Y, ampliando/amplificando
esta doctrina de Feuerbach, vendrán los “filósofos de la sospecha” (Marx,
Nietzsche y Freud) que denunciarán la estrategia de las religiones y las
consecuencias de todo tipo (políticas, psicoanalíticas, económicas, morales,
hasta ontológicass).
El drogadicto sólo busca su
dosis para no sufrir y, por sí mismo, es muy difícil que quiera salir de su
situación de drogodependencia.
Y si “la religión es el opio
del pueblo” según la frontisficia sentencia de Marx…
La sentencia marxista significa
que la religión es usada por las clases dominantes (que serían los camellos)
como instrumento para controlar al pueblo, aliviando y dándole sentido a sus
padecimientos mediante la idea de un mundo de dicha ilusoria y la promesa de
una vida eterna.
Ante la contradicción
existente entre las perfecciones o atributos que se le atribuye a Dios y la
triste y pésima realidad que soportamos en esta vida mundana y terrestre vamos
a tener que cambiar de perspectiva y admitir que ese Dios no es, al menos del
todo, ni Bueno, ni Omnipotente, ni Padre, ni algo familiar y cercano a
nosotros.
Lo de cambiar de perspectiva
me viene a la mente ese “meme” que corre por las redes sociales, de dos
personas, una frente a la otra, discutiendo si el número que aparece escrito en
el suelo es el 69 o el 96.
O la más famosa leyenda
urbana puesta en boca del torero Rafael Gómez Ortega, ‘El Gallo’, que nació en
Madrid el 18 de julio de 1882, aunque estaba afincado en Sevilla y siempre se
nos muestra como “torero andaluz”.
Terminaba, una tarde, de
torear en La Coruña
y sus admiradores, tras una faena triunfal, querían que se quedase para
departir tertulia con ellos alegando que Sevilla estaba muy lejos y que
tardaría en volver por La
Coruña , para torear otra vez, ante lo que el torero
sentenció: “Sevilla no está lejos, Sevilla está donde tiene que estar, lo que
está lejos es esto”.
Otra perspectiva, otro punto
de vista de lo mismo.
Los teólogos se parecen al
Gallo: “Dios es como debe ser y obra de acuerdo con lo que es debido; somos
nosotros, los humanos, quienes nos empeñamos en calificarLo y medirlo con el
baremo de nuestros minúsculos criterios.
Es decir, olvidémonos de
aquellas tres vías tomistas sobre la esencia divina: la positiva, la negativa y
la de eminencia y quedémonos con esta nueva vía: la “apofática”, que afirma que
Dios es inabarcable, insondable, inefable, imprevisible,… es decir que nunca
tenemos, ni podremos tener repajolera idea de cómo es Él, porque sus designios
son y serán, siempre, incomprensibles
para nosotros.
Es decir, olvidémonos de
querer saber, con nuestra limitada mente, de cómo es Dios porque “Él no nos
puede caber en la cabeza”
Cuando digamos algo positivo
de Dios debemos decir, a continuación, que no es eso, ni eso, ni eso…
Algo así como San Pablo, ante
sus oyentes, les describía lo que era o cómo era el cielo, la recompensa divina
que les esperaba tras la muerte, en Corintios 2:9: “Cosas que ojo no vio, ni
oído oyó,… Ni han subido en corazón de hombre. Son las que Dios ha
preparado para los que le aman”
Es decir el discurso sobre
Dios queda blindado, nada verosímil podemos decir de Él, porque nada puede ser
dicho; todo es y queda en el misterio que, o te lo crees o no te lo crees.
O sea, que tan ridículos son
los creyentes que dicen creer lo increíble como los ateos que sólo deberían
callar o, a lo más, reírse al escuchar a los teólogos.
Y es que, de Dios, seguimos
hablando de modo antropológico, y no podemos hablar de otro modo, porque esa es
nuestra perspectiva, nuestro punto de vista que, además, no puede ser otro que
el humano pero, desde este necesario punto de vista, nada verosímil podemos
decir de Él, porque al antropologizarlo estamos deformándolo: eso no es Dios,
no puede ser Dios,…
“Ni a su imagen ni a su
semejanza”, nada verosímil, con nuestra limitada capacidad intelectiva, podemos
decir de Él, “no nos cabe/no nos puede caber en la cabeza” porque somos
“radicalmente distintos”, porque el niño nunca podrá meter el mar, con su
cubito de agua, en ese hoyo que ha cavado en la arena, aunque el niño se lo
crea y sus padres disfruten de su intento.
¿Qué nos queda, entonces? la FE : “Por siempre sin nombre //
por siempre desconocido // por siempre inconcebido // por siempre
irrepresentado // mas, por siempre, sentido en el alma” (D. H. Lawrence,
novelista y poeta, inglés)
Si se etiqueta lo
incognoscible como “misterio” queda garantizada su invulnerabilidad y admitida
su verdad apoyada en la creencia, no verificable, pero tampoco falsable y como
para un creyente si un ateo o un agnóstico no pueden demostrar la falsedad,
entonces queda confirmada su veracidad o, mejor, su verdad, inconscientes,
voluntarios o no, de que la carga de la prueba siempre recae en el que afirma
la verdad y no en quien la niega.
¿Dónde queda, entonces, ante
esa inescrutable verdad, la divinidad como “persona”, como sujeto que ama, se
compadece,… sus rasgos antropológicos?
¿Cómo puede sostenerse que es
una “persona” (como nosotros), con “sentimientos humanos” (como nosotros) si
afirmamos el misterio y, por lo tanto, inatacable e incomprensible?
Las contradicciones entre ese
Dios, omni-todo y creador y las imperfecciones de lo creado son tan
contundentes que sólo cabe fundirse con Él en un abrazo místico en cuyo
arrebato todo cabe y nada queda claro.
Si preguntas a un creyente
por qué cree en un Dios, a imagen y semejanza nuestra (porque si nosotros hemos
sido creados a “su imagen y semejanza” algo de semejante tendremos) siempre nos
saldrá con eso de: “Hombre, yo creo que hay Algo que…”.
Pero ¿ese “Algo” es un
“Alguien”? (that is the question), porque todos (y yo el primero) creemos que
Algo hay por ahí arriba.
¿Y si “Dios” fuera sólo un
“concepto” y no una “persona”, como lo era el Demiurgo platónico, o el Motor
Inmóvil de Aristóteles, o el Uno de Plotino,…?
¿Y qué decir de Spinoza y su
“Deus, sive substantia, sive natura”?
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