Creo que es verdad: “nacemos
solos, vivimos solos y morimos solos”, aunque, luego, tengamos hijos,
esposa, amantes, amigos, parientes,…que
puedan ayudar a hacernos más llevadera esa soledad existencial con la que tenemos
que aprender a convivir.
O como dice Erich Fromm, ese
gran psicólogo que he citado en otras ocasiones: “nacemos solos y morimos
solos, y, en el paréntesis (en el vivir), la soledad es tan grande que
necesitamos compartir la vida para olvidarla”.
La soledad, pues, nos
acompaña como una sombra de la que no podemos desprendernos, aunque intentamos
mitigarla buscando distintas soluciones, unas mejores que otras.
Otro pensador (al menos para
mí) extraordinario es Carlos Castilla del Pino, que en sus estudios sobre la
psicología y el comportamiento humano mantiene unas tesis que bien pueden
aportar luz al por qué la soledad es consustancial al ser humano.
A lo largo de su obra
sostiene que los escenarios o planos de actuación del individuo son el público,
el privado y el íntimo.
Se entiende perfectamente
cuál es el “PÚBLICO”, pues todos nosotros en nuestro trabajo o en nuestras
relaciones familiares o sociales vivimos cotidianamente en este escenario.
El “PRIVADO” se refiere a
aquél que habitualmente cada uno posee en sus actuaciones propias y aisladas,
pero que puede ser conocido por otros; por ejemplo, ducharnos es un acto
privado, pero puede ser visto por otra persona.
El ámbito “ÍNTIMO” viene referido a nuestros pensamientos y sentimientos que son personales e intransferibles, ya que solo son percibidos y sentidos por el propio sujeto que los posee, y, aunque pudiera comunicárselos a otros, en última instancia quedan en lo más reservado de la persona.
El ámbito “ÍNTIMO” viene referido a nuestros pensamientos y sentimientos que son personales e intransferibles, ya que solo son percibidos y sentidos por el propio sujeto que los posee, y, aunque pudiera comunicárselos a otros, en última instancia quedan en lo más reservado de la persona.
De ahí que este autor en su
libro Aflorismos (o Pensamientos Póstumos) nos diga:
“Hay siempre una constante de
soledad en el ser humano: su intimidad”.
Alguien puede pensar (yo lo
he pensado muchas veces) que no le importa que todo el mundo sepa su intimidad,
porque es trigo limpio y nada tiene que ocultar, ni económica, ni social, ni
moral, ni políticamente.
Pero luego, pensado
fríamente, deduzco que eso sería una barbaridad, porque sería renunciar a un
derecho al que yo y toda persona tenemos.
Todos nacemos llorando,
todos.
Todos morimos llorando o, al
menos, con pena porque no nos gusta la parca como compañera.
Es mientras estamos vivos
cuando uno puede no sentirse solo, al amar y ser amado.
Pero “no sentirse solo” no
quiere decir que “no se esté solo”.
En
castellano tenemos la distinción entre dos verbos: “ser” y “estar”.
Comprobamos
que no es lo mismo un individuo que “es un solitario” (estado permanente, es
su carácter, su forma de ser) que otro que “está
solo” o se encuentra en una
situación de soledad, que se trataría de un estado transitorio.
Cuando sólo es un hecho
social el individuo que vive aislado del resto de los demás, “está solo” pero
una circunstancia, una persona, una afición compartida... puede romper esa
soledad.
Distinto es cuando se “es un
solitario” y la soledad se vive como algo permanente, como una manera de ser en
la que el monólogo continuo con uno mismo sustituye al diálogo entre dos, que
es la forma de comunicación humana básica.
Es importante, pues, señalar
la diferencia entre “sentirse
solo” y “estar solo”.
Uno puede “estar solo y sentirse acompañado” y “estar
acompañado y sentirse solo”
Por ejemplo uno puede vivir
solo pero sentir que hay personas que nos quiere y a quienes podemos recurrir
en casos de necesidad.
