jueves, 1 de noviembre de 2018

RELIGIÓN, ECONOMÍA Y SOCIEDAD ( y 4)



Esta práctica del Carnaval y su desahogo de las pasiones, es una práctica eminentemente católica, que decayó a partir de la Reforma y que prácticamente fue suprimida en la mayoría de las sectas protestantes,

La fiesta, el estallido de luz, de color, de sonido, de alegría, que en muchos casos llega a la orgía, al descontrol, al salvajismo o a la violencia es algo desconocido en la vida de los puritanos protestantes y no tan raro en los fines de semana de nuestra católica España, sobre todo por los jóvenes y adolescentes.

Y si éstas, y más, son las diferencias comparando protestantismo y catolicismo es fácil comprender cómo ha sido la Filosofía Española en esta España católica, apostólica y romana y cuál ha sido la deuda con este tipo de sociedad.

Y si el protestantismo ha apostado por la riqueza (por el “tener”) el catolicismo, al apostar por la pobreza ha apostado por (el “ser”), somos cuerpo y alma, el hombre como un ser integral, por lo que ha apostado por un tipo de filosofías humanistas, existencialistas, vitalistas, subjetivistas,…

En los países nórdicos, al apostar por el “tener” triunfa una mayor atención a las cosas, a los objetos, a la conciencia individual, originando filosofías objetivistas, pragmatistas, utilitaristas o idealistas.
Y todo porque ambas tendencias filosóficas son productos de una u otra consideración del hombre, bien porque éste venga medido por el éxito económico, social o histórico (por lo que “tiene” más que por lo que “es”) o bien por lo contrario, al partir de un presupuesto distinto, de una consideración distinta del hombre, cuya filosofía será una “negación de la religión del éxito”, “quedar bien” en vez de “tener éxito”.
“Quedar bien ante sí mismo, ante los demás y ante Dios”, siempre “quedar bien”, por lo que en la Filosofía española, la Filosofía del “ser”, la tentación no es “tener” sino “parecer”, lo que supondría una hipocresía “parecer y no serlo”, ir con la máscara que tapa la persona que hay tras o debajo de ella.

Ya en nuestro Siglo de Oro, la Teoría del Estado de la Contrarreforma se manifestaba en un hondo antimaquiavelismo que se niega a admitir a “la Razón de Estado” como la razón suprema de la acción política y eso que, en esos momentos, la Razón de Estado era la más apropiada para el éxito en el dominio político pero al jurista español de la época eso le parecía una enorme inmoralidad porque suponía supeditar “todos los demás valores”, los morales, los valores humanos, al triunfo del poder político y al dominio de lo descubierto en América.
Por eso, en España, contra el “príncipe de Maquiavelo” (y quien haya leído u ojeado la obra sabrá las cualidades del Príncipe de Maquiavelo, ese de “el fin justifica los medios” con tal de engrandecer el Estado) lanza y propone la Teoría del “Príncipe Cristiano”, en las obras de Quevedo (“Política de Dios y gobierno de Cristo”), de Saavedra Fajardo (“Empresas Políticas. Idea de un Príncipe político cristiano”), de Baltasar Gracián (“El Político Fernando”), de Pedro de Ribadeneira (“Tratado de la Religión y virtudes que debe tener un príncipe cristiano”)

Y no es que en España no hubiese defensores y seguidores de Maquiavelo y su Príncipe, pero ni siquiera se atrevían a decirlo o a expresarlo dada la fuerza de las ideas imperantes.
Recordar, también, que desde 1.559 las obras de Maquiavelo y las de sus seguidores figurarán en el Índice de libros prohibidos.

Tras el descubrimiento y conquista de América, los grandes teólogos y juristas españoles (un Francisco de Vitoria o un Fray Bartolomé de las Casas) van a marcar, una vez descubiertos las nuevas tierras, cómo debe hacerse la conquista de las mismas, muy alejada del colonialismo típico de otros países donde el fin primordial es el éxito de la empresa colonizadora, imponiendo la voluntad del conquistador buscando el dominio político y económico sobre otro valor cualquiera.

