El dicho era que “los ricos
también lloran”, dando por supuesto que los pobres lloraban.
Es más fácil que llore el
pobre si no tiene trabajo, ni salario, ni ayuda,… para comer y dar de comer a
los suyos. Porque eso lo tiene asegurado el rico.
Por todo lo demás (una muerte
de un familiar, una enfermedad, un accidente, una riada,…) tienen los mismos
motivos para llorar.
Aunque, como dice el refrán: “las
penas, con pan, son menos”.
Y uno puede llorar por
impotencia, o por alegría, o por pena, o por envidia, o por dolor, o por
placer, o por sentimiento.
Yo, por ejemplo, lo normal es
que viendo una película gaste no sé cuantos pañuelos, entre sonarme y limpiarme
las lágrimas. Soy, no un sentimental, sino un “sentimantaloide”. Soy un desastre
de espectador.
Igualmente ocurre con el
amor.
Son muchos los tipos de amor,
desde el amor platónico al amor pasional, desde el amor cruel de un Sade al
amor obsceno de un Bataille, desde amor a los animales al amor a la naturaleza,
desde el amor a la lectura al amor a la escritura, desde el amor a Dios al amor
a los hombres, desde el amor cortés al amor plebeyo, desde el amor materno al
amor filial, desde el amor fraterno a….
Erich Fromm en “El arte de
amar”, distingue cinco tipos de amor: fraternal, materno, erótico, así mismo y
a Dios.
Pero aclara: “el amor no es
esencialmente una relación con una persona específica; es una “actitud”, una
“orientación del carácter” que determina el tipo de relación de una persona con
el mundo como totalidad, no con un “objeto amoroso”.
Si una persona ama sólo a
otra y es indiferente al resto de sus semejantes, su amor no es amor sino una
“relación simbiótica” o “un egoísmo ampliado”. (…)
Si amo realmente a una
persona, amo a todas las personas, amo al mundo, amo a la vida.
Si puedo decirle a alguien
“te amo” debo poder decir “amo a todos en ti, através de ti amo al mundo, en ti
me amo también a mí mismo”
Se puede morir por amor y
suicidarse, pero también se puede matar por amor.
Se da por supuesto que todas
las personas aman y desean ser amadas, pero los filósofos tienen (tenemos) fama
de raros, de solitarios, de amargados, de cuadriculados, de sólo racionales y
apenas pasionales,…
Cuando se afirma que
“filosofía es “amor a la sabiduría” el amor es sólo un medio que se queda en el
camino, porque la meta es la “sabiduría”, por lo que “saber” es más valioso que
“amar”, la “verdad” estará en un nivel superior a la “bondad” por lo que el
“hombre bueno” es menos valioso que el “hombre sabio” y esto es algo que nunca
lo admitiría un “hombre sabio”.
Pero ¿y los filó-sofos?
Los filósofos también aman (y
yo lo digo con conocimiento de causa). Amo, y mucho, y pienso seguir haciéndolo
a la vez que razonando y metiendo el bisturí para clarificar lo que está
oscuro, para criticar todo lo que considere criticable, y sobre todo a los
gobiernos (internacional, nacional, autonómico o municipal)
Y criticar (que no es
despotricar) que es sólo detectar lo malo y denunciarlo para que se corrija.
Si un gobierno lo hace mal,
para que lo haga bien, y si lo hace bien para que lo haga mejor, que en la
bondad no existe el límite y siempre es posible hacerlo mejor.
La “ciencia” no es la
“sabiduría”. Mientras aquella trata de averiguar lo que se ignora y habita en
el reino de la verdad, ésta, la sabiduría se instala en el reino de la vida.
El objeto de la filosofía no
es la verdad, sino la felicidad y ésta, muchas veces no necesita a la ciencia.
Esa madre, quizá analfabeta,
pero que es feliz viendo, besando, jugando con su bebé.
Es el amor, la felicidad, lo
que le da sentido a la vida.
La verdad no basta para vivir
(aunque no sobre), es necesario el amor.
“Amar la vida”
Hace unos días, limpiando el
polvo de la estantería de mi despacho clavé mi mirada en un libro, que ya había
leído y que me había gustado, así que lo bajé y aquí estoy, releyéndolo y
comentándolo.
Se titula: “Las razones del
corazón. Los filósofos y el amor” y el autor Josep Muñoz Redón, un catalán,
profesor y escritor con varios premios en su haber.
Así que ese libro va a ser mi
guía y yo su acompañante.
¿Quién no ha oído, y más de
una vez, la sentencia de Pascal: “El corazón tiene razones que la razón
desconoce”?
¿El corazón tiene razones?
Motivos muchos, ¿pero “razones”?.
Una corazonada no es una
razón. Las corazonadas son totalmente subjetivas, individuales, como los
motivos, pero las razones tienen “peso”, unas son más fuertes que otras, pesan
más que otras.
Tú y yo razonamos sobre una
cuestión. Tú expones tus razones, yo expongo las mías, las confrontamos y
comprobamos. Y si las tuyas “pesan” más que las mías las dejo a un lado y me
apropio de las tuyas, sin que tu las pierdas. O al revés.
Pero el que ama sabe que
siempre, ahí, como esperando, está la muerte.
El amor puede estar presente
o ausente, pero la muerte siempre está ahí, presente.
Camus lo resume en una frase
lapidaria: “Los hombres mueren y no son felices”.
Ante eso, la filosofía
enseña a aceptar el miedo a la muerte en
forma de amor a la vida.
La muerte es segura, lo
inseguro es el cuándo, por eso, mientras tanto llega o no llega, avisando o sin
avisar, hay que amar a la vida.
Sólo el amor a la vida le da
sentido al vivir.
El deseo de comunicación
entre dos personas es el impulso más primario del género humano y la sociedad
actual ha dictaminado que la mejor comunicación es la sexualidad, que es un
estadio superior al sexo (“un intercambio de fluidos”) y mucho más rica que
éste aunque el orgasmo sea la cima de dos amantes.
Dice el autor que: “es
imposible vivir la vida de otro, como es imposible que otro viva nuestra vida
(…) dos orgasmos, incluso simultáneos, no dejan de ser dos”.
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