viernes, 30 de noviembre de 2018

PALABRAS DE UN AGNÓSTICO (19)



Ante la nula consolación que puede proporcionar la filosofía, la oferta que ofrece la fe religiosa es tan potente, por contraria que sea a la razón, que uno se lanza a por ella.
¿Qué puede perder, si no, y qué puede ganar, si sí? y ¿ante la realidad de ninguna pérdida  y la posibilidad de toda la ganancia…? (Pascal)

El ser humano habita este mundo como un prisionero de la necesidad y lo irremediable, sometido a la injusticia, al aplastamiento de los más débiles y, finalmente, a la fatalidad de la muerte.
Su destino, para la mayor parte de la humanidad es nacer, vivir sufriendo o sufrir malviviendo y, finalmente, desaparecer para siempre.
Lees, ves, oyes las noticias a diario de las muertes, de los asesinatos, de las torturas, del hambre, del fanatismo religioso, de las dictaduras mortíferas por el hecho de ser sospechoso de no comulgar con el tirano,… ¿Y qué ves? ¿A qué conclusión llegas?

Sentirse esclavizado, tú mismo, yo mismo, que somos esclavos del capital, del consumismo, de los medios de comunicación que nos manejan como a peleles,… y desearíamos y anhelaríamos “ser libres de” para poder “ser libres para” pero como la mosca no puede soltarse de la tramposa tela de arañas, así somos nosotros, que nos creemos libres sin serlo, sin poder serlo.

Pero todo esclavo se siente merecedor de la libertad y, puesto que se siente esclavo en este mundo temporal, si le prometen la libertad eterna tras esta perra vida que lleva y de la que no ve salida, se lanza a las promesas del más allá que los vendedores de humo le ponen en su mente a través de sus discursos en los púlpitos, en los micrófonos, en los platós televisivos,…

¿Qué puedo perder si ya lo he perdido todo y yo mismo estoy perdido?

Y se lanza a lo divino, aunque nada sepa de los dioses o, precisamente, porque nada se sepa ni pueda saberse de ellos, pero consuela verse con la imaginación en ese cielo libre y feliz.

¿Qué puedo perder, allá arriba, si no existe, si ya lo tengo todo perdido aquí abajo donde estoy?

No lo sé, nadie lo sabe, no puede saberse, por eso lo creo (y me recuerda a Tertuliano, allá en el siglo II D.c.: “creddo quia absurdum est”

La única manera de derrotar a la necesidad en este mundo es creer y apostar por la libertad en el otro mundo.

No podremos borrar que no haya sido lo que ya ha sido, en este mundo, pero sí podremos escribir, en el otro mundo, lo que con la imaginación anhelamos.

¿Es posible esa liberación transmundana? Nadie ni nada puede verificarlo pero, con la falacia de que ni nada ni nadie puede falsarlo, lo creo porque me hace feliz y me consuela la simple creencia (inconsciente de que es el que afirma el que debe demostrar la verdad, porque sobre él recae la carga de la prueba, y no del que niega, que nada tiene que demostrar

Yo no tengo que demostrar que no existen los marcianos, eres tú, si afirmas que existen, quien debe demostrarlo.

¿Cómo podremos ser rescatados de la muerte que la necesidad natural nos garantiza, aunque no sepamos ni su cuándo ni su dónde? Creyendo en lo que la lógica y la razón, en esta vida nos lo muestran imposible.

Me gusta la idea de que lo ilógico, lo irracional, lo imposible, en esta vida no sólo sea posible en la otra, sino que creo que es verdad, que existe y que allí viviré eternamente.

De nuevo la apuesta de Pascal: ¿qué puedo perder si no…?

Porque lo que es imposible para los hombres no lo es para Dios, lo inevitable es evitable, lo absurdo es racional,… En esto consiste la lucha de la fe, la loca lucha por la posibilidad de lo imposible.

Sólo la posibilidad allana el camino de la salvación, sólo es el alimento de la fe.
No se cree sino cuando no se descubre otra posibilidad aquí abajo.
Dios es ajeno y está por encima de la lógica humana.
Para Dios nada es imposible.
Dios significa eso, que todo es posible, este es el significado de Dios ¿acaso no interesa, no es rentable, creer y creerlo?

¿Qué puede importarme a mí las verdades universales y necesarias de la Ciencia, de la Lógica, de la Ética si yo soy este ser individual y concreto insignificante para los demás y, por si fuera poco, contingente, que existo, pero que podría no haber existido y con la garantía de que ya nacemos con la fecha de caducidad impresa en el momento mismo de salir de la fábrica, del claustro materno?

Ese Dios en el que creer es el que se salta hasta la Ética más elemental y es capaz de ordenarle a su fiel creyente Abraham que le sacrifique a su único hijo, Isaac, (y que debido a su vejez ya no será padre de nuevo) tras haberle prometido que será padre de toda una descendencia mayor que las estrellas que hay en el cielo; o que parezca que disfruta sádicamente amargándole la vida al paciente y creyente Job, despojándole de todo, de familia y de bienes y, todo sin pretexto lógico alguno.

PALABRAS DE UN AGNÓSTICO (18)



Comparar, pues, inteligencia, la voluntad, el amor, el poder,… los atributos divinos con los humanos “no sólo no puede ser, sino que, además, es imposible” como dice el adagio.

El bacilo de la tuberculosis o el fuego devastador, en sí mismos, no son ni buenos ni malos, simplemente son, existen y si los denominamos y los calificamos como “malos” es porque nos perjudican, nada más que por eso.

Sacando las consecuencias de ese “Deus, sive substantia, sive natura” y nosotros somos “substantia y natura”, para todo hombre cualquier hombre, cualquier otro, es algo sagrado.
La consecuencia de ese aserto spinoziano es vivir según nuestra naturaleza, según lo que somos, vivir racionalmente, sin odio, sin envidia, sin…
Si somos “natura”, si somos “substantia”, también somos “Deus”.

“Panteísmo” = “todo es divino”, “todo es Dios”.

Pero ese Dios como “concepto” y no como “persona” en poco o en nada puede servir de consolación al pobre hombre mortal y doliente.

Se preguntan los ateos si Dios no será esa prótesis ficticia de nuestra contingencia, la añorada compensación de las deficiencias humanas y/o de la humana frustración.

¿Dónde está, entonces, el Dios como “persona”? ¿Dónde los rasgos humanos/humanizadotes de ese Dios? ¿Y cómo atacar, racionalmente, a esa divinidad impersonal?

Queda desdibujada la imagen de ese Dios impersonal con atributos tan contradictorios como Omnipotencia + Bondad +Voluntad + Creador del mundo y, sin embargo un mundo no sólo imperfecto sino lleno de dolorosas catástrofes siendo la principal la libertad humana que, debido a la imperfección del hombre, tendrá que hacerse cargo y responsabilizarse de los males de la humanidad que, pudiendo, realmente, ir bien, funcionar bien, va a hacerlo mal.

Y si a ese Dios, tan contradictorio, queda conectado el místico, en ese arrebato vivencial cabe todo, pero nada queda concretado.

Si le preguntamos a un creyente de Dios, sobre Dios, y por qué cree en Él estando el mundo como está nos responderá, amigablemente: “hombre yo creo que hay Algo….”.
Y yo, agnóstico, incluso un ateo, responderá que él (y yo) también creemos que hay Algo y que, en eso, estamos todos de acuerdo, incluidos los no creyentes.
La pregunta, y el problema, es si hay Alguien.

En ese panteísmo de Spinoza aquí estamos los humanos, con las montañas y los ríos, los tomates y las manzanas, las amebas y los perros, que también son “natura”, “substancias” y, por lo tanto, “Deus”.

¿Cuáles son los méritos, cual es el valor de ese “Deus” disuelto en lo creado, para el mortal doliente que busca consuelo religioso?

A lo largo y ancho de toda la historia de la humanidad ha habido, siempre, pensamiento religioso por razones cognitivas (sobre todo) en contextos prácticos.
Fenómenos como el nacimiento o la muerte, la sequía o la riada, el calor y el frío cambiante a lo largo del año, la cosecha, la enfermedad, el dolor, el sol diurno y la  luna nocturna, las estrellas (y no digamos los eclipses)… han despertado preguntas que piden, que exigen, respuestas, y ante la imposibilidad de darlas ateniéndose a los sentidos, que constatan, y la razón, que los explica, dan el salto a la creencia y dar respuestas sobrenaturales a fenómenos naturales inexplicables.

Es como creer en la magia de ese coche que corre a gran velocidad por la carretera y, todo, porque desconocemos que tenga un motor y cómo funciona.

