A lo largo de toda la
evolución humana, y del desarrollo propio, los sentidos han servido y sirven
para captar, con la mayor exactitud posible lo que hay ahí, fuera e
independientemente de mí.
¿Qué garantías de veracidad
ofrecen las religiones y cómo pueden justificarse?
Es verdad que tienen una
utilidad social como calmante de sus iras y frenos a los deseos de malas
acciones o de matar a alguien.
Recordar a Marx y su
sentencia de “la religión es el opio del pueblo” es afirmar, incluso hoy, que
la religión ha sido (¿sigue siéndolo?) el estupefaciente insustituible, de
momento.
Pero lo que en otro tiempo
sirvió de aglutinante social, hoy, en las sociedades democráticas, ha dejado de
serlo, siendo, al revés, causa de enfrentamientos.
Otra cosa es que sean las
Iglesias de las distintas religiones el mejor fundamento de los valores
morales.
Suele afirmarse,
superficialmente, que la “crisis de valores” es el efecto del abandono de las
prácticas religiosas.
Y es verdad que han entrado
en crisis muchos de los valores que se creyeron que eran universales y
permanentes y han sido sustituidos por otros.
Los valores se han puesto al
día.
Unos fenecen, ya gastados por
el tiempo, y otros nacen, más acordes con los tiempos que vivimos.
El “ateo” ha gozado de mala
fama durante toda la historia porque era considerado como “inmoral”, ya que los
preceptos morales, tanto los obligatorios como los prohibitivos, provenían de
Dios y si la única moral es la moral religiosa, al no creer el ateo en Dios…
Así como la teología es
dogmática, la filosofía ni debe, ni puede serlo, porque su respuesta nunca es
la respuesta definitiva.
El filósofo convive con su
pregunta, siempre, nunca desaparece ni puede abandonarla, aunque vaya dándole
respuestas temporales, nunca “canceladotas”.
Suele afirmarse que, mientras
las ciencias “progresan” lo que la filosofía hace es, sólo, “ahondar” en su
pregunta.
Recuerdo lo que, cada
comienzo de curso, les leía y comentaba un texto de B. Russell de la filosofía
como “tierra de nadie”, como “no man´s
land”, entre la ciencia por un lado y la teología por el otro recibiendo
presiones.
Los filósofos están
instalados, como pueden, en la incómoda zona mental que separa el firme suelo
de la Ciencia
del etéreo y enigmático, pero “dogmático” cielo de de la Teología Religiosa.
Mientras las creencias
dispensan de seguir pensando, la filosofía es el acicate para no dejar de
pensar.
Le preguntaron a Russell que
haría si, tras morir, resucitase y despertase ante la presencia de Dios, a lo
que respondió: “le diría: Señor, no nos diste suficientes pruebas”.
Me gusta más la respuesta que
dio nuestro Francisco Ayala a esa misma pregunta: “le estrecharía cortésmente
la mano, porque soy una persona educada pero, francamente, quedaría muy
sorprendido”
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