Si alguien cree que la felicidad es un estado en el que una
vez que se entra en él se permanece todo el tiempo o mucho tiempo, está
equivocado.
La
felicidad es “flor de un día”, es “algo que dura un instante” – dice el poeta.
Es imposible para el ser humano un estado de felicidad más o menos permanente.
¿Se
imaginan Uds. un orgasmo mantenido, permanente?. Eso no hay cuerpo que lo
aguante. No sólo es agotador, es perjudicial.
Hay
por ahí un libro de un psicólogo, que se titula “ Salga de su mente y entre en
su vida”. Despotrica sobre lo que él denomina “dictadura de la felicidad”
entendida como el afán de la sociedad moderna por venderle a las personas
recetas fáciles de felicidad. Desde Corporación Dermoestética a Cambio Radical
pasando por el coche que pasa de 0
a 100 en 4 segundos.
Dice
este psicólogo y en este libro que la felicidad consiste (apunten) en
“planificar la vida, descubrir cuáles son los valores propios de cada uno y
vivir según ellos”.
Es
decir que tú y yo planificamos nuestras correspondientes vidas, pero como mis
valores son éstos y tus valores son esos, tú y yo no podemos vivir de la misma
manera y con las mismas cosas, con las mismas actividades. Tú tendrás que vivir
así y yo tendré que vivir asao. Lo que a mí me hace feliz no tiene por qué ser
lo mismo que te haga feliz a ti y viceversa.
Si
las religiones han tenido y tienen sus templos desde los que se nos predica la
felicidad, la sociedad compleja consumista en la que vivimos tiene sus templos profanos, tiene sus ritos y tiene sus objetos
a comprar y consumir.
La misa como
actividad, al menos semanal, obligatoria (“santificarás las fiestas”) ha sido sustituida por el shopping en la
nueva catedral laica que imparte sacramentos
de felicidad barata en el Corte Inglés o en los Factorys.
Esos
escaparates llenos de objetos presentados de manera atractiva y atrayente es,
hoy, lo que podríamos denominar “la felicidad visible”, el reino del tener. Si
tienes esto y esto y lo de más allá serás feliz.
La
sociedad de consumo se alimenta de nuestros deseos, de los más inmediatos y
caducos, el último modelo de coche o de móvil, o los últimos zapatos de moda.
Una felicidad hasta con “rebajas”, Días de oro y Semanas fantásticas. Todo
legítimo, todo legal, no sé si inmoral, pero de vida corta, “flor de un día”,
de una temporada.
Pero
hay otra, la auténtica, la “felicidad invisible”, la que podríamos llamar
“reserva de felicidad”,
Una
poetisa, no sé quien, definía así esta Felicidad Invisible, con una metáfora
preciosa. “La Felicidad
es –dice ella- como la reserva de aguas profundas de un pozo artesiano que te
permite, en momentos de escasez, acudir a ella para no sucumbir de sed en medio
de la tragedia”.
Esta
Felicidad Invisible se alimenta de estas reservas, tira de ellas en momentos de
dolor, de miedo, de tragedia y asciende a la superficie cuando consigues dar un
sentido a tu vida.
Felicidad
invisible es desde “triunfar en esa actividad que te gusta” a “crear poemas
hermosos” o “bucear en reflexiones filosóficas”, “hacer feliz a esa persona”,
“descubrir una vacuna”, “despellejarse por salvar el pellejo de los demás”,
“aliviar el dolor humano”, “edulcorarle la pena amarga por la pena del ser
querido perdido”…
Estas “felicidades Invisibles” son compatibles con el dolor
de muelas, con el suspenso de tu hijo, con la pérdida de una familiar, con la
estrechez económica…
Pero
no buscar ni el dolor, ni el sacrificio, ni la pena y menos resignarse ante
ellos.
Cuando
un cura dice, desde un púlpito, al recién viudo/a “resignación”, “Dios se lo ha
llevado porque lo/la amaba”… me parece una blasfemia.
La
teoría del dolor como mérito va contra el sentido común, es una imbecilidad. El
dolor todo lo vuelve sospechoso.
¿Recuerdan
el pasaje del evangelio de Jesús y la samaritana?.
Están
ante el pozo. Ella va a buscar agua. Él le pide agua. Ambos hablan del agua,
pero ella habla del agua que quita la sed, Jesús habla de que “quien beba del
agua que yo le daré no es que le quite la sed, es que nunca volverá a tener
sed”. Ésta es la
Felicidad Invisible. Ninguno habla de aguantar, de soportar,
de ofrecer el sacrificio de la sed. ¿Qué mérito puede ser aguantarse la sed?.
¿Qué tipo de Dios puede alabar eso?. ¡Por Dios¡
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