Me contaba mi abuela que el día que iba a pasar un coche por la carretera Salamanca-Valladolid, a unos 5 kilómetros de mi pueblo, casi toda la gente se desplazó a la carretera y su admiración era que nada ni nadie lo empujaba ni nada ni nadie tiraba de él, que corría solo y eso era un milagro.
Es muy normal llamar milagro a lo desconocido.

La razón, la ciencia, puede explicarnos el funcionamiento del coche o el porqué de la enfermedad, pero poco consuelo produce en el creyente si la curación no llega.

La ciencia podrá explicar, la filosofía comprender, pero no proporcionar falsas esperanzas de un rescate personal, ininteligible, pero que anhelamos por el miedo irracional ante la inexplicable muerte.
La Filosofía nada de consuelo o remedio salvador puede proporcionar, como la fe religiosa ante el trance de la muerte, porque del más allá nada puede decir la razón, tampoco la fe, pero ésta causa la creencia en el más allá y qué méritos son los necesarios para sacarse el billete que abra las puertas del cielo cuyas llaves las tiene San Pedro.

El sabio puede comprender que, al final todo está perdido y acepta la perdición, pero no el creyente, que quiere algo más, que quiere escapar a esa perdición.

¿Qué le importa al creyente las contradicciones de ese Dios si lo que él desea es no perderse, definitivamente, tragado por el océano de la nada?

jueves, 29 de noviembre de 2018

PALABRAS DE UN AGNÓSTICO (17)



Y, ampliando/amplificando esta doctrina de Feuerbach, vendrán los “filósofos de la sospecha” (Marx, Nietzsche y Freud) que denunciarán la estrategia de las religiones y las consecuencias de todo tipo (políticas, psicoanalíticas, económicas, morales, hasta ontológicass).

El drogadicto sólo busca su dosis para no sufrir y, por sí mismo, es muy difícil que quiera salir de su situación de drogodependencia.
Y si “la religión es el opio del pueblo” según la frontisficia sentencia de Marx…
La sentencia marxista significa que la religión es usada por las clases dominantes (que serían los camellos) como instrumento para controlar al pueblo, aliviando y dándole sentido a sus padecimientos mediante la idea de un mundo de dicha ilusoria y la promesa de una vida eterna.

Ante la contradicción existente entre las perfecciones o atributos que se le atribuye a Dios y la triste y pésima realidad que soportamos en esta vida mundana y terrestre vamos a tener que cambiar de perspectiva y admitir que ese Dios no es, al menos del todo, ni Bueno, ni Omnipotente, ni Padre, ni algo familiar y cercano a nosotros.

Lo de cambiar de perspectiva me viene a la mente ese “meme” que corre por las redes sociales, de dos personas, una frente a la otra, discutiendo si el número que aparece escrito en el suelo es el 69 o el 96.

O la más famosa leyenda urbana puesta en boca del torero Rafael Gómez Ortega, ‘El Gallo’, que nació en Madrid el 18 de julio de 1882, aunque estaba afincado en Sevilla y siempre se nos muestra como “torero andaluz”.
Terminaba, una tarde, de torear en La Coruña y sus admiradores, tras una faena triunfal, querían que se quedase para departir tertulia con ellos alegando que Sevilla estaba muy lejos y que tardaría en volver por La Coruña, para torear otra vez, ante lo que el torero sentenció: “Sevilla no está lejos, Sevilla está donde tiene que estar, lo que está lejos es esto”.

Otra perspectiva, otro punto de vista de lo mismo.

Los teólogos se parecen al Gallo: “Dios es como debe ser y obra de acuerdo con lo que es debido; somos nosotros, los humanos, quienes nos empeñamos en calificarLo y medirlo con el baremo de nuestros minúsculos criterios.

Es decir, olvidémonos de aquellas tres vías tomistas sobre la esencia divina: la positiva, la negativa y la de eminencia y quedémonos con esta nueva vía: la “apofática”, que afirma que Dios es inabarcable, insondable, inefable, imprevisible,… es decir que nunca tenemos, ni podremos tener repajolera idea de cómo es Él, porque sus designios son y serán, siempre,  incomprensibles para nosotros.

Es decir, olvidémonos de querer saber, con nuestra limitada mente, de cómo es Dios porque “Él no nos puede caber en la cabeza”

Cuando digamos algo positivo de Dios debemos decir, a continuación, que no es eso, ni eso, ni eso…

Algo así como San Pablo, ante sus oyentes, les describía lo que era o cómo era el cielo, la recompensa divina que les esperaba tras la muerte, en Corintios 2:9: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó,… Ni han subido en corazón de hombre.  Son las que Dios ha preparado para los que le aman”

Es decir el discurso sobre Dios queda blindado, nada verosímil podemos decir de Él, porque nada puede ser dicho; todo es y queda en el misterio que, o te lo crees o no te lo crees.

O sea, que tan ridículos son los creyentes que dicen creer lo increíble como los ateos que sólo deberían callar o, a lo más, reírse al escuchar a los teólogos.

Y es que, de Dios, seguimos hablando de modo antropológico, y no podemos hablar de otro modo, porque esa es nuestra perspectiva, nuestro punto de vista que, además, no puede ser otro que el humano pero, desde este necesario punto de vista, nada verosímil podemos decir de Él, porque al antropologizarlo estamos deformándolo: eso no es Dios, no puede ser Dios,…

“Ni a su imagen ni a su semejanza”, nada verosímil, con nuestra limitada capacidad intelectiva, podemos decir de Él, “no nos cabe/no nos puede caber en la cabeza” porque somos “radicalmente distintos”, porque el niño nunca podrá meter el mar, con su cubito de agua, en ese hoyo que ha cavado en la arena, aunque el niño se lo crea y sus padres disfruten de su intento.

¿Qué nos queda, entonces? la FE: “Por siempre sin nombre // por siempre desconocido // por siempre inconcebido // por siempre irrepresentado // mas, por siempre, sentido en el alma” (D. H. Lawrence, novelista y poeta, inglés)

Si se etiqueta lo incognoscible como “misterio” queda garantizada su invulnerabilidad y admitida su verdad apoyada en la creencia, no verificable, pero tampoco falsable y como para un creyente si un ateo o un agnóstico no pueden demostrar la falsedad, entonces queda confirmada su veracidad o, mejor, su verdad, inconscientes, voluntarios o no, de que la carga de la prueba siempre recae en el que afirma la verdad y no en quien la niega.

¿Dónde queda, entonces, ante esa inescrutable verdad, la divinidad como “persona”, como sujeto que ama, se compadece,… sus rasgos antropológicos?
¿Cómo puede sostenerse que es una “persona” (como nosotros), con “sentimientos humanos” (como nosotros) si afirmamos el misterio y, por lo tanto, inatacable e incomprensible?

Las contradicciones entre ese Dios, omni-todo y creador y las imperfecciones de lo creado son tan contundentes que sólo cabe fundirse con Él en un abrazo místico en cuyo arrebato todo cabe y nada queda claro.

Si preguntas a un creyente por qué cree en un Dios, a imagen y semejanza nuestra (porque si nosotros hemos sido creados a “su imagen y semejanza” algo de semejante tendremos) siempre nos saldrá con eso de: “Hombre, yo creo que hay Algo que…”.
Pero ¿ese “Algo” es un “Alguien”? (that is the question), porque todos (y yo el primero) creemos que Algo hay por ahí arriba.

¿Y si “Dios” fuera sólo un “concepto” y no una “persona”, como lo era el Demiurgo platónico, o el Motor Inmóvil de Aristóteles, o el Uno de Plotino,…?
¿Y qué decir de Spinoza y su “Deus, sive substantia, sive natura”?

miércoles, 28 de noviembre de 2018

PALABRAS DE UN AGNÓSTICO (16)



Yo, que soy un empedernido visitador de iglesias, en plan Alberti, admirando el arte, a veces me encuentro con 15 ó 20 viejecitas (no varones) repitiendo monótonamente avemaría tras avemaría y me pregunto, ante la ausencia absoluta de personas maduras, jóvenes y niños, qué será de esa iglesia más allá de un museo de arte de aquí a unos años.

Los guías locales serán los sustitutos de los curas, y sus explicaciones artísticas resonarán en vez de los cánticos religiosos, las oraciones o las misas de los párrocos.

Lo que narra el hispanista y evangelista inglés George Borrow tratando de vender biblias protestantes en España (tal como cuenta en “La Biblia en España”, traducción de Manuel Azaña” es, exactamente lo que mi abuela, analfabeta, que ya ni iba a misa los domingos pero que cuando repicaban las campanas citando a los creyentes a ir a misa era el momento en que los protestantes iban, nada menos que en mi pueblecito, queriendo convencer a mis paisanos y todavía resuena en mí la respuesta de mi abuela María: “así que no creo en mi religión, que es la verdadera, y voy a creer en la suya, que es falsa”

Ante la religión están los ateos, los fervientes creyentes ante lo incomprensible, tipo Lutero y la de los  católicos mayoritarios que, sencillamente, creen y cumplen los ritos y liturgias correspondientes.

Los ATEOS.

El ateo Fenófanes de Colofón decía que era curioso cómo los dioses de cada pueblo se parecen sospechosamente a los humanos que los veneran y, hasta tal punto que, si los bueyes o los leones tuvieran divinidades podríamos asegurar que las primeras divinidades tendrían cuernos y las segundas melenas y garras.

Para Lucrecio ha sido el temor a lo desconocido, a lo azaroso, a la muerte,… lo que produjo la lista de los dioses.
Para él los dioses sólo son referencias culturales pero nada de causas operantes en el mundo, como lo expresa en su “De rerum natura”.

David Hume, que nunca hizo profesión de ateísmo, es el más agudo crítico de las creencias religiosas pero muy respetuoso con los creyentes no siendo que saliera perjudicado, en su “Historia Natural de la Religión” inicia una antropología religiosa proponiendo causas sociales y psicológicas plausibles tanto para el paganismo como para los monoteísmos y, sobre todo, en sus “Diálogos sobre la Religión Natural”, que no se atrevió a publicar en vida no siendo que…
Echa por tierra las vías tomistas como no probatorias de la existencia de Dios como creador de un mundo contingente y, también, se opone al deísmo de Voltaire.
No hay razones –dice- para creer que el universo es un reloj que precisa un relojero, ni para fabricarlo ni para ponerlo en hora.

Es verdad que si uno se encuentra un reloj puede dictaminar que tiene que haber habido un relojero (que será mujer o varón, suizo, japonés o vaya Ud. a saber, que estará casado o soltero, viejo o joven, jubilado o todavía trabajando, que tendrá hijos o no, que le gustará u odiará la filosofía, que le encanta la lectura o la odia,…) pero, si hay un reloj tiene que haber habido un relojero.

Pero la pregunta es por qué el universo es/tiene que ser como un reloj.

En mi terraza el jazmín, la dama de noche, los rosales,…todos los años, por la misma época, florecen ¿necesitan que alguien los haga florecer o florecen por sí mismos? ¿Es necesario el jardinero o es la naturaleza misma la que actúa con regularidad?

El error común que cometen los crédulos creyentes es no distinguir la doble realidad: “la realidad artificial” de un reloj o de una casa o del asfaltado de la calle, que han necesitado un “artífice” para ser/existir y la “realidad natural”, la de esa montaña, la de ese terremoto, la de ese río, que no necesitan “artífice” alguno porque no son realidades artificiales, sino naturales.

Es verdad que hay muchos creyentes crédulos que se creen a pies juntillas la existencia de todas esas realidades del mundo religioso y uno puede o debe preguntarse el porqué de esa creencia.
¿Cuáles son las razones ocultas que llevan a mucha gente a creerlo?

Feuerbach da una respuesta: esas causas ocultas son los insatisfechos deseos humanos que desearía satisfacerlos y como aquí abajo, en esta vida, no se satisfacen dan el salto a creer que hay otra vida, tras la muerte en la que van a quedar sobrepasadamente satisfechos.
El hombre proyecta hacia un ser supramundano todo lo que sueña para sí mismo, que le apetece y que no alcanza: la inmortalidad, el poder, la abundancia, la sabiduría, la felicidad,…

Ese más allá, regido por la Divinidad se convierte en la compensación trascendental de todas las limitaciones que padecemos en este mundo, pero también brinda un consuelo a los que sufren, a la vez que una coartada para renunciar a intentar la mejora de su situación terrenal.

Si son bienaventurados los pobres, los que tienen hambre, los injustamente perseguidos, los pacíficos,…y yo soy todo eso, y mucho más, ¿por qué voy a intentar no ser bienaventurado?

La promesa del cielo, en el que un Dios infinito cumplirá todos nuestros anhelos finitos se convierte en un mecanismo que nos persuade para la resignación en esta vida, requisito para el disfrute eterno en la otra.

Yo, terrenal, temporal, limitado, finito,…en esta vida de carencias versus un megahombre omni-todo en esa realidad virtual en la que va supersatisfacerme totalmente, por lo tanto renunciemos a lo poco que somos y tenemos por la creencia en lo mucho que tendremos y seremos.

Esta función compensatoria de las religiones es lo que hace saltar al ateísmo para pasar, de ser una simple negación de las creencias religiosas a una denuncia de las mismas para la vida de los individuos y de las sociedades.

lunes, 26 de noviembre de 2018

PALABRAS DE UN AGNÓSTICO (15)




Somos seres doblemente “enclaustrados”

El paciente Job le protesta a Dios porque está castigándolo, a él, a los suyos y a sus bienes, sin haber contraído demérito alguno, ya que siempre ha sido fiel cumplidor de los preceptos divinos, pero resulta (y él no lo sabe) que es una prueba a la que Dios está sometiéndolo para ver si la supera, como un padre puede hacer con su hijo, exigirle un sacrificio para comprobar si es un hijo fiel.

Dios y los hombres podemos poner a prueba a los otros, la naturaleza no, ella actúa de manera necesaria.

Nunca podrá haber una reciprocidad en las relaciones del hombre con su Dios o dioses, no es un acuerdo entre iguales, los hombres no pueden exigirle a Dios, sólo pueden hacerse merecedores pero Dios no está obligado a responder como el hombre cree que merece.
Sí hay reciprocidad entre los hombres, y si uno tiene “derecho a”…el otro tiene el “deber de…”
Se necesitan y se apoyan mutuamente para beneficio de ambos (“hoy por ti, mañana por mí”), ¿pero en qué sentido Dios puede necesitar el apoyo de los hombres, si Él es omni-todo?

Una divinidad, absolutamente imprevisible y maligna, es un monstruo teológico, que no “sabemos” por dónde nos va a salir, y es peor que la acción de la naturaleza, porque ésta, al menos, es  calculable y puede ser controlada por métodos racionales (pantanos o pararrayos)

Cuando a un Dios le prometemos no sé qué estamos intentando sobornarle.

Cuando el creyente admite los mandamientos divinos, sociales y morales, está convencido de que, si los cumple, Dios viene obligado, por ser justo, a entregar la recompensa.
Dios no es que sea Bueno, Justo y Poderoso, elevado a la enésima potencia. Lo es y no puede dejar de serlo, no puede cambiar.
(Aunque San Agustín, todavía, afirme que “el cielo puede ser “asaltado”, como quien conquista una ciudad fortificada)

Y volvemos a la pregunta que nos hacíamos en las primeras reflexiones: ¿Cómo pueden ser compatibles Dios, con su poder y sus atributos con la existencia y persistencia del mal en el mundo?
Si Pudo y no Quiso…Si Quiso y no Pudo…Si ni Pudo ni Quiso…Luego Pudo y Quiso, lo que se nos aparece contradictorio.
¿Es que Él no es responsable?

Un incendio, una riada, un terremoto, un infarto, un accidente, la vejez, un recién nacido deformado,…nada tienen que ver con Dios, todos son fenómenos naturales, pero ¿y la esclavitud, la tortura, la crueldad de los tiranos, los tormentos de la Inquisición, los campos de concentración, el campo minado que siega vidas,…?
Si a nosotros nos repugnan y nos indignan, ¿a Dios no?
¿Hay que conformarse con que ya lo pagarán los malvados en la otra vida?
¿Es eso suficiente, el “después”, mientras en el “aquí” y en el “ahora” el horror campa a sus anchas?
¿Hay que “respetar” la libertad de los malvados para que Dios no intervenga?
¿No debería Dios “impedirlos” en vez de “penalizarlos” a futuro incognoscible?

El hecho de que Dios hable, no directamente y en persona, sino a través de intermediarios, sabiendo (como sabemos) cómo han sido tales intermediarios a lo largo de la historia y cómo son en la actualidad (con pederastia incluida e intereses económicos declarados, inmatriculaciones también incluidas en los últimos años)… lo dejan, a Dios, en mal lugar.

¿Por qué, en aquel tiempo, hubo hasta milagros en una boda convirtiendo el agua en vino para seguir la juerga y en éste no puede intervenir impidiendo Hitlers y campos de concentración, y Stalines y purgas varias y no digamos, actualmente, los dictadores diseminados por el mundo, enriqueciéndose al tiempo que sus súbditos mueren de hambre o en una patera a las puertas de nuestra Andalucía?

¿No lo PUEDE, Dios?
¿No lo QUIERE?

¿O es que los malvados son apóstoles del Maligno y de los cuales podemos/debemos aprender la función que representan en este mundo, que no olvidemos en qué consiste el Mal y acabar con ellos nos haría perder referencias de en qué consiste?
¿Por eso siguen presentes?

Como siempre, y por la tangente: “los misterios inescrutables de la voluntad de Dios” a lo que Spinoza denominaba “ese asilo de toda ignorancia”
Porque no hay mejor escape que denominar “misterio” a la “ignorancia”.

Dios como comodín.

Hay una atentado: los que se salvan dirán: “Gracias, Dios mío”, los que mueren nada dicen pero los familiares pueden decir: “estaría de Dios”, como justificándoLo.
Todo ocurre cuando, como, donde y porque Dios lo quiere –dirá San Agustín.

Quizá fue Lutero quien mejor entendió este misterio insondable y puesto que no es explicable ni comprensible, hay que CREER en Él, “sólo la FE salva”, asumiendo las protestas contra la divinidad, por la manifiesta contradicción.

¿Por qué nos hizo libres para luego condenarnos eternamente, puesto que todos, de pensamiento, de palabra, de obra o de omisión hemos pecado y seguimos haciéndolo?

Hay que justificar a la divinidad, con sus contradicciones y paradojas, y creer, no bastando los ritos y las liturgias (ir a misa los domingos, confesar y comulgar,…)

Los responsos cantados costaban más, eran más caros, que los simplemente recitados, igual que las misas cantadas eran más caras, aunque fueran en latín y casi nadie entendiera nada.
Los ritos del bautismo con el agua para borrar el pecado original (¿pecado por haber nacido? “¿Qué delito cometí contra vosotros, naciendo?” (podríamos todos preguntárselo a Dios), rito de la comunión, con la presencia “real” (no simbólica) de Cristo en la hostia, de la confesión “de boca” para que se te perdonen los pecados, el “hasta que las muerte os separe” y “lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” de esa pareja que lo único que quiere es decir públicamente a la sociedad que van a comenzar (¿) una vida en común; la unción con los santos óleos (un poco de aceite bendecida o bendita) de la extremaunción perdonando los pecados de los sentidos,…¿Cuál es su efecto “real”, más allá del psicológico y de cumplir con la tradición?

Los 15 misterios del Rosario, cada uno con un Gloria y Diez avemarías ¿qué diferencia hay con el “om, om, om, om,… el símbolo del hinduismo, la sílaba sagrada?
Creemos en aquel pero no en éste y sólo por la tradición y la cultura no por sus efectos reales.

domingo, 25 de noviembre de 2018

PALABRAS DE UN AGNÓSTICO (14)



Tener mentalidad religiosa es afirmar que lo que perciben nuestros sentidos no es Dios pero necesitan a Dios como fundamento.
Captamos, por los sentidos, lo sensible, pero intuimos, intelectualmente, como imprescindible a Dios para poder explicar esa realidad.
Dios, invisible, ajeno a las coordenadas sensoriales, se manifiesta en el mundo como su fundamento.
Dios escapa a nuestra experiencia pero no a nuestra intuición intelectual que explica y justifica lo que experimentamos.

Es como el materialista, que se considera “espiritista” e intenta fotografiar o recoger los sonidos de lo imperceptible a los sentidos pero que se afirma por sus efectos.

El segundo atributo es ser “INTELIGENTE”, es decir, intencional, con voluntad y propósito, no una mera concatenación de causas y efectos.
Ese Dios es un “Alguien”, un sujeto, y no, meramente, un “Algo”, un objeto.

Si los hombres pueden mantener una relación con Dios, o con los dioses, es porque son “sujetos”, como lo son los hombres. Y se puede dialogar con ellos, pedirles cosas, obedecerlos, desafiarlos,…

Si, como suele afirmarse, “nos hizo a su imagen y semejanza” entonces ellos son semejantes a nosotros (o nosotros semejantes a ellos) y como nosotros somos “sujetos” ellos también lo son/deben serlo.

Tener mentalidad religiosa es creer/afirmar no sólo que Dios/los dioses son el fundamento invisible de lo real, sino que ese fundamento es “personal”, como nosotros, no algo inerte o dinámicamente ciego, actúa con conocimiento de causa, voluntariamente, libremente, intencionalmente,… como lo hacemos nosotros.

La “comprensión religiosa” de la realidad siempre ha sido anterior a su “comprensión científica”, porque para aquella basta y sobra la “creencia” mientras que para ésta en necesaria la “experiencia y, sobre todo, la razón”
Por eso los niños creen que las nubes, descargando agua, precisamente el día de la excursión, lo han hecho de manera intencionada, adrede y es el castigo por haberse portado mal.
Han humanizado, o divinizado, a las nubes, como peden hacerlo con cualquier objeto que lo lastimen o lo agredan (si se han cortado con el cuchillo ha sido porque el cuchillo  lo ha hecho adrede por haber desobedecido a sus padres, como meter los dedos en el enchufe de la luz)
Una persona mayor nunca afirmaría lo anterior.

 Pero en los principios de la humanidad los hombres pensaban infantilmente, con mentalidad pueril, pero era necesario detectar los peligros para estar prevenidos (huir de ese objeto que puede ser un depredador camuflado o de esa nube que puede desencadenar una tormenta, con truenos, rayos y agua,…aunque luego ni fuera un depredador ni la nube fuera peligrosa.
Pero, para subsistir, mucho mejor es la Super-detección que la Infra-detección.

No era, en aquellos tiempos, una estrategia estúpidamente supersticiosa, sino una prudente precaución, atribuir intencionalidad/voluntariedad al rayo, al trueno, a la nube, a la enfermedad,…al universo entero.

Equivocarse, el coste de un error, tras tanta precaución y ver peligros donde no los había, era infinitamente menor y mejor que lo contrario.

Preferible ser posible depredador de una presa que presa segura de un depredador.

Los que fuimos aficionados a la caza de la liebre con galgo sabemos mucho (sobre todo los cazadores viejos) del camuflaje de las liebres en el surco de la besana armuñesa y la novatada del principiante que casi pisa a la liebre y sólo la ve cuando arranca la carrera mientras los cazadores veteranos ya tienen preparados a los galgos para iniciar la carrera.

Si ese Dios “Invisible” es, además, “Inteligente”, como nosotros, aunque elevado al infinito, quiere decir que obra intencionalmente, por motivos, como nosotros, y no animal ni mecánicamente, juzgará según valores (como nosotros lo hacemos)
Si Dios es antropomorfo lo comprendemos mejor a Él y a todo el universo, a todo lo creado, obra suya.

Con ese Dios antropomórficamente inteligente, es decir, con ese Dios “personal” podemos establecer tratos, pactos (“concédeme X y yo te ofrezco Y”), agradecerle favores (aunque sólo sean casualidades), rendirle homenajes.

Ese Dios, no es que esté “entre los pucheros”, está en la sociedad, sancionando las pautas sociales, recompensando o castigando, en esta vida o en la otra.
La sociedad es nuestro hábitat, no la naturaleza, que es inhóspita y amenazadora, porque no es sociable, porque está sometida a leyes universales y necesarias, no como las leyes sociales, que pueden ser cumplidas o no, por la libertad del hombre, de ahí su mérito o su demérito, algo ajeno a la naturaleza.
La naturaleza no es mala cuando provoca un terremoto como cuando el jefe de la sociedad entabla una guerra, aquella no es libre, éste sí, de ahí la responsabilidad de éste, pero no de aquella.

¿Cómo vas a castigar a la riada si ella no es libre para actuar así?

Sólo la sociedad (no la naturaleza) es la casa de los humanos, es el “claustro social” que nos acoge desde el mismo momento de nacer, tras haber abandonado el “claustro materno” que nos ha acogido desde el mismo momento de la concepción hasta el momento de nacer.

jueves, 22 de noviembre de 2018

PALABRAS DE UN AGNÓSTICO (13)



Si le preguntáramos a un creyente de qué trata la religión estoy seguro que, entre otras cosas, diría que del origen del universo, de la vida, del hombre, del sentido de la vida, del comportamiento moral, de la estructura de la sociedad, en general, y de la familiar, en particular,…
Pero si le preguntamos a un peatón no creyente, lo más seguro es que te dijera que la religión trata de Dios.
Si le preguntamos a un teólogo…. pero si le preguntamos a un filósofo….

Y si la filosofía no está de moda (¡con lo fatigoso que es pensar¡) y la ciencia está haciéndose incomprensible para las masas, la gente no tiene mucho inconveniente en creer en ese mundo etéreo del que hablan las religiones y refugiarse en esas oscuras y lejanas regiones ajenas a filósofos y científicos.

