John Lennon cantaba: “Imagina
un mundo sin Cielo, // con sólo firmamento sobre nosotros. Sin ninguna razón
para matar o ser muerto”
Imagínate un mundo laico, en
las alturas sin cielos, sólo estrellas, constelaciones,…y en el abajo sin
infiernos, sólo Níquel y Hierro en el núcleo de la tierra, con una ética laica,
poniéndote en el lugar del otro, donde reine la solidaridad, la ayuda, la
justicia,…sin temor a ser asesinado ni
motivo, ni deseo alguno de matar a nadie.
Habríamos construido un
paraíso en la tierra, y sin necesidad de dioses, de religiones, de morales
religiosas,….sólo los Derechos Humanos como normas de conducta y hasta que la
muerte nos guadañe.
¿Quién iba a decirnos, quién
iba a imaginarse, que ya en pleno siglo XXI, con la ciencia y la tecnología
invadiéndolo todo, las guerras más crueles serían “las guerras de religión”?
Y ya no de una religión, la
islámica, contra todas las demás religiones, sino incluso en el seno de ella
misma, entre versiones distintas o contrapuestas de la misma.
Incluso una guerra contra los
Derechos Humanos a los que, tras llegar generalmente, en Occidente, a
introducirlos en sus Constituciones, más o menos, sirven de acicate su
cumplimiento y denunciable ante los tribunales oponerse a ellos o no ponerlos
en práctica.
Los cambios sociales, incluso
las revoluciones, no son ni instantáneas (milagrosas) ni de un día para otro,
sino que suelen ser lentas hasta llegar a ser, aunque nunca totalmente
definitivas, sí mayoritariamente aceptadas.
Pero una cosa son las ideas
racionales y otra las creencias religiosas.
Si aquellas van aterrizando y
asentándose por su utilidad y practicidad, éstas siempre han querido imponerse
a espada y a fuego (y nunca mejor dicho), ahí están tanto las guerras de
religión en el seno mismo del cristianismo entre católicos y protestantes, o
contra creencias consideradas heréticas (albigenses, por ejemplo) o con las
hogueras de la
Inquisición.
Actualmente es el islamismo
la religión bélica por excelencia, que puede quemar iglesias católicas o
cristianas o escuelas, repletas de fieles o alumnos, arropándose en su
fundamentalismo o entre sus dos grandes facciones en su seno mismo (sunitas o
sunníes (más del 80% de los musulmanes) y los
chiítas (casi el resto, minoritaria), porque el número de los jariyíes
es casi testimonial.
Ser “integrista” es un escalón superior a ser “radical”, nada
que ver ambos conceptos con ser “progresista”
Ser mesiánico o ser
milenarista es querer levantarse, al día siguiente, con el mundo deseado ya
establecido, nada de ir proponiendo proyectos e ir poco a poco avanzando en su
consecución.
El mesiánico y milenarista ni
quiere ni sabe de escaleras por las que subir para llegar, por etapas, sino que
quiere que se establezca de golpe la Jerusalén celestial, el reino de Dios sobre la
tierra (con Rusia convertida al cristianismo, que me contaban los curas de
pequeño, y que era uno de los milagros de Fátima), el Islam universalizado, la
justicia social establecida de una vez por todas y para siempre.
Y es que los milagros
aparecen tras un chasquido de dedos, tras una palabra (“hágase la luz; y la luz
fue hecha”; “yo te perdono en el nombre…y eres perdonado”, “éste es mi cuerpo y
esta es mi sangre que…y tras la permanencia de los accidentes, se ha producido
nada menos que la “transubstanciación”: la hostia de pan ácimo convertida en
cuerpo de Cristo y el vino puro, sin agua, en sangre, aunque se vea, sepa,
tenga el mismo color, peso, sabor…que antes del milagro).
Los jóvenes revolucionarios
del Mayo del 68 veían bajo los adoquines que pisaban la nueva sociedad en
términos económicos y sociales, bastaba con levantarlos,
Luego se darían cuenta que
bajo los adoquines seguía habiendo cemento, asfalto,…
La secularización en las
sociedades democráticas de Europa y de América se palpaba ya en el amanecer, y
sin marcha atrás.
Por fin la Ciudad de Dios agustiniana
ha sufrido la transubstanciación y ha surgido la Ciudad del hombre, y los “creyentes”
de aquella convertidos en “ciudadanos” de ésta y todo no por milagro divino
sino por obra humana y donde Dios no sobra, pero no hace falta pata instituir y
establecer un orden social justo, o más justo, más humano, con sus normas de
funcionamiento.
Era llegada la hora en que
las Iglesias, como instituciones, podían retirarse a invernar, definitivamente.
Hoy comprobamos que todo fue
un espejismo y que tras la calma deseada e intuida llegaría la tempestad, y no
sólo con aguas mil, sino con sangre y con muertes.
Mientras los razonamientos
políticos se debilitan, en nuestras sociedades democráticas, o se vuelven
confusos, las creencias religiosas se refuerzan políticamente por el principio
de la libertad religiosa en la que el islamismo radical se codea con la
ciudadanía queriendo, exigiendo, caminar juntos, uno al lado del otro, como si
caminar de la mano de otro ciudadano fuese equiparable a ir de la mano de un
dios, que también está instalado no sólo en la mente, sino sobre todo, en el
corazón y donde el concepto de “hermano” ha quedado restringido a los
practicantes de mi creencia.
Incluso Jefes de Estado, en
sociedades democráticas, que tienen la Biblia en la mesilla de noche, haciendo, o
intentando hacer, políticas acordes con su creencia y, por tanto, bajo la
excusa religiosa del enemigo y su atropello de los Derechos Humanos encendemos
una guerra y nos apoderamos de sus riquezas, mientras el ambiente sigue humeando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario