Mientras el “sexo” para
Platón es algo secundario, el “género” hace referencia al sexo porque tiene que
contrarrestar una diferenciación anatómica, que de inicio estratifica a la
mujer, pero que de hecho se construye en función de liberar al alma del sexo
El caso de Aristóteles es
distinto, sin bien fue el discípulo más prominente de Platón, la concepción que
tiene del humano y del mundo son distintas.
Para empezar Aristóteles no se
eleva a ver una realidad ajena al mundo material, como Platón.
Para él lo real hace
referencia a la materia y la materia es lo que posibilita gran parte de la
acción.
¿No han visto la pintura de
Rafael “La Escuela
de Atenas” con el dedo índice de Platón indicando el cielo, el arriba, el mundo
de las ideas, mientras la palma de la mano de Aristóteles hacia abajo,
señalando la tierra, este mundo material, el único que realmente existe, el de
las substancias primeras?
El dualismo cuerpo-alma
también está presente, pero no son opuestos, sino que son indispensables y
complementarios para el suceso que llamamos “ser humano”.
No hay persona sin cuerpo, no
hay persona sin alma, este es el principio hilemórfico que sostiene a cualquier
viviente.
“Cuerpos animados” o “Almas
corporeizadas”
Sin embargo entre el alma y
el cuerpo hay una jerarquía. El cuerpo es capaz de moverse gracias a que tiene
alma (De Anima).
El alma es: “principio de
vida y principio de movimiento”
Todo lo que tiene vida tiene
alma, es algo “animado”, “almado” sea un árbol, sea un perro, sea un hombre.
Las tres almas aristotélicas:
la vegetativa, la sensitiva y la racional.
El alma es esencialmente
activa y el cuerpo pasivo.
A diferencia de Platón, el
cuerpo no tiene una connotación negativa, el cuerpo es un facilitador del alma
(De Anima).
Entre el cuerpo y el alma hay
una correspondencia, en general se pertenecen a sí mismos y funcionan de manera
recíproca.
De esta manera no se podría
decir, por lo menos al hablar de una especie, que un determinado cuerpo no
pueda realizar determinadas acciones porque tiene un alma distinta a la que
pertenece.
Al hablar de distintos
cuerpos, estamos diciendo que tienen distintos modos de animación.
La diferencia sexual en
Aristóteles está presente porque hay seres con principios más activos que
otros.
El varón tiene un principio
más activo, es el representante del alma, mientras que la mujer es pasiva, y está
más cercana al cuerpo (Sobre la generación de los animales)
De algún modo la mujer
“puede” hacer menos cosas que el varón: el macho y la hembra se distinguen por
una cierta capacidad y una incapacidad.
En el imaginario aristotélico
la mujer no puede realizar las mismas acciones que el varón porque tiene una
conformación entitativa distinta de la del varón.
Radicalizando las cosas sería
como comparar a los pájaros con las lombrices, es evidente que unos pueden
hacer cosas que los otros no, si bien Aristóteles sí aclara que varón y mujer
pertenecen a la misma especie.
El sexo tiene una
correspondencia con el alma a la que pertenece, es reflejo de su estatus y
posibilidades.
Es por ello que para
Aristóteles no es ningún atropello establecer “clases” de “humano”.
De modo que por naturaleza la
mayoría de las cosas tienen elementos regentes y elementos regidos.
De diversa manera manda el
libre al esclavo, y el varón a la mujer, y el hombre al niño.
Y en todos ellos existen las
partes del alma, pero existen de diferente manera.
Aristóteles estaría mucho más
cercano a una versión socio-biologicista, en donde el cuerpo tiene la huella de
un sexo, y que, como toda huella, deja marcas que no pueden desaparecer, que se
llevan consigo en cada una de las actividades que se realizan.
Es como una cicatriz, que
aunque no esté presente todo el tiempo en el pensamiento de quien la tiene, no
por eso deja de estar y de ser visible si se la busca.
En Platón, el cuerpo también
es huella, pero de una culpa que quiere dejar de serlo y tornarse olvidada.
Mientras eso no suceda,
mientras se tenga cuerpo, estará ahí.
Los pensamientos de Platón y
Aristóteles nos recuerdan lo difícil que es la resolución de problemas humanos.
Platón no toma en
consideración al cuerpo.
La pregunta que sigue es:
¿estoy dispuesto a renunciar a mi sexualidad, a la identificación con mi
cuerpo, a una materialización de mi yo? ¿Seré consecuente y olvidaré la
dimensión material que me implica y desistiré de pensar en un bienestar
material, sexual, saludable y placentero?
