domingo, 31 de marzo de 2019

PERO...¿ES QUE EXISTE DIOS? ( 3 )



La experiencia es la piedra de toque, el juez al que obligatoriamente hay que recurrir para que dictamine.

Pero las verdades científicas (y los científicos lo saben) deben ir, siempre, escritas en minúsculas, porque mañana mismo otro científico u otro equipo de científicos, descubren algo incompatible y superior a lo que hasta ahora era tenido como verdadero, y deja de ser tenido en cuenta y esa verdad, hasta entonces “verdad”, es sustituida, formando ya parte de la historia de la verdad o de la historia de los errores.

Las verdades científicas vienen con fecha de caducidad incluida, y esa fecha es  “en cualquier momento”.

Lo que era verdadero deja de serlo y no hay problema.
Así ha sido, y es, el avance de ciencia, ésta es su maquinaria impulsiva, apoyarse sobre lo anterior para afirmarlo, reafirmarlo, ampliarlo o para refutarlo.

Claro que los científicos no son “el 007 con licencia para matar”.
Lo que puede ser investigado es mucho más amplio de lo que debe ser investigado.
La ciencia debe tener unos márgenes fuera de los cuales no puede moralmente, (no debe, pues) poner sus manos.
Lo llamaremos “limitación ética de la ciencia”.

Pero cuando un científico, con el prestigio científico ganado a pulso, comienza a pisar el campo religioso, debería hacerlo como hombre creyente o no creyente, y no como hombre científico.

Porque el hombre (en esto todos estamos de acuerdo) es mucho más que científico, pero nunca estaría demás ponerlo de manifiesto, aunque él sea consciente de su doble vertiente.
Pero muchos, no científicos y más heterónomos, cometen la falacia al razonar: “si este hombre, tan sabio, dice lo que dice y cree lo que cree sobre Dios, tiene que ser verdad”.

¡El conocimiento¡

El conocimiento no es otra cosa que la simplificación del mundo real y no todo lo real se somete a ser tratado científicamente.

¿Cuánto de la materia viva y de la materia inteligente y, más aún, cuánto del alma humana queda fuera de las redes del conocimiento, porque se le escurre como el agua en una cesta?

Meto la cesta en el agua, en la realidad, y ¿qué es lo que “pesco” de ella?
Algo, quizá bastante, pero nunca todo.
La cesta debería ser cazuela, o sea, el conocimiento debería no ser conocimiento, porque éste es una red.

Pero, además, no practicamos la actividad de conocer por el simple y mero placer de saber.

Es verdad que el saber sabe bien, que el saber es sabroso.
“Oh, ¡qué buen sabor tiene el saber¡ ¡qué gozada el saberlo”¡.

Pero es como cuando comemos, nos guste o no el sabor de la comida, ésta tiene consecuencias para nuestra salud desde disparar el colesterol, la glucemia o la adiposidad hasta, por el contrario, regularlo todo con esa dieta equilibrada.

Igualmente, el conocimiento nunca es sólo y totalmente teórico.
El saber, trae, en su kit, consecuencias, sirve para algo.
Puede ser para mejorar nuestras vidas individuales o para mejorar la convivencia entre los hombres.
Puede servir para acaparar, en solitario, ventajas o para distribuirlas.

Pero ¿y cuando el conocimiento científico se aplica, ya no a la producción de cosas para vivir más y mejor, sino para regular, de manera científica, la convivencia humana?

Estoy refiriéndome a la “democracia”, a la aplicación del método científico a la política, que es, hasta el momento presente, no sólo “la peor forma de gobierno, excluidas todas las demás”, no sólo es “la menos mala”, sino la más sensata.

La “res publica” debe estar en manos de “el público”, de la sociedad toda”.
“El poder reside en el pueblo”, aunque, durante cierto tiempo le demos permiso, lo depositemos en alguien.
Lo que de todos es, que todos puedan manejarlo.
Por esta forma de convivencia, por esta forma de gobierno es por la que ha apostado Occidente.

El mundo occidental, que desarrolló y sigue desarrollando la Razón científica y la Razón tecnológica, que está poniendo en práctica la Razón Política y que, cada vez más, deberá ir desarrollando la Razón Ética, una razón laica (no anti-nada), una Ética sin flecos religiosos ni divinos.

Los problemas humanos, que nos hemos creado los hombres, los hombres debemos solucionarlos.
Y cuando veamos que estamos errando, corrijámonos, afinemos, nunca nos movamos con el lema de “mantenello y no enmendallo”.

Hay que enmendar todo lo enmendable y mantener lo mantenible.
Pero siempre desde la práctica, desde la experiencia, desde abajo, con los pies en el suelo.

El otro método de conocimiento, el método divino, aplicado a la realidad, se ha mostrado inútil y aplicado a la política está mostrándose dañino, catastrófico, sobre todo por aquello de las interpretaciones de que antes hablamos y de la “credulidad” (no me atrevo a llamarla “fe”) de tanta gente que aparcan su conciencia y le entregan las llaves del vehículo y de la casa al “escribidor o al telepredicador de turno”.

Cuando geográfica y socialmente se acercan ambos métodos de gobierno chocan, se repelen, como los polos de un imán. Pero con una gran diferencia: mientras unos son capaces de exigir mártires propios y víctimas ajenas, los otros tienen como norma el respeto a TODAS las personas, por el hecho de ser personas, aunque sean intolerables las ideas que proponen y exigen poner en práctica.

Cuando algo va mal en una sociedad que se rige por el método científico, porque lo previsto anticipado no concuerda con lo presente real, se corrigen, se cambian las premisas, los presupuestos de que se partía y a ensayar de nuevo, hasta que se dé con la tecla.

Cuando algo va mal en una sociedad que se rige por el método divino y la realidad se deteriora, no por eso habrá que cambiar ni el método ni los presupuestos, sino que la deteriorada realidad será interpretada, no como un error, sino como una prueba divina para superar el test de la vida terrena y poder, así, hacerse merecedores de la vida eterna feliz.

Para los que usan el método divino en la forma de gobernarse, la realidad nunca refuta sus presupuestos, que, por otra parte, son los presupuestos de Dios.

¡Y Dios no va a estar equivocado¡.

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