miércoles, 10 de mayo de 2017

LOS FILÓSOFOS TAMBIÉN AMAN (Y 2)


El dicho era que “los ricos también lloran”, dando por supuesto que los pobres lloraban.
Es más fácil que llore el pobre si no tiene trabajo, ni salario, ni ayuda,… para comer y dar de comer a los suyos. Porque eso lo tiene asegurado el rico.
Por todo lo demás (una muerte de un familiar, una enfermedad, un accidente, una riada,…) tienen los mismos motivos para llorar.
Aunque, como dice el refrán: “las penas, con pan, son menos”.

Y uno puede llorar por impotencia, o por alegría, o por pena, o por envidia, o por dolor, o por placer, o por sentimiento.
Yo, por ejemplo, lo normal es que viendo una película gaste no sé cuantos pañuelos, entre sonarme y limpiarme las lágrimas. Soy, no un sentimental, sino un “sentimantaloide”. Soy un desastre de espectador.

Igualmente ocurre con el amor.
Son muchos los tipos de amor, desde el amor platónico al amor pasional, desde el amor cruel de un Sade al amor obsceno de un Bataille, desde amor a los animales al amor a la naturaleza, desde el amor a la lectura al amor a la escritura, desde el amor a Dios al amor a los hombres, desde el amor cortés al amor plebeyo, desde el amor materno al amor filial, desde el amor fraterno a….

Erich Fromm en “El arte de amar”, distingue cinco tipos de amor: fraternal, materno, erótico, así mismo y a Dios.

Pero aclara: “el amor no es esencialmente una relación con una persona específica; es una “actitud”, una “orientación del carácter” que determina el tipo de relación de una persona con el mundo como totalidad, no con un “objeto amoroso”.
Si una persona ama sólo a otra y es indiferente al resto de sus semejantes, su amor no es amor sino una “relación simbiótica” o “un egoísmo ampliado”. (…)
Si amo realmente a una persona, amo a todas las personas, amo al mundo, amo a la vida.
Si puedo decirle a alguien “te amo” debo poder decir “amo a todos en ti, através de ti amo al mundo, en ti me amo también a mí mismo”


Se puede morir por amor y suicidarse, pero también se puede matar por amor.

Se da por supuesto que todas las personas aman y desean ser amadas, pero los filósofos tienen (tenemos) fama de raros, de solitarios, de amargados, de cuadriculados, de sólo racionales y apenas pasionales,…

Cuando se afirma que “filosofía es “amor a la sabiduría” el amor es sólo un medio que se queda en el camino, porque la meta es la “sabiduría”, por lo que “saber” es más valioso que “amar”, la “verdad” estará en un nivel superior a la “bondad” por lo que el “hombre bueno” es menos valioso que el “hombre sabio” y esto es algo que nunca lo admitiría un “hombre sabio”.

Pero ¿y los filó-sofos?

Los filósofos también aman (y yo lo digo con conocimiento de causa). Amo, y mucho, y pienso seguir haciéndolo a la vez que razonando y metiendo el bisturí para clarificar lo que está oscuro, para criticar todo lo que considere criticable, y sobre todo a los gobiernos (internacional, nacional, autonómico o municipal)

Y criticar (que no es despotricar) que es sólo detectar lo malo y denunciarlo para que se corrija.

Si un gobierno lo hace mal, para que lo haga bien, y si lo hace bien para que lo haga mejor, que en la bondad no existe el límite y siempre es posible hacerlo mejor.

La “ciencia” no es la “sabiduría”. Mientras aquella trata de averiguar lo que se ignora y habita en el reino de la verdad, ésta, la sabiduría se instala en el reino de la vida.
El objeto de la filosofía no es la verdad, sino la felicidad y ésta, muchas veces no necesita a la ciencia.
Esa madre, quizá analfabeta, pero que es feliz viendo, besando, jugando con su bebé.
Es el amor, la felicidad, lo que le da sentido a la vida.
La verdad no basta para vivir (aunque no sobre), es necesario el amor.

“Amar la vida”

Hace unos días, limpiando el polvo de la estantería de mi despacho clavé mi mirada en un libro, que ya había leído y que me había gustado, así que lo bajé y aquí estoy, releyéndolo y comentándolo.
Se titula: “Las razones del corazón. Los filósofos y el amor” y el autor Josep Muñoz Redón, un catalán, profesor y escritor con varios premios en su haber.
Así que ese libro va a ser mi guía y yo su acompañante.

¿Quién no ha oído, y más de una vez, la sentencia de Pascal: “El corazón tiene razones que la razón desconoce”?

¿El corazón tiene razones? Motivos muchos, ¿pero “razones”?.

Una corazonada no es una razón. Las corazonadas son totalmente subjetivas, individuales, como los motivos, pero las razones tienen “peso”, unas son más fuertes que otras, pesan más que otras.
Tú y yo razonamos sobre una cuestión. Tú expones tus razones, yo expongo las mías, las confrontamos y comprobamos. Y si las tuyas “pesan” más que las mías las dejo a un lado y me apropio de las tuyas, sin que tu las pierdas. O al revés.

Pero el que ama sabe que siempre, ahí, como esperando, está la muerte.
El amor puede estar presente o ausente, pero la muerte siempre está ahí, presente.

Camus lo resume en una frase lapidaria: “Los hombres mueren y no son felices”.

Ante eso, la filosofía enseña  a aceptar el miedo a la muerte en forma de amor a la vida.

La muerte es segura, lo inseguro es el cuándo, por eso, mientras tanto llega o no llega, avisando o sin avisar, hay que amar a la vida.
Sólo el amor a la vida le da sentido al vivir.

El deseo de comunicación entre dos personas es el impulso más primario del género humano y la sociedad actual ha dictaminado que la mejor comunicación es la sexualidad, que es un estadio superior al sexo (“un intercambio de fluidos”) y mucho más rica que éste aunque el orgasmo sea la cima de dos amantes.

Dice el autor que: “es imposible vivir la vida de otro, como es imposible que otro viva nuestra vida (…) dos orgasmos, incluso simultáneos, no dejan de ser dos”.



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