domingo, 25 de noviembre de 2018

PALABRAS DE UN AGNÓSTICO (14)



Tener mentalidad religiosa es afirmar que lo que perciben nuestros sentidos no es Dios pero necesitan a Dios como fundamento.
Captamos, por los sentidos, lo sensible, pero intuimos, intelectualmente, como imprescindible a Dios para poder explicar esa realidad.
Dios, invisible, ajeno a las coordenadas sensoriales, se manifiesta en el mundo como su fundamento.
Dios escapa a nuestra experiencia pero no a nuestra intuición intelectual que explica y justifica lo que experimentamos.

Es como el materialista, que se considera “espiritista” e intenta fotografiar o recoger los sonidos de lo imperceptible a los sentidos pero que se afirma por sus efectos.

El segundo atributo es ser “INTELIGENTE”, es decir, intencional, con voluntad y propósito, no una mera concatenación de causas y efectos.
Ese Dios es un “Alguien”, un sujeto, y no, meramente, un “Algo”, un objeto.

Si los hombres pueden mantener una relación con Dios, o con los dioses, es porque son “sujetos”, como lo son los hombres. Y se puede dialogar con ellos, pedirles cosas, obedecerlos, desafiarlos,…

Si, como suele afirmarse, “nos hizo a su imagen y semejanza” entonces ellos son semejantes a nosotros (o nosotros semejantes a ellos) y como nosotros somos “sujetos” ellos también lo son/deben serlo.

Tener mentalidad religiosa es creer/afirmar no sólo que Dios/los dioses son el fundamento invisible de lo real, sino que ese fundamento es “personal”, como nosotros, no algo inerte o dinámicamente ciego, actúa con conocimiento de causa, voluntariamente, libremente, intencionalmente,… como lo hacemos nosotros.

La “comprensión religiosa” de la realidad siempre ha sido anterior a su “comprensión científica”, porque para aquella basta y sobra la “creencia” mientras que para ésta en necesaria la “experiencia y, sobre todo, la razón”
Por eso los niños creen que las nubes, descargando agua, precisamente el día de la excursión, lo han hecho de manera intencionada, adrede y es el castigo por haberse portado mal.
Han humanizado, o divinizado, a las nubes, como peden hacerlo con cualquier objeto que lo lastimen o lo agredan (si se han cortado con el cuchillo ha sido porque el cuchillo  lo ha hecho adrede por haber desobedecido a sus padres, como meter los dedos en el enchufe de la luz)
Una persona mayor nunca afirmaría lo anterior.

 Pero en los principios de la humanidad los hombres pensaban infantilmente, con mentalidad pueril, pero era necesario detectar los peligros para estar prevenidos (huir de ese objeto que puede ser un depredador camuflado o de esa nube que puede desencadenar una tormenta, con truenos, rayos y agua,…aunque luego ni fuera un depredador ni la nube fuera peligrosa.
Pero, para subsistir, mucho mejor es la Super-detección que la Infra-detección.

No era, en aquellos tiempos, una estrategia estúpidamente supersticiosa, sino una prudente precaución, atribuir intencionalidad/voluntariedad al rayo, al trueno, a la nube, a la enfermedad,…al universo entero.

Equivocarse, el coste de un error, tras tanta precaución y ver peligros donde no los había, era infinitamente menor y mejor que lo contrario.

Preferible ser posible depredador de una presa que presa segura de un depredador.

Los que fuimos aficionados a la caza de la liebre con galgo sabemos mucho (sobre todo los cazadores viejos) del camuflaje de las liebres en el surco de la besana armuñesa y la novatada del principiante que casi pisa a la liebre y sólo la ve cuando arranca la carrera mientras los cazadores veteranos ya tienen preparados a los galgos para iniciar la carrera.

Si ese Dios “Invisible” es, además, “Inteligente”, como nosotros, aunque elevado al infinito, quiere decir que obra intencionalmente, por motivos, como nosotros, y no animal ni mecánicamente, juzgará según valores (como nosotros lo hacemos)
Si Dios es antropomorfo lo comprendemos mejor a Él y a todo el universo, a todo lo creado, obra suya.

Con ese Dios antropomórficamente inteligente, es decir, con ese Dios “personal” podemos establecer tratos, pactos (“concédeme X y yo te ofrezco Y”), agradecerle favores (aunque sólo sean casualidades), rendirle homenajes.

Ese Dios, no es que esté “entre los pucheros”, está en la sociedad, sancionando las pautas sociales, recompensando o castigando, en esta vida o en la otra.
La sociedad es nuestro hábitat, no la naturaleza, que es inhóspita y amenazadora, porque no es sociable, porque está sometida a leyes universales y necesarias, no como las leyes sociales, que pueden ser cumplidas o no, por la libertad del hombre, de ahí su mérito o su demérito, algo ajeno a la naturaleza.
La naturaleza no es mala cuando provoca un terremoto como cuando el jefe de la sociedad entabla una guerra, aquella no es libre, éste sí, de ahí la responsabilidad de éste, pero no de aquella.

¿Cómo vas a castigar a la riada si ella no es libre para actuar así?

Sólo la sociedad (no la naturaleza) es la casa de los humanos, es el “claustro social” que nos acoge desde el mismo momento de nacer, tras haber abandonado el “claustro materno” que nos ha acogido desde el mismo momento de la concepción hasta el momento de nacer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario