He dicho muchas veces (y me
reitero) que para la convivencia, en un estado democrático, lo óptimo es que el
Estado sea laico, no sólo no confesional, dando libertad de y a las religiones,
pero sin apostar por ninguna y para propiciar el entendimiento entre ellas en
su funcionamiento.
Y lo que pareció que iba a
ser el destino general del mundo: laicidad, liberalismo, Ética universal con
los Derechos humanos como “un código “genético” de la sociedad moderna” resulta
que siguen vigentes y bien arraigados los fundamentalismos: judío, musulmán y
cristiano (sobre todo en USA).
Es más, el fundamentalismo
islámico, aprovechando la democracia y el estado de las libertades de muchos
países europeos/occidentales, desde dentro mismo del sistema democrático, y
aprovechándose de él, están comprometiendo tanto nuestra seguridad como
nuestras libertades, lo que da pie a que políticos autoritarios quieran, y
prometan, no sólo expulsar a los sospechosos o activistas, sino cerrar la
puerta por dentro y no dejar entrar de manera ilegal o sin papeles a ninguno de
ellos.
Y cuando el clima social se
siente inseguro escucha y fácilmente conecta con fundamentalistas políticos que
prometen acabar con ese clima de inseguridad expulsando y/o no dejando entrar a
los sospechosos de poner en peligro la seguridad al intentar imponer su
ideología fanática y fundamentalista, a base de imponer controles.
Y el ciudadano normal, celoso
de sus derechos y cumplidor de sus deberes, desea vivir seguro y libre, pero
constata que ciertas autoridades políticas y culturales se pliegan a las voces
integristas que, o bien se sienten ofendidos por caricaturas o bien reclaman
derechos ya superados en Occidente (turnos en piscinas para mujeres y varones,
comidas acorde con sus creencias, vestimenta que convierte en anónimas a las
mujeres, cortar calles en las horas de oración,…) o querer prohibir fiestas
centenarias (la de moros y cristianos) o querer cambiar escudos de ciudades en
las que aparecen cristianos pisando cabezas moras, recordando historias pasadas
y reales (no deseos ni imaginaciones)
Recuerdo haber estado en la
cola de un espectáculo y una mujer mora se me cuela delante. Le llamo la
atención para que se ponga en la cola y me montó un circo llamándome de todo
(poco educado, intransigente, xenófobo, sobre todo)
Pero es que ese
fundamentalismo islamista también se practica, con atentados, bombas y muertes,
en sus propios países islámicos que se hayan acercado, más o menos, al régimen
democrático y de libertades, cuanto más en países occidentales, porque si la
verdad es una y ellos están en posesión de la misma,…..todo lo demás y todos
los demás….
El querer imponer la Sharia (teológicamente
revelada y como única legalidad vertebradora de esa comunidad) a los creyentes
musulmanes, en países occidentales que se rigen por leyes civiles…
En otro lugar he distinguido
los 6 tipos de Islamismo (porque no es único y uniforme) y cómo algunos de esos
tipos son incompatibles con la convivencia democrática y sus usos políticos y
sociales, pero no todos lo son.
La forma de vestir de una
mujer musulmana no es la misma en Turquía o Túnez que la de Arabia Saudí.
Incluso los creyentes de
ambos sexos que viven entre nosotros, en los países europeos, o en USA, ellas
tan “tocadas”, de menos a más, y ellos tan como los del país en que están.
O los no creyentes o no
practicantes, del ámbito cultural islámico, que viven semiclandestinos en
Estados teocráticos, o parcialmente desarraigados de sus comunidades de origen
en los nuestros.
Y es que se puede ser
musulmán de formas disidentes, lo que solemos olvidar y ponemos el grito en el
cielo cuando ocurre un atentado terrorista de unos fanáticos, no de “todos” los
musulmanes.
Y no existe sólo una y única
interpretación del Corán, sino varias, como en las demás religiones del Libro
(por ejemplo, en el Catolicismo la versión oficial y vaticana versus la versión
de los Teólogos de la
Liberación o los seguidores del Opus, de Legionarios de
Cristo,…).
