Yahvé, Dios, Alá,… son dioses
antropomorfos, que hablan (como los hombres, y en su lengua), que acompañan,
que aconsejan a Adán y a Eva y que, cuando los desobedezcan, van a castigarlos
(ya sabemos cómo).
Es Yahvé, en persona, quien
premia y le perdona la vida a Noé, a su familia y a una pareja de animales de
cada especie, diciéndole lo que tiene que hacer y cómo debe hacerlo (la barca).
Incluso es Él mismo Dios quien
cierra la puerta del arca, por fuera.
Después del origen y
creación, del exilio, esclavitud, liberación
y la marcha a la tierra prometida, de la constitución del sacerdocio,….en
ese mismo Pentateuco le dice a su pueblo elegido; “allí verás, pero no servirás
a sus dioses, obras de las manos de los hombres, de madera y de piedra, que “ni
ven, ni oyen, ni comen, ni huelen” (vista, oído, gusto y olfato).
No es como Yahvé, que está en
contacto (5º sentido) permanente y constantemente con el hombre, y habla por
los codos, y pregunta, y oye/escucha las plegarias que los hombres le hacen,
bien directamente, bien indirectamente, a través de la casta o clase
sacerdotal.
Y Yahvé también come y huele
(ahí están los variados sacrificios, con preferencia de toros, ovejas o
tórtolas, inmaculados, sin mancha, perfectos, degollados y quemadas algunas de
sus partes, una vez que, o al mismo tiempo que, es derramada la sangre
alrededor del altar.
(¿Uds. se imaginan el
“pestazo” que tenía que haber y “cuyo olor es grato a Yahvé”?).
Yahvé, que, al ser perfecto y
eterno, no puede cambiar (el cambio es un signo de imperfección, porque, si se
cambia, es para ganar algo que no se tenía o para perder algo que sí se tenía),
sin embargo es un dios unas veces celoso, otras veces vengativo, es perdonador
e irascible, es bondoso pero justo, es Padre y es Juez, es un dios que es capaz
de herir pero también de curar, es capaz de aparecer en medio de la batalla y
ayudar a uno de los bandos contrincantes (los hebreos) contra filisteos, cananeos,…
No en balde es “Señor Dios de
los ejércitos”.
Yahvé no es un dios normal,
es Omnipotente, Infinitamente Sabio, Justo,…. (Pongan Uds. todas las cualidades
positivas, todas las virtudes humanas y elévenlas a la enésima potencia).
Ese es Yahvé, así es Yahvé,
un dios personal que ya no representa a ninguna fuerza de la naturaleza.
Lo puede todo, absolutamente
todo, es “omni-potente”, pero ha perdido todo contacto con la realidad.
El hombre ya no tiene acceso
directo a Él.
Las plegarias y los sacrificios
tendrán que hacerse, para estar seguros de que las oye, a través de
intermediarios oficiales, los sacerdotes, clase necesaria y con un poder enorme,
tremendo y temido.
Para creer en Yahvé hace
falta fe, para creer en la lluvia, en la tormenta, en los volcanes, en la luna
o en el sol, no, porque no hace falta, se ven, se experimentan.
Si la religiosidad originaria
no requería fe, era porque los dioses
eran patentes, manifiestos.
Se les veía, se les notaba,
porque eran las fuerzas de la naturaleza con las que convivían, el día y la
noche, la tempestad y la sequía, el trueno y el relámpago,….
Fuerzas de la naturaleza,
enormes y tremendas, que pueden ser maravillosas o terribles, de ahí la actitud
de reverencia ante ellas.
Empezando por el Sol que,
naturalmente, es un dios patente, que su presencia es evidente, que nos ilumina
de día, que recorre todos los cielos cada día, que se cansa de tanto andar y
que, por tanto, al llegar la noche se va a descansar (o se muere, a diario),
por el Occidente (“occidere” es “morir”) despertándose o resucitando o
levantándose (“Levante” u “Oriente” (“orire” es “nacer”) por la mañana, que nos
acompaña, que nos es beneficioso porque, cuando él está presente, las fieras no
nos atacan y podemos verlas para ponernos a resguardo , las cosechas crecen, la
caza es posible… el dios Sol es un dios beneficioso.
Dependemos de él para
respirar y para comer, para ver y para mantener nuestra temperatura, para que
llueva y crezcan las plantas, para que los árboles den frutos y los animales
puedan beber,…..
El Sol ha sido el dios
originario por excelencia, de todas las religiones, llámese Ra (en Egipto) o
Surya (en la India ),
Huitzilopochtli (entre los aztecas) o Inti (entre los incas), etc.….etc.….etc.….
Los cuatro elementos o arjés,
los principios de todas las cosas (agua,
aire, tierra y fuego), incluso el posterior “éter” (5º elemento) dependen de él
y nosotros dependemos de ellos.
En realidad, todos nosotros
somos un epifenómeno solar o, dicho más
poéticamente, “somos polvo de estrellas”.
¿Qué es, si no, la
“Heliópolis”?.
Es curioso, pero en las
últimas décadas del siglo XX ha resurgido el interés por esa gran diosa que es
la tierra (femenina), para la que se ha recuperado su nombre clásico de “Gaia”
y que, en cierto modo, se ha convertido en la patrona y objeto de culto de
todos los ecologistas y de los variados ecologismos.
No hace falta fe para creer
en ella, se la ve, se la pisa, vivimos en ella, aunque la “hipótesis Gaia”,
formulada por James Lovelock, es una conjetura científica.
(Al respecto, sobre la
“hipótesis Gaia” hice, no hace mucho, creo que tres reflexiones, pero de las
que sólo conservo una, porque las otras dos se fueron con la página Web)
Cada una de las especies
integrantes de la biosfera depende de las demás para su supervivencia.
La especie humana, por
ejemplo, depende de las plantas verdes, que producen las moléculas de oxígeno
que respiramos.
Dependemos de ellas.
Dependemos de los animales, a
los que cazamos y matamos para que nos sirvan de alimento.
Aunque hay otras dependencias
menos conocidas, como la que tenemos respecto a las algas laminarias, que concentran
el yodo del mar y lo ponen en circulación en el aire, de donde absorbemos las
dosis de yodo que nuestra glándula tiroides necesita para fabricar las hormonas
que regulan nuestro metabolismo.
Dependemos, igualmente,
aunque no sea patente, de los organismos anaerobios que habitan en nuestros
intestinos y nos permiten digerir los alimentos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario