Si le preguntáramos a un
creyente de qué trata la religión estoy seguro que, entre otras cosas, diría
que del origen del universo, de la vida, del hombre, del sentido de la vida,
del comportamiento moral, de la estructura de la sociedad, en general, y de la
familiar, en particular,…
Pero si le preguntamos a un
peatón no creyente, lo más seguro es que te dijera que la religión trata de
Dios.
Si le preguntamos a un
teólogo…. pero si le preguntamos a un filósofo….
Y si la filosofía no está de
moda (¡con lo fatigoso que es pensar¡) y la ciencia está haciéndose
incomprensible para las masas, la gente no tiene mucho inconveniente en creer
en ese mundo etéreo del que hablan las religiones y refugiarse en esas oscuras
y lejanas regiones ajenas a filósofos y científicos.
Y los filósofos y los
científicos compararán a estos crédulos con el candor ilusionado (pero
insostenible) de los parvulitos que creen a pies juntillas todo lo que diga su
“seño”, sea lo que sea (que Torremolinos dista de Málaga 56 kilómetros , por
ejemplo) porque aún no saben de mapas ni de escalas.
Su incipiente saber les lanza
a la creencia de la autoridad en la escuela.
Tiempo llegará (¿vais a
decírmelo a mí?) en que esa autoridad tendrá que pasar el filtro de la propia
razón.
La persona culta (y no
crédula) sabe que hay religiones sin Dios y sin dioses, como el budismo, y que
Spinoza escribía sobre “Deus sive substantia, sive natura” (Dios o Substancia o
Naturaleza) y sabe, esa persona culta que en ese cielo o firmamento no está ese
Dios, similar al hombre, viejo y barbudo, justiciero y padre,….sino Energía
Cósmica de la que formamos parte… pero el peatón, crédulo, diría que una
religión sin Dios es como una tortilla sin huevos, o como un jardín sin
flores,…y es que, en nuestra cultura occidental, Dios y la religión forman un
tándem inseparable.
Afirma Daniel C. Dennett:
“Mucha gente “cree en Dios”, mucha gente “cree en la creencia en Dios”. ¿Cuál
es la diferencia? La gente que “cree en Dios” está segura de que Dios existe, y
eso le pone muy contenta, porque sostienen que Dios es la más maravillosa de
las cosas. La gente que, en cambio, “cree en la creencia en Dios” está segura
de que la creencia en Dios existe (¿y quién podría dudarlo?) y piensan que es
algo muy afortunado, algo que debe ser reforzado y apoyado de todos los modos
posibles”
“Creer en la creencia en
Dios” no es muy problemático, basta con ir preguntando a la gente si cree en
Dios y confirmar que hay mucha gente que cree.
“Creer en Dios” es afirmar,
con seguridad, que un ser invisible existe.
Lo que no me explico es por
qué se molestan los creyentes cuando un ateo o un agnóstico se declaran
creyentes sólo de lo visible.
¿No pueden los creyentes
herir los sentimientos religiosos de los ateos y de los agnósticos al vocear su
creencia en lo invisible, al vocear sus dogmas religiosos frente a las pautas
éticas de origen laico?
Son tiempos, felizmente,
pasados.
Los no creyentes confiesan,
abiertamente, su incredulidad y sus normas morales de comportamiento, de manera
natural, respetando a los creyentes en su creencia y en su moral religiosa,
pero se sienten heridos si los incrédulos hacen manifestación de su increencia
cuando choca, abiertamente, con la suya, pero nunca piensan en lo contrario, en
el contrario.
Contra lo que proclama Michel
Onfray en su “Tratado de ateología” creer en Dios no es como creer en el
Ratoncito Pérez, en los Reyes Magos o en Papá Noel, porque la creencia en estos
personajes pueriles, bonachones y de índole comercial no conllevan normas de comportamiento
tanto individuales como sociales cuyo incumplimiento es considerado “pecado”
aunque la existencia de ese Dios sea refractaria a comprobaciones racionales.
Mientras Dios está presente
en todo momento en la mente de los creyentes, los “dioses” infantiles son
temporales y se manifiestan en los grandes almacenes o en las cabalgatas
navideñas o cuando un frágil diente de leche se ha desgajado de la mandíbula
infantil.
Un padre puede creer en Dios,
con la correspondiente norma de comportamiento, pero no cree en esos dioses
infantiles que no exigen nada, a cambio, a no ser no molestar a sus hijos.
Claro que, para los
postmodernos, como todos tienen razón, tanto los creyentes, al creer, como los
no creyentes, al no creer, nadie está en
posesión de la verdad porque, sencillamente, no hay verdad.
Recuerdo, todavía, al
empirista Hume, siglo XVIII, Ilustración, en sus “Diálogos sobre la Religión Natural ”,
donde trata el tema de la naturaleza y atributos de Dios a cargo de tres
filósofos que creen que Dios existe y de lo que debaten es si se pueden conocer
sus atributos y si el pueblo puede llegar a ello.
“Es casi universal el
consenso entre los hombres en el que se afirma la existencia de un poder
invisible e inteligente en el mundo. Pero respecto si este poder es supremo o
subordinado, si se limita a un solo ser o se reparte entre varios, de qué
atributos… deben atribuirse a esos seres…respecto a todos estos puntos hay la
mayor discrepancia…”
El primer atributo es ser “INVISIBLE”,
luego nada de lo visible (lugares, objetos, árboles, animales,…) es Dios, pero
puede estar habitado o animado por Dios, por lo que serán “lugares,
objetos,…. sagrados”, pero no Dios.
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