Y los filósofos y los científicos compararán a estos crédulos con el candor ilusionado (pero insostenible) de los parvulitos que creen a pies juntillas todo lo que diga su “seño”, sea lo que sea (que Torremolinos dista de Málaga 56 kilómetros, por ejemplo) porque aún no saben de mapas ni de escalas.
Su incipiente saber les lanza a la creencia de la autoridad en la escuela.
Tiempo llegará (¿vais a decírmelo a mí?) en que esa autoridad tendrá que pasar el filtro de la propia razón.

La persona culta (y no crédula) sabe que hay religiones sin Dios y sin dioses, como el budismo, y que Spinoza escribía sobre “Deus sive substantia, sive natura” (Dios o Substancia o Naturaleza) y sabe, esa persona culta que en ese cielo o firmamento no está ese Dios, similar al hombre, viejo y barbudo, justiciero y padre,….sino Energía Cósmica de la que formamos parte… pero el peatón, crédulo, diría que una religión sin Dios es como una tortilla sin huevos, o como un jardín sin flores,…y es que, en nuestra cultura occidental, Dios y la religión forman un tándem inseparable.

Afirma Daniel C. Dennett: “Mucha gente “cree en Dios”, mucha gente “cree en la creencia en Dios”. ¿Cuál es la diferencia? La gente que “cree en Dios” está segura de que Dios existe, y eso le pone muy contenta, porque sostienen que Dios es la más maravillosa de las cosas. La gente que, en cambio, “cree en la creencia en Dios” está segura de que la creencia en Dios existe (¿y quién podría dudarlo?) y piensan que es algo muy afortunado, algo que debe ser reforzado y apoyado de todos los modos posibles”

“Creer en la creencia en Dios” no es muy problemático, basta con ir preguntando a la gente si cree en Dios y confirmar que hay mucha gente que cree.
“Creer en Dios” es afirmar, con seguridad, que un ser invisible existe.
Lo que no me explico es por qué se molestan los creyentes cuando un ateo o un agnóstico se declaran creyentes sólo de lo visible.
¿No pueden los creyentes herir los sentimientos religiosos de los ateos y de los agnósticos al vocear su creencia en lo invisible, al vocear sus dogmas religiosos frente a las pautas éticas de origen laico?

La Iglesia ya no castiga/no puede castigar/ha dejado de poder castigar a los incrédulos porque ya no dominan ni las almas ni los cuerpos de las personas porque, para los incrédulos, su increencia nunca ha sido un pecado ni, mucho menos, un delito.
Son tiempos, felizmente, pasados.

Los no creyentes confiesan, abiertamente, su incredulidad y sus normas morales de comportamiento, de manera natural, respetando a los creyentes en su creencia y en su moral religiosa, pero se sienten heridos si los incrédulos hacen manifestación de su increencia cuando choca, abiertamente, con la suya, pero nunca piensan en lo contrario, en el contrario.

Contra lo que proclama Michel Onfray en su “Tratado de ateología” creer en Dios no es como creer en el Ratoncito Pérez, en los Reyes Magos o en Papá Noel, porque la creencia en estos personajes pueriles, bonachones y de índole comercial no conllevan normas de comportamiento tanto individuales como sociales cuyo incumplimiento es considerado “pecado” aunque la existencia de ese Dios sea refractaria a comprobaciones racionales.

Mientras Dios está presente en todo momento en la mente de los creyentes, los “dioses” infantiles son temporales y se manifiestan en los grandes almacenes o en las cabalgatas navideñas o cuando un frágil diente de leche se ha desgajado de la mandíbula infantil.
Un padre puede creer en Dios, con la correspondiente norma de comportamiento, pero no cree en esos dioses infantiles que no exigen nada, a cambio, a no ser no molestar a sus hijos.

Claro que, para los postmodernos, como todos tienen razón, tanto los creyentes, al creer, como los no creyentes, al no creer,  nadie está en posesión de la verdad porque, sencillamente, no hay verdad.

Recuerdo, todavía, al empirista Hume, siglo XVIII, Ilustración, en sus “Diálogos sobre la Religión Natural”, donde trata el tema de la naturaleza y atributos de Dios a cargo de tres filósofos que creen que Dios existe y de lo que debaten es si se pueden conocer sus atributos y si el pueblo puede llegar a ello.

“Es casi universal el consenso entre los hombres en el que se afirma la existencia de un poder invisible e inteligente en el mundo. Pero respecto si este poder es supremo o subordinado, si se limita a un solo ser o se reparte entre varios, de qué atributos… deben atribuirse a esos seres…respecto a todos estos puntos hay la mayor discrepancia…”

El primer atributo es ser “INVISIBLE”, luego nada de lo visible (lugares, objetos, árboles, animales,…) es Dios, pero puede estar habitado o animado por Dios, por lo que serán “lugares, objetos,….  sagrados”, pero no Dios.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

PALABRAS DE UN AGNÓSTICO (12)



Una vida eterna sería una vida sin sentido.

Mientras mi alma esté unida a mi cuerpo la vida tiene sentido, pero si al morir, mi alma se separa de mi cuerpo, esa mi alma no soy yo, porque yo soy un “cuerpo animado” o un “alma corporeizada” pero en un mismo kit, yo soy ese compuesto, cuando se separen las partes yo no soy ninguna de esas partes, una se queda aquí, “alimento de gusanos”, polvo,… y la otra ¿qué forma de vida será la suya? (porque ella no soy yo).

Mientras ambas partes estén unidas vivimos en el tiempo, con el tiempo, para el tiempo, contra el tiempo,…
Al cuerpo le corresponde la transitoriedad, el discurrir, la contingencia, la necesidad,…al alma, lo contrario, la inmortalidad, la eternidad.
Pero si el alma es inmortal es porque el hombre es mortal y continuará eternamente, bienaventurada o desgraciada, según los méritos o deméritos contraídos mientras estaba unida al cuerpo.

Lo que inmortaliza al alma es la mortalidad del cuerpo, es cuando ella se echa a volar, cuando el cuerpo echa el pie a tierra para siempre.

¿No será el alma el deseo de inmortalidad del cuerpo mortal?

Si no fuese porque somos mortales ¿existirían creencias religiosas?

De las varias (al menos seis) funciones en otro tiempo atribuidas a la religión todas han sido superadas: para el origen del universo ya no es necesaria la religión, ni Dios, igual que para explicar el origen de la vida, del hombre, de cada uno de nosotros; tampoco como argamasa, vínculo, de la sociedad y para confortarnos ante la muerte, tampoco.

El ansia de inmortalidad es el motivo esencial de los dogmas religiosos.
Si creemos en la resurrección de los cuerpos el día del juicio final es porque lo deseamos, porque lo queremos, porque nos interesa, y mucho, resucitar y ser inmortales.

La primera obra de L. Feuerbach lleva por título: “Pensamientos sobre la muerte y la inmortalidad” y viene a decir que si cada uno de nosotros somos un todo (cuerpo-animado o alma-corporeizada) cuando ese todo desaparece (cuando morimos y el cuerpo deja de estar animado, vivo) ya no somos nosotros, también nosotros desaparecemos.

La estrategia del Cristianismo, en este sentido, fue genial: no morimos, “vita mutatur, non tollitur” (la vida cambia, no desaparece, no se te quita) y cambia a mejor, a la inmortalidad, a la eternidad.
¿Quién, sensato, no se apunta a ello?                                                                                      

Se le atribuye a Arquímedes la sentencia: “dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”
Según Feuerbach el punto de apoyo para la creencia religiosa es el cumplimiento compensatorio de los deseos humanos, sobre todo el de inmortalidad de cada uno de los hombres, que se consideran mortales.
¿Hay quién dé más?

Es mucho lo que ganar y casi nada lo que perder (la apuesta de B. Pascal) ¿por qué, pues, no creer?

Habría que considerar a Feuerbach como el Darwin de la antropología de la religión.

Dice Feuerbach: “Un Dios es, esencialmente, un ser que satisface los deseos de los hombres….sobre todo el deseo de no morir, de vivir eternamente; éste es el más alto, el sumo, el principal deseo del hombre (mortal), el deseo de todos los deseos….porque un Dios que no supera la muerte, no es dios, al menos no es un verdadero dios, lo que corresponde con el concepto de dios…. En la práctica, en la verdad, la fe en la inmortalidad es la base de la fe en Dios. El hombre no cree en la inmortalidad porque cree en Dios, sino que cree en Dios porque cree en la inmortalidad…aparentemente lo primero es Dios, la divinidad (creer en Dios), lo segundo la inmortalidad (creer en la inmortalidad), pero en verdad es al revés, primero es la inmortalidad y en segundo lugar es la divinidad”

Si se cree en la inmortalidad es porque ello es interesante e interesa creer en ella, para satisfacer el máximo deseo de cualquier mortal.

