domingo, 31 de marzo de 2019

PERO...¿ES QUE EXISTE DIOS? ( 3 )



La experiencia es la piedra de toque, el juez al que obligatoriamente hay que recurrir para que dictamine.

Pero las verdades científicas (y los científicos lo saben) deben ir, siempre, escritas en minúsculas, porque mañana mismo otro científico u otro equipo de científicos, descubren algo incompatible y superior a lo que hasta ahora era tenido como verdadero, y deja de ser tenido en cuenta y esa verdad, hasta entonces “verdad”, es sustituida, formando ya parte de la historia de la verdad o de la historia de los errores.

Las verdades científicas vienen con fecha de caducidad incluida, y esa fecha es  “en cualquier momento”.

Lo que era verdadero deja de serlo y no hay problema.
Así ha sido, y es, el avance de ciencia, ésta es su maquinaria impulsiva, apoyarse sobre lo anterior para afirmarlo, reafirmarlo, ampliarlo o para refutarlo.

Claro que los científicos no son “el 007 con licencia para matar”.
Lo que puede ser investigado es mucho más amplio de lo que debe ser investigado.
La ciencia debe tener unos márgenes fuera de los cuales no puede moralmente, (no debe, pues) poner sus manos.
Lo llamaremos “limitación ética de la ciencia”.

Pero cuando un científico, con el prestigio científico ganado a pulso, comienza a pisar el campo religioso, debería hacerlo como hombre creyente o no creyente, y no como hombre científico.

Porque el hombre (en esto todos estamos de acuerdo) es mucho más que científico, pero nunca estaría demás ponerlo de manifiesto, aunque él sea consciente de su doble vertiente.
Pero muchos, no científicos y más heterónomos, cometen la falacia al razonar: “si este hombre, tan sabio, dice lo que dice y cree lo que cree sobre Dios, tiene que ser verdad”.

¡El conocimiento¡

El conocimiento no es otra cosa que la simplificación del mundo real y no todo lo real se somete a ser tratado científicamente.

¿Cuánto de la materia viva y de la materia inteligente y, más aún, cuánto del alma humana queda fuera de las redes del conocimiento, porque se le escurre como el agua en una cesta?

Meto la cesta en el agua, en la realidad, y ¿qué es lo que “pesco” de ella?
Algo, quizá bastante, pero nunca todo.
La cesta debería ser cazuela, o sea, el conocimiento debería no ser conocimiento, porque éste es una red.

Pero, además, no practicamos la actividad de conocer por el simple y mero placer de saber.

Es verdad que el saber sabe bien, que el saber es sabroso.
“Oh, ¡qué buen sabor tiene el saber¡ ¡qué gozada el saberlo”¡.

Pero es como cuando comemos, nos guste o no el sabor de la comida, ésta tiene consecuencias para nuestra salud desde disparar el colesterol, la glucemia o la adiposidad hasta, por el contrario, regularlo todo con esa dieta equilibrada.

Igualmente, el conocimiento nunca es sólo y totalmente teórico.
El saber, trae, en su kit, consecuencias, sirve para algo.
Puede ser para mejorar nuestras vidas individuales o para mejorar la convivencia entre los hombres.
Puede servir para acaparar, en solitario, ventajas o para distribuirlas.

Pero ¿y cuando el conocimiento científico se aplica, ya no a la producción de cosas para vivir más y mejor, sino para regular, de manera científica, la convivencia humana?

Estoy refiriéndome a la “democracia”, a la aplicación del método científico a la política, que es, hasta el momento presente, no sólo “la peor forma de gobierno, excluidas todas las demás”, no sólo es “la menos mala”, sino la más sensata.

La “res publica” debe estar en manos de “el público”, de la sociedad toda”.
“El poder reside en el pueblo”, aunque, durante cierto tiempo le demos permiso, lo depositemos en alguien.
Lo que de todos es, que todos puedan manejarlo.
Por esta forma de convivencia, por esta forma de gobierno es por la que ha apostado Occidente.

El mundo occidental, que desarrolló y sigue desarrollando la Razón científica y la Razón tecnológica, que está poniendo en práctica la Razón Política y que, cada vez más, deberá ir desarrollando la Razón Ética, una razón laica (no anti-nada), una Ética sin flecos religiosos ni divinos.

Los problemas humanos, que nos hemos creado los hombres, los hombres debemos solucionarlos.
Y cuando veamos que estamos errando, corrijámonos, afinemos, nunca nos movamos con el lema de “mantenello y no enmendallo”.

Hay que enmendar todo lo enmendable y mantener lo mantenible.
Pero siempre desde la práctica, desde la experiencia, desde abajo, con los pies en el suelo.

El otro método de conocimiento, el método divino, aplicado a la realidad, se ha mostrado inútil y aplicado a la política está mostrándose dañino, catastrófico, sobre todo por aquello de las interpretaciones de que antes hablamos y de la “credulidad” (no me atrevo a llamarla “fe”) de tanta gente que aparcan su conciencia y le entregan las llaves del vehículo y de la casa al “escribidor o al telepredicador de turno”.

Cuando geográfica y socialmente se acercan ambos métodos de gobierno chocan, se repelen, como los polos de un imán. Pero con una gran diferencia: mientras unos son capaces de exigir mártires propios y víctimas ajenas, los otros tienen como norma el respeto a TODAS las personas, por el hecho de ser personas, aunque sean intolerables las ideas que proponen y exigen poner en práctica.

Cuando algo va mal en una sociedad que se rige por el método científico, porque lo previsto anticipado no concuerda con lo presente real, se corrigen, se cambian las premisas, los presupuestos de que se partía y a ensayar de nuevo, hasta que se dé con la tecla.

Cuando algo va mal en una sociedad que se rige por el método divino y la realidad se deteriora, no por eso habrá que cambiar ni el método ni los presupuestos, sino que la deteriorada realidad será interpretada, no como un error, sino como una prueba divina para superar el test de la vida terrena y poder, así, hacerse merecedores de la vida eterna feliz.

Para los que usan el método divino en la forma de gobernarse, la realidad nunca refuta sus presupuestos, que, por otra parte, son los presupuestos de Dios.

¡Y Dios no va a estar equivocado¡.

PERO...¿ES QUE EXISTE DIOS? ( 2 )



¿Por qué la interpretación actual que de ella se hace va a ser LA interpretación, sabiendo que no puede ser la definitiva?.

Claro que si la revelación necesita ser constantemente interpretada es porque no se ajusta correctamente a la realidad, porque hay un desajuste entre lo que la letra dice, o parece decir, y lo que en la realidad vemos y de lo que de la realidad sabemos.
        
Que la mujer haya salido de “la costilla de Adán”, así, a bote pronto, parece un chiste, una broma, una impostura, eso es más que magia.
Por lo tanto habrá que interpretarlo.

Pero el conocimiento divino “interpretado” ¿es un conocimiento semejante al conocimiento científico?.

Lo que el intérprete dice que dice Dios ¿es lo que realmente dice o quiere decir Dios?.
¿Cómo podemos salvar este salto?.
¿Hasta qué punto el intérprete ha secuestrado, ha usurpado, la palabra de Dios haciéndole decir lo que nunca puede estar seguro de que lo sea?.

De muchos intérpretes han surgido fanatismos y fanáticos, fundamentalismos y fundamentalista, pero también han surgido los misioneros desprendidos y los teólogos de la liberación.

La revelación y sus diversas interpretaciones son un objeto que quema al tocarlo.

Ya en la prehistoria el hombre creía en los dioses pero, al mismo tiempo, también investigaba por su cuenta.

Cuando creía que todo lo que ocurría ocurría cuando Dios quería, como Dios quería y donde Dios quería, lo lógico, lo normal, era rezar, pedir que ocurriera lo que deseaba o necesitaba que ocurriera y que alejara lo no deseado y temido.

