Yo, Tomás Morales, natural de Salamanca y vecino de Málaga,
¿soy un salmantino que trabaja y vive en
Málaga o soy un malagueño al que nacieron en Salamanca?
Una de las leyes de la evolución es la Adaptación al medio.
El ser vivo, cualquier ser vivo, ante el medio que le ha
tocado vivir o en el que se ha metido, ante las condiciones que ese medio le
impone, sólo tiene dos salidas: o adaptarse a él para sobrevivir (de lo
contrario, morirá) o adaptarlo a él.
Durante la mayor parte de la
presencia de la vida en la tierra los seres vivos sólo pudieron responder de la
primera manera. Sólo muchos, muchísimos años después, cuando el hombre comenzó la aventura de la ciencia y
de la tecnología (es decir, más o menos, anteayer) pudo poner en práctica la
segunda respuesta.
El aire acondicionado, el frigorífico o la estufa, el
ventilador y veinte mil inventos más son manifestaciones de adaptarlo a él.
“SAVOIR – POUVOIR – PREVOIR” era el lema de la Edad moderna.
Los vegetales, como enseñaba el sabio Aristóteles, realizan,
llevan a cabo, las funciones propias de su alma vegetativa: nacer, alimentarse,
crecer, reproducirse y morir, pero anclados, “enraizados” con sus raíces en el
suelo. Ni los árboles ni las lechugas se dan paseos por el campo. Sus hojas y
sus raíces, sobre todo, son las dos grandes fuentes de alimentación.
Los animales (vivientes sensibles), por su parte, con su
alma sensitiva, realizan todas las funciones que realizaban los vegetales
(nacer, alimentarse….) más las funciones propias de su alma, tienen sentidos
para conocer, tienen instintos para actuar y poseen la potencia locomotriz,
para moverse. Ni el pájaro ni el perro están “enraizados”. Se mueven, cambian
de lugar para conseguir comida o para librarse de ser comidos.
El hombre, en cambio (siempre según Aristóteles), además de
hacer todo lo que hacen los vegetales (nacer, alimentarse, crecer….) y de lo
que hacen los animales (sentir, mamar, huir, andar….) realizan las funciones propias
de su alma racional: el conocimiento superior (inteligencia y razón) para
conocer, voluntad para querer y libertad para optar, para elegir.
El hombre, por medio de este conocimiento superior, conoce
la naturaleza, descubre las leyes de su actuación para, así, aprovecharse de
ella, para ponerla a su servicio.
El hombre no tiene raíces. Su alimento está en lo alto, se
llama cultura. Y ésta siempre está más allá del nivel puramente biológico.
Somos biografías distintas montadas sobre biologías iguales o muy parecidas (un
corazón, dos ojos, dos riñones,…. en los mismos sitios….). “Ca uno é ca uno” –
que diría el refranero vulgar. Cada uno es guionista de su propia bio-grafía.
En la vida cada uno es/debe ser autor, actor, director, tramoyista,…
Yo suelo decir, muchas veces, que a mí “me nacieron en
Salamanca” pero que, luego, “me hice andaluz”.
Uno no es del lugar en que lo nacen sino del lugar en que se
hace. Yo me hice educador, esposo, padre, abuelo, articulista, conferenciante,…
yo me hice y sigo haciéndome mi yo (estudioso, conferenciante, articulista….) en
Andalucía.
¿Cuáles son mis raíces? ¿Las biológicas o las culturales?
¿De qué se alimenta mi persona?
Mi padre, allá en la Tierra del Vino castellana, tenía la costumbre de
plantar una viña cada vez que le nacía un hijo (Bueno, la verdad es que cuando
le nació el cuarto, mi hermano el pequeño, plantó un pinar). Una de las tres
viñas, la 2ª, era “el majuelo de Sito”
(Sito, de Tomasito, yo),
Pero mi padre plantaba unas cepas llamadas “americanas”, que
“agarraban” muy bien y que “encepaban” muy de prisa, pero a los dos años las
injertaba con “varas” de “tinta Toledo”
o “tinta Madrid”, porque –decía él – esos injertos, en esas cepas, producen uva
de calidad superior a la que le correspondería en su cepa.