Las demás funciones de la religión han ido perdiendo consistencia al explicarse de manera natural o científica, pero la oferta de la inmortalidad es la que garantiza una cuota importante de interés popular.

No hay mejor producto a ofertar, en el mercado de ideas y creencias, que la vida eterna, que siempre será el más sólido fundamento pragmático de la fe.

Se dice, normalmente, que “nadie es ateo en su lecho de muerte”, “que, finalmente, solicitó la confesión”, “que se convirtió “in articulo mortis”.

Si llamamos “vida” a nuestra vida en la tierra, con nuestros cuerpos, ¿puede uno imaginarse cómo será esa vida superterrestre, esa vida perdurable de ultratumba?
¿Puede uno imaginarse una vida sin su cuerpo, sin sus circunstancias?

“Y resucitaréis con vuestro mismo cuerpo…”
Pero ¿para qué necesitaremos, de qué nos servirá, ese cuerpo si él ya no necesitará ningún mecanismo orgánico ni necesitará seguir los requerimientos del instinto de conservación, puesto que ya es eterno?

Habrá que renunciar a los placeres de la carne y de la vida, al paseo y a la brisa marina, al disfrute de ver salir el sol por el mar o por la montaña cuando asoma pero todavía no está despierto para darme su luz, los abrazos y los besos a quienes amamos y nos aman, a esa cerveza en la playa mientras contemplo al niño con su pala, su rastrillo y su cubo queriendo agotar el mar en su agujero en la arena, al placer de la mirada puesta en esa muchacha escultural y de andar desafiante, a respirar el olor a hierba recién cortada, a cerrar los ojos y oler el jazmín y la dama de noche de mi terraza, a esa copa de vino con los amigos mientras, con la conversación, destruimos y reconstruimos un mundo mejor, al placer de leer y de escribir…
A todo eso tendré que renunciar, cuando lo que a mí me apetecería sería seguir con todos esos placeres, con los años que tengo, con el lugar en que estoy, con las personas que me rodean y con las que me rodeo,…

¿Acaso la felicidad eterna de ultratumba va a superar el listón de todos éstos, y más, de mis placeres terrenos?

No deseo la inmortalidad si no es con todos estos deleites, deseo la mortalidad permanente y con todos ellos y más.

No. No me gusta ese cielo prometido en el que ya no pueda pasear, ni leer, ni escribir, ni charlar, ni comunicarme, ni oír chistes o historietas graciosas, ni poder jugar con mis nietos al escondite,…

Yo no sé si lo que nos cuentan los administradores del más allá contribuye a proporcionarnos serenidad o, por el contrario,  a aumentar el pánico.

Lo que tememos los mortales no es el castigo (¿por qué y cómo?) sino la perdición, la anulación, el que nadie vuelva ya a ocuparse de nosotros.

Dios, si existe, no puede ser un administrativo en cuyo libro de cuentas vaya registrando nuestras acciones.
Dios, si existe, no puede ser un revanchista puntilloso (¡ahora te vas a enterar¡)

Estoy en honda con el desaparecido, tiempo ha, Tierno Galván, que se consideraba marxista, pero no ateo, siempre respetuoso con los creyentes, y que, confesándose agnóstico (“el agnóstico no niega, simplemente, no entiende, no puede entender, racionalmente, los problemas que plantea la fe” pero que reverencia a las personas que creen en Dios, porque una fe auténtica, profunda, sólida, es un hecho inaudito, extraordinario” y sentenciaba: “Dios no puede abandonar a un buen marxista”.

lunes, 19 de noviembre de 2018

PALABRAS DE UN AGNÓSTICO (11)



Todos somos Unamuno (aunque no lo gritemos como él): “No quiero morirme, no. No quiero, ni quiero quererlo. Quiero vivir siempre, siempre, siempre. Y vivir yo, este pobre yo que me soy y me siento ser ahora y aquí, y por esto me tortura el problema de la duración de mi alma, de la mía propia”
(Y me lo imagino gritando eso, y así, en el pozo del patio de los dominicos, en San Esteban, Salamanca, pared con pared con el Seminario de Calatrava en el que pasé tres años, tal como nos lo recordaba el Padre Ramírez, teólogo insigne de la Universidad Pontificia, donde estudié Filosofía)

¿Cómo es posible que una persona tan sabia como Unamuno, que sabe que la necesidad es irremediable y que frente a ella no caben reivindicaciones individuales, no sentencie un mensaje de sosiego y resignación, de aceptación de la necesidad, que no depende de nada ni de nadie, y dar un mensaje de que lo malo no es la muerte sino vivir de cualquier modo, no practicar las virtudes (vivir virtuosamente),…?

¿Por qué grita y alborota al público no tan culto (y no sólo Unamuno) “vivir para siempre…”? ¿Vivir bien o mal, de cualquier manera con tal de no morir, saltándose de la necesidad?

¿Puede ser abolida la muerte, para todos, como si fuera un injusto impuesto por el hecho de estar vivo, o al menos que haga una excepción en su caso personal?

Pero, a pesar de los argumentos de la razón, de que la muerte individual es incontrovertible y que la especie siga, nuestro sótano del inconsciente, aunque no lo exprese externamente, sigue gritando que no quiere morir y se subleva contra la muerte.

Porque una cosa es procurar no morir y hacer lo posible (y hasta lo imposible) para alargar la vida hasta que ésta ya no pueda seguir y otra es querer ser eterno.

¿Eterno?, ¿con qué cuerpo?, ¿deteriorado cada vez más, achacoso,…?

Si fuéramos sensatos deberíamos temer más a la vejez que a la muerte porque con aquella cada vez vamos a peor, porque se lleva consigo los placeres mientras se mantiene intacto el apetito insatisfecho, mientras que con ésta se acaban todos los males, sin embargo, tú, yo y la vecina del quinto…

Bien pensado preferimos la vejez cuando la comparamos con la muerte, pero no si la comparación es con la flor de la vida, con la pujante juventud, con su energía,…

Y es que, mientras haya algo de vida siempre queda la esperanza de…en cambio, con la muerte, con la nada, de la nada, nada puede esperarse.

Creo que cuando en la Edad Media se defendía, por la creencia, la “resurrección de la carne (de los muertos) una cuestión que surgió fue cómo resucitaríamos.
¿Con el mismo cuerpo con el que hemos muerto? Pues, ese anciano discapacitado, falto de energía vital, con los sentidos deteriorados o ya perdidos,… ¡vaya una eternidad que le espera!

Los teólogos (no sé si para incrementar el rebaño) dictaminaron que resucitaríamos con el cuerpo joven, lozano, bello, fuerte, enérgico,…y eso ya era otra cosa.
(No quiero preguntar cómo lo sabían o si les había sido revelado por Dios,… pero como técnica de venta del producto…)

Y habría que dar por supuesto que en esa vida eterna nos encontraríamos con contemporáneos nuestros, con familiares que te amen, con amigos que te aprecien, que te valoren,  y a los que poder contar las vivencias habidas, los recuerdos,… ¡porque uno sólo, allí y así, se hace poco atractivo¡

Queremos prolongar la vida, pero una vida juvenil, y para ello recurrimos a los métodos y a los atajos más sofisticados, siendo unos consumidores empedernidos, que con cremas, con lociones, ropa juvenil, cirugía estética (como si las patas de gallo no fueran, también, estéticas) con viagra incluida para la potencia sexual, viajes con aventuras aseguradas,…creen poder parar el otoño de su vida, e incluso retroceder al verano vital, incluso a la primavera de la vida,…siempre habrá incautos que se lo crean y productores que, con sus laboratorios y su publicidad, se lo hagan creer.

¿Sería, para nosotros, casi una eternidad, 1.000 años?
¿Y qué serían 1.000 años comparados con la eternidad?

Vivir más tiempo (lo que todos queremos) no es no morir, sino arrebatar, robarle tiempo a la muerte, que queda “aplazada”, pero nunca “derrotada”.