Pero comenzó a fijarse en la “regularidad” de la naturaleza y, poniéndose manos a la obra, comenzó a estudiarla, comenzó a aprender, soltándose de la mano de los dioses.
Comenzó a fiarse de sí mismo más que de Dios, sin renunciar a Él.

Como último recurso, Dios siempre estaba ahí.
Cuando no supiera y no pudiera, creería y Se lo pediría.

El hombre fue sustituyendo la “revelación” por la “investigación”; eso es el método científico.
Los filósofos solemos llamar a este salto el “paso del mito al logos” como origen del saber.

Los científicos ni afirman ni niegan la existencia de Dios.
Dios es un objeto que no cae en su campo de investigación, que no se somete a su metodología.
Dios, sencillamente, no es objeto de ciencia, por lo tanto, ni refutable (falsable) ni verificable (comprobable, constatable).

Lo único que dicen los científicos, en cuanto científicos, es que para poder explicar muchos fenómenos naturales y humanos no les hace falta la hipótesis Dios.

Si una mujer, quiere ser madre pero, por un defecto fisiológico, no puede quedarse embarazada, debe acudir a pedir ayuda a los científicos, no a los curas.
Y si ya no quiere tener más hijos debe acudir a los centros de salud más que a las iglesias.

Pero ¿por qué han metido a Dios en estos líos?.
¿Por qué no dejarlo tranquilo?.

Mucha culpa del descrédito de las religiones ha sido y es, precisamente, por todo esto.

Dios es “prescindible” en muchísimos de los problemas que nos afectan.

Y digo yo que ¿por qué no podemos interpretar la ciencia como un regalo de la divinidad?
Es decir, algo así como si Dios dijese: “ya sois mayorcitos de edad, ya  podéis defenderos por vosotros mismos, pensad, investigad,….
A Mí dejadme tranquilo, averiguadlo vosotros por vuestra cuenta”.

Claro que en Ciencia también hay cosas sagradas y una de ellas es: “todo conocimiento que quiera adjetivarse como “científico” debe ser compatible con el mundo experimental”.

sábado, 30 de marzo de 2019

PERO… ¿ES QUE EXISTE DIOS? ( 1 )



Y el niño preguntó a su maestro:
- Maestro quiero hacerle UNA pregunta.
- Pregúntame.
- ¿Existe Dios?.
- Por supuesto que Sí existe. Sobre todo existe en la mente de los que creen en Él, en la mente de los que piensan y debaten sobre Él. Dios, de momento, existe en la mente.
- Maestro, yo quería saber si, además de en la mente, también existía en la realidad.
- Esa es, ya OTRA pregunta, y tú querías hacerme sólo UNA.

(La mejor respuesta que he encontrado a esta OTRA pregunta del niño es la que expongo al final de esta reflexión)

Si yo les digo que hay un mundo virtual, un mundo real y un mundo experimental, y que, además, son mundos distintos, supongo que a ninguno de Uds. le resultaría extraño y podrían poner ejemplos de cada uno de ellos.

Si yo les hablo de que, entre otros, hay tres tipos de conocimiento: un conocimiento sensible, un conocimiento racional y un conocimiento inteligente, y que son conocimientos distintos, estoy seguro de que nadie sentiría extrañeza alguna y podría poner ejemplos de cada uno de ellos.

Si, además, les digo que hay un saber vulgar y un saber científico, entre otros muchos tipos de saber, todos estarían de acuerdo conmigo.
Porque no es igual saber que va a llover o está lloviendo que saber por qué llueve o por qué va a llover.
No es igual saber que uno está enfermo que saber qué tipo de enfermedad es la que tiene y cuál es la causa de esa enfermedad y, más aún, el remedio para acabar con ella.

Si les digo que también existe un conocimiento divino, un conocimiento de la divinidad, ya habrá muchos que hayan pegado un salto de sus asientos y diga que él no cree en Dios.
Y ¿cómo va a haber conocimiento de algo que no existe?
¿Puede, pues, conocerse o estudiarse la estructura de los gorimoletos?.

Vamos a ver si nos aclaramos.

Hay personas que creen que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza.
Que Dios es el creador y él es una criatura, un ser creado.
Para ellos Dios existe.
Dios es, no sólo el objeto de su creencia, es el sujeto de su existencia.

Al mismo tiempo, hay personas (entre las que me encuentro) que creen que Dios es una creación humana.
Que los hombres han inventado, han creado a los dioses a su imagen y semejanza.
Habrá, pues, dioses cazadores, dioses agricultores, dioses de la guerra y de los ejércitos, dioses justos, dioses amorosos, dioses castigadores, temibles, vengativos,….
Todo depende de cuáles eran las circunstancias económicas, sociales, culturales, reales  en las que se desarrollaba la vida de esos hombres.

Dioses a imagen y semejanza de los hombres.

El concepto de Dios ha cambiado mucho a lo largo de la historia, al ritmo del cambio de la historia humana.
Y eso es normal.

Dios es una creación del hombre.
El hombre es el creador y Dios la criatura, el ser creado.

Seas creyente o no lo seas, estés en el primer supuesto, en el de los creyentes, o en el segundo, en el de los no creyentes, afirmarás conmigo en que “Dios existe”, bien como ser creador bien como ser creado, bien como un ser real, bien como un ser imaginado, pero, Dios.

Sí, ya sé que es distinto pero, a fin de cuentas, el “ser llamado Dios existe”.

Es decir, admitir la existencia del hombre es admitir la existencia de Dios. Y que el hombre existe, que tú y yo existimos, nadie lo duda. Y desde Descartes, con su “duda metódica” y su última consecuencia “cogito, ergo sum” es indudable la existencia de quien duda, porque hasta para poder dudar hay que existir.

Claro que si el creyente admite la existencia real de Dios y que, además, este Dios real se ha comunicado directamente con el hombre a través de la revelación, los libros sagrados, la “palabra de Dios”, eso es muy distinto a lo que sobre esos dos pilares puede opinar y opina un no creyente.

Mientras para el creyente, sobre todo para el de una religión monoteísta, la revelación es esencial (“las religiones del libro”), la revelación misma, para un no creyente, es un sarcasmo, una impostura.

Porque, claro, luego, toda revelación necesita ser interpretada y, aquí, ya surgen muchos problemas.
Porque sobre la misma letra escrita surgen diversas interpretaciones, por los diversos intérpretes, en diversos contextos y en diversas épocas de la historia.
Y, claro, si siempre es interpretable, y la interpretación va cambiando, la palabra revelada aparece, efectivamente, como un sarcasmo; vale igual para un roto que para un descosido.
Y, como dicen los científicos, una hipótesis que sirve para explicarlo todo no sirve para explicar nada.
Una hipótesis omniexplicativa no explica nada; y si además es una omniexplicación itinerante…


viernes, 29 de marzo de 2019

EL DIOS SOL ( y 2)


He ahí el sentimiento religioso.

El Dios Sol. ¿En qué civilización no lo ha sido?
No podría haber sido de otra manera.

Y una vez tomada conciencia de su necesidad, de su dependencia, de su divinización, como el “padre de la vida”, de toda vida, también de la vida humana, ahora llega el segundo paso, representárselo como un ser humano más, es la “antropomorfización”.

Cualquier fuerza de la naturaleza, de la que depende el hombre, es divinizada, pero, para poder adorarla, es necesario “antropomorfizarla”, estamos hablando de la “religión natural”.

Masculinización del sol, él es el padre del día, recorriendo el firmamento a diario, montado y guiando un carro tirado por caballos.
Y como todo varón completo tiene que tener una mujer, el sol tiene a la luna, femenina, que cuida de sus hijos durante la noche, cuando el padre, cansado, está descansando.
Su luz es inferior a la del sol, algo natural teniendo en cuenta el mayor valor del macho (machismo astronómico).