Digo todo esto porque, hace ya casi 40 años, un castellano
(o sea, yo) cruzó Despeñaperros y bajó a Andalucía, (primero Córdoba, luego, y
finalmente, Málaga) y aquí sigo
¿”enraizado”?
Si mañana mismo, mis hijas (¡ironías de la vida!, una en
Madrid y la otra en Ciudad Real), solicitasen mi presencia por tiempo
indefinido, cogería mis bártulos (o sea, mis libros) y una vez “desenraizado”
me “enraizaría” de nuevo en otro lugar
¿Salamanca? Me encanta. Pero mi vida, y todo lo que más quiero,
ha nacido en Andalucía.
¿Soy andaluz? Por supuesto. ¿Menos que otros, nacidos aquí?
No lo creo. Recuerden las viñas de mi padre.
Recuerden lo que tantas veces he dicho: “Nos nacen hombres,
nos hacen humanos, nos hacemos personas”
No elegimos ni nacer ni dónde nacer ni cuándo nacer. Nos
tocó lo que nos tocó. Nos podría haber tocado otra cosa.
No elegimos ni la cultura, ni la educación. Nos fueron
moldeando así. Nuestros padres, nuestros maestros, el ambiente alrededor. Nos
hicieron así.
Pero sobre esa estructura humana cada uno de nosotros somos
más o menos responsables del tipo de persona que somos.
No elegimos vivir, pero sí podemos/debemos elegir qué tipo
de vida queremos vivir. La vida, más que en un lugar, está en el modo.
En el hombre las “raíces” son una metáfora. Una metáfora
bella. Pero metáfora.
Transcribo las palabras de un periodista en la prensa local
de Málaga: “Los seres humanos estamos hechos para andar, no para estarnos
quietos, como si estuviéramos plantados en un arriate. “Desarraigo” suena mal
pero, siguiendo la metáfora, es lo que nos permite ir de acá para allá, tanto
espacial como intelectualmente. Yo al menos me alegro de haberme desarraigado
de muchas de las cosas que me vinieron impuestas por mi tiempo y de algunas en
las que creí con convicción sentimental. Las raíces son una metáfora nostálgica
en un mundo cada vez más cosmopolita. Nada tienen de malo como figura del apego
a determinadas costumbres, pero sí me parecen perniciosas convertidas en
imposición histórico-cultural.
No es bueno mirarse (uno) demasiado las raíces, corre uno el
riesgo de pasar del dicho al hecho y quedarse tan inmóvil como un vegetal”.
¡Chapeau¡
En las últimas elecciones generales, previendo que no iba a
estar en Málaga, solicité el voto por correo (por aquello del deber moral (no
legal) de votar). A su debido tiempo me llegó un sobre con todas las
candidaturas. Las había graciosas, las había ridículas, las había nostálgicas,
algunas utópicas, otras realistas, pero había una que no me encajaba, la de
Nafarroa Bay (¿se escribe así?) en Málaga.
Luego me enteré que había personas concertando citas por
teléfono con aquellos que tuviesen un apellido navarro, para convencerlos de
que, si sus raíces son navarras, sólo pueden/deben votar la lista Navarra,
porque las raíces no se pierden nunca…
Si todos los Sánchez (de Sancho), Domínguez (de Domingo),
González (de Gonzalo), Rodríguez (de Rodrigo), García (de Garcés),….o todos los
Perales, Robles, Manzanos, Naranjos,….(nombres de árboles, procedentes de los
judíos en suelo español), o los Zamarrillas, Margaritas, Azucenas, Rosas,….. (Nombres
de flores, procedentes de los árabes) y que viven en el País Vasco
tuvieran/debieran votar a la candidatura acorde con sus “raíces”…
¡PATÉTICO¡ - Oiga-
¡Raíces de un ser desarraigado!
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