Me pregunto cómo de aburrida debe de ser la eternidad, cuando te sobre todo el tiempo del mundo, sin urgencia para emprender una aventura o conseguir un objetivo antes de…. (Porque, en la eternidad no hay un “antes” ni un “después”

Porque la eternidad no es un tiempo sin principio ni fin, la eternidad no es “tiempo”, es lo opuesto al tiempo.
Si lo propio del tiempo es discurrir, pasar al pasado cuando el futuro se haga presente,..
Si los tiempos (del tiempo) son tres: Pasado (lo que ya no es, lo que fue), Presente (lo que está siendo, la actualidad) y Futuro (lo que todavía no es, pero será)…

Si uno ya “no es” y el otro “todavía no es”, lo que realmente “es” es el presente, pero éste no se deja apresar, cuando intentas cogerlo ya ha dejado de ser y se ha convertido en pasado…

¡Qué bien lo expresaba San Agustín¡

“¿Qué es el tiempo?. Si nadie me lo pregunta, lo sé, pero como tenga que explicarlo, entonces ya no lo sé, porque…”

domingo, 18 de noviembre de 2018

PALABRAS DE UN AGNÓSTICO (10)


Nos preocupa nuestra salud y la salud de los nuestros pero lo consideramos un paréntesis o el final de un capítulo que no llena toda la página pero creemos que, en la página siguiente, está el siguiente capítulo, no el final de la novela de la vida.

¿Cómo la “realidad fundamental de este mundo, la realidad de primer orden, la realidad por antonomasia (“yo”) va a desaparecer el día de mañana como las demás “realidades subalternas”?

¿”Tener que morir”?

Sin embargo nadie quiere decir “Si lo sé no nazco”, porque durante la vida, aunque haya habido momentos difíciles, incluso trágicos, también hemos vivido buenos momentos.

Somos conscientes de que todo mecanismo, al estar siempre en funcionamiento, con el tiempo sufre desgaste hasta que, llegado el momento, deje de funcionar, pero cuando asisto a esos desfiles de coches antiguos y veo ese Seat 1.500, de los años 60, y que sigue funcionando, se me sube la moral.
Si el coche puede, con mantenimiento, ¿por qué no yo?

Y es verdad que según las estadísticas… (Pero todos sabemos lo que son las estadísticas y nos consideramos la excepción, si no, no sería estadística).

Sé que voy perdiendo vista (pero tengo mis gafas), y oído (pero tengo el audífono), y la próstata, y la glucemia, y el colesterol malo, y he dejado de fumar, y bebo menos o poco alcohol, y he prescindido de los dulces, y he limitado mi ración de chorizo,….pero, además, tengo mis medicamentos y… (Y me “creo” poder seguir así indeterminadamente).
Funcionaré peor pero lo importante es seguir funcionando, seguir vivo.

Y si la madurez corporal no afecta negativamente, sino al revés, a las dotes espirituales, el deterioro de las funciones biológicas, antes o después, tendrán que recibir (aunque no lo quiera) a esa enfermedad de nombre alemán (y del que no quiero escribir, y no es superstición).

Si la primera y principal fuente del conocimiento son los sentidos, no ya cuando usamos prótesis supletorias o complementarias, sino cuando ya no funcionen (por la muerte) ¿podremos seguir pensando cuando el fundamento del pensar es el cerebro y éste ya muestre la línea plana…?

Yo me imagino al hombre antiguo que días antes, de caza, un compañero o familiar ha sido presa de la presa que ellos iban a cazar pero, por las noches, mientras dormía la persona muerta se le aparecía, estaba con él, hablaba, corría, comía,…pero desaparecía nada más despertarse.
La pregunta no absurda podía ser: ¿“No será que él ya no está conmigo aquí y ahora, cuando estoy despierto, pero estará en algún lugar desconocido, invisible, desde el cual, cuando estoy dormido, se me hace presente”?

Si ahora, despierto yo, él no está, pero cuando yo no estoy despierto él sí está, ¿No será que vive pero de otra manera y en otro lugar desconocido?
¿No habrá otra vida paralela a la vida de vigilia, en otra dimensión?

Creo que si no soñásemos, al dormir, nos hubiera sido imposible imaginarnos esa otra vida y como no se desgasta el cuerpo y siempre se nos aparece igual ¿por qué no una vida totalmente duradera, eterna?

¿Y, cuando yo muera, no me reencontraré con ellos en esa otra vida?
¿Por qué no?

Lo de “tener un hijo, plantar u árbol y escribir un libro” ¿Qué son sino estrategias de seguir vivos, aunque de otra manera?
Estar presentes, cuando ya no estemos, en nuestros hijos (por los mismos genes transmitidos), presentes en la naturaleza al ser causante de ese nuevo árbol, en la mente de todos los lectores a través de la cultura, presentes en su mente.

Y si la sexualidad, en general, ha estado ligada a la reproducción y ha sido condenada la sexualidad anal y la homosexualidad, no era sino porque era lo mejor para la sociedad.
Por encima del placer del sexo está la utilidad social.

Una pregunta: ¿la sexualidad anal es buscar sólo el placer desmintiendo la semejanza con el animal, que sólo sigue la línea irremediable de la especie, escapando del diseño biológico?

Puesto que “todos mueren”, puesto que “todo lo vivo muere” ¿por qué no aceptar de manera natural, y no traumática, nuestra defunción, como lo hacemos con la muerte de los otros?

Creerse ser la excepción a la regla ¿no será un pecado de vanidad, un narcisismo ontológico desmesurado?

¿Cómo va a ser la muerte un mal si es inevitable y necesaria?

Epicuro y Lucrecio: ¿Por qué temer a la muerte si ella y yo somos incompatibles? Cuando ella haga acto de presencia yo ya no estoy, estaré ausente y mientras yo esté presente ella no lo está.
¿Por qué preocuparse, pues, de ella?

Pero nos escandaliza y nos rebelamos porque los demás aceptarán nuestra muerte como algo normal, igual que nosotros aceptamos como normal la muerte de los otros.

jueves, 15 de noviembre de 2018

PALABRAS DE UN AGNÓSTICO (9)



Ya sabemos que el cadáver es un residuo, un ripio humano, pero molesta tenerlo siempre ahí, a la vista. Hay que guardarlo, hay que esconderlo aunque sea volatilizándolo.

Pero ¿qué hacemos con sus sentimientos, con su alma? Porque éstos no podemos enterrarlos, están en nuestro interior, están con nosotros, aunque sólo sea en forma de recuerdo.
Y de noche, más de una vez soñaremos con él, temiéndolo o amándolo, pero nos relacionaremos con él.

Las relaciones que mantenía, en vida, con nosotros, no podemos desterrarlas, ni enterrarlas, ni olvidarlas, ni cremarlas, están ahí presentes y sólo será el tiempo el que vaya desgastándolas.

En esa relación, en vida, ahora, muerto, un extremo de la relación desaparece (su cuerpo) pero el otro sigue en nosotros, como si conservásemos en las manos el cabo de una cuerda de cuya otra punta ya no tira nadie, está suelta, pero la cuerda permanece en nosotros.

Y es que los recién muertos siguen pareciendo, durante un tiempo, personas vivas y los vemos entre nieblas ocupando ese sillón del salón, esa cama de esa habitación a la que le tenemos tanto respeto que nos negamos a dormir donde la persona amada ha dormido pero que ya no está presente.

Estar vivo o estar muerto.

Imaginémonos al hombre prehistórico, hambriento, y que ve a una presa que “parece muerta” pero ¿estará, realmente muerta?, ¿y si es una táctica de camuflaje para que me acerque y, cuando esté a tiro, sea yo su presa?

Este discernir lo realmente muerto de lo aparentemente muerto tuvo que ser la principal preocupación cognoscitiva del hombre prehistórico para no ser presa y sí predador o depredador.
Era vital para su supervivencia.

Y si esto ocurre en cualquier animal, ocurre sobremanera en el hombre, ser social por excelencia, viviendo en pequeños grupos y que la muerte de uno de ellos es una perdida enorme para el grupo, tanto en la información, en el conocimiento del vivir y del  sobrevivir, como en la cooperación.

Y es que la sociedad humana, como toda sociedad animal superior, es “cooperativa” pero, además, la sociedad humana es “coloquial” y los conocimientos adquiridos por unos pueden ser enseñados/son enseñados y aprendidos por los otros.

El hombre, además de la “matriz materna”, para “vivir”, necesita la “matriz social” para “ser” hombre, y esto se consigue con la actividad coloquial, con y a través del lenguaje, de la comunicación, de la enseñanza y el aprendizaje.

No basta la herencia genética, como en cualquier animal, es necesaria la herencia cultural, el conocimiento aprendido, la cultura.

Cientos de veces he escrito que “nos “nacen” hombres, nos “hacen” humanos, nos “hacemos” personas.

Al hombre no le basta, como al animal, desarrollar su programa genético, de ahí la importancia de la presencia de los otros para el desarrollo cultural, para “ser humano”, después de “haber nacido hombre”.

Ya “nacemos hombres” pero, una vez nacidos, dejados a nuestra suerte no sólo no sobreviviríamos sino que no pasaríamos del “estado animal”, ellos, los otros son los que nos “hacen humanos”.

Es difícil romper el hilo que nos ha unido con los otros ya desaparecidos. Unos por amigos, otros por enemigos, unos por ocurrentes, otros por aquel favor que una vez nos hizo,… de ahí que los muertos con los que hemos estado relacionados no nos sean, del todo, indiferentes.

Aunque nosotros ya nada seamos para ellos, ellos siguen estando ahí, como solicitando que les prestemos atención.
Seguimos hablando con ellos,  mandándoles mensajes, pidiéndoles consejos (“ayúdame”, “perdóname”, ¿tú, qué harías ahora sí…? aunque estos mensajes o súplicas o consejos no sean, ya, ni percibidos, ni respondidos, ni correspondidos.

Parece absurdo (pero no lo es) que ellos callen y no respondan, pero que nosotros sigamos hablando con ellos sabiendo que ya no hay remitente al otro lado de la cuerda comunicativa…

¿Es un monólogo o es un diálogo ilógico lo que hacemos al comportarnos así?

Incluso a los enemigos desaparecidos les agradecemos que hayan pasado al otro lado de la vida (Unamuno lo denominaba: “filiación por antagonismo”)

Aquellos con los que compartimos el amor están ahí, cómodamente, en el recuerdo, pero también están aquellos a los que temimos y obedecimos por impotencia de no poder enfrentarnos a ellos y los ridiculizamos públicamente en cuanto podemos y alguien quiera escucharnos porque sabemos que su poder sobre nosotros se fue con ellos.

¿Cómo reaccionaríamos ante esa persona con la que convivimos pero que, una vez muerta, resucita y está ahí, rediviva?

Necesitamos rituales y ceremonias para poder, más tranquilamente, despedirnos de ellos.

Los demás se mueren y, somos conscientes de que, también los nuestros morirán pero éstos nos aman y son irrepetibles pero, también ellos, son vulnerables.
El amor es la inquietud por lo que podemos perder, porque puede dejar de existir.

Generalmente los dioses han sido obedecidos porque han sido terribles para sus creyentes. Los dioses han sido temidos, pero nunca amados, porque no puede amarse a lo que se teme.

El acierto del Cristianismo fue promover la idea de un Dios OMNI-todo pero que, además, no sólo nos perdona, es que nos AMA, porque es Padre (“Padre nuestro”) y lo normal es que un padre nos quiera y lo queramos.

Somos “hijos de Dios y herederos del cielo” ¿alguien da más?

Hemos dicho y repetido el silogismo: “Si Sócrates es hombre, y el hombre es mortal, entonces Sócrates es mortal” pero podríamos decir (aunque no lo decimos): “Todos los hombres mueren y, como yo soy hombre, yo también debo morir y moriré”, y es que ese “yo” nos afecta directamente y relacionarme con la muerte…. existencialmente molesta.

No debería escandalizarnos la certeza de nuestra desaparición, pero….

“Sabemos” que vamos a morir, pero no nos lo “creemos”, porque “creerlo”…

En el inconsciente nadie cree en su propia muerte, todos estamos convencidos de nuestra inmortalidad (según la escuela psicoanalítica)

Si pienso en mi propia muerte estoy haciéndome una trampa, porque en vez de ser yo el “muerto” soy un “espectador” de mi muerte, lo que es absurdo.

Nietzsche lo afirma de otra manera: “llamamos “verdades” a nuestros errores “irrefutables”, aquellos cuya falsedad es fácil de demostrar e imposible de asumir”.

De esta vida todos saldremos, pero nadie saldrá vivo.

miércoles, 14 de noviembre de 2018

PALABRAS DE UN AGNÓSTICO (8)


Solemos emplear el término “problema” demasiadas veces y demasiado a la primera.
Un auténtico “problema” lleva implícita su solución, sólo hace falta encontrar y dar con el método adecuado.
Un “problema” es una meta provisional que nos proponemos, o proponemos a otros, para que lleguen a ella sabiendo que sólo se llega a ella por el método (meta-odos), por el “camino” adecuado.

Si un problema no tiene solución, no es un problema, sino un “pseudo-problema” o un “misterio”
Si el primero no llega a la categoría de problema el segundo lo supera porque pertenece a otro orden superior.

Cuando decimos “el problema de la inmortalidad” o tiene solución y sólo nos falta encontrar y usar el método adecuado o es un “pseudo- problema” o es un “misterio”.

Cuando decimos “los problemas de la Filosofía” (así se titula el libro que tengo en la tercera balda de la segunda estantería de mi despacho, y cuyo autor es Bertrand Russell) comprobamos que siguen planteándose una y otra vez a lo largo de la historia por todos los filósofos y cada uno le da “una” respuesta, que es “su” respuesta pero que el anterior filósofo, como el siguiente no estaba/no estará de acuerdo con ella y cada uno dará, de nuevo, “su” respuesta.
Y, así, sucesivamente, siguen y siguen y siguen apareciendo y planteándose una y otra vez.

¿Qué les pasa a los “problemas filosóficos” que se rebelan a tener solución y que siempre son, y siguen siendo unos “problemas problemáticos”?
Vemos las diversas respuestas que se les dan, nos gustan, son interesantes, pero no nos satisfacen del todo jamás, porque en cuanto llegue el siguiente filósofo y dé su respuesta…

Por ejemplo: la inmortalidad o la muerte (entre otros)

¿A ver si no son “problemas” y son sólo “preocupaciones que nos preocupan”?
El problema, entonces, sería preguntarse; “¿de dónde nos vienen esas inquietudes que tanto nos preocupan y con tanta insistencia”?

Ante la muerte, ante ese cadáver, todos se preguntan (nos preguntamos) ¿por qué tenemos que morir?
Aunque uno ve, como algo natural que la gente se muera.
Lo que ya no se ve con tanta naturalidad es la propia muerte, la de cada uno.

Vemos, como algo natural, y lo celebramos, la venida al mundo de un niño, el nacimiento, sin embargo la muerte la vemos como una agresión a la vida que se nos arrebata sin un porqué convincente.
¿Por qué tengo yo que morir y no seguir viviendo como ahora estoy haciéndolo?

Y todos sabemos que moriremos, como siempre ha sido, pero somos incapaces de reconciliarnos con la segura muerte que nos llegará, aún sin quererla y sin ayudarla a que venga.

Yo me he preguntado y dejado por escrito la pregunta ante una catástrofe natural (un tsunami, un terremoto, una guerra, un avión que se estrella o cae al mar,…: “¿Dónde estabas, Dios, cuando eso ocurría, siendo Tú, Omnipotente y Bueno, habiendo podido evitarlo y, seguro, no podías quererlo”?

Como si esas catástrofes hubieran ocurrido por una negligencia divina y no por un fenómeno natural, o una negligencia humana, o por un fallo mecánico.

¿Por qué metemos a Dios en todos estos líos? Por eso, a menudo, desconfiamos de Él y nos alejamos, como si Él fuera el culpable de estos desaguisados.

Pero, cuando la vida ha abandonado a una persona, algo hay que hacer con el cadáver, cuya presencia se nos muestra embarazosa, acusadora, desagradable.
Sabemos que ya es un residuo, humano, pero residuo y con los residuos siempre hacemos algo, no los dejamos ahí, a la vista.
Mostramos con él respeto y afecto, pero tiene que desaparecer de nuestra vista, queremos y tenemos que asegurarnos que desaparece de escena y que ya es imposible su indeseable retorno.

Nadie quiere volver a tener ante él el cadáver que va a ir descomponiéndose.

Definimos, con Aristóteles, al hombre como “animal racional” pero Unamuno daba de él otra definición que nos viene al caso: “el hombre es el animal guardamuertos” (podemos comprobarlo hasta en la Prehistoria)

El antropólogo Pascal Boyer, en su libro: “Y el hombre creó a los dioses” explica que  las creencias religiosas y los comportamientos religiosos no son un misterio insondable y tienen una explicación: todo se debe a la manera como funciona nuestro cerebro.
Como resultado de la evolución, nuestro cerebro tiene la capacidad para adquirir cierto tipo de ideas religiosas, en especial con la muerte, la moral y los ritos.
La fuerza de estas ideas es tal que lleva a los hombres a entregarse a ellas y, en casos extremos, a la intolerancia y el fanatismo.

En dicha obra, y con cierto humor, dice: “los muertos, como las legumbres, pueden ser conservados en salmuera o en vinagre. También se les puede abandonar a las bestias feroces, quemarlos como a basura o enterrarlos como un tesoro.
Del embalsamamiento (para que permanezca) hasta la cremación (para que desaparezca) toda suerte de técnicas son utilizadas, pero lo esencial es “que algo hay que hacer con los cadáveres”