Pero, eso sí, turnándose, como unos buenos padres para cuidar de sus hijos, los hombres, nosotros.

Pero también ocurre en la religión espiritual.

Toda la mitología griega qué es sino un desfile de dioses y diosas con formas humanas.
Incluso se imaginaban un mundo celestial, muy parecido al mundo terrenal.

¿Y en el cristianismo?, ¿qué forma tiene Dios?

La deducción lógica es elemental.

Si “Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza”, nosotros somos imagen y semejanza suya y al ser Él, creador del hombre, un ser perfecto, el original tiene que ser muy parecido, aunque mucho más perfecto que el hombre creado.

Dios antropomorfizado.

En realidad la religión cristiana es la inversión de la realidad.

No es que Dios creara al hombre a su imagen y semejanza, la realidad es que todo fue al revés, fue el hombre el que creó a Dios a su imagen y semejanza.

Cuando yo percibo una mesa no percibo su existencia, sino un objeto llamado mesa.
Cuando alguien dice que nota la presencia de Dios, que percibe la existencia de Dios, de la Virgen, de los Ángeles…¿qué es lo que en realidad perciben?

El primero y originario objeto de la religión, en todos los pueblos, siempre ha sido la naturaleza, han sido los fenómenos naturales.

Sin embargo, el Dios cristiano, no sólo es anterior a la naturaleza, es, según el texto revelado, su creador.

¿Qué necesidad tenía el hombre de crear un Dios eterno y feliz?.

Porque el hombre quería estar sano y no enfermo, y quería no morir sino vivir siempre, este deseo lo lleva al otro lado de la moneda.

Y como la enfermedad y la muerte son algo “natural”, había que imaginarse y crear un Dios independiente de ella, anterior a ella, incluso creador de ella.


jueves, 28 de marzo de 2019

EL DIOS SOL ( 1 )


                                      EL DIOS SOL

                           
La mejor manera de adorar y venerar algo o a alguien es sentirlo, experimentarlo, como necesario para nuestra vida.

Por ejemplo, el Sol.

Nosotros, ahora, vemos el sol y, pertrechados con nuestros conocimientos, le aplicamos las categorías científicas de que disponemos y el sol deja de ser, ya, para nosotros, algo mágico, lo desnudamos de ese halo de misterio que, durante tanto tiempo lo envolvió.
Lo hemos secularizado.
O, mejor, lo hemos naturalizado.

Cuando la presencia del sol, con su luz diaria, la veíamos como necesaria tanta para poder aprovisionarnos de presas, en nuestra etapa cazadora, como para no convertirnos en presas de otros animales cazadores y nocturnos, que jugaban con ventaja y ante ellos no sospechábamos, tan siquiera, el peligro acechante, el hecho de poder ser cazadores sin ser cazados y de poder no ser cazados por otros cazadores hizo que el sol se nos presentase como algo o alguien necesario para seguir vivos, no sólo conveniente, imprescindible.

Y cuando, cada día, veíamos cómo se marchaba y nos dejaba envueltos en la oscuridad y, otra vez, en peligro de muerte, añorábamos y pedíamos para que volviera.

Cuando se convirtió en rutina su ida, para dormir y descansar, y su vuelta, una vez despierto (¡hay que ver cómo antropomorfizamos las cosas), rezábamos para que no se olvidara de acudir a la cita diaria, saludándolo con alegría.
A veces, incluso, pensábamos que un dragón, del otro lado de las montañas, todas las noches, lo devoraba, se lo tragaba, pero que por la mañana lo devolvía o él resucitaba y nos acompañaba otra vez.

Fue el miedo a la noche, a la oscuridad, lo que nos hizo dependientes de él.

Yo también habría adorado al sol y lo habría convertido en un dios y le habría dado culto y le habría rezado todas las puestas de sol para que descansara y para que no se le olvidara volver, porque lo necesitaba para vivir y para no morir.

Porque sin él hasta la naturaleza muere y si la naturaleza está muerta yo, que también soy naturaleza, también lo estaré.

Al Sol se le veía como el dios “Fuente de Vida”.

Seguramente que si el Sol hubiera estado siempre ahí, tan a mano, siempre quieto, en constante y continua compañía, y no hubiéramos sido conscientes de que su presencia era la causa de nuestro poder seguir vivos y viviendo; si no hubiéramos echado en falta su ausencia, seguramente que hubiera sido algo ordinario y no extra-ordinario, lo hubiéramos vulgarizado en vez de divinizarlo.

Si siempre hubiera llovido y nunca hubiera habido sequías, si la tierra hubiera sido siempre fértil y nunca hubiera habido hambrunas….el hombre no habría sentido dependencia de la naturaleza.

Todos sentimos dependencia de aquello que necesitamos y no poseemos.

Esta conciencia de la dependencia de la naturaleza es la fuente de la religión o su principal creadora de divinidades.

Quizá haya sido la variabilidad de la naturaleza, el sucederse de las estaciones cada año, a su debido tiempo, el hecho de que se vayan y vuelvan, de su ir y venir periódicos, lo que los hizo objetos de culto religioso.

Sólo cuando nos asfixiamos, cuando nos falta el aire, somos conscientes de su necesidad.
Uno se acuerda sólo de Santa Bárbara cuando truena. Si nunca tronase o si siempre estuviera tronando no habría Santa Bárbara de la que acordarse.

Estamos tan acostumbrados a que no nos falte el aire o el agua que cuando nos falta…

Todo lo que siéndonos necesario y estando presente se ausenta, al echar en falta su presencia, rezaremos para que vuelva.

miércoles, 27 de marzo de 2019

DIOS, DIOSA, DIOSES ( y 3)



¿Qué sería de nosotros sin las algas laminarias o sin los organismos anaerobios?
Sencillamente, no existiríamos como especie humana.

“Todo está relacionado con todo” – que diría el filósofo.

La Biosfera entera –afirma Lovelock- se comporta como un gran organismo en el que todas y cada una de sus partes cumple “su” función en vistas al todo.

La Biosfera sería un sistema cibernético, que se autorregula constantemente para mantener una serie de homeostasis o equilibrios necesarios para el desarrollo de la vida. Y, al hacerlo….

Si hubiera más o menos oxígeno del que hay….
Si la temperatura media fuera mucho más alta o más baja de la que es……
Si la acidez de la atmósfera creciera o disminuyera….
Si la salinidad del mar aumentase o disminuyese más allá de ciertos y estrechos límites….
Si……
Si….

LA VIDA SOBRE LA TIERRA SERÍA IMPOSIBLE.

Pero desde hace miles de millones de años la biosfera ha ido desarrollando mecanismos propios para el control de todas esas variables.

No es que la presencia de Oxígeno y Nitrógeno, en la proporción adecuada, facilitara e hiciera posible la aparición de la vida sobre la tierra, sino que fue, al revés, justo-justo lo contrario, es la vida la que ha ido creando dichas condiciones.

Sin vida sobre la tierra la atmósfera de nuestro planeta, sería como la de Venus o Marte, casi-casi puro dióxido de carbono.

No es que la Atmósfera facilitara la Biosfera, fue la Biosfera la que se ha dotado a sí misma de esa Atmósfera, tan peculiar e improbable que disfrutamos y que la mantiene y nos mantiene.

Esta visión de la Biosfera como un único superorganismo y esta visión de la evolución de las especies como un proceso de crecimiento e incremento de la complejidad de este organismo autorregulativo, ha llevado a una nueva comprensión de la profunda unidad de la tierra viva.

La Biosfera, así contemplada, hace surgir en nosotros, sus contemplativos contempladores, sentimientos de reverencia.