Pero también se puede estar
rodeado de gente y sentirse solo, con añoranza, nostalgia, melancolía, etc.
No hablamos de la “soledad
elegida” de un monje, sino de la “soledad impuesta”, no buscada, soportada
y sufrida.
Pero, la verdad es que hoy
vivimos en un verdadero estado de confusión, del que sentimos que difícilmente
vamos a salir de él, dado que el “neoliberalismo” en el que vivimos, que nos
envuelve, que respiramos por doquier, que nos domina, nos ha aislado con la
ideología del “cada uno a lo suyo”, que en la actualidad se ha transmutado en el
“sálvese quien pueda”.
El aislamiento, “mi yo” nunca
nos abandona, ni debe abandonarnos y diluirnos en otro o en la masa.
De nuevo E. Fromm: “el amor
como satisfacción sexual mutua y el amor como “trabajo en equipo” y como
refugio de la soledad constituyen las dos
formas “normales” de la desintegración del amor en la sociedad occidental
moderna, de la patología del amor, socialmente considerada”.
ORSON WELLES lo ve así:
"Nacemos solos, vivimos solos, morimos solos.
Únicamente a través del amor
y la amistad podemos crear la ilusión momentánea de que no estamos solos".
Hablar del amor es hablad de
anteayer.
Las parejas, los matrimonios,
a lo largo de la historia no han sido por amor, sino por conveniencia.
Los/las amantes siempre
estaban fuera de la casa.
“Tenemos las CORTESANAS para
el placer, las CONCUBINAS para proporcionarnos cuidados diarios y las ESPOSAS
para que nos den hijos legítimos y sean las guardianas fieles de nuestra casa” –
sentencia atribuida a Demóstenes pero que, seguramente, es de un
pseudo-Demóstenes.
Placer y sexo, criadas y las
labores domésticas y esposas e hijos legítimos y guardiana de la casa.
¿Dónde estaba el amor?
Habrá que pasar del “cuerpo”
al “espíritu” y, luego, del “yo” al “nosotros”.
Querer a alguien ha sido un
deseo material estrechamente ligado a la satisfacción del apetito sexual, como
el hombre griego, que hacía el amor por placer, con las cortesanas, pagando,
con las concubinas, porque era gratis e iba incluido en el sueldo, aunque
tuviera hijos, que serían “bastardos” y con la esposa para poder tener hijos
legítimos a quienes poder dejar la herencia.
El Marqués de Sade no quiere
saber nada del amor.
A él sólo le interesa el
sexo.
Pero igual que hoy, cualquier
fin de semana, en que dos personas se ven, sintonizan, follan y ni siquiera se
dan el número de móvil.
Tenían un deseo sexual, lo
han satisfecho con esa persona, como podía haber sido con otra.
Y, después, si te he visto no
me acuerdo.
Lo contrario que Maritain,
para el que el amor es nada de sexo, es una utopía de espiritualidad que nos
lleva directamente a la divinidad.
Nada de sexo y nada de
sexualidad (caricias, sobeo, besos, arrumacos…)
Cuando el cura, en el
matrimonio religioso, dice eso de “un solo cuerpo…” no es verdad, como no es
verdad lo de “la media naranja”, como si fueran dos seres incompletos, dos
semi-personas que, sólo juntas forman la “persona real y completa”.
Ellos son un “yo” y un “tú”
completos, personas, que juntos conforman un “nosotros” que es más que dos
sumandos individuales.
No se trata de que, a partir
de la relación de pareja las dos individualidades se disuelvan y desaparezcan
en el “nosotros”.
La “pareja es la tercera
realidad” surgida de las dos individualidades previas.
Yo tengo que seguir siendo
“yo” y tú tienes que seguir siendo “tú” y, además, cooperando e incrementando
el “nosotros”
El amarse de la pareja es el
puente que existe entre dos amores que se aman a sí mismos y que los enriquece
a ambos.
