Y al naturalizarlo todo lo no
natural deja de ser interesante, porque tampoco es ya útil.
Conocemos desde lo que
necesitamos o pretendemos, reconocemos desde lo que somos y si sólo somos
naturaleza y nada hay en nosotros como una chispa del alma, nos instalaremos en
el mundo de lo calculable, de lo manipulable, de lo utilitario.
Nadie conoce a un humano en
cuanto humano si sólo lo conoce como humano, si no se reconoce en él.
Ese reconocimiento mutuo en
el otro, eso es lo sagrado, no el conocimiento de lo otro.
“Lo sagrado son los otros”
NO a la esclavitud, NO a la
pena de muerte, NO al maltrato.
Las personas, por el mero y
simple hecho de existir, tienen “dignidad” y no precio, son dignos y
merecedores de respeto, porque no son cosas. Y ninguna cosa es respetable,
aunque sea muy cara.
Lo sagrado ha sido lo que la Iglesia ha considerado
“sagrado”: objetos sagrados, lugares sagrados, personas sagradas,… y en otras
culturas han sido sagrados algún tipo de árbol, algún río, algún animal,…
Lo sagrado era lo “tabú”, lo
prohibido, lo que sólo podía ser tocado o comido por el intermediario ante
Dios.
Todavía recuerdo lo
embarazoso del cura de mi pueblo cuando, dándole la comunión a una joven, la
hostia se le cayó por el canalillo de la muchacha.
¿Cómo recuperarla sin tocarle
los pechos?
O cuando la hostia se le caía
al suelo y tenía que ponerse de rodillas y con una paño consagrado limpiaba y
limpiaba para no dejar rastro alguno de la hostia en el suelo porque la hostia
estaba consagrada y Dios estaba presente en la hostia, en su substancia, igual
en un trocito que en la hostia entera, como igual de pan es un trocito que el
pan entero. La cantidad es sólo un accidente.
Nadie que no fuese el
sacerdote (“persona sagrada o consagrada”) podía tener acceso a tocar con las
manos la hostia, el “cuerpo de Cristo”, lo que sería un sacrilegio (“Profanación
de algo que se considera sagrado, especialmente cuando el profanador conoce el
valor sagrado de lo que profana”).
El sacrilegio es, pues, una
profanación (“Tratamiento ultrajante o irrespetuoso que se hace de algo que se
considera sagrado o digno de respeto”), una transgresión ligada a esa creencia
religiosa. En este caso por la creencia de que, tras la pronunciación de las
palabras: “Éste es mi cuerpo y ésta es mi sangre”. Se
producía el misterio de la transubstanciación y el pan dejaba de ser pan y el
vino dejaba de ser vino y se convertían en la substancia del Cuerpo y la Sangre de Cristo, siguiendo
el modelo de la metafísica de Aristóteles de las categorías
substancia-accidentes.
Y todo por la creencia de la
autoridad eclesiástica, sin la posibilidad de la más mínima verificación.
Y como el sacerdote, lo es
“in aeternum”, aunque colgase los hábitos seguía siéndolo y nadie podía
despojarlo del sacerdocio por lo que, una vez secularizado, si pronunciaba las
palabras sagradas creaba un problema hasta social.
¿Es que, para que algo sea
sagrado, hay que apelar a instancias divinas o sobrenaturales, directa o
indirectamente?
Lo cierto es que, si miras a
la forma de pensar y de actuar de las personas parecen dividirse en dos bandos
enfrentados: “fanáticos sin fronteras” frente a “pragmáticos sin fronteras” por
lo que el encontronazo, manifiesto o latente, siempre está ahí.
“Pensar la vida, ésa es la
tarea” o como afirma Ortega: “La realidad primordial, el hecho de todos los
hechos….lo que me es dado es “mi vida” y mi vida es…hallarme yo en este
mundo….en este instante….haciendo lo que estoy haciendo… “se acabaron las
abstracciones” (ironía orteguiana).
La verdad es que,
precisamente ahora, tras el hecho de los hechos, tras la vida, comienzan las
abstracciones.
Pero, como he escrito en otro
lugar, la vida, mi vida, tiene dos registros: el biológico (que tiene que ver
con el cuerpo) y el biográfico (que hace referencia a la estructura entera
cuerpo-alma-espíritu)
Podemos afirmar que nacemos
por azar y que si seguimos vivos es por chiripa, porque las amenazas internas y
externas nos reclaman constantemente para no dejarnos “guadañar”.
“Nos “nacen hombres”
(biología), nos “hacen humanos” (un tipo de hombres según familia, sociedad,
cultura,..), nos “hacemos personas” (Ése soy yo, mi yo, el responsable por
haberme dejado llevar o por haber cortado con lo anterior y haber optado por
este camino. Es mi “biografía” de la que soy el principal (si no el único)
autor y responsable.
Primero somos “cuerpos” sólo
después “humanos” y, finalmente “personas” de ahí que nadie se extrañe que
primero sea la “higiene” y, sólo después, la “Ética”
La vida es del cuerpo
(“biología”), sólo después, llegará la “biografía”, en un permanente y
constante “feed back”
Lo valioso para la “vida” es
lo que nos defiende de la enfermedad y del deterioro, lo “saludable” y nos
resguarda de la muerte, alejándola, al menos un poco, retrasándola aunque
sabemos que es inevitable y que al final…caeremos, todos, en el abismo, en la
perdición, en la desaparición.
Vivir es luchar por
sobrevivir, aplazar lo irremediable, aplazar la fecha de caducidad.
Son muchos lo que afirman que
están dispuestos a dar su vida (lo más sagrado) por sus hijos, o por su Dios, o
por un ideal, y no les importaría morir por ello.
Aunque parezca o sea una
paradoja.
Si en lo biológico (en el
cuerpo) lo opuesto a la vida es la muerte, y por eso se pelea, en lo
biográfico, en la vida del espíritu, la vida incluye contar con la muerte.
¿Es más realista quien se
atiene a lo corporal que quien se guía por el espíritu (que sería el idealista,
el de la ensoñación?
Si el animal se apega al
presente, si para él la vida es la supervivencia, es porque ignora la certeza
de la mortalidad y la pelea por la vida es la estrategia de su “inmortalidad”,
no morir, no dejarse matar, mientras vive es inmortal porque desconoce que,
después, en un después más corto o mas largo, la muerte le llegará.
El animal vive el presente
como una inmortalidad que no sabe que es provisional.
Él es sólo un “ejemplar” de
la especie y no le afecta totalmente la vida o la muerte de sus congéneres, él
es una realidad individual.
El hombre no funciona así,
porque no sólo tiene cuerpo y sabe y anticipa la mortalidad que sabe que
llegará, por eso podrá vivir más intensamente mientras está vivo, que es más
que una mera supervivencia.
¿Y por qué conformarse con sólo
vivir, en esta vida, sabiendo que morirá, cuando puede soñar, desear, anhelar
otra vida, más dilatada (incluso eterna) y mucho mejor, tras esa muerte futura
cuando se haga presente?
El hombre, que puede dar la
muerte por descontada, cree en la otra vida tras la muerte.
Y cree en ella porque la
desea.
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