Nosotros, los animales humanos, que formamos parte de esa Biosfera, ahora vamos conociéndola más y mejor y, al hacerlo, nos creemos ser los sujetos conocedores.

¿No será, más bien, que es ella, la Biosfera, la que, a través de nosotros, haya despertado a la autoconciencia y está, ella, empezando a pensar a través de nosotros?

¿No seremos, la especie humana, (una más de las casi infinitas especies de la Biosfera), un simple instrumento del que la Biosfera se vale y se sirve para seguir desarrollándose?

Nosotros, sin ser dueños del cotarro (la Biosfera) deberíamos ser (ahora que ya sabemos cómo se desarrolla) los pastores, los guardianes de la misma.

Deberíamos ser la especie responsable y asumir, de una vez por todas, la responsabilidad de mantenerla, de conservarla, de facilitarle su desarrollo…. y, sin embargo, estamos entrando en ella a saco, con la contaminación ubicua, en el aire, en el agua, en la tierra, en el fuego del efecto invernadero…

Por hacer-hacer las cosas mal, hasta estamos rompiendo el paraguas protector y, por ese dichoso agujero, cada vez más roto, estamos mojándonos con rayos ultravioletas, destructores de vida.

¡Qué ironía¡ Un pastor, que mata las ovejas, un guardián, que es el que roba, un ser vivo, que es no sólo un participante, sino el protagonista principal y que participa, (y de qué manera) en la destrucción de vida.

¿Será verdad que somos el cáncer de la Biosfera?

Pero todo esto ¿Es ya Ciencia o es Religión?

El dios Sol, la diosa Gea.

Y, ahora, deberíamos reflexionar sobre la Diosa Razón.






martes, 26 de marzo de 2019

DIOS, DIOSA, DIOSES (2)


Yahvé, Dios, Alá,… son dioses antropomorfos, que hablan (como los hombres, y en su lengua), que acompañan, que aconsejan a Adán y a Eva y que, cuando los desobedezcan, van a castigarlos (ya sabemos cómo).

Es Yahvé, en persona, quien premia y le perdona la vida a Noé, a su familia y a una pareja de animales de cada especie, diciéndole lo que tiene que hacer y cómo debe hacerlo (la barca).
Incluso es Él mismo Dios quien cierra la puerta del arca, por fuera.

Después del origen y creación, del exilio, esclavitud, liberación  y la marcha a la tierra prometida, de la constitución del sacerdocio,….en ese mismo Pentateuco le dice a su pueblo elegido; “allí verás, pero no servirás a sus dioses, obras de las manos de los hombres, de madera y de piedra, que “ni ven, ni oyen, ni comen, ni huelen” (vista, oído, gusto y olfato).

No es como Yahvé, que está en contacto (5º sentido) permanente y constantemente con el hombre, y habla por los codos, y pregunta, y oye/escucha las plegarias que los hombres le hacen, bien directamente, bien indirectamente, a través de la casta o clase sacerdotal.

Y Yahvé también come y huele (ahí están los variados sacrificios, con preferencia de toros, ovejas o tórtolas, inmaculados, sin mancha, perfectos, degollados y quemadas algunas de sus partes, una vez que, o al mismo tiempo que, es derramada la sangre alrededor del altar.

(¿Uds. se imaginan el “pestazo” que tenía que haber y “cuyo olor es grato a Yahvé”?).

Yahvé, que, al ser perfecto y eterno, no puede cambiar (el cambio es un signo de imperfección, porque, si se cambia, es para ganar algo que no se tenía o para perder algo que sí se tenía), sin embargo es un dios unas veces celoso, otras veces vengativo, es perdonador e irascible, es bondoso pero justo, es Padre y es Juez, es un dios que es capaz de herir pero también de curar, es capaz de aparecer en medio de la batalla y ayudar a uno de los bandos contrincantes (los hebreos) contra filisteos, cananeos,…

No en balde es “Señor Dios de los ejércitos”.

Yahvé no es un dios normal, es Omnipotente, Infinitamente Sabio, Justo,…. (Pongan Uds. todas las cualidades positivas, todas las virtudes humanas y elévenlas a la enésima potencia).
Ese es Yahvé, así es Yahvé, un dios personal que ya no representa a ninguna fuerza de la naturaleza.

Lo puede todo, absolutamente todo, es “omni-potente”, pero ha perdido todo contacto con la realidad.
El hombre ya no tiene acceso directo a Él.
Las plegarias y los sacrificios tendrán que hacerse, para estar seguros de que las oye, a través de intermediarios oficiales, los sacerdotes, clase necesaria y con un poder enorme, tremendo y temido.

Para creer en Yahvé hace falta fe, para creer en la lluvia, en la tormenta, en los volcanes, en la luna o en el sol, no, porque no hace falta, se ven, se experimentan.

Si la religiosidad originaria no requería fe, era  porque los dioses eran patentes, manifiestos.
Se les veía, se les notaba, porque eran las fuerzas de la naturaleza con las que convivían, el día y la noche, la tempestad y la sequía, el trueno y el relámpago,….
Fuerzas de la naturaleza, enormes y tremendas, que pueden ser maravillosas o terribles, de ahí la actitud de reverencia ante ellas.

Empezando por el Sol que, naturalmente, es un dios patente, que su presencia es evidente, que nos ilumina de día, que recorre todos los cielos cada día, que se cansa de tanto andar y que, por tanto, al llegar la noche se va a descansar (o se muere, a diario), por el Occidente (“occidere” es “morir”) despertándose o resucitando o levantándose (“Levante” u “Oriente” (“orire” es “nacer”) por la mañana, que nos acompaña, que nos es beneficioso porque, cuando él está presente, las fieras no nos atacan y podemos verlas para ponernos a resguardo , las cosechas crecen, la caza es posible… el dios Sol es un dios beneficioso.

Dependemos de él para respirar y para comer, para ver y para mantener nuestra temperatura, para que llueva y crezcan las plantas, para que los árboles den frutos y los animales puedan beber,…..

El Sol ha sido el dios originario por excelencia, de todas las religiones, llámese Ra (en Egipto) o Surya (en la India), Huitzilopochtli (entre los aztecas) o Inti (entre los incas), etc.….etc.….etc.….

Los cuatro elementos o arjés, los principios  de todas las cosas (agua, aire, tierra y fuego), incluso el posterior “éter” (5º elemento) dependen de él y nosotros dependemos de ellos.

En realidad, todos nosotros somos  un epifenómeno solar o, dicho más poéticamente, “somos polvo de estrellas”.

¿Qué es, si no, la “Heliópolis”?.

Es curioso, pero en las últimas décadas del siglo XX ha resurgido el interés por esa gran diosa que es la tierra (femenina), para la que se ha recuperado su nombre clásico de “Gaia” y que, en cierto modo, se ha convertido en la patrona y objeto de culto de todos los ecologistas y de los variados ecologismos.

No hace falta fe para creer en ella, se la ve, se la pisa, vivimos en ella, aunque la “hipótesis Gaia”, formulada por James Lovelock, es una conjetura científica.

(Al respecto, sobre la “hipótesis Gaia” hice, no hace mucho, creo que tres reflexiones, pero de las que sólo conservo una, porque las otras dos se fueron con la página Web)

La Biosfera es el sistema formado por todos los seres vivos, más la Atmósfera, la Hidrosfera y el Suelo (Geosfera) (otra vez los cuatro elementos).

Cada una de las especies integrantes de la biosfera depende de las demás para su supervivencia.
La especie humana, por ejemplo, depende de las plantas verdes, que producen las moléculas de oxígeno que respiramos.

Dependemos de ellas.

Dependemos de los animales, a los que cazamos y matamos para que nos sirvan de alimento.

