“Si considerásemos que todas
las costumbres son cultura aún seguiríamos en las cavernas” – es un pensamiento
que recojo de la prensa y que corresponde a una periodista hispanoamericana.
Hay
costumbres, como la violación múltiple a una mujer porque su hermano o su
marido o su padre hayan violado a otra mujer.
Hay
costumbres como lapidar a la mujer adúltera (no así al varón adúltero).
Hay
costumbres como la ablación del clítoris porque se cree que la mejor o la única
manera de que una muchacha sea sólo mujer, mujer-mujer, mujer al 100x100, es
cortándole el clítoris, que es un pene (masculino) atrofiado.
Hay
costumbres como matar o mutilar a una persona por el robo de una gallina.
No
todas las costumbres son cultura. Algunas, muchas, son fruto o manifestación de
la incultura.
Europa,
(gran parte de ella) que, durante gran parte de su historia, estaba hambrienta
de comida o hambrienta de ganancias, o quemaba a los herejes o perseguía a los
rebeldes políticos o sociales, a los revolucionarios ideológicos, era, por
necesidad, emigrante.
Pero
esta misma Europa, a partir del XVII, con las revoluciones de todo tipo, con
las ideas ilustradas, con la diosa razón, con el progreso como meta, con la
libertad como bandera, llega a tal grado de desarrollo, económico, científico,
tecnológico,….. que pasa, de ser emigrante, en busca de paraísos, a ser tierra
de inmigración, paraíso apetecido por muchos otros pueblos, o lugar de refugio
para perseguidos racialmente o políticamente.
Europa,
pues, ha pasado a ser multicultural. La multiculturalidad es un hecho, nos
guste o no. Y este fenómeno trae problemas, problemas de convivencia, de
tolerancia, de diferencias, de intransigencia,….
No
hay acuerdo en qué sea cultura. Unas definiciones son demasiado estrechas,
demasiado restrictivas, mientras otras son demasiado amplias.
En
nombre del multiculturalismo no se pueden tolerar costumbres que atentan contra
los derechos humanos, contra la vida o contra la integridad física y psíquica
de las personas.
Cultura
y costumbres no son lo mismo. A veces, incluso, son antitéticas.
Hay
costumbres moralmente o humanamente neutras. La forma de peinarse o de
maquillarse; la forma de vestirse o la forma de bailar o de cantar. Son así, ni
mejores ni peores.
Pero
hay costumbres que son antihumanas, y éstas son incultura. “Cultura” es “cultivo” y nadie “cultiva” cizaña, hierba
bravía. Nadie puede, nadie debe “cultivar” ciertas costumbres.
Todo
rito, todo hábito que se repite por tradición, “porque siempre se ha hecho
así”, de manera acrítica, son costumbres, pero no son necesariamente “cultura”,
porque la cultura siempre tiende al conocimiento, a la elevación, al progreso,
al ejercicio de la facultad intelectual y nunca a la imposición, a la
repetición, al dogmatismo.
Si
costumbre y cultura fueran la misma cosa se podría dar el caso paradójico de
que apalear negros formaría parte de la cultura de algunos norteamericanos del
sur. O podría darse el caso de que emborracharse o drogarse en los botellones o
en las discotecas los fines de semana formaría parte de la cultura de muchos
jóvenes españoles. O perseguir judíos formaría parte de la cultura alemana,
pues durante muchos años fue costumbre. O perseguir palestinos formaría parte
de la cultura judía. O tirar cabras desde el campanario. O cortarle la cabeza a
los gallos el día de los quintos (esto lo hacía yo, en mi pueblo, hace muchos
años). O encerrar un toro en una plaza y, tras picarlo y banderillearlo,
matarlo a veces con saña… Todo esto, y mucho más, es tradición, es costumbre,
siempre ha sido así. ¿Debe seguir siendo así? ¿Es, eso, cultura?
Podemos
seguir con las tradiciones, amputar, progresivamente, manos y orejas a los
ladrones, o encarcelar a los homosexuales, o enfundarse un burka, o el
casamiento forzado y nunca consentido, ni elegido, sino contratado porque
económicamente interesa. O la lapidación de las mujeres.
Tenemos
que decir NO.
Por
encima de las costumbres, de las religiones, de los hábitos, de las creencias,
de los rituales…. están los Derechos Humanos, que pertenecen a una cultura
superior, la de la
Universalidad , porque atañe a todos, varones y mujeres, por
encima de toda distinción, de sexo, de religión, de ideología, de geografía. A
TODOS.
Todas
las religiones, todas las razas, todas las tradiciones, todos los ritos… deben
acogerse, deben someterse, bajo el paraguas de los Derechos Humanos.
Sólo
las culturas que respetan la vida, la integridad física y psíquica, de mujeres
o varones, de todos, merecen el nombre de cultura.
El
multiculturalismo es tolerancia, sí, pero condicionada, lo que nunca debe ser
es complicidad ni connivencia.
Hay
ideas y conductas que son intolerables. Otra cosa es el respeto.
Incluso
al fanático, al dogmático, al dictador, al tirano, siendo intolerables sus
ideas y sus conductas, sin embargo, su persona, como la persona de cualquier
otro, es respetable.
Yo
no le cortaría las manos ni los pies al que proclamara que a todo tironero
había que cortárselos, siendo él un tironero.
El
tironero es una persona. Merece todo el respeto del mundo su persona. Es
despreciable su actividad.
Pero
así como toda persona es respetable, digna de respeto, no toda idea o conducta
es tolerable.
Seamos
intolerables con lo inhumano o antihumano.
Seamos
respetuosos aun con los intolerantes, no por su intolerancia, sino por su
persona.
La
violencia de género ha sido habitual en nuestra cultura a lo largo de la
historia. ¿Debemos tolerarla porque siempre ha sido así?
¿Recuerdan
aquello del bandolero andaluz: “la maté porque era mía”? Creer que una persona
es/pueda ser propiedad de otra persona, como si fuera una silla, es una
aberración, es una idea intolerable.
¿Cómo
es posible que alguien pueda justificar las gamberradas de los jóvenes, por ser
jóvenes, o los desmanes y atropellos de los fanáticos del fútbol, por ser
hinchas?
Si
la justificación para esa conducta intolerable es que hay que echar fuera de sí
la agresividad acumulada durante la semana, que muerdan farolas, que peguen
saltos, que anden a la paticoja, que aplaudan, que den patadas contra el suelo…que
son conductas tolerables.
El
que rompa que pague. Es de justicia. No es necesario romper.
La
historia se ha encargado de demostrar que no todas las costumbres o ritos son
culturales. Ha cambiado la forma de arar y de abonar la tierra, la forma de
desplazarnos, la manera de curar las enfermedades, la manera de enseñar a los
niños, la manera de proteger a los disminuidos
o a los dependientes. ¿Vamos a seguir con la tradición?
“Si
las costumbres fueran cultura todavía seguiríamos en las cavernas” – decía la
periodista hispanoamericana.
Multiculturalismo
sí, pero mientras no atente contra los Derechos Humanos.
Estos
Derechos, no estaban ahí, cubiertos, y nosotros los hemos descubiertos, NO.
Nosotros los hemos creado, los hemos conquistado, con mucho esfuerzo, con
nuestra cultura occidental. Pero no los hemos privatizado. Deben ser aplicados
a todos los hombres, aún a aquellos en cuya cultura no saben nada de ellos.
Un
emigrante africano, en nuestra cultura, no puede ser injustamente explotado,
como no lo debe ser uno de dentro. Tiene derecho a que se le apliquen los
derechos vigentes en la cultura en la que han ingresado, pero él no puede
exigir que se le tolere prácticas de su cultura de origen si son opuestas a los
Derechos Humanos. Por ejemplo, la ablación del clítoris.
