Es la religión la que busca y
necesita, hoy, el apoyo de la ética, y no al revés.
El juicio ético siempre está
abierto al debate, también en todas las cuestiones actuales, desde la bioética
a la reproducción asistida, desde la eutanasia al aborto,…y siempre revisable,
lo más opuesto al prejuicio religioso, dogmático y desde la superioridad que da
el púlpito y, aunque alguna vez coincidieran axiológicamente, no confundir a la
persona ética con el párroco.
Por ejemplo ¿en qué puede
ayudar la religión en cuestiones políticas cuando en la sociedad moderna lo que
prima es la democracia siendo así que en la Iglesia lo que prima es la obediencia a la
autoridad digitalmente (a dedo) nominada?
No hay mayor amenaza actual a
la civilización que el fanatismo religioso, que es el caldo de cultivo, pero no
solo entre religiones distintas, sino entre varias interpretaciones dentro de
una misma religión, terrorismo, que puede ser vario y variado, pero que todos
sabemos cómo actúa el terrorismo islámico, hoy (en otros tiempos sería otro
terrorismo de otras religiones o de otras ideologías) y que, a diario, lo vemos
por televisión cómo estallan los coches-bomba, las personas-bomba o, lo más
triste, lo/s niño/as-bomba, en una mequita o en un mercado de abastos o en una
concentración, entre los de la misma creencia en desacuerdo.
Ya no sólo la convicción que
impulsa a los terroristas, convencidos de que están ejerciendo la voluntad del
Todopoderoso, de matar al infiel que es todo aquel de otra confesión religiosa
cualquiera, sino dentro de la misma confesión entre los no acordes con la del
terrorista, que suelen ser jóvenes a los que los imanes de turno les han lavado,
previamente, el cerebro.
Imagínense una creencia
religiosa exacerbada con el poder político en sus manos.
Pero no olvidemos a los piadosos
norteamericanos que están convencidos de la próxima venida de Jesucristo,
acompañado del cumplimiento de las profecías bíblicas,…
Imaginarse a una sociedad de
tales creyentes votar un candidato, y ganar, para Presidente de una Comunidad
Política.
La religión metida en
política no puede traer consecuencias sociales beneficiosas para la sociedad.
Pero en nuestra Europa
democrática, acogiendo inmigrantes de confesiones religiosas no defensoras,
precisamente de la forma democrática de vivir, pueden ser elegidos
democráticamente como diputados y formar parte de los parlamentos legisladores/legislativos.
Y me viene a la mente la
sentencia de (creo) de Gadafi: “con el vientre de nuestras mujeres, desde
dentro de la democracia, acabaremos con ella”.
Y, teóricamente, es cierto.
Adiós, pues, al concepto
laico de ciudadanía.
Suele considerarse de
connotaciones negativas y desdeñosas la sentencia de Nietzsche: “el
cristianismo es platonismo para el pueblo”.
Platón era defensor de que
los más sabios debían ser los conductores de la sociedad, y no sería malo del
todo que hubiese muchos platónicos y, en una sociedad democrática, eligieran a
los realmente mejores, ajenos a la publicidad engañadora.
Ni acabar con la jerarquía
eclesial, por haberse comportado hipócrita y mafiosamente durante tanto tiempo,
ni acabar con las creencias de tanta gente que encuentra en ella consuelo,
estímulo para la solidaridad, que gritan contra la injusticia social,…
Abrirle/intentar abrirle los
ojos a la gente no es querer sacárselos.
Es la certeza de la muerte
(con su incierta hora) lo que nos hace pensar y nos transforma en filósofos.
Es el anhelo de inmortalidad
lo que nos hace soñar y nos empuja a la fe religiosa.
Si los sueños son el
cumplimiento de los deseos (Freud dixit) sin dudar que el deseo universal de la
persona mortal es ser inmortal y poder reencontrarnos con nuestros seres
queridos, ya muertos, y que estarán allí esperándonos.
Recuperar lo perdido (los
seres queridos) y evitar nuestra propia perdición, es el sueño ideal pero que
sólo sería conseguible tras el sueño definitivo de la muerte.
Todos hemos tenido sueños
maravillosos y que, al despertarte, dices: “me cago en la mar salada, ¡qué lástima¡
sólo ha sido un sueño”.
Pero también todos hemos
tenido pesadillas y que, al despertarnos, hemos dicho: “! Joer ¡ menos mal que
sólo ha sido un sueño”
No sólo se cumplen, en el
sueño, los deseos, también los temores.
(Mis pesadillas son cuando no
encuentro el coche porque no recuerdo dónde lo he aparcado o que me pilla un
toro)
Soñamos con el cielo eterno a
conseguir y con el eterno infierno a evitar.
Me gusta (me encanta) el
famoso soneto: “No me mueve mi Dios, para quererte // el cielo que me tienes
prometido.// Ni me mueve el infierno, tan temido, // para dejar por eso de quererte.
// Tú me mueves, Señor,…”
¿Tendrá razón Nietzsche
cuando afirma que buscar el sentido de la vida en la inmortalidad le roba a la
vida presente todo su sentido instintivo y espontáneo, que es luchar contra la
inminencia de la muerte?
¿Qué es el “muero porque no
muero” sino un desear la muerte para conseguir la mejor vida?
Y ¿cómo no? Pienso muchas
veces en Hypatia, a la bella y gran filósofa, que por exponer el pensamiento de
los filósofos griegos, los primeros monjes cristianos la arrastraron y apalearon
por las calles de Alejandría, el año 415 d. C.
Y pienso en Giordano Bruno,
ardiendo en la plaza de las Flores, en Roma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario