracia no es ni
meritocracia, ni aristocracia, sino mediocracia en la que la estadística de la
cantidad ha desplazado a la minoría cualitativa.
Importa
“lo más”, no “lo mejor”
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