Nuestro Francisco de Vitoria llega a impugnar la autoridad del mismo Emperador español y aún la del mismo Papa por que ni son ni pueden ser “domini Orbis” (los dueños y señores del mundo) por lo que no pueden ofrecer ninguna justificación legítima a la conquista o al dominio de España sobre el Nuevo Mundo.
Habrá que buscar, pues, otros títulos legítimos, del lado de los Derechos Humanos y Naturales, ajenos a todo fin religioso, lo que lo llevará a fundar y ser el padre del Derecho Internacional y de la Filosofía del Derecho, porque el derecho no podía estar basado sino sobre la naturaleza.

La superioridad del Padre Vitoria sobre el Padre las Casas –según Menéndez Pidal –está precisamente en que para el primero no vale otro motivo para la colonización que los títulos humanos y naturales, mientras para el segundo, con mentalidad más medieval y menos moderna, el motivo principal para la conquista es la evangelización, con la imposición de la religión católica, al ser la única religión verdadera.

Sin embargo, el Fray Bartolomé de las Casas es moderno en otro aspecto como lo es su negativa a justificar cualquier clase de guerra, lo que lo coloca a la cabeza del movimiento pacifista y contestatario de nuestra época.
Y también su defensa del hombre y de la humanidad lo colocan a la cabeza de un pensamiento universalista y humano de la tradición española, que no duda en ir contra los intereses nacionalistas si fuera necesario en defensa del hombre, de la humanidad y de los valores que lo sustentan.

En este sentido quizá el Fray Bartolomé de las Casas sea el más español de nuestros intelectuales pues es el que más impugna toda voluntad de poder, impulsado por el sentimiento de amor y de justicia, hasta llevarlo a oponerse a los intereses de su propio país.

Y si es verdad que se le acusa de ser Fray Bartolomé de las Casas el impulsor de la Leyenda Negra no debemos olvidar que fue por la generosidad de su causa y el éxito de que dicha generosidad cayera siempre del lado del débil, como en Don Quijote.

Las Casas un Quijote español.

Todas estas expresiones anticolonialistas y antinacionalistas sitúan nuestro pensamiento, tanto de Las Casas como de Vitoria, como del contrarreformismo español en general del Siglo de Oro, en la avanzadilla del siglo XX, que es también un siglo anticolonialista y antinacionalista (a pesar de las explosiones de nacionalismo en la primera mitad de siglo y de los rebotes nacionalistas posteriores).

Negación de “la religión del éxito” es una característica de nuestra cultura tradicional.

Un liberalismo anticolonialista de los siglos XVII y XVIII, como el de nuestro Padre Feijoo, que difundieron en América un espíritu de libertad que habría de conducir a la independencia política de aquellos países (incluso muchos de aquellos liberales (no sólo criollos, hijos de españoles y españolizados) intervinieron directamente en la emancipación de las colonias americanas, y no sólo con escritos).

Defensa y predominio de lo humano (como el principio de exaltación de la libertad) llega hasta nuestros días a través de filosofías de corte vitalista, moralista y humanista, como el krausismo, el existencialismo o el historicismo (Julián Sanz del Río, Miguel de Unamuno y Ortega y Gasset, respectivamente)

Y, actualmente, en los filósofos críticos de la sociedad de consumo.

Fray Luis de León, Unamuno, Machado, Valle Inclán,…heterodoxos desde el punto de vista católico y todos ellos exaltan la figura del Crucificado, resaltando lo espiritual, lo moral, lo ideal, sencillamente, lo humano frente a los que buscan lo utilitario, lo práctico, lo eficaz, lo exitoso.

El pensamiento español ha sido, un poco al menos, la manifestación de una “conciencia disidente” frente a la general “religión del éxito”, y no sólo respecto a otros países, sino que aquí mismo, dentro de nuestra propia España, una heterodoxia católica ha sido/está siendo una “conciencia disidente” respecto a la jerarquía eclesiástica y al pensamiento oficial.
De ahí nuestros frecuentes exilios y emigraciones por presiones de todo tipo, hasta por temor a morir.

Aunque apuntarse a esta filosofía como negación de la religión del éxito” es como apuntarse a causas perdidas pero con la contrapartida de poner como ideal por el que luchar y conseguir, el valor moral y humano, el valor de “ser persona” por encima del valor de “tener cosas”.

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