Aunque hay otras dependencias menos conocidas, como la que tenemos respecto a las algas laminarias, que concentran el yodo del mar y lo ponen en circulación en el aire, de donde absorbemos las dosis de yodo que nuestra glándula tiroides necesita para fabricar las hormonas que regulan nuestro metabolismo.

Dependemos, igualmente, aunque no sea patente, de los organismos anaerobios que habitan en nuestros intestinos y nos permiten digerir  los alimentos.


domingo, 24 de marzo de 2019

DIOS, DIOSA, DIOSES (1)



Pepe Rodríguez es un polémico pensador, que me abrió los ojos con las sectas religiosas, y al que suelo acudir, a menudo, por estar en sintonía conmigo (o, mejor, yo con él), tanto por los temas que trata como por el modo clarificador con que los trata.

Pepe Rodríguez publicó, en 1999, un libro que lleva por título “Dios nació mujer” o, lo que es lo mismo, que el primer dios era una diosa.
Ya pueden Uds. imaginarse la polémica  que se levantó y quiénes fueron sus principales polemistas.

El primer dios –afirma Pepe Rodríguez- era una diosa, la “gran diosa”, la “gran madre”, que tuvo el monopolio de la divinidad durante miles y miles de años, hasta la llegada del Neolítico, en que los hombres se hicieron sedentarios y apareció la agricultura y la domesticación de animales.

Fue entonces cuando el varón tomó posesión y se hizo dueño y señor de la tierra, desplazando a la mujer al papel de paridora y cuidadora de la prole.
Hasta entonces ella había sido la dueña y señora, a partir de entonces lo será el varón.

Pero si esto fue lo que ocurrió aquí, en la tierra, en el cielo, o en los cielos, ocurrió tres cuartos de lo mismo, la presencia de la “masculinización”.

El “dios” desplazó a la “diosa”.

Un dios varón, todopoderoso, pasó a acumular y a detentar el poder, en exclusiva, ocupando lo más alto de la pirámide celestial, desplazando a la diosa, femenina.

Como he dejado escrito en otros sitios, nosotros, los occidentales, además de ser hijos de Jerusalén (fe y religión monoteísta, moral religiosa eclesiástica) somos más hijos y herederos de Atenas y de Roma (logos, razón, derecho, ciencia, sociedad, politeísmo, ateísmo, agnosticismo….)

(Ya no puede verse en  www.tomasmorales.es, porque la dejé caer, por mi inexperiencia y con el agravante de no haber sacado en otros dispositivos toda la información allí recogida).

Si analizamos las civilizaciones arcaicas y las  primeras civilizaciones con las que estamos más o menos emparentados, sea Mesopotamia-Asiria, sea Egipto, veremos  que en ellas sus grandes dioses eran las fuerzas de la naturaleza. La “madre naturaleza”, la “diosa naturaleza”.
Los dioses del pensamiento arcaico son conceptuaciones de las fuerzas cósmicas.
No hacía falta fe para creer en ellos.
Era obvio que existían y que ejercían una gran influencia en todo lo que sucedía.

Nadie cree en el Sol, en la Luna, en la Lluvia, en el Mar, en la Tierra, en la Tormenta, en el Tiempo,….
No hace falta fe para creer en ellos. Basta (y sobra) con abrir los ojos y se los ve.

Los dioses arcaicos son dioses patentes, dioses manifiestos.

Su existencia era indudable (otra cosa es su esencia, qué son, cómo son esos dioses).
Y como no se sabía qué eran/cómo eran, nuestros antepasados los antropomorfizaron, los psicologizaron, los concibieron a imagen y semejanza de ellos mismos.
Y fue así cómo entre ellos había padres, madres, hijos, hermanos, descendientes, amores, enamoramientos, fidelidades e infidelidades, casamientos, celos, venganzas, engaños, afán de poder,…. también era eso mismo lo que existía entre los dioses cósmicos y naturales que habían sido conceptualizados.

El Sol es masculino y la Tierra es femenina, uno será el padre y la otra la madre, y tendrán descendencia (véanse las distintas y variadas mitologías antiguas).

Nunca mejor dicha la sentencia (pero a la inversa) del Génesis.

No es que Dios, Yahvé, Jehová, Alá,… hicieran al hombre a su imagen y semejanza (claro que, sólo se referían a Adán o a su equivalente, hombre, macho, varón).

Por lo tanto dos consecuencias: Dios era masculino, varón, padre, y Eva, la mujer, lo femenino, no era imagen y semejanza de Dios, y las consecuencias que de ello se derivan.

Que las fuerzas cósmicas existían era algo evidente, pero como nada o casi nada se sabía de ellas, (sólo su existencia y sus consecuencias) de ahí que las personalizaran, de modo arbitrario, y se las imaginaran con figuras humanas o con figuras de animales, inventándose historias que las hacían entrar en relaciones familiares o políticas.

Aunque hubiera “unidad de poder”, siempre había “distribución de funciones”.
Es como el padre que reparte la administración de la hacienda y delega en sus hijos, tomando éstos posesión y mandando, dominando sobre ella. De ahí que habría dioses/diosas del mar, de la tierra, de la agricultura, de la caza, de la lluvia, de la tormenta, del hogar, de los infiernos…
Así blindamos el origen y dominio sobre los fenómenos atmosféricos.

El hombre antiguo no sólo antropomorfizaba a los dioses, haciéndolos a su imagen y semejanza (lo que afirmaría, en el XIX, Feuerbach) sino que, al psicologizarlos también, les atribuían virtudes, vicios, intenciones, emociones, sentimientos, ira, venganza, perdón,…. como si fueran seres humanos.

Dioses, sí, muy superiores a los hombres, pero con caracteres (virtudes y vicios) humanos.

Pero como la evolución es cósmica y no sólo hay evolución darwiniana, también las religiones, los mitos, las leyendas, las historias,…
evolucionan.

Primero fueron los judíos (a los que seguirían cristianos y musulmanes) los que eliminaron lo que los dioses tenían de profundo y protocientífico, como era su identificación con las fuerzas de la naturaleza, por lo que, al conocerlas mejor, mejor se conocerían los dioses respectivos y se quedaron (judíos-cristianos-musulmanes) con lo más supersticioso, su carácter psicológico y personal.

PALABRAS DE UN AGNÓSTICO ( Y 41 )




Es la religión la que busca y necesita, hoy, el apoyo de la ética, y no al revés.

El juicio ético siempre está abierto al debate, también en todas las cuestiones actuales, desde la bioética a la reproducción asistida, desde la eutanasia al aborto,…y siempre revisable, lo más opuesto al prejuicio religioso, dogmático y desde la superioridad que da el púlpito y, aunque alguna vez coincidieran axiológicamente, no confundir a la persona ética con el párroco.

Por ejemplo ¿en qué puede ayudar la religión en cuestiones políticas cuando en la sociedad moderna lo que prima es la democracia siendo así que en la Iglesia lo que prima es la obediencia a la autoridad digitalmente (a dedo) nominada?

No hay mayor amenaza actual a la civilización que el fanatismo religioso, que es el caldo de cultivo, pero no solo entre religiones distintas, sino entre varias interpretaciones dentro de una misma religión, terrorismo, que puede ser vario y variado, pero que todos sabemos cómo actúa el terrorismo islámico, hoy (en otros tiempos sería otro terrorismo de otras religiones o de otras ideologías) y que, a diario, lo vemos por televisión cómo estallan los coches-bomba, las personas-bomba o, lo más triste, lo/s niño/as-bomba, en una mequita o en un mercado de abastos o en una concentración, entre los de la misma creencia en desacuerdo.