Y son las versiones menos
mayoritarias, sobre todo en el Islam, las que suelen recurrir a la violencia
como método de afirmación, hacerse visibles y dejarse oír.
Ocurre que hay, hoy, países
musulmanes donde el ateísmo y la apostasía son castigados de forma tan rigurosa
como lo fueron en la Ginebra
de Calvino o en la España
de la Inquisición.
¿Alguien puede imaginarse que
las naciones de toda Europa estuvieran sometidas a un régimen político
teocrático como el actualmente vigente en el Vaticano (que es un Estado
europeo)?
Lo que les hace falta a la
mayoría de los musulmanes no es una religión mejor sino un gobierno mejor,
porque el problema no son las sutilezas teológicas sino las instituciones
cívicas, desentendidas de las directrices religiosas y más preocupadas por las
libertades civiles.
En esencia, el islamismo,
pues, no tiene que ser más refractario a la democracia liberal que el
catolicismo (recordemos a la
Iglesia sentada en el Parlamento Español durante el
franquismo y su “democracia orgánica”).
¿Cómo los más fanáticos
pueden ser doblegados y cómo es posible escapar de los cepos ideológicos
asfixiantes?
No es necesario ir a los
países musulmanes, basta con repasar la historia europea, la del Cristianismo
occidental.
Hoy, la distancia entre las
libertades individuales en cualquier democracia europea y los que están
sometidos a la Sharia ,
es enorme, sobre todo en las mujeres por una interpretación fundamentalista del
Corán.
Interpretar cualquier
atentado terrorista musulmán como la respuesta a una provocación, a una ofensa,
a quienes más daño les hace es a los propios musulmanes no fundamentalistas y
democráticos, integrados en países europeos.
No hace tanto que, en nuestra
España, hablar de “un vasco” era hablar de “un etarra”.
El multiculturalismo obtuso
pone a todos los credos y culturas en el mismo platillo de la balanza, a la
misma altura, como si quienes aprueban arrojar desde las alturas a una persona
por ser homosexual fuese igual que admitir no sólo la opción sexual homosexual,
sino reconocer su unión como matrimonio.
Cuando una religión organiza
el estado la sociedad, sobre todo los no confesos con esa religión, lo tienen
crudo.
Para que un país de cultura
islámica hubiera podido o pudiera instaurar un régimen democrático habría sido/sería
necesario una previa secularización de los espíritus y de las instituciones y
los individuos ser personas libres y autónomas y no una gota más de agua de la
piscina religiosa donde las instancias religiosas o el dictador religioso de
turno no permite que nadie asome la cabeza.
Sabemos que eso, en el siglo
XXI, es un anacronismo, pero de ese magma puede salir de todo, sobre todo de lo
peor.
Cuando en nuestra España,
ahora mismo, algunas personas denuncian sentirse heridos por ver atacado su
“sentimiento religioso”, me he preguntado muchas veces cómo es eso posible
siendo el sentimiento religioso algo tan íntimo y personal.
¿Os imagináis que un
neurótico o un fanático denunciaran e intentaran prohibir ciertos espectáculos
culturales porque hieren sus “sentimientos religiosos”?
Si en las fiestas de Moros y
Cristianos hay que suprimir del espectáculo a los moros, para no ultrajar a los
musulmanes, como lo políticamente correcto, es como si los italianos exigieran
que, en nuestras Semanas Santas, se suprimieran las figuras de Pilatos, Herodes
y los centuriones para no ofender al gobierno italiano.
No hay tal islamofobia sino
una fobia contra la intransigencia y los comportamientos violentos de ciertos
musulmanes, y no una postura xenófoba generalizada contra los miembros de una
etnia o un grupo cultural.
La “falacia de la
generalización” la solemos lanzar a las primeras de cambio.
Y no es verdad.
Es una “falacia”.
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