Todos somos Unamuno (aunque
no lo gritemos como él): “No quiero morirme, no. No quiero, ni quiero quererlo.
Quiero vivir siempre, siempre, siempre. Y vivir yo, este pobre yo que me soy y
me siento ser ahora y aquí, y por esto me tortura el problema de la duración de
mi alma, de la mía propia”
(Y me lo imagino gritando
eso, y así, en el pozo del patio de los dominicos, en San Esteban, Salamanca,
pared con pared con el Seminario de Calatrava en el que pasé tres años, tal
como nos lo recordaba el Padre Ramírez, teólogo insigne de la Universidad
Pontificia , donde estudié Filosofía)
¿Cómo es posible que una
persona tan sabia como Unamuno, que sabe que la necesidad es irremediable y que
frente a ella no caben reivindicaciones individuales, no sentencie un mensaje
de sosiego y resignación, de aceptación de la necesidad, que no depende de nada
ni de nadie, y dar un mensaje de que lo malo no es la muerte sino vivir de
cualquier modo, no practicar las virtudes (vivir virtuosamente),…?
¿Por qué grita y alborota al
público no tan culto (y no sólo Unamuno) “vivir para siempre…”? ¿Vivir bien o
mal, de cualquier manera con tal de no morir, saltándose de la necesidad?
¿Puede ser abolida la muerte,
para todos, como si fuera un injusto impuesto por el hecho de estar vivo, o al
menos que haga una excepción en su caso personal?
Pero, a pesar de los
argumentos de la razón, de que la muerte individual es incontrovertible y que
la especie siga, nuestro sótano del inconsciente, aunque no lo exprese
externamente, sigue gritando que no quiere morir y se subleva contra la muerte.
Porque una cosa es procurar
no morir y hacer lo posible (y hasta lo imposible) para alargar la vida hasta
que ésta ya no pueda seguir y otra es querer ser eterno.
¿Eterno?, ¿con qué cuerpo?,
¿deteriorado cada vez más, achacoso,…?
Si fuéramos sensatos
deberíamos temer más a la vejez que a la muerte porque con aquella cada vez
vamos a peor, porque se lleva consigo los placeres mientras se mantiene intacto
el apetito insatisfecho, mientras que con ésta se acaban todos los males, sin
embargo, tú, yo y la vecina del quinto…
Bien pensado preferimos la
vejez cuando la comparamos con la muerte, pero no si la comparación es con la
flor de la vida, con la pujante juventud, con su energía,…
Y es que, mientras haya algo
de vida siempre queda la esperanza de…en cambio, con la muerte, con la nada, de
la nada, nada puede esperarse.
Creo que cuando en la
Edad Media se defendía, por la creencia, la
“resurrección de la carne (de los muertos) una cuestión que surgió fue cómo
resucitaríamos.
¿Con el mismo cuerpo con el
que hemos muerto? Pues, ese anciano discapacitado, falto de energía vital, con
los sentidos deteriorados o ya perdidos,… ¡vaya una eternidad que le espera!
Los teólogos (no sé si para
incrementar el rebaño) dictaminaron que resucitaríamos con el cuerpo joven, lozano,
bello, fuerte, enérgico,…y eso ya era otra cosa.
(No quiero preguntar cómo lo
sabían o si les había sido revelado por Dios,… pero como técnica de venta del
producto…)
Y habría que dar por supuesto
que en esa vida eterna nos encontraríamos con contemporáneos nuestros, con
familiares que te amen, con amigos que te aprecien, que te valoren, y a los que poder contar las vivencias
habidas, los recuerdos,… ¡porque uno sólo, allí y así, se hace poco atractivo¡
Queremos prolongar la vida,
pero una vida juvenil, y para ello recurrimos a los métodos y a los atajos más
sofisticados, siendo unos consumidores empedernidos, que con cremas, con
lociones, ropa juvenil, cirugía estética (como si las patas de gallo no fueran,
también, estéticas) con viagra incluida para la potencia sexual, viajes con
aventuras aseguradas,…creen poder parar el otoño de su vida, e incluso
retroceder al verano vital, incluso a la primavera de la vida,…siempre habrá
incautos que se lo crean y productores que, con sus laboratorios y su
publicidad, se lo hagan creer.
¿Sería, para nosotros, casi
una eternidad, 1.000 años?
¿Y qué serían 1.000 años
comparados con la eternidad?
Vivir más tiempo (lo que
todos queremos) no es no morir, sino arrebatar, robarle tiempo a la muerte, que
queda “aplazada”, pero nunca “derrotada”.
Me pregunto cómo de aburrida
debe de ser la eternidad, cuando te sobre todo el tiempo del mundo, sin
urgencia para emprender una aventura o conseguir un objetivo antes de…. (Porque,
en la eternidad no hay un “antes” ni un “después”
Porque la eternidad no es un
tiempo sin principio ni fin, la eternidad no es “tiempo”, es lo opuesto al
tiempo.
Si lo propio del tiempo es
discurrir, pasar al pasado cuando el futuro se haga presente,..
Si los tiempos (del tiempo)
son tres: Pasado (lo que ya no es, lo que fue), Presente (lo que está siendo,
la actualidad) y Futuro (lo que todavía no es, pero será)…
Si uno ya “no es” y el otro
“todavía no es”, lo que realmente “es” es el presente, pero éste no se deja
apresar, cuando intentas cogerlo ya ha dejado de ser y se ha convertido en
pasado…
¡Qué bien lo expresaba San
Agustín¡
“¿Qué es el tiempo?. Si nadie
me lo pregunta, lo sé, pero como tenga que explicarlo, entonces ya no lo sé,
porque…”
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