Ya no sólo la convicción que impulsa a los terroristas, convencidos de que están ejerciendo la voluntad del Todopoderoso, de matar al infiel que es todo aquel de otra confesión religiosa cualquiera, sino dentro de la misma confesión entre los no acordes con la del terrorista, que suelen ser jóvenes a los que los imanes de turno les han lavado, previamente, el cerebro.

Imagínense una creencia religiosa exacerbada con el poder político en sus manos.

Pero no olvidemos a los piadosos norteamericanos que están convencidos de la próxima venida de Jesucristo, acompañado del cumplimiento de las profecías bíblicas,…

Imaginarse a una sociedad de tales creyentes votar un candidato, y ganar, para Presidente de una Comunidad Política.

La religión metida en política no puede traer consecuencias sociales beneficiosas para la sociedad.
Pero en nuestra Europa democrática, acogiendo inmigrantes de confesiones religiosas no defensoras, precisamente de la forma democrática de vivir, pueden ser elegidos democráticamente como diputados y formar parte de los parlamentos legisladores/legislativos.

Y me viene a la mente la sentencia de (creo) de Gadafi: “con el vientre de nuestras mujeres, desde dentro de la democracia, acabaremos con ella”.
Y, teóricamente, es cierto.
Adiós, pues, al concepto laico de ciudadanía.

Suele considerarse de connotaciones negativas y desdeñosas la sentencia de Nietzsche: “el cristianismo es platonismo para el pueblo”.
Platón era defensor de que los más sabios debían ser los conductores de la sociedad, y no sería malo del todo que hubiese muchos platónicos y, en una sociedad democrática, eligieran a los realmente mejores, ajenos a la publicidad engañadora.

Ni acabar con la jerarquía eclesial, por haberse comportado hipócrita y mafiosamente durante tanto tiempo, ni acabar con las creencias de tanta gente que encuentra en ella consuelo, estímulo para la solidaridad, que gritan contra la injusticia social,…

Abrirle/intentar abrirle los ojos a la gente no es querer sacárselos.

Es la certeza de la muerte (con su incierta hora) lo que nos hace pensar y nos transforma en filósofos.
Es el anhelo de inmortalidad lo que nos hace soñar y nos empuja a la fe religiosa.
Si los sueños son el cumplimiento de los deseos (Freud dixit) sin dudar que el deseo universal de la persona mortal es ser inmortal y poder reencontrarnos con nuestros seres queridos, ya muertos, y que estarán allí esperándonos.

Recuperar lo perdido (los seres queridos) y evitar nuestra propia perdición, es el sueño ideal pero que sólo sería conseguible tras el sueño definitivo de la muerte.

Todos hemos tenido sueños maravillosos y que, al despertarte, dices: “me cago en la mar salada, ¡qué lástima¡ sólo ha sido un sueño”.
Pero también todos hemos tenido pesadillas y que, al despertarnos, hemos dicho: “! Joer ¡ menos mal que sólo ha sido un sueño”

No sólo se cumplen, en el sueño, los deseos, también los temores.
(Mis pesadillas son cuando no encuentro el coche porque no recuerdo dónde lo he aparcado o que me pilla un toro)

Soñamos con el cielo eterno a conseguir y con el eterno infierno a evitar.

Me gusta (me encanta) el famoso soneto: “No me mueve mi Dios, para quererte // el cielo que me tienes prometido.// Ni me mueve el infierno, tan temido, // para dejar por eso de quererte. // Tú me mueves, Señor,…”

¿Tendrá razón Nietzsche cuando afirma que buscar el sentido de la vida en la inmortalidad le roba a la vida presente todo su sentido instintivo y espontáneo, que es luchar contra la inminencia de la muerte?

¿Qué es el “muero porque no muero” sino un desear la muerte para conseguir la mejor vida?

Y ¿cómo no? Pienso muchas veces en Hypatia, a la bella y gran filósofa, que por exponer el pensamiento de los filósofos griegos, los primeros monjes cristianos la arrastraron y apalearon por las calles de Alejandría, el año 415 d. C.
Y pienso en Giordano Bruno, ardiendo en la plaza de las Flores, en Roma.

sábado, 23 de marzo de 2019

PALABRAS DE UN AGNÓSTICO (40)



El prestigio de lo “genético” ha ensombrecido cualquier otro factor evolutivo cuando hoy sabemos que no todo está en los genes, ni siquiera “casi” todo, porque lo “epigenético”…

Pongámonos frente a Las Meninas y oigamos a un admirador que afirme que tanta perfección, ese reflejar casi el aire que hay en el cuadro, no es propio de un hombre sino de un dios, que se ha valido de un hombre para manifestar tanta belleza, es un “auténtico milagro” que nos reclama afirmar la existencia de un dios…
Pero, al acabar de hablar el admirador número uno, el visitante espectador número dos dice que, a fin de cuentas, qué es ese cuadro sino una superposición de diversos pigmentos de origen vegetal o mineral, distribuidos con pericia sobre la superficie textil de manera que, a cierta distancia, aparecen formas de objetos y personas que…pero que en resumidas cuentas,….

El primer admirador afirma que “es nada menos” que un milagro que…mientras el segundo espectador afirma que “no es más que”…

Un admirador no fanático dirá que “uno se pasa” y el “otro no llega”, que el cuadro está “más acá” de los dioses pero “más allá” de lo meramente físico y químico.

Nadie discute que si no hubiera materia orgánica neuronal en el cerebro no habría pensamiento, que las operaciones del espíritu dependan de sustratos orgánicos.
Esto cualquier ser pensante lo afirmará, que sin esa materia no existiría el espíritu, pero otra cosa es afirmar que ese espíritu, cuando ya no exista esa materia sustentadora, siga existiendo separado de ella.

Uno dirá que “nada menos que” tras la muerte de la materia….mientras el otro afirmará que “no es más que” producto evolucionado de la materia y que cuando….

Ni refugiarse en las alturas de los cielos, ni enterrarse en las profundidades del suelo.

Los abogados divinos afirman que el hombre se rebaja cuando se suelta de los cielos mientras los abogados terrestres afirman que el hombre se empina demasiado sacando pecho y asomando la cabeza por encima de la materia.

Ni nos humilla la pérdida de parentesco celestial ni nos encumbra provenir de una combinación de aminoácidos.
¿Dejaría, por ello, lo espiritual de ser espiritual?

La fe no es algo transitorio que aparece en el niño, como los dientes de leche, que se le caerán sustituidos por otros, ni como el acné del adolescente que, con el tiempo desaparecerá, eso no puede afirmarlo un ateo consecuente.

Quienes están faltos de fe religiosa ¿se lamentan de carecer de ella como algo valioso?.
¿Es la fe sólo la respuesta a nuestros más íntimos deseos?

La presencia del deseo de que Dios exista ¿puede conducir a la verdad de su existencia?

Somos mortales, sabemos que somos mortales, eso nos hace más hombres y negarlo y ver que todos se mueren con forma de mortales…

Desear que Dios exista, del creyente; desear que Dios no exista del ateo.
¿Existe/existirá Dios?

Nadie quiere morir y si le sirve de consuelo la creencia de que hay otra vida, eterna además, y que puede conseguirse con practicar los preceptos obligatorios y no practicar los prohibidos…y no les es suficiente la formación ética y las conductas sociales…

B. Russell decía algo así cómo: ¿Cómo es posible que Dios, Omnipotente, Omnisciente, Infinitamente Bueno, y …(todo lo demás), tras millones de años dirigiendo el universo y haciendo que apareciera el hombre, al final consiente que aparezca un Hitler, un Stalin, la bomba atómica,…?

En todos los textos sagrados, revelados, hay de todo, como en botica, desde consejos humanitarios hasta mandamientos asesinos, y uno puede acogerse a un tipo de textos y ensalzarlos mientras otro hacer hincapié en los otros para denigrarlos.