Es cierto que al renunciar al
cuerpo, o por lo menos al plantear al cuerpo como medio intrascendente, se
adquiere una mayor libertad de construcción humana.
La personalidad, así, no
estaría ceñida a los límites espacio temporales, y ciertamente sería
independiente de ellos.
Aún si renunciáramos a la
opción platónica del Mundo de las Ideas, el Dios creado y el alma, de todas
maneras al negar la realidad corpórea tendríamos que recurrir, a un “algo” que
defina a un determinado ser humano, al que le podríamos llamar, conciencia,
psiqué, yo, pulsiones o pensamiento.
Y éstos tendrían que caer
dentro de lo material o de lo inmaterial.
Si se limitan a lo
inmaterial, las consecuencias son las mismas y si se definen en términos
materiales, estaríamos hablando de cuerpos, energías, masas por lo que nos
llevaría necesariamente a determinaciones.
El cuerpo necesariamente
implica límites. Límites de extensión, de requisitos de mantenimiento como
agua, comida, descanso.
Además, al hablar del humano
como ser construible, como realidad cambiante y en construcción,
inevitablemente caemos en determinaciones, aunque sean parciales, de formación.
Pues la pregunta que tendría
que hacerse es: ¿con qué me construyo?
Si lo que es la persona es
realizable en la medida que se va realizando, las variables que intervienen
serán decisivas en el proceso.
Los actos que se ejerzan
serán definitivos.
Pero el problema se agrava
cuando soy consciente que no se pueden prever y elegir todos los aspectos que
construyen mi mismidad.
Yo no decido con quien me voy
a topar en la calle o el lugar en donde nazco.
También cabe pensar que existen
personajes que tiene mayor injerencia en las decisiones colectivas que otros, y
que por lo tanto ellos pueden construir la personalidad de otros sin que los
individuos estén conscientes.
Si el humano es absoluta
apertura e indeterminación, entonces ¿cómo es que me encuentro alienaciones
constantes en el mundo?
¿Por qué tropiezo con
dominaciones repetitivas llámense, ricos, blancos, varones, por citar algunos?
Si hay constantes simbólicas,
¿a quién le toca establecer y a quién le toca cambiar estos simbolismos?
El problema no es menor si
nos limitamos al cuerpo y aceptamos que no hay nada más allá que los genes y la
fisiología.
Como ya se ha dicho, el
cuerpo implica determinación y ésta es lo opuesto de la apertura.
Aquí sí que estaríamos dispuestos
a renunciar por completo a la libertad.
El hombre no sería, sino un
desplegar continuo de factores preestablecidos.
Aristóteles nos plantea una
sociedad que debe ser coherente con las naturalezas con las que cuenta y debe
fijar los roles de trabajo.
Entonces, ¿por qué esmerarse
en cambiar nada, en conocer, en crear conciencia, si todo “es” como “debe ser”?
¿De dónde sale este sueño de
libertad? ¿Por qué experimento en mí la posibilidad de mutación, y cuando
adquiero independencia se manifiestan sensaciones de satisfacción, reales,
presentes e innegables?
¿Estoy dispuesto a abandonar
la idea de mejora del mundo o tengo que aceptar que los cambios que se hacen no
son substanciales?
La resolución de estas
paradojas es complicada, pero nos recuerda que no podemos ignorar la biología,
aunque tampoco tenemos que estar limitados por ella.
Se tiene que encontrar un
punto medio entre lo natural, incluyendo lo biológico y lo socialmente
construido.
Promover una modificación de
estructuras sociales sin perder de vista lo que es el humano.
Una teoría que permita
retomar los límites ciertos y presentes que aporta la existencia de la persona,
enfocándose en sus capacidades.
“Las cuestiones de la vida y
la muerte, la buena o la mala nutrición, la condición o la fortaleza de una
buena o mala salud, no son solo materia de diversidad cultural, sin embargo son
experiencias que son formadas culturalmente y que pueden influir de muchas
formas”. (Nussbaum).
O en otras palabras: “El
hambre es hambre, pero lo que califica como alimento es determinado y obtenido
culturalmente”
El humano es una realidad que
tiene una conformación heterogénea, mas requiere unas constantes para poder
desarrollarse de una manera idónea.
Hay que detectar estas
constantes y profundizar en lo propiamente humano, si es que queremos
desarrollar una sociedad responsable que respete la dignidad de las personas y
promueva el desarrollo humano.