La angustia de no poder
referir el amor a alguien más, ajeno a sí mismo, es lo que el amor a la otra
persona lleva a calmar esa angustia.
Como si dar vueltas sobre sí
mismo, rotando sobre sí mismo, añorara la traslación y la salida a lo otro, al
otro.
El mandamiento dice: “amar al
prójimo (que no es sólo el “próximo”, sino también el “lejano”) amar a “los
otros” como uno se ama a “sí mismo”, lo que da por supuesto que cada uno se
ama, y mucho, a sí mismo.
Y ocurre que cada uno es más
feliz cuando ve y hace feliz al otro.
Es lo que, en otros lugares,
he expresado: la diferencia entre “eros” y “ágape”.
La pasión amorosa individual
se identifica con la fuerza del “eros”, mientras la apertura al otro se
manifiesta en el intento de trascender la propia subjetividad y habría que
buscarla en el “ágape”
El “eros” se mueve en su
vertiente más física como atracción sexual (foto, cuerpo, film, andar,
contoneo,…eróticos), mientras el “ágape” es más intelectual y moral, tomando
cuerpo en formas políticas, religiosas, sociales,…
Por lo general van juntos, lo
físico y lo moral/intelectual: una persona poco atractiva, con carencias
manifiestas, defectuosa,… o una persona chabacana, vulgar, lenguaraz,…suelen
ser rechazadas en una posible relación de pareja.
Entre esos dos ejes se mueve
la relación de pareja aunque lo ideal sería el máximo de ambas: una persona
atractiva y, además, moral e intelectualmente de nivel elevado.
También se dice que para
iniciar el acercamiento la otra persona no tiene que ser guapísima, sino que
“debe ser lo suficientemente poco fea como para permitir el acercamiento y poder
entablar el diálogo, sólo así podrá descubrirse sus otras cualidades”.
Pero es cierto, y es lo que,
en realidad, ocurre, que unos se aproximan más a una orilla y otros a la otra.
Me gusta (pero no sé hasta
qué punto estoy de acuerdo) con la sentencia del Tao: “el hombre perfecto no
tiene yo, el hombre inspirado no tiene obra, el hombre inspirado se va sin
dejar nombre”
Es verdad que no hay japonés
y tantos no japoneses que no pueden salir de casa, en una excursión o vacaciones, que no vaya acompañado de la
máquina fotográfica, la tablet, el tomavistas,…como queriendo grapar la
presencia de ese pasaje, pero más pendientes de graparlo que de respirarlo y
vivirlo.
A mí, no me gustan las fotos.
Jamás se revive lo que no se
ha vivido del todo por la obsesiva preocupación en grabarlo.
En ese sentido sí coincido
con parte de la sentencia del Tao.
Sin embargo estoy escribiendo
esto y mil cosas, que es mi obra, la huella de mi paso por la vida.
Lo que no se puede es
refugiarse en lo no fundamental, que es “vivir sabiamente, felizmente”, más que
pensar, reflexionar, comentar, criticar,…
Aunque para algunos ésas sean
sus formas de vida.
¿Les impiden vivir la vida o
eso es lo que da sentido a sus vidas?
Un libro no te enseña a
vivir, pero sí puede darte pistas de cómo hacerlo, luego tienes que ser tú
quien lo practique.
Un libro puede ponerte
delante los motivos por los que no tienes que tenerle miedo a la vida, pero
luego eres tú quien tiene que vivir sin ese miedo a vivir.
La verdad no basta para
vivir, pero es mejor no obviarla, y menos despreciarla, porque puede ser una
agradable compañía en el vivir.
El amor se puede contar, pero
nunca su narración podrá sustituir una caricia, un beso, una mirada, un
abrazo,…
Ser inteligente no es conocer
muchas verdades, sino saber vivir la vida dignamente.
El realmente enamorado ni
tiene tiempo, ni ganas, ni necesidad de contar su enamoramiento, está demasiado
ocupado en amar, además de que es el menos indicado para ello.
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