Todos sabemos que las religiones proponen, sobre todo, la “obediencia” y nada tiene que ver con una moral autónoma basada en razones.
Y si la “obediencia” lleva aparejadas penas eternas que sufrir o recompensas eternas celestiales…habrá que decir adiós a lo que la razón diga, o proponga.

Sumisión, intimidación, soborno,…¿qué podemos decir?
Cualquier cosa menos hacer a la gente mejor por cumplir las órdenes, nada más lejos de la madurez personal.

La sede de la autonomía y de la madurez moral, en la persona, es la “libertad de conciencia” y ésta ha sido condenada por la Iglesia Católica durante toda la historia, hasta la celebración del Concilio Vaticano Segundo.
Como por ejemplo: “Máxima falsa y absurda o, más bien, delirio el que se deba procurar y garantizar a cada uno la libertad de conciencia” (1.832, Papa Gregorio XVI)

Sin libertad de conciencia sólo hay inquisición totalitaria pero no ética y lo chocante es que esa misma Iglesia pretenda, hoy, tener derecho preferente a educar a los niños, cuando todos sabemos que…

No es cierto que la Religión sea un buen refuerzo para la Ética, sino al contrario.

Es la Ética humanista y laica, la vigente (o la que debería estar vigente) en nuestras sociedades democráticas, la que hacen más o menos compatibles las doctrinas religiosas con la sociedad en que vivimos.
Porque, hasta ahora, y por lo general, la doctrina religiosa ha sido misógina, antihedonista, jerárquicas, enemiga de la libertad de pensamiento y de investigación.
Sus mensajes, a través de toda la historia, no han sido, precisamente, edificantes, ni humanos tan siquiera, más bien, y en cuanto podían, han sido intransigentes, perseguidoras del diferente, misóginos, integristas, fanáticos, represores,…en una palabra, “inmorales”.

jueves, 21 de marzo de 2019

PALABRAS DE UN AGNÓSTICO (39)



Dice la Wikipedia que un lazareto es un hospital o edificio similar, más o menos aislado, donde se tratan enfermedades infecciosas. Históricamente se han utilizado para enfermedades contagiosas, como la lepra o la tuberculosis y algunas de estas instalaciones eran más bien de reclusión, sin ningún tipo de cuidados médicos ni salubridad.

Lo que se hacía con los herejes ni siquiera era un lazareto.

Desde la Playa de La concha se divisa una pequeña isla, la isla de Santa Clara en la que –según cuenta un donostiarra de pro, F. Savater –hace siglos se enterraban allí a los blasfemos, los sacrílegos, los herejes, los suicidas y gente por el estilo.
Se trasladaba el cadáver del susodicho en una barca, sin ceremonias, y la gente desde la orilla, en plan jauría, solían terminar sus insultos con: “este sí que va derechito al infierno”.

Lo mismo que se hacía cuando alguien iba a ser condenado a la hoguera o a otro martirio mortal y la gente madrugaba para coger un buen sitio desde el que ver bien la escena.

Hasta en mi pueblo, en una gran cruz, junto a la puerta de entrada a la Iglesia estaba (¿está?) la Cruz de los Caídos, con 10 o 12 nombres escritos de los muertos del bando nacional (¿es que no eran "nacionales", al menos igual que los de azul, los franquistas, los republicanos?, mientras en un rincón del Cementerio o Camposanto, estaba el “cementerio civil” donde se enterraban a los ateos declarados.

Mi pueblo cayó en "zona nacional", no creo que hubiera republicanos en un pueblo tan pequeño, aunque algunos fueron "paseados", en la noche, hasta el Monte de La Orbada (un cementerio).

Durante gran parte de nuestra historia lo normal era el maltrato al disidente religioso, al que no creía o negaba creer dogmas y misterios religiosos.
Desde leer libros prohibidos a diseccionar cadáveres, desde mirar demasiado a las estrellas a no asistir a ceremonias religiosas, o no guardar los días de descanso, trabajando, decir palabrotas o blasfemias, acostarse con otra persona sin matrimonio mediante,…cosas que la mayoría no hacía y el disidente sí, por lo que sería castigado.

Esa falta de fe, prácticamente demostrada o denunciada, te ponía ante un Tribunal de la Santa Inquisición y si no confesabas, incluso con el tormento variado y repetido hasta casi, ya, dejarte muerto, se te condenaba a muerte.

La fe se define como “creer lo que no vimos/no vemos”, que quiere decir que la razón y sus argumentos nada valen porque está por encima de ellos.

Cuenta Mark Twain que un niño, a la pregunta del maestro de qué era la fe, respondió: “la fe es creer en lo que sabemos que no hay”.
Hoy este niño habría estado en las mazmorras de la Inquisición y después…

Creer es afirmar que lo que sólo es posible (incluso imposible) es real, es aceptar una verdad artificial en contra de una verdad objetiva y por encima de ella.
La misma duda ya ofendía, entonces.

Bien pensado la creencia es una pereza intelectual al afirmar como verdad lo que no sabe que lo es, incluso lo que va en contra del saber.

El que duda de los dogmas o el que es indiferente a los dogmas y misterios es más coherente y más sincero que el creyente en sí: afirma que no lo sabe y duda de ello, siendo indiferente a ello y sin luchar contra ello.

Tanto el agnóstico como el ateo no son/no tienen que ser anti-teos.

No se sabe, se afirma que no se sabe, se afirma que no lo sabe y no quiere aceptarlo como verdad, que es lo que hace el creyente.

Y si la fe es así, la “credulidad” es peor.

Como nuestra verificación, muchas veces, no es tan firme ni tajante como nos gustaría, uno puede “creer, tener fe” en esa verdad no totalmente verificada ni probada.
Pero es que el “crédulo” está dispuesto a tragarse lo inverosímil, lo raro, lo chocante, hasta lo disparatado y absurdo, lo que sea, y muchas veces para seguir conservando su privilegio.
Es reacio al más mínimo esfuerzo, abre la boca y se lo traga si con ello consigue…

Hoy mismo leo en la prensa que quieren canonizar a Franco porque se le ha aparecido a alguno, porque ya ha hecho algún milagro, porque…
(No me lo explico a no ser que el manicomio o frenopático o psiquiátrico esté saturado)

Lo característico de la “credulidad” es su carácter “acrítico”, por eso cree en extraterrestres, en apariciones diabólicas, en fuerzas extraterrestres, en las armas de destrucción masivo del trío de las Azores y que tanto insistía mi entonces Presidente del Gobierno, el ínclito Sr. Aznar, por haberle permitido Bush poner los zapatos encima de la mesa.

La educación no debería combatir implacablemente la fe (la creencia) sino la “credulidad”

Y entre la fe y la credulidad hay toda una escala de matices que usan las religiones.

Naturalmente que, frente a la “credulidad extrema o por exceso” está el “cientifismo reductor” que despacha como supersticiones sin sentido no sólo las soluciones religiosas sino incluso las inquietudes humanas de que provienen.

Que si hay un diseño debe haber un diseñador es tan evidente como que si hay recaudación tiene que haber un recaudador y si se está jugando tiene que haber jugadores, pero ¿quién ha dicho que el universo es un “diseño”? y si lo fuera ¿por qué tiene que ser Dios ese diseñador?

La teoría del Diseño Inteligente es el disfraz que los creacionistas han usado para poder colarse en la enseñanza de la escuela ya que el concepto de “creación” es demasiado religioso.
La verdad es que dicha teoría es un creacionismo de personas con estudios elementales.

PALABRAS DE UN AGNÓSTICO (38)



Aunque sabemos que no todas las personas se lo toman de la misma manera: una persona neurótica no actúa como una persona estoica.

Habrá que quitarle la razón a Freud cuando afirma que la “religión es una neurosis infantil “colectivizada” (una neurosis colectiva) porque la religión también es una “sublimación” de la vida y que le aporta una especie de prótesis de inmortalidad.

