Ya sabemos que el cadáver es
un residuo, un ripio humano, pero molesta tenerlo siempre ahí, a la vista. Hay
que guardarlo, hay que esconderlo aunque sea volatilizándolo.
Pero ¿qué hacemos con sus
sentimientos, con su alma? Porque éstos no podemos enterrarlos, están en
nuestro interior, están con nosotros, aunque sólo sea en forma de recuerdo.
Y de noche, más de una vez
soñaremos con él, temiéndolo o amándolo, pero nos relacionaremos con él.
Las relaciones que mantenía,
en vida, con nosotros, no podemos desterrarlas, ni enterrarlas, ni olvidarlas,
ni cremarlas, están ahí presentes y sólo será el tiempo el que vaya
desgastándolas.
En esa relación, en vida,
ahora, muerto, un extremo de la relación desaparece (su cuerpo) pero el otro
sigue en nosotros, como si conservásemos en las manos el cabo de una cuerda de
cuya otra punta ya no tira nadie, está suelta, pero la cuerda permanece en
nosotros.
Y es que los recién muertos
siguen pareciendo, durante un tiempo, personas vivas y los vemos entre nieblas ocupando
ese sillón del salón, esa cama de esa habitación a la que le tenemos tanto
respeto que nos negamos a dormir donde la persona amada ha dormido pero que ya
no está presente.
Estar vivo o estar muerto.
Imaginémonos al hombre
prehistórico, hambriento, y que ve a una presa que “parece muerta” pero
¿estará, realmente muerta?, ¿y si es una táctica de camuflaje para que me
acerque y, cuando esté a tiro, sea yo su presa?
Este discernir lo realmente
muerto de lo aparentemente muerto tuvo que ser la principal preocupación
cognoscitiva del hombre prehistórico para no ser presa y sí predador o
depredador.
Era vital para su
supervivencia.
Y si esto ocurre en cualquier
animal, ocurre sobremanera en el hombre, ser social por excelencia, viviendo en
pequeños grupos y que la muerte de uno de ellos es una perdida enorme para el
grupo, tanto en la información, en el conocimiento del vivir y del sobrevivir, como en la cooperación.
Y es que la sociedad humana,
como toda sociedad animal superior, es “cooperativa” pero, además, la sociedad
humana es “coloquial” y los conocimientos adquiridos por unos pueden ser
enseñados/son enseñados y aprendidos por los otros.
El hombre, además de la
“matriz materna”, para “vivir”, necesita la “matriz social” para “ser” hombre,
y esto se consigue con la actividad coloquial, con y a través del lenguaje, de
la comunicación, de la enseñanza y el aprendizaje.
No basta la herencia
genética, como en cualquier animal, es necesaria la herencia cultural, el
conocimiento aprendido, la cultura.
Cientos de veces he escrito
que “nos “nacen” hombres, nos “hacen” humanos, nos “hacemos” personas.
Al hombre no le basta, como
al animal, desarrollar su programa genético, de ahí la importancia de la
presencia de los otros para el desarrollo cultural, para “ser humano”, después
de “haber nacido hombre”.
Ya “nacemos hombres” pero,
una vez nacidos, dejados a nuestra suerte no sólo no sobreviviríamos sino que
no pasaríamos del “estado animal”, ellos, los otros son los que nos “hacen
humanos”.
Es difícil romper el hilo que
nos ha unido con los otros ya desaparecidos. Unos por amigos, otros por
enemigos, unos por ocurrentes, otros por aquel favor que una vez nos hizo,… de
ahí que los muertos con los que hemos estado relacionados no nos sean, del
todo, indiferentes.
Aunque nosotros ya nada
seamos para ellos, ellos siguen estando ahí, como solicitando que les prestemos
atención.
Seguimos hablando con ellos, mandándoles mensajes, pidiéndoles consejos
(“ayúdame”, “perdóname”, ¿tú, qué harías ahora sí…? aunque estos mensajes o
súplicas o consejos no sean, ya, ni percibidos, ni respondidos, ni
correspondidos.
Parece absurdo (pero no lo
es) que ellos callen y no respondan, pero que nosotros sigamos hablando con
ellos sabiendo que ya no hay remitente al otro lado de la cuerda comunicativa…
¿Es un monólogo o es un
diálogo ilógico lo que hacemos al comportarnos así?
Incluso a los enemigos
desaparecidos les agradecemos que hayan pasado al otro lado de la vida (Unamuno
lo denominaba: “filiación por antagonismo”)
Aquellos con los que
compartimos el amor están ahí, cómodamente, en el recuerdo, pero también están
aquellos a los que temimos y obedecimos por impotencia de no poder enfrentarnos
a ellos y los ridiculizamos públicamente en cuanto podemos y alguien quiera
escucharnos porque sabemos que su poder sobre nosotros se fue con ellos.
¿Cómo reaccionaríamos ante
esa persona con la que convivimos pero que, una vez muerta, resucita y está
ahí, rediviva?
Necesitamos rituales y
ceremonias para poder, más tranquilamente, despedirnos de ellos.
Los demás se mueren y, somos
conscientes de que, también los nuestros morirán pero éstos nos aman y son
irrepetibles pero, también ellos, son vulnerables.
El amor es la inquietud por
lo que podemos perder, porque puede dejar de existir.
Generalmente los dioses han
sido obedecidos porque han sido terribles para sus creyentes. Los dioses han
sido temidos, pero nunca amados, porque no puede amarse a lo que se teme.
El acierto del Cristianismo
fue promover la idea de un Dios OMNI-todo pero que, además, no sólo nos
perdona, es que nos AMA, porque es Padre (“Padre nuestro”) y lo normal es que
un padre nos quiera y lo queramos.
Somos “hijos de Dios y
herederos del cielo” ¿alguien da más?
Hemos dicho y repetido el
silogismo: “Si Sócrates es hombre, y el hombre es mortal, entonces Sócrates es
mortal” pero podríamos decir (aunque no lo decimos): “Todos los hombres mueren
y, como yo soy hombre, yo también debo morir y moriré”, y es que ese “yo” nos
afecta directamente y relacionarme con la muerte…. existencialmente molesta.
No debería escandalizarnos la
certeza de nuestra desaparición, pero….
“Sabemos” que vamos a morir,
pero no nos lo “creemos”, porque “creerlo”…
En el inconsciente nadie cree
en su propia muerte, todos estamos convencidos de nuestra inmortalidad (según
la escuela psicoanalítica)
Si pienso en mi propia muerte
estoy haciéndome una trampa, porque en vez de ser yo el “muerto” soy un
“espectador” de mi muerte, lo que es absurdo.
Nietzsche lo afirma de otra
manera: “llamamos “verdades” a nuestros errores “irrefutables”, aquellos cuya
falsedad es fácil de demostrar e imposible de asumir”.
De esta vida todos saldremos,
pero nadie saldrá vivo.
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