(Celebrando la entrada/post nº 1.000, vuelvo a colgar :"Los terrores del año 1.000")
La tesis doctoral de Ortega y Gasset, en 1.904, llevaba por
título: “Los terrores del año mil. Crítica de una leyenda”. Es poco voluminosa,
sólo 58 páginas.
Al comienzo, durante varias páginas, se extiende en la
exposición de los tradicionales mitos o leyendas que hay sobre dicho año en
“Notas sobre los legendarios errores del año 1.000” .
Ya saben Uds., es el tiempo abonado para los milenaristas,
como si la tierra, en su traslación alrededor del sol, supiera algo de
milenios, siglos, años,… para tenerlo en cuenta.
El año 2.000 me lo decían mis alumnos.
-“Don Tomás – (entonces todavía me llamaban de “Don”)-
entramos en el tercer milenio, preparémonos para alguna catástrofe. ¿Qué opina
Ud.?
- ¿A qué hora empieza?, porque quiero empezar a carcajearme
desde el primer minuto.
- Sí, ríase, ríase Ud., pero lo están anunciando por…
Y tenía que explicarles que, en realidad, no íbamos a entrar
en el año 2.000, sino que todo es erróneo y el causante, responsable y culpable
de toda esta confusión fue un monje y astrónomo medieval, del siglo VI d. C., de
nombre Dionisio el Exiguo (el “enano”), monje
escita, nacido en la
Escitia Menor (hoy Rumania), que se había equivocado al pasar
del calendario romano ( “a.U.C” (“ab Urbe Condita”, “desde la fundación de
Roma”), que era como se hacía el cómputo de los años, considerándolo el año 0,
al nacimiento de Jesús de Nazaret, como año 0, pues al estar ya instalado y
asentado el cristianismo en Europa se consideraba el nacimiento del Hijo de
Dios un acontecimiento mucho más importante que el inicio de la fundación de
Roma, pero se equivocó en, nada menos que, “cinco años”, es decir, una
manifiesta contradicción “Cristo nació al año 5 antes de Cristo”.
- “Queridísimos alumnos, el año 2.000 fue hace 5 años, el
1995 y no se acabó el mundo. ¿Se va a acabar ahora, que ya no estamos en el
2.000?
¿Ocurrió, en el año mil, ese terror milenario, ese auténtico
pavor supersticioso, temores y terrores apocalípticos, que muchos años después se
daba por sentado y como segura su existencia?
Porque es verdad que hubo, alrededor de ese año, hambrunas
que llevaron al canibalismo, hubo lluvias torrenciales cual nuevo diluvio y era
creencia extendida que la gente se arrepentía, se confesaba y comulgaba,
entregando a los pobres todas sus posesiones para que, al ser juzgados por Dios
en el Juicio Final, los pillase con el alma purificada y las manos vacías (por
aquello de “Bienaventurados los pobres…. porque de ellos será el reino de los
cielos”), que es lo que todos ansiaban.
“Algunos historiadores –dice Ortega- han urdido el tapiz
maravilloso de una leyenda”.
Y “construida la leyenda, hizo su camino sin tropiezo,
porque era bellísima”
Aunque “como el maniqueísmo, el milenarismo está arraigado
en el fondo de la concepción cristiana”.
El 31 de Diciembre del año 999 habrían estado las Iglesias
llenas de varones y mujeres, gimiendo y llorando, pidiéndole a Dios el perdón
de sus pecados, en la certidumbre/certeza de que se acercaba el fin del mundo
y, con él, el Juicio Final.
Los lujuriosos confesaban a gritos sus pecados y lascivias;
los avarientos ofrecían sus tesoros al Señor para que les fueran perdonados su
vicio y su debilidad; los orgullosos vestían sayales y cubrían sus cabezas con
cenizas reclamando misericordia, y todos, llorosos y compungidos, al oír las
campanadas de media noche, esperaban escuchar también las trompetas de los
ángeles, que harían resucitar a los muertos que, junto con los vivos, en ese
mismo momento, comparecerían ante el Divino Juez.
Pues todo fue propaganda posterior y pura fantasía
proveniente de gentes interesadas en pintar de negro la vida cotidiana del
medievo.
Todo parece provenir, intencionadamente, de los
enciclopedistas anticlericales y de los románticos, cargando contra la
jerarquía eclesiástica de aquellos tiempos.
Una fábula inventada en el siglo XVI, por cronistas
franceses e italianos, que remataban así su opinión sobre los “oscuros y
bárbaros siglos medievales”, capitaneados, por supuesto, por la iglesia
cristiana.
Ese mismo criterio fue el que los llevó a designar como
“góticos” (es decir, “godo”, “bárbaro”) el arte de las catedrales, iglesias,
monasterios y edificios civiles.
¿Se pueden llamar “bárbaras” las catedrales españolas de
Santiago de Compostela, León o Burgos, entre otras; o las de Colonia, Notre
Dame, Milán,…?
¿Se puede llamar “bárbara” y “oscura” la Escuela de Traductores de
Toledo? ¿O a Alfonso X el Sabio?
Es verdad que la higiene brillaba por su ausencia, que una
peste cualquiera hacía estragos en el pueblo llano, que la cultura sólo era
comida de clérigos, que el pueblo nadaba en el analfabetismo, que la
alimentación era escasa e inadecuada,…
Pero de ahí a cargar contra la Iglesia , como la suma
interesada, para que le entregasen las pobres gentes todos sus bienes,
predicándoles el fin del mundo, las penas eternas que les estaban reservadas,….
Digamos que el terror a la enfermedad y, sobre todo, a la
muerte estaban instalados en el pueblo antes, durante y después del año 1.000.
Debido al aislamiento geográfico, sí es posible que monjes,
a pequeños núcleos de población, predicasen la inminente venida del fin del
mundo y que, en ellos, algo de eso ocurriese, pero no a nivel general de la
cristiandad.
Si nos atenemos a España, el año 1.000, gran parte de la
población estaba bajo dominación musulmana y existían núcleos de población
judía, y el cómputo de los años, para ellos, nada tiene que ver con el del
Cristianismo.
Pero una leyenda, cuando es bella, es difusiva y contagiosa.
Pero una leyenda es sólo eso, una leyenda.
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