jueves, 14 de marzo de 2019

PALABRAS DE UN AGNÓSTICO (32)


(Tras un descanso vacacional continúo con mis reflexiones/obsesiones agnósticas)


El Estado está obligado a formar ciudadanos, no creyentes.

Estoy cansado de repetir que, cuando un alumno salga de la escuela o del instituto es libre para irse de paseo, jugar al fútbol, irse a su casa a estudiar o ir a la parroquia más cercana al centro y/o a su vivienda para recibir instrucción religiosa.

La iglesia, como espacio, es el lugar adecuado para la catequesis y la formación religiosa, y es allí donde deben estar los curas o pastores de las confesiones correspondientes.

Se puede ser/se debe ser, además de creyente practicante ser un buen ciudadano y ésta es la misión del Estado, la “ciudadanía”, y no la “religiosidad”, que debe ser enseñada en los lugares religiosos.

Todos sabemos (sobre todo los que hemos estado muchos años implicados en la enseñanza) las famosas notas del cura correspondiente que, además, no está ahí por haber aprobado una oposición, sino por el método digital, nombrado por el Obispo, pero pagado por el estado.

En la próxima reforma de la Constitución, cuando ella sea, sería necesario romper el Concordato con el Vaticano y su consecuencia, sacar la religión de la escuela.

¿Los padres tienen derecho a la educación de sus hijos? Por supuesto que sí, pero si quieren una educación religiosa que acudan a los colegios religiosos, pero no a la escuela pública.

Neutralidad total, pues, del Estado ante las diversas confesiones religiosas, no prohibirlas (allá ellas) pero cerrarle el paso a la escuela pública.

Cuando, alegremente, se denuncia cómo se hiere el “sentimiento religioso”, eso mismo podía decir un ateo de cómo la exhibición pública de creencias hiere sus sentimientos ateos.

Recuerdo mis tiempos de profesor en Córdoba y cómo los creyentes aplaudían la actitud no sólo tolerante, sino respetuosa del ento9nces su alcalde, comunista, Julio Anguita, durante cuyo mandato se dieron todas las facilidades a todas las cofradías para procesionar sus imágenes, cerrando al tráfico rodado las calles de “la carrera procesional”.

Las religiones son –y no creo que haya alguien que lo dude – formas de expresión de valores, de experiencias, de anhelos humanos, sabiéndose mortales en este mundo transitorio.

Despreciarlas por su nulo carácter científico es una señal de incultura, pues las tradiciones religiosas pertenecen a la interpretación y valoración de la existencia humana en el mundo, no a la descripción del funcionamiento del mundo, que corresponde a la ciencia.

Pero como hemos expuesto antes, las orientaciones morales y sociales de los textos sagrados son sumamente ambiguas (por no decir algo peor).
Como provienen de épocas muy antiguas y de circunstancias históricas diferentes de las actuales, tomar literalmente sus preceptos son, con frecuencia, opuestos a los valores cívicos de la modernidad.

Me viene a la mente el mandamiento del día del Señor, el Domingo en el cristianismo, dedicado al Señor, con la obligación de oír “misa entera” y con la prohibición de trabajar (y yo me imagino a ésta mi Málaga, sin autobuses, sin taxis, sin panaderías, sin bares, sin aviones ni trenes, sin gasolineras,…porque es el día del descanso obligatorio).
(Y tengo anécdotas de mi pueblo, multando por segar o por trabajar en la era, los domingos y “fiestas de guardar”, y…y……)

Los Libros Sagrados, sus preceptos, chocan de frente, totalmente, en el día de hoy con la vida moderna y, a veces, son recomendaciones monstruosas.

Releo, a veces, el Antiguo Testamento y tengo que cerrarlo por los mandatos de Yahvé, celoso y sanguinario, a su pueblo con los creyentes en otros dioses.

El que cree, cree y experimenta una verdadera creencia, otra cosa es que sea verdad lo creído.

La experiencia religiosa es totalmente privada y no hay criterio objetivo para justificar su verdad y cuando entran en conflicto con verdades científicas y universales deben volver a su ámbito privado.

Cuando hay colisión entre la legislación de una sociedad democrática y un mandato o prohibición de un libros sagrado, deben prevalecer los valores instituidos en aquella, en la legislación democrática.

Lo que costará mucho a los dogmáticos creyentes que afirmarán que la verdad revelada debe estar por encima de la verdad humana.
La situación insostenible que se produciría si los dogmáticos de todas las religiones tuvieran que convivir en una sociedad democrática.
Si cada grupo afirma y se reafirma en su singularidad cultural la tragedia está anunciada a no ser que todos se consideren “ciudadanos” de la misma comunidad política sin afectar a su singularidad religiosa.

Todos deben cumplir las mismas normas de circulación o las obligaciones con Hacienda y cumpliendo sus liturgias y rituales religiosos en sus lugares respectivos sean los viernes, los sábados o los domingos.

Son las Constituciones correspondientes los fundamentos normativos y los límites a su propia legitimidad.

Pero, igual que los creyentes tienen sus derechos en manifestar sus creencias, también los no creyentes tienen los suyos a exteriorizar libremente sus críticas antirreligiosas y anticlericales (y se me viene a la mente la manifestación, en España, con la “Procesión del Coño Insumiso”.

Igual que hay religiosos convencidos, con sus derechos, también hay/puede haber antirreligiosos convencidos, con los suyos.
Y las creencias y tradiciones religiosas no deberían gozar de ninguna bula especial, que tantas veces se reclama.

Nadie pone en duda que las religiones generan miedo, supersticiones, sumisiones intelectuales y, todas o casi todas ellas se rigen por promesas imposibles de saber su cumplimiento.
La unión que ellas causan entre la comunidad en la que rige choca o puede chocar con otra comunidad que se rige por otra religión por lo que la sociedad en que ambas se encuentran queda tocada.
Y si para el creyente es más importante su credo, y se reafirma en él, que las obligaciones de la ciudadanía que comparte con todos, el problema está servido y habrá que controlar a sus autoridades eclesiásticas, las enseñanzas que promueven y las pretensiones de poder que comportan.

Y todos sabemos que los discursos religiosos están llenos de falsedades, distorsiones y mucha propaganda y es la cultura laica la que debe promover la crítica de estas cosas.

Una sociedad laica es aquella en la que es posible desenmascarar las imposturas del clero y, en general, de los profetas religiosos poniendo a disposición de los ciudadanos instrumentos para emanciparse de las enseñanzas religiosas.

El Estado tiene todo el derecho a inmiscuirse en las enseñanzas religiosas si éstas crean o pueden crear distorsiones en la convivencia ciudadana o en la salud mental del convencido creyente antes de que pase al estado de fanatismo con las posibles consecuencias terroristas que puede causar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario