jueves, 22 de noviembre de 2018

PALABRAS DE UN AGNÓSTICO (13)



Si le preguntáramos a un creyente de qué trata la religión estoy seguro que, entre otras cosas, diría que del origen del universo, de la vida, del hombre, del sentido de la vida, del comportamiento moral, de la estructura de la sociedad, en general, y de la familiar, en particular,…
Pero si le preguntamos a un peatón no creyente, lo más seguro es que te dijera que la religión trata de Dios.
Si le preguntamos a un teólogo…. pero si le preguntamos a un filósofo….

Y si la filosofía no está de moda (¡con lo fatigoso que es pensar¡) y la ciencia está haciéndose incomprensible para las masas, la gente no tiene mucho inconveniente en creer en ese mundo etéreo del que hablan las religiones y refugiarse en esas oscuras y lejanas regiones ajenas a filósofos y científicos.

Y los filósofos y los científicos compararán a estos crédulos con el candor ilusionado (pero insostenible) de los parvulitos que creen a pies juntillas todo lo que diga su “seño”, sea lo que sea (que Torremolinos dista de Málaga 56 kilómetros, por ejemplo) porque aún no saben de mapas ni de escalas.
Su incipiente saber les lanza a la creencia de la autoridad en la escuela.
Tiempo llegará (¿vais a decírmelo a mí?) en que esa autoridad tendrá que pasar el filtro de la propia razón.

La persona culta (y no crédula) sabe que hay religiones sin Dios y sin dioses, como el budismo, y que Spinoza escribía sobre “Deus sive substantia, sive natura” (Dios o Substancia o Naturaleza) y sabe, esa persona culta que en ese cielo o firmamento no está ese Dios, similar al hombre, viejo y barbudo, justiciero y padre,….sino Energía Cósmica de la que formamos parte… pero el peatón, crédulo, diría que una religión sin Dios es como una tortilla sin huevos, o como un jardín sin flores,…y es que, en nuestra cultura occidental, Dios y la religión forman un tándem inseparable.

Afirma Daniel C. Dennett: “Mucha gente “cree en Dios”, mucha gente “cree en la creencia en Dios”. ¿Cuál es la diferencia? La gente que “cree en Dios” está segura de que Dios existe, y eso le pone muy contenta, porque sostienen que Dios es la más maravillosa de las cosas. La gente que, en cambio, “cree en la creencia en Dios” está segura de que la creencia en Dios existe (¿y quién podría dudarlo?) y piensan que es algo muy afortunado, algo que debe ser reforzado y apoyado de todos los modos posibles”

“Creer en la creencia en Dios” no es muy problemático, basta con ir preguntando a la gente si cree en Dios y confirmar que hay mucha gente que cree.
“Creer en Dios” es afirmar, con seguridad, que un ser invisible existe.
Lo que no me explico es por qué se molestan los creyentes cuando un ateo o un agnóstico se declaran creyentes sólo de lo visible.
¿No pueden los creyentes herir los sentimientos religiosos de los ateos y de los agnósticos al vocear su creencia en lo invisible, al vocear sus dogmas religiosos frente a las pautas éticas de origen laico?

La Iglesia ya no castiga/no puede castigar/ha dejado de poder castigar a los incrédulos porque ya no dominan ni las almas ni los cuerpos de las personas porque, para los incrédulos, su increencia nunca ha sido un pecado ni, mucho menos, un delito.
Son tiempos, felizmente, pasados.

Los no creyentes confiesan, abiertamente, su incredulidad y sus normas morales de comportamiento, de manera natural, respetando a los creyentes en su creencia y en su moral religiosa, pero se sienten heridos si los incrédulos hacen manifestación de su increencia cuando choca, abiertamente, con la suya, pero nunca piensan en lo contrario, en el contrario.

Contra lo que proclama Michel Onfray en su “Tratado de ateología” creer en Dios no es como creer en el Ratoncito Pérez, en los Reyes Magos o en Papá Noel, porque la creencia en estos personajes pueriles, bonachones y de índole comercial no conllevan normas de comportamiento tanto individuales como sociales cuyo incumplimiento es considerado “pecado” aunque la existencia de ese Dios sea refractaria a comprobaciones racionales.

Mientras Dios está presente en todo momento en la mente de los creyentes, los “dioses” infantiles son temporales y se manifiestan en los grandes almacenes o en las cabalgatas navideñas o cuando un frágil diente de leche se ha desgajado de la mandíbula infantil.
Un padre puede creer en Dios, con la correspondiente norma de comportamiento, pero no cree en esos dioses infantiles que no exigen nada, a cambio, a no ser no molestar a sus hijos.

Claro que, para los postmodernos, como todos tienen razón, tanto los creyentes, al creer, como los no creyentes, al no creer,  nadie está en posesión de la verdad porque, sencillamente, no hay verdad.

Recuerdo, todavía, al empirista Hume, siglo XVIII, Ilustración, en sus “Diálogos sobre la Religión Natural”, donde trata el tema de la naturaleza y atributos de Dios a cargo de tres filósofos que creen que Dios existe y de lo que debaten es si se pueden conocer sus atributos y si el pueblo puede llegar a ello.

“Es casi universal el consenso entre los hombres en el que se afirma la existencia de un poder invisible e inteligente en el mundo. Pero respecto si este poder es supremo o subordinado, si se limita a un solo ser o se reparte entre varios, de qué atributos… deben atribuirse a esos seres…respecto a todos estos puntos hay la mayor discrepancia…”

El primer atributo es ser “INVISIBLE”, luego nada de lo visible (lugares, objetos, árboles, animales,…) es Dios, pero puede estar habitado o animado por Dios, por lo que serán “lugares, objetos,….  sagrados”, pero no Dios.

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