Pero hay religiones y religiones, muy distintas, por lo que la cuestión no es “religión vs no religión” sino “qué clase de religión” (dice Fromm), porque no es igual la que paraliza que la que estimula.

Nadie puede ahorrarse el miedo ante la muerte pero se puede tener, o no, una convicción consoladora de que “moriremos, sí, pero para bien” (“muerte, ¿Dónde está tu victoria”?) si voy a ser yo el ganador.

Esas tres formas mortales de ser inmortales (de las que ya he escrito): “plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro” para seguir viviendo, tras la muerte, en la naturaleza, en los hijos a través de los genes, en las personas que te lean, aunque luego salgan los aguafiestas y digan que al árbol no basta con sembrarlo/plantarlo, que hay que cuidarlo, regarlo, abonarlo… y al hijo no sólo hay que alimentarlo, hay que informarlo y formarlo, educarlo y el libro hay que venderlo y que sean muchos los que lo compren.

Es verdad que como individualidades somos prescindibles, desechables, porque el grupo sigue cuando nosotros ya no estemos pero si que somos necesarios no sólo para que el grupo siga sino que haya sido mejor por nuestra participación cuando estábamos en él.

Una vez creados, por los dioses, los grupos, éstos deben seguir puros y no ser contaminados.
Los individuos que los forman, los particulares, son eso, partículas, que van y vienen, y deben permanecer fieles a las esencias rituales que conjuran el peligro de corrupción y decadencia.

Cambiar es perecer: no moriremos como grupo, como colectivo, mientras sigamos siendo como fuimos antes y como debemos ser siempre.
Lo idéntico permanece mientras siga siendo idéntico.
La primera y primordial forma de perpetuación (del grupo) es la reproducción de sus miembros, pero “de lo mismo con lo mismo” para que nunca llegue lo diferente: el Incesto: la seducción primera y más poderosa, para que nada extraño al grupo entre en el grupo para que se mantenga puro, no contaminado.

Incesto: “Relación sexual entre familiares consanguíneos muy cercanos o que proceden por su nacimiento de un tronco común”, la mejor forma de mantener puro al grupo, la mejor forma de alejar la mortalidad del grupo, al haber menos resquicio para que se cuele la muerte (pero nadie sabía las consecuencias de la recombinación de genes entre familias) pero el incesto sería considerado el “tabú originario”: “Prohibición de matrimonio, o de la relación sexual ajena al matrimonio, entre la persona y determinados parientes cercanos que, salvo excepciones, incluye siempre a los hermanos o hermanas, a los padres y a los hijos”.

El incesto sigue asentado de manera mucho más difícilmente erradicable y habrá que sustituir el apego a padres y hermanos (hipertrofia de lo familiar) por la adhesión a grupos como los amigos, la nación, el Estado o el grupo religioso de pertenencia.

¿Qué madre no ha oído de su niño, pequeñito, que él sólo se casará con su madre? (y aquí entra Freud y sus complejos de Edipo y de Electra, y la necesidad de matar al padre, como el gran competidor que le roba la madre al niño…)

“La persona orientada incestuosamente es capaz de sentir apego hacia personas familiares a ella….En esta orientación todos sus sentimientos e ideas están juzgados en términos, no de bueno o malo, verdadero o falso, sino familiar o no familiar. Cuando Jesús dijo aquello de “he venido a separar al hijo de su padre, y a la hija de su madre y a la nuera de su suegra” no quería señalar el odio hacia los padres sino señalar de la forma más drástica e inequívoca el principio de que el hombre tiene que romper los lazos incestuosos y hacerse libre  con el objeto de ser humano” (E. Fromm).

La familiaridad pretende perpetuar la vida incubándola, pero el espíritu nace de la búsqueda incesante de formas diferentes de ser semejantes.

Ser y verse, considerarse semejantes les permite a los hombres entrar en contacto entre sí, la amistad, el amor,…

Cuando uno se identifica totalmente con el grupo le es más difícil salir de él porque, quizá, tema sentirse desarropado ante los de otros grupos, como si allí fuera siempre hiciera frío...

Parafraseando a Unamuno, al que se le atribuye la sentencia de “El fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando” podríamos afirmarlo de los que se sienten tan nacionalistas, tan identificados con el grupo, leyendo lo que todo el grupo lee, oyéndose entre sí, gritando lo mismo contra el otro…que esa “identidad” les cierra el acceso a la “cultura”, a los de otros grupos.

El pegamento del grupo, esta repetición clónica de lo idéntico, coarta la libertad de una complicidad civilizada con los demás de otros grupos.

Nada hay más empobrecedor y perverso que absolutizar y arroparte con la bandera de cualquier identidad cultural, cuando lo enriquecedor es buscar la combinación con lo distinto, descubriendo otra perspectiva.

La razón humana (junto a la imaginación) rompe con lo familiar en busca de criterios más anchos de moral y veracidad.

“El desarrollo de la humanidad es el desarrollo del incesto a la libertad” (E. Fromm)

Considerar el cuerpo como la cueva, como el sepulcro del alma, como el caparazón que encierra dentro de sí al alma, a la vida como biografía es un avance a ir más allá de la vida biológica.
Cuando Sócrates es capaz de tomar la cicuta y acabar con su vida biológica lo hace por no traicionar y ser consecuente con su vida biográfica, con su vida.

Llegado el caso, una persona con carácter tiene la fuerza de renunciar a su envoltorio físico como quien prescinde de un ya incómodo gabán.

La fama y el buen nombre, logrados por el servicio a la comunidad, es un valor (ya para griegos y romanos) superior a unos años más de vidas biológica.
Y no quiero olvidar a aquellos que dieron su vida por una creencia, por un ideal, por la libertad, por la patria,…mártires, religiosos o laicos, a los que no les importa poner fin a su vida por un valor superior.

Esta vida acabará, porque es mortal, pero la otra seguirá viva en la mente de los otros.
Era una manera de no morir del todo, de sortear a la muerte como aniquilación y perdición, seguir siendo inmortal en la memoria de la comunidad y de la historia.
Ni Sócrates, ni Jesús de Nazaret, ni Marx, ni… tantos otros, que han dejado ya esta vida, pero no han muerto del todo porque siguen estando presente en nosotros en forma de recuerdos.

Son los que creyendo o no en la inmortalidad sobrenatural han cogido atajos que los han llevado a otro tipo de inmortalidad.

El creyente ve esta efímera y limitada vida como el comienzo de otra vida permanente, eterna.

Hannah Arendt, respondiendo a la doctrina del “ser-para-la-muerte” de su maestro y amante, M. Heidegger, ofreció otra alternativa.
“El ciclo vital del hombre corriente hacia la muerte llevaría inevitablemente todo lo humano a la ruina y a la destrucción si no fuera por la facultad de interrumpirlo y comenzar algo nuevo, una facultad que es inherente a la acción como un permanente recordatorio de que los hombres, aunque deban morir, no han nacido para morir, sino para comenzar”.

Los humanos no venimos al mundo “para” morir (aunque moriremos) sino para engendrar nuevas acciones y nuevos seres: somos hijos de nuestras propias obras y también padres de quienes emprenderán a partir de ellas o contra ellas trayectos inéditos.

Mientras estamos vivos, con nuestros actos, seguimos poniendo o quitando números al número acumulado anterior.
Sólo cuando morimos es cuando se le echa la raya y se ve el resultado final.
Somos el resultado de las obras que hemos puesto en circulación y según ellas, hemos sumado o restado, “somos lo que hemos hecho”  y la posteridad nos dará las gracias si hemos aportado a la humanidad o nos lo recriminará si hemos contribuido a empobrecerla.