¡Hay que ver lo trabajador
que es, lo buena persona que es, un padre ideal, una persona digna,…..pero
“pobre” y nadie quiere serlo voluntariamente a pesar de lo solemne que se dice
que es ser pobre¡
Ésta ha sido la norma en la
sociedad católica, aunque hoy día, con el avance de la secularización, cuando
ya no se bendice la mesa, cuando no se reza el rosario en familia, cuando a
misa ya no se va y si se va es por el vermut posterior y la charla con los
amigos…. Ya no está de moda presumir de “dignidad”, soportando la “pobreza”.
La diferencia con la ética
protestante es palpable, Dios los quiere ricos y dignos, la ética católica los
quiere pobres para poder ser dignos, porque “es más difícil que un rico se
salve que…” y como todo hombre tiene la obligación moral de salvarse…
El catolicismo, durante tanto
tiempo medieval, no sólo tolera la mendicidad sino que la glorifica.
Por una parte los mendigos
seglares son considerados como una “clase beneficiosa” a la salud de la
sociedad porque le dan al rico la ocasión de perfeccionarse mediante la limosna
y, por otro lado, no sólo permiten, sino que incitan a que haya “órdenes
mendicantes”, exaltando su función moralizadora.
No en vano uno de los tres
votos de los clérigos, de cualquier orden, es la “pobreza” (interpretada
individualmente, porque comunitariamente siempre han dispuesto de mucha riqueza
de todo tipo, incluso aprovechándose del pueblo inculto pero rico que le hacía
donaciones a cambio de rezos y misas gregorianas para la salvación de sus almas).
Al llegar Calvino prohíbe
terminantemente la mendicidad, la legislación inglesa sobre los pobres se hace
durísima y, aún, en 1.830, en Inglaterra se condenaba con la pena de muerte
hasta trescientas formas de hurto.
Esta diferencia de
valoraciones entre las dos religiones está vinculada con sus actitudes
respectivas ante lo económico: entre los calvinistas la riqueza es el síntoma
clave de haber sido elegido por Dios, un “bienaventurado”, mientras que para
los católicos, por el contrario, dicho síntoma es la pobreza (“Bienaventurados los…”)
Digámoslo claramente: “el
catolicismo ha sido una “cultura del subdesarrollo económico”.
Y, naturalmente hay unas
consecuencias morales ante esta actitud ante la economía.
Si en el puritanismo
calvinista la aspiración a la riqueza ha de ir unida a un hondo ascetismo ético
porque, como la riqueza se obtenía mediante una acción racional en el mundo, lo
propio del “santo calvinista” no era recluirse en un monasterio sino seguir
actuando en el mundo de manera racional a través de la profesión con el fin de
alcanzar el “estado de gracia” en la tierra y la salvación en la otra vida,
tras la muerte.
De aquí que las riquezas
–símbolo de haber sido y ser un elegido de Dios –debía seguir utilizándose
racionalmente es decir, no para el lujo y sus formas ostentosas sino para fines
útiles al individuo (su salvación) y a la comunidad (felicidad).
No se piden mortificaciones
al rico, y menos ayunos y abstinencias, sino un uso práctico y generoso de su
riqueza.
La acumulación de riquezas va
unida a un puritanismo y a un antihedonismo que estimulan el cultivo del
ahorro.
Y ese capital ahorrado será
después reinvertido y, por tanto, a un aumento de la producción o a una
donación benéfica (hospitales, clínicas, comedores, educación, fomento
social,…que tanta importancia tienen en el mundo anglosajón).
En ese ascetismo ético ha de
influir la no existencia de un sacramento como el de la confesión católica,
porque el protestante tiene que estar siempre sobre sí en un control atento y
vigilante y no necesita un cura que lo vigile.
Pero también es verdad que
ese puritanismo moral, esa especie de dogmatismo moral influye/tiene que
influir en la conducta práctica de esos pueblos: observancia rigurosa del Día
del Señor (Lord´s day), dedicado totalmente ese día a actos religiosos; el
repudio a las bebidas alcohólicas (que no se despachan en días festivos);
represión de las manifestaciones eróticas,…
Por el contrario, en los
países católicos ha habido una flexibilidad, una laxitud, en la moral práctica
que contrasta con el puritanismo anterior (poder oír la misa del domingo los
sábados (los cazadores de mi pueblo), la importancia de la comida y de la
bebida (recordemos lo de la virtud de la pobreza, los que tienen hambre y
sed,…) lo que contrasta con la poca atención del acto de comer y de la comida
en los anglosajones.
Es verdad que en los países
católicos se va (o se iba) a misa los domingos y fiestas de guardar pero, a
continuación, estaba el vermut, la romería, la procesión, el cántico, el baile,…alegría
para el cuerpo (para el alma la misa, la confesión y la comunión).
Todos sabemos lo que es la Cuaresma y lo previo a
ella, el Carnaval (que yo siempre lo he considerado una hipocresía porque era
(es) el permiso civil y religioso para trasgredir las normas sociales, incluso
las morales, hedonismo a tope durante esos días de vino, cante y baile… porque
al llegar el Miércoles de Ceniza (Pulvis eris…) se acabó ese rollo, confesión
general, por Pascua Florida, comunión, abstinencia de comer carne y caldo de
carne (el cocido santo, con bacalao) y el ayuno, que si pagabas una bula te
eximían de ello (yo fui, allá, en mi pueblo, “bulero”, como el Lazarillo) y, si
no, pecabas al incumplir un mandamiento, en este caso, no de la Ley de Dios sino de La Santa Madre Iglesia.