Cualquier
foráneo debe gozar de todos los beneficios que dispensa nuestra cultura, pero
no por ser extranjero, sino por ser persona. Pero a esa misma persona hay que
prohibirle prácticas y ritos antihumanos. Los Derechos Humanos siempre están a
favor de la vida, de una mejor vida.
A
lo largo de toda la historia de la humanidad siempre hubo culturas dominantes.
Pero esa dominancia era, por lo general, a base de fuerza y de armas, pero
luego llegaba la contaminación cultural, el mestizaje cultural. La pureza es un
mito. Los romanos, conquistadores y vencedores por las armas, fueron vencidos,
convencidos, por la cultura griega.
En
España sabemos mucho de esto. ¿Cuántos pueblos han pasado por aquí y cuánto de
cultura ha quedado aunque ellos ya no estén?
Hoy
en Europa, en general, predomina la convivencia pacífica, democrática,
igualitaria, de ciudadanos de diferentes orígenes que adoptan, no sólo para
subsistir, sino para vivir mejor, un pacto de tolerancia respecto a las
diferencias y un pacto de respeto respecto a los otros, por ser personas como
él, pero que aceptan, por encima de todo, los Derechos Humanos.
¿Tolerar
las diferencias?, SÍ, pero depende. Lo que nunca puede la tolerancia es la
complicidad con la incultura, con el crimen, con la prepotencia, con la
desigualdad.
Yo
tengo que tolerar que mi vecino de arriba oiga música rock y mi vecino de abajo
oiga al Chiquilicuatre, porque esos son sus gustos musicales, pero no le tolero
que la pongan a un volumen tal que me impida a mí escuchar los espirituales
negros o concentrarme en mis reflexiones filosóficas.
Yo
puedo disfrutar de los tenores mientras no impida el sueño de mi vecino. En
caso de colisión de derechos. Su derecho a descansar prima sobre mi derecho a
escuchar.
No
me cansaba de decirles a mis alumnos que durante el fin de semana podían hacer
lo que les diera la gana, pero no bajo mi ventana, a las cinco de la mañana,
meando en mi puerta. Sus derechos individuales acaban, justo-justo, donde
empiezan los míos.
Fundar
la identidad de un pueblo sólo sobre la tradición y las costumbres es una
barbaridad, aunque sea políticamente correcto, pero es una forma de estancarse.
Convenzámonos
de una vez. La democracia es una forma de convivencia que se alimenta de
derechos y de deberes. Pero la democracia nada tiene que ver con el mundo de la
ciencia.
La mejor manera de realizar
una operación de apendicitis no es democrática, sino de cualidad personal. Un
cirujano no es bueno o malo porque lo diga la mayoría. Aunque toda opinión vale,
no toda opinión vale igual. Si toda perspectiva vale no todas las perspectivas
valen igual. Hay perspectivas privilegiadas.
Las
mayorías nunca pueden decidir verdades, sólo pueden tomar decisiones. Otra cosa
es que acierten en sus decisiones. Es bueno que decidan, implica libertad, otra
cosa es que acierten en su decisión y decidan lo mejor.
La
ciudadanía no es ni sabia ni ignorante,
en sí misma, pero es la que, en democracia, decide. Otra cosa es que acierte.
¿Ya nadie recuerda que Hitler fue elegido democráticamente, por mayoría, por la
ciudadanía alemana? ¿Fue acertada la decisión mayoritaria?
La
verdad, la bondad, la justicia,….son valores muchas veces ajenos a la mayoría.
Galileo,
él solo, contra todo el mundo, defendió el heliocentrismo.
¿Qué
tendrá que ver que Dios exista o no exista porque la mayoría diga que sí o diga
que no?
Una
mayoría nunca decide una verdad. Nunca convierte una verdad en falsedad o
viceversa.
La
democracia es maravillosa, pero no todo es democrático. Además, la democracia tiene unos límites
temporales. No se elige a alguien “in aeternum”.
Quien
defienda lo contrario ha perdido el sentido de la justa medida y está dando la
razón a los antidemócratas.