Yo, que soy un empedernido
visitador de iglesias, en plan Alberti, admirando el arte, a veces me encuentro
con 15 ó 20 viejecitas (no varones) repitiendo monótonamente avemaría tras
avemaría y me pregunto, ante la ausencia absoluta de personas maduras, jóvenes
y niños, qué será de esa iglesia más allá de un museo de arte de aquí a unos
años.
Los guías locales serán los
sustitutos de los curas, y sus explicaciones artísticas resonarán en vez de los
cánticos religiosos, las oraciones o las misas de los párrocos.
Lo que narra el hispanista y
evangelista inglés George Borrow tratando de vender biblias protestantes en
España (tal como cuenta en “La
Biblia en España”, traducción de Manuel Azaña” es, exactamente
lo que mi abuela, analfabeta, que ya ni iba a misa los domingos pero que cuando
repicaban las campanas citando a los creyentes a ir a misa era el momento en
que los protestantes iban, nada menos que en mi pueblecito, queriendo convencer
a mis paisanos y todavía resuena en mí la respuesta de mi abuela María: “así
que no creo en mi religión, que es la verdadera, y voy a creer en la suya, que
es falsa”
Ante la religión están los
ateos, los fervientes creyentes ante lo incomprensible, tipo Lutero y la de los católicos mayoritarios que, sencillamente,
creen y cumplen los ritos y liturgias correspondientes.
Los ATEOS.
El ateo Fenófanes de Colofón
decía que era curioso cómo los dioses de cada pueblo se parecen sospechosamente
a los humanos que los veneran y, hasta tal punto que, si los bueyes o los
leones tuvieran divinidades podríamos asegurar que las primeras divinidades
tendrían cuernos y las segundas melenas y garras.
Para Lucrecio ha sido el
temor a lo desconocido, a lo azaroso, a la muerte,… lo que produjo la lista de
los dioses.
Para él los dioses sólo son
referencias culturales pero nada de causas operantes en el mundo, como lo
expresa en su “De rerum natura”.
David Hume, que nunca hizo
profesión de ateísmo, es el más agudo crítico de las creencias religiosas pero
muy respetuoso con los creyentes no siendo que saliera perjudicado, en su
“Historia Natural de la
Religión ” inicia una antropología religiosa proponiendo
causas sociales y psicológicas plausibles tanto para el paganismo como para los
monoteísmos y, sobre todo, en sus “Diálogos sobre la Religión Natural ”,
que no se atrevió a publicar en vida no siendo que…
Echa por tierra las vías
tomistas como no probatorias de la existencia de Dios como creador de un mundo
contingente y, también, se opone al deísmo de Voltaire.
No hay razones –dice- para
creer que el universo es un reloj que precisa un relojero, ni para fabricarlo
ni para ponerlo en hora.
Es verdad que si uno se
encuentra un reloj puede dictaminar que tiene que haber habido un relojero (que
será mujer o varón, suizo, japonés o vaya Ud. a saber, que estará casado o
soltero, viejo o joven, jubilado o todavía trabajando, que tendrá hijos o no,
que le gustará u odiará la filosofía, que le encanta la lectura o la odia,…)
pero, si hay un reloj tiene que haber habido un relojero.
Pero la pregunta es por qué
el universo es/tiene que ser como un reloj.
En mi terraza el jazmín, la
dama de noche, los rosales,…todos los años, por la misma época, florecen
¿necesitan que alguien los haga florecer o florecen por sí mismos? ¿Es
necesario el jardinero o es la naturaleza misma la que actúa con regularidad?
El error común que cometen
los crédulos creyentes es no distinguir la doble realidad: “la realidad
artificial” de un reloj o de una casa o del asfaltado de la calle, que han
necesitado un “artífice” para ser/existir y la “realidad natural”, la de esa
montaña, la de ese terremoto, la de ese río, que no necesitan “artífice” alguno
porque no son realidades artificiales, sino naturales.
Es verdad que hay muchos
creyentes crédulos que se creen a pies juntillas la existencia de todas esas
realidades del mundo religioso y uno puede o debe preguntarse el porqué de esa
creencia.
¿Cuáles son las razones
ocultas que llevan a mucha gente a creerlo?
Feuerbach da una respuesta:
esas causas ocultas son los insatisfechos deseos humanos que desearía
satisfacerlos y como aquí abajo, en esta vida, no se satisfacen dan el salto a
creer que hay otra vida, tras la muerte en la que van a quedar sobrepasadamente
satisfechos.
El hombre proyecta hacia un
ser supramundano todo lo que sueña para sí mismo, que le apetece y que no
alcanza: la inmortalidad, el poder, la abundancia, la sabiduría, la felicidad,…
Ese más allá, regido por la Divinidad se convierte
en la compensación trascendental de todas las limitaciones que padecemos en
este mundo, pero también brinda un consuelo a los que sufren, a la vez que una
coartada para renunciar a intentar la mejora de su situación terrenal.
Si son bienaventurados los
pobres, los que tienen hambre, los injustamente perseguidos, los pacíficos,…y
yo soy todo eso, y mucho más, ¿por qué voy a intentar no ser bienaventurado?
La promesa del cielo, en el
que un Dios infinito cumplirá todos nuestros anhelos finitos se convierte en un
mecanismo que nos persuade para la resignación en esta vida, requisito para el
disfrute eterno en la otra.
Yo, terrenal, temporal,
limitado, finito,…en esta vida de carencias versus un megahombre omni-todo en
esa realidad virtual en la que va supersatisfacerme totalmente, por lo tanto
renunciemos a lo poco que somos y tenemos por la creencia en lo mucho que
tendremos y seremos.
Esta función compensatoria de
las religiones es lo que hace saltar al ateísmo para pasar, de ser una simple
negación de las creencias religiosas a una denuncia de las mismas para la vida
de los individuos y de las sociedades.
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