El matrimonio es una
institución con un ritual rígido.
En Atenas las esposas (como
los esclavos, los hijos pequeños y los ancianos) carecen de todo tipo de
derechos (políticos, jurídicos,…)
Las esposas jamás asisten a
las cenas, junto a sus maridos, y las que están solteras apenas salen a la
calle, quedando alejadas de las miradas de los varones, hasta los de su propia
familia.
Los varones, en cambio,
pasan el día fuera de casa, de cháchara
con sus amigos (como hoy casi todos los jubilados que no estén viendo la tele)
Sócrates le pregunta a
Critóbulo: “¿Conoces a alguien con quien hables menos que con tu esposa?”
Y éste le responde: “si los
hay son muy pocos”.
Una joven ateniense todo lo
que sabe y tiene que saber lo aprende con su madre, con su abuela o con las
criadas y, generalmente, son técnicas domésticas: cocina, cómo tratar la lana y
los tejidos y unos rudimentos de lectura, de cálculo y de música.
La educación de los muchachos
es diametralmente opuesta.
Los matrimonios son acordados
por las familias y la mayoría de las veces los esposos no se conocen antes de
casarse por lo que, es fácilmente comprensible que acaben buscando la
satisfacción de sus deseos sexuales fuera de la casa.
Incluso, a veces, ni la
propia esposa asiste a la ceremonia, como si la cosa no fuera con ella.
Muchos atenienses tenían una
concubina (a la que ellos habían elegido, la conocían previamente y les
gustaba) sin tener, por eso, que separarse de su mujer.
Las cortesanas eran,
mayormente, esclavas y sus servicios sexuales eran recompensados con un óbolo,
no así las hetairas de lujo que costaban un pastón por sus servicios.
La palabra “eros” (amor) se
empleaba, en primer lugar para designar el sentimiento apasionado que unía al
“erómeno” y al “erastés”, lo que se conoce como “amor griego”
La principal función del
matrimonio es tener hijos legítimos y criarlos.
En Esparta un marido viejo de
una mujer joven que no se queda embarazada puede, legalmente, proporcionarle un
amante joven para conseguir el propósito reproductor.
Nada de amor, afecto,
cariño,… entre los esposos. Todo es rutinario: él pone la simiente (el semen)
ella pone la tierra (su vientre), no tiene por qué haber placer en el acto
sexual, incluso estaba mal visto que ella tuviera un orgasmo, sería calificada
por su marido como “viciosa”
El amor, el afecto, el
placer,… se busca y está fuera de la casa y lejos del matrimonio.
El marido siempre tiene
derecho a repudiar a su mujer.
Una de las causas más
frecuentes de repudio era la esterilidad. Si no se quedaba preñada ella era la
causante y la culpable, no iba a ser el marido, al que siempre se le supone
fecundo (machismo puro y duro).
Si el marido quiere
divorciarse puede hacerlo cuando le dé la gana pero si es la mujer tendría que
denunciarlo delante de un tribunal y depende de la valoración que el tribunal
haga.
Los malos tratos delante del
tribunal ya se consideraban un motivo válido para romper el matrimonio.
El hecho de que el marido
buscara fuera de la casa el placer tenía como consecuencia que los matrimonios
eran poco fecundos.
Como, además, el aborto era
libre y existía la costumbre de abandonar a los hijos recién nacidos que no se
podían mantener influía sobre el bajo incremento demográfico.
El ámbito privilegiado, casi
exclusivo, del amor (eros) era el amor homosexual masculino.
Se afirma que este tipo de
amor era la consecuencia del mucho tiempo que los varones permanecían en
campañas militares, en la guerra, lejos de mujeres.
Una costumbre espartana era
que la mujer se disfrazaba de hombre, en la cama, cuando el marido regresaba de
la guerra, para que no se encontrara con algo distinto a lo que estaba
acostumbrado y se echara atrás en el acto sexual.
Un varón maduro y un adolescente
de 12 a
18 años era la vinculación apasionada ideal.
La “pederastia” pedagógica se
define como “el amor que cautiva a un alma joven y con buenas cualidades y que,
a través de la amistad, llega a la virtud”
Pero no todas acaban en
relaciones sexuales, porque la violación del efebo estaba prohibida.
De día y ante la sociedad
nada de señales sexuales, todo muy serio y frío, gimnasio, baños, incluso aires
de filósofo y de sabio pero por la noche, en la cama…esa podía ser la relación
de Sócrates con Alcibiades, y, quizá también Platón podría haber sustituido a
Alcibíades, con su maestro.
Y es que es muy poco lo que
se sabe de la vida de Platón: que nació en el 427, que vivió hasta los 80 años
y que su familia era de clase alta.
Muy modesto, serio y educado,
que apenas se reía. Que asistía a las clases de Sócrates, al que veneraba, como
se demostró cuando lo defendió al ser condenado en el 399, haciendo responsable
de su muerte a toda la sociedad.
Sabemos de sus viajes a
Egipto y a Sicilia, para poner en práctica su doctrina de la República (lo que
terminó, siempre, en fracaso) y parece ser que en Siracusa forjó un sólido
afecto personal hacia un joven, de nombre Dion, cuya hermana estaba casada con
Dionisio I, el Viejo, y al que, en un poema lo llamaba “amor” y aseguraba que
lo había vuelto loco.
De regreso a Atenas fundó la Academia , compartiendo
mesa (y quizá otras cosas) con los discípulos.
Si en su testamento quien más
beneficiado salió fue un efebo discípulo, de nombre Adimanto, pues puede ser una
confirmación de la sospecha.
Al morir Dionisio I, el
Viejo, y sucederlo en el trono Dionisio II, el Joven, Dion lo invitó otra vez a
poner en práctica sus ideas políticas y, tras el nuevo fracaso, volvió a
Atenas, a su Academia y, poco después, se le unió Dion.
Volverían ambos a intentar
poner en práctica sus ideas sociales y políticas y tras otro fracaso fue
vendido como esclavo pero, reconocido en el mercado de esclavos por un antiguo
discípulo, Amníceris, lo compró y volvió, libre a Atenas, pero Dion sería
asesinado.
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