jueves, 27 de noviembre de 2014

SI YO HUBIERA SIDO DIOS….

                                                     

         (Un día de primavera, en la terraza, mirando el mar)

Si yo hubiera sido Dios habría hecho muchas cosas al revés. Por ejemplo, la vida de los hombres.

Siempre he dicho que la vida es como un paseo, mejor que como una carrera.
En una carrera tienes que esforzarte y rivalizar con los otros para llegar antes que ellos.
Una carrera siempre es competición, si no, es simulacro. Eso de que “lo importante es participar” lo dicen los perdedores.
La vida es/debe ser como un paseo. ¿Y qué ocurre al final del paseo? Pues que te sientas, te relajas, te tomas una cerveza con aceitunas con sabor a anchoa… unas tapitas……y continúa el placer, aunque de otra manera.
¿Qué ocurre al final de la carrera? Pues que, seguramente, has perdido, porque siempre hay un hijo…. que se te ha colado por la derecha o por la izquierda y… Por perder, perder, has perdido hasta la respiración y lo único que te apetece tomar es aire. Y todo para nada.

¿Y la vida? ¿Qué ocurre al final de la vida? Pues que te mueres. La muerte. Y esto sí que es una putada, además de una injusticia.
Se vive durante tanto tiempo (y más en nuestros tiempos) para que luego, al final, ¡pum!, la muerte. ¡Joder!.
         Como si la muerte fuera un premio, un diploma, un título, un bonobús. ¡Oiga!, una esquela no es un título, sino el último ultimátum, el finiquito firmado por nadie. El “sanseacabó” y punto.

         Oiga, esto no es serio.

         Si yo hubiera sido Dios habría programado la vida de los hombres al revés, caminando hacia atrás.

         El primer paso sería estar muerto y, a continuación, abrir los ojos y empezar a vivir, pero desde atrás.
         Y ¿con qué me encuentro? Pues en una silla de ruedas. Anciano más que viejo, dependiente, en un asilo. Con visitas dominicales de la nuera que ya está hasta el moño de que aún esté yo aquí y ella ahí, sin ver un euro.
         Pero ves cómo te levantas de la silla de ruedas, y dejas las muletas, y comienzas a andar, como Lázaro el día del milagro, y paseas, y juegas al tute y al dominó, y te cagas en los millonarios vestidos de blanco que corren tras un balón, y te ves jurando por la cobertura de tu móvil que no volverás a…. y te ves descumpliendo años y celebrando todos los “descumpleaños”, rodeado de amigos y amigas cada vez más jóvenes, asistiendo al milagro de ver cómo los pechos de ellas han empezado a colgarse y pasan de la forma melonácea a la limonácea, con el wonderbrá (¿cómo se escribirá este artefacto?), con los pezones apuntando, desafiantes, al cielo; y a ellos ver cómo se levantan, devuelven también las muletas, le pegan en el culo a las cuidadoras y se comen, con la vista, a las enfermeras en práctica. Y el guiñapo flácido y recogido, como avergonzado o humilde, comienza a empaquetarse.

         Deberíamos nacer, por ejemplo, con 95 años. Una buena edad, con el oído y la vista muy mermados, con la dentadura postiza, enchepados,…. Pero con una buena pensión (y no esta mier…. de pensión que parece un acto de caridad más que un acto de justicia).

         Y sigues hacia atrás, saliendo del asilo y entrando de nuevo en la fábrica. Ya has descumplido 30 años. Has ingresado en el mundo laboral. Y ya sabes lo que es sudar. Te deslomas durante 40 años. Vas descumpliendo años y trienios. Los colegios, los ligues de tus hijos. Las noches en vela porque son las 7 de la mañana y aún no han llegado. Y te nace el tercer hijo, luego el segundo y, finalmente (o primeramente) la niña.

         El día de la boda. El desastre y la hiel de la luna de miel. Preguntándote qué es lo que has hecho y lo que te espera.
         Ahora la Universidad. ¡Vaya siete cursos, para una carrera de cinco años¡ Botellones. Ligues. Madrugadas. Ojeras. Faltas a clase. Y te ves en selectividad, otra vez con el mito de la caverna de Platón.

         El bachillerato y la rubia de Nerea. Esos besos robados. Esa imaginación al límite. Las poluciones nocturnas. Esa E.S.O. y las masturbaciones, porque el profesor de Ética, contra el profesor de Religión, me ha asegurado que no son pecado.

         Y así entras en el colegio de Primaria. ¡Qué felicidad!. Todo lo que necesites se te dará. Academia de Inglés y de Informática, así como Judo y Deporte por las tardes. Sólo tienes que pedirlo y tu padre echará las horas extra que hagan falta. Juego y más juego. Pedagogía lúdica. Refuerzos positivos. Ninguna responsabilidad. ¡Qué alegría!. Si algo falla, si algo va mal, la culpa es de la sociedad, del sistema, de los medios de comunicación, del profesor, que sólo piensa en vacaciones y me tiene rabia. Pero yo no soy responsable. Al revés, soy una víctima del sistema, necesito recompensas.

         Y llegas a bebé. Ni ir al water. Ni ir al frigorífico. Un simple lloriqueo y toda la familia alrededor, con el biberón, con los pañales, con el baño, con el cochecito de paseo. La cuna. Los cuentos. El chupete.

         Y así llegas a entrar en el vientre de tu madre. 9 meses. Los mejores 9 meses de tu vida. Sin tener que hacer nada para tenerlo todo. Y todo por un simple cordón. Es el paraíso. Es el estado adánico.

         Y en ese primer segundo de tu vida, mientras ese espermatozoide corre veloz a ligar en las ligaduras, al unísono con el chirriar del viejo somier de muelles, en el jadeo y éxtasis de tus padres, en la cima del orgasmo, despertarme y diluirme al mismo tiempo, uniendo mi felicidad a su placer, expresando los mismos “ay…ay….ay….” pero el suyo in crescendo, hasta llegar a la fase de meseta y el mío en decrescendo, (¿se dirá así?) hasta apagarse, hasta apagarme.

         (¡Hola!, ¡Adiós!).

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