Esta práctica del Carnaval y
su desahogo de las pasiones, es una práctica eminentemente católica, que decayó
a partir de la Reforma
y que prácticamente fue suprimida en la mayoría de las sectas protestantes,
La fiesta, el estallido de
luz, de color, de sonido, de alegría, que en muchos casos llega a la orgía, al
descontrol, al salvajismo o a la violencia es algo desconocido en la vida de
los puritanos protestantes y no tan raro en los fines de semana de nuestra
católica España, sobre todo por los jóvenes y adolescentes.
Y si éstas, y más, son las
diferencias comparando protestantismo y catolicismo es fácil comprender cómo ha
sido la Filosofía Española
en esta España católica, apostólica y romana y cuál ha sido la deuda con este
tipo de sociedad.
Y si el protestantismo ha
apostado por la riqueza (por el “tener”) el catolicismo, al apostar por la
pobreza ha apostado por (el “ser”), somos cuerpo y alma, el hombre como un ser
integral, por lo que ha apostado por un tipo de filosofías humanistas,
existencialistas, vitalistas, subjetivistas,…
En los países nórdicos, al
apostar por el “tener” triunfa una mayor atención a las cosas, a los objetos, a
la conciencia individual, originando filosofías objetivistas, pragmatistas,
utilitaristas o idealistas.
Y todo porque ambas
tendencias filosóficas son productos de una u otra consideración del hombre,
bien porque éste venga medido por el éxito económico, social o histórico (por
lo que “tiene” más que por lo que “es”) o bien por lo contrario, al partir de
un presupuesto distinto, de una consideración distinta del hombre, cuya
filosofía será una “negación de la religión del éxito”, “quedar bien” en vez de
“tener éxito”.
“Quedar bien ante sí mismo,
ante los demás y ante Dios”, siempre “quedar bien”, por lo que en la Filosofía española, la Filosofía del “ser”, la
tentación no es “tener” sino “parecer”, lo que supondría una hipocresía
“parecer y no serlo”, ir con la máscara que tapa la persona que hay tras o
debajo de ella.
Ya en nuestro Siglo de Oro, la Teoría del Estado de la Contrarreforma se
manifestaba en un hondo antimaquiavelismo que se niega a admitir a “la Razón de Estado” como la
razón suprema de la acción política y eso que, en esos momentos, la Razón de Estado era la más
apropiada para el éxito en el dominio político pero al jurista español de la
época eso le parecía una enorme inmoralidad porque suponía supeditar “todos los
demás valores”, los morales, los valores humanos, al triunfo del poder político
y al dominio de lo descubierto en América.
Por eso, en España, contra el
“príncipe de Maquiavelo” (y quien haya leído u ojeado la obra sabrá las
cualidades del Príncipe de Maquiavelo, ese de “el fin justifica los medios” con
tal de engrandecer el Estado) lanza y propone la Teoría del “Príncipe Cristiano”,
en las obras de Quevedo (“Política de Dios y gobierno de Cristo”), de Saavedra
Fajardo (“Empresas Políticas. Idea de un Príncipe político cristiano”), de
Baltasar Gracián (“El Político Fernando”), de Pedro de Ribadeneira (“Tratado de
la Religión
y virtudes que debe tener un príncipe cristiano”)
Y no es que en España no
hubiese defensores y seguidores de Maquiavelo y su Príncipe, pero ni siquiera
se atrevían a decirlo o a expresarlo dada la fuerza de las ideas imperantes.
Recordar, también, que desde
1.559 las obras de Maquiavelo y las de sus seguidores figurarán en el Índice de
libros prohibidos.
Tras el descubrimiento y
conquista de América, los grandes teólogos y juristas españoles (un Francisco
de Vitoria o un Fray Bartolomé de las Casas) van a marcar, una vez descubiertos
las nuevas tierras, cómo debe hacerse la conquista de las mismas, muy alejada
del colonialismo típico de otros países donde el fin primordial es el éxito de
la empresa colonizadora, imponiendo la voluntad del conquistador buscando el
dominio político y económico sobre otro valor cualquiera.
Nuestro Francisco de Vitoria
llega a impugnar la autoridad del mismo Emperador español y aún la del mismo
Papa por que ni son ni pueden ser “domini Orbis” (los dueños y señores del
mundo) por lo que no pueden ofrecer ninguna justificación legítima a la
conquista o al dominio de España sobre el Nuevo Mundo.
Habrá que buscar, pues, otros
títulos legítimos, del lado de los Derechos Humanos y Naturales, ajenos a todo
fin religioso, lo que lo llevará a fundar y ser el padre del Derecho
Internacional y de la
Filosofía del Derecho, porque el derecho no podía estar
basado sino sobre la naturaleza.
La superioridad del Padre
Vitoria sobre el Padre las Casas –según Menéndez Pidal –está precisamente en
que para el primero no vale otro motivo para la colonización que los títulos
humanos y naturales, mientras para el segundo, con mentalidad más medieval y
menos moderna, el motivo principal para la conquista es la evangelización, con
la imposición de la religión católica, al ser la única religión verdadera.
Sin embargo, el Fray
Bartolomé de las Casas es moderno en otro aspecto como lo es su negativa a
justificar cualquier clase de guerra, lo que lo coloca a la cabeza del
movimiento pacifista y contestatario de nuestra época.
Y también su defensa del
hombre y de la humanidad lo colocan a la cabeza de un pensamiento universalista
y humano de la tradición española, que no duda en ir contra los intereses
nacionalistas si fuera necesario en defensa del hombre, de la humanidad y de
los valores que lo sustentan.
En este sentido quizá el Fray
Bartolomé de las Casas sea el más español de nuestros intelectuales pues es el
que más impugna toda voluntad de poder, impulsado por el sentimiento de amor y
de justicia, hasta llevarlo a oponerse a los intereses de su propio país.
Y si es verdad que se le
acusa de ser Fray Bartolomé de las Casas el impulsor de la Leyenda Negra no debemos
olvidar que fue por la generosidad de su causa y el éxito de que dicha
generosidad cayera siempre del lado del débil, como en Don Quijote.
Las Casas un Quijote español.
Todas estas expresiones
anticolonialistas y antinacionalistas sitúan nuestro pensamiento, tanto de Las
Casas como de Vitoria, como del contrarreformismo español en general del Siglo
de Oro, en la avanzadilla del siglo XX, que es también un siglo
anticolonialista y antinacionalista (a pesar de las explosiones de nacionalismo
en la primera mitad de siglo y de los rebotes nacionalistas posteriores).
Negación de “la religión del
éxito” es una característica de nuestra cultura tradicional.
Un liberalismo
anticolonialista de los siglos XVII y XVIII, como el de nuestro Padre Feijoo,
que difundieron en América un espíritu de libertad que habría de conducir a la
independencia política de aquellos países (incluso muchos de aquellos liberales
(no sólo criollos, hijos de españoles y españolizados) intervinieron
directamente en la emancipación de las colonias americanas, y no sólo con
escritos).
Defensa y predominio de lo
humano (como el principio de exaltación de la libertad) llega hasta nuestros
días a través de filosofías de corte vitalista, moralista y humanista, como el
krausismo, el existencialismo o el historicismo (Julián Sanz del Río, Miguel de
Unamuno y Ortega y Gasset, respectivamente)
Y, actualmente, en los
filósofos críticos de la sociedad de consumo.
Fray Luis de León, Unamuno,
Machado, Valle Inclán,…heterodoxos desde el punto de vista católico y todos
ellos exaltan la figura del Crucificado, resaltando lo espiritual, lo moral, lo
ideal, sencillamente, lo humano frente a los que buscan lo utilitario, lo
práctico, lo eficaz, lo exitoso.
El pensamiento español ha
sido, un poco al menos, la manifestación de una “conciencia disidente” frente a
la general “religión del éxito”, y no sólo respecto a otros países, sino que
aquí mismo, dentro de nuestra propia España, una heterodoxia católica ha
sido/está siendo una “conciencia disidente” respecto a la jerarquía
eclesiástica y al pensamiento oficial.
De ahí nuestros frecuentes
exilios y emigraciones por presiones de todo tipo, hasta por temor a morir.
Aunque apuntarse a esta
filosofía como negación de la religión del éxito” es como apuntarse a causas
perdidas pero con la contrapartida de poner como ideal por el que luchar y
conseguir, el valor moral y humano, el valor de “ser persona” por encima del
valor de “tener cosas”.
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