Además, Platón atribuye El Banquete
al ateniense Apolodoro, que es el que cuenta a varias personas (que no se citan)
la historia de una comida, dada por el anfitrión, el poeta trágico Agatón (por
haber sido premiado en un concurso por su primera tragedia) y a la que son
invitados seis comensales elegidos: 1.- Sócrates. 2.- El joven filósofo Fedro,
seguidor de Sócrates. 3.- El maduro Pausanias (amante de Agatón y defensor de
la pederastia), que sabe, por su experiencia, lo que no sabe el joven. 4.- El
médico Erixímaco. 5.- El elocuente poeta cómico Aristófanes; y 6.- También
aparecerá Alcibíades, de unos 34 años y que está, entonces en lo alto de la
popularidad.
Pero Apolodoro, en boca del
cual se pone el argumento del Banquete, no asistió a la comida como invitado,
sino que a él se lo ha contado uno de los invitados, Aristodemo, cuya veracidad
está comprobada con el testimonio de Sócrates, que entra, por fin, en casa de
Agatón cuando ya ha terminado la comida.
Siguiendo el consejo del
médico, de Erixímaco, los convidados habían acordado beber moderadamente.
Sócrates no está desde el principio y, cuando llega, ya están en la sobremesa y despiden a la tocadora de flauta, comenzando la
conversación.
Platón ha ideado el escenario
perfecto, con un Sócrates sobrio, frugal, meditativo,… (¿Era así? NO, pero
Platón lo presenta como el no afectado por la bebida sino en el completo uso de
la razón, para poder argumentar sabia y fríamente).
Además, como en todos sus
Diálogos, tras haber puesto sus pensamientos o teorías los intervinientes,
será, siempre, Sócrates el que, en último lugar y tras haber oído a los
anteriores, pone el broche final, en un lenguaje maravilloso, propio de un
sabio, de un inspirado.
(¿Se nota, demasiado, la
admiración que el de “amplias espaldas u omóplatos” (Platón) sentía por su
maestro, Sócrates?)
Erixímaco, el médico, al que
le habría tocado, en un sorteo, ser el maestro de ceremonias, el moderador
(diríamos hoy) recogiendo una idea de Fedro, propone el tema: EL AMOR y que
cada uno haga un discurso de alabanza, en honor a Eros (amor), iniciativa que
es apoyada por Sócrates y que todos los invitados aceptan.
Ya tenemos el escenario, ya
tenemos los personajes, ya tenemos el tema, se abre el telón y comienza la
función.
El primero en tomar la
palabra es FEDRO, el joven discípulo de Sócrates, que hará un discurso sobre
Eros en la mitología y que recuerda el carácter divino de Eros y cómo este
provoca una doble acción en el enamorado: inhibir los actos vergonzosos e
incrementar los actos nobles.
Pero la acción divina se
sitúa en el alma del amante, no del amado (como luego recalcará Sócrates)
El segundo en tomar la
palabra es PAUSANIAS, que afirma la existencia de DOS Afroditas, dando lugar a
dos tipos de “eros”, pero que los “hijos del espíritu” son superiores a los
“hijos de la carne”
Ahora le toca a ARISTÓFANES,
el gran poeta cómico, pero como le sobreviene un ataque de hipo le cede su
turno a
ERIXÍMACO, el médico, que,
apoyándose en lo que ha dicho Pausanias, entiende el amor como una fuerza
cósmica, dando lugar a dos tipos de amores: el “amor bello” y el “amor morboso”.
Mientras el primero, el “amor
bello”, hace unirse a los contrarios entre sí (entiéndase “varón” y “mujer”) y
es causa de salud, el segundo, el “amor morboso”, que favorece la unión de los
semejantes (entiéndase “varón-varón” y “mujer-mujer”) y representa una búsqueda
egoísta de lo que es similar y que conduce a la enfermedad.
ARISTÓFANES, ya recuperado de
su hipo, toma la palabra, no sin antes la advertencia del médico moderador de
que debe hablar seriamente (recordemos que él es un cómico).
Va a exponer uno de los
pasajes más conocidos del Diálogo, “EL MITO DEL ANDRÓGINO” (y que tan
ampliamente he expuesto en spots anteriores, al acompañar a J.L. Sampedro y su
ideal sexual del “andrógino”) considerando al amor como una búsqueda de la otra
mitad complementaria.
Según Aristófanes, en el
comienzo no eran dos sexos (varón y mujer) sino tres, también el “andrógino”.
En el comienzo las personas
reunían en su cuerpo los atributos de los dos sexos conocidos en la actualidad.
Cada ser humano era un todo
completo, redondo: la espalda y los costados formaban un círculo (eran dos
unidos o adosados por la espalda, como pegados), tenía cuatro manos y cuatro
piernas, dos caras idénticas, encima del cuello, y que miraban en direcciones
opuestas, cuatro orejas, dos partes genitales,.. (Todo duplicado).
Caminaba girando las piernas,
haciendo volteretas, como hacen los acróbatas.
Pero los dioses comenzaron a
desconfiar de estas criaturas, felices en su autarquía, en su autonomía, en su
independencia.
Entonces Zeus y los otros
dioses del Olimpo se pusieron a deliberar de cómo castigar la insolencia de los
habitantes de la tierra que se atrevían a cuestionar su poder, y que
disfrutaban de una vida plena, sin invocarlos ni necesitarlos para nada.
(Es un poco el mito al revés:
mientras los hombres, ignorantes e impotentes, necesitaron a los dioses a los
que recurrir para que les solucionaran sus problemas de todo tipo (desde la
salud a las riadas, desde el hambre hasta la fertilidad,…) ahora son los dioses
los que necesitan a los hombres para que los adoren, los reverencien, los
reconozcan capaces de solucionarlo todo,… pero como los hombres que expone
Aristófanes son autárquicos, autónomos, independiente, felices y no necesitan a
los dioses, éstos se ponen celosos e idean la manera de que se sientan
necesitados).
Zeus, entonces, propone como
estrategia y escarmiento “partirlos por la mitad para que sean más débiles y
así los dioses no sólo se sentirán necesarios sino que tendrán el doble de
adoradores y de “pedidores” o “postulantes” de favores)
De esa manera, caminarán
sobre dos piernas y “como sigan insolentes, los partiremos, otra vez por la
mitad, y andarán sobre una pierna y sólo tendrán una mano” (no sé si también,
le partirían la cabeza por la mitad)
Entonces, una vez partidos en
dos, cada mitad sentía añoranza de la otra mitad y se buscaban y si, por
casualidad, se encontraban “se abrazaban y enlazaban sus cuerpos necesitados de
fundirse en uno, como estuvieron en un principio, y era tan potente esa abrazo
que hasta se morían de hambre porque no querían hacer nada una parte sin la
otra”
Y si una de las partes moría,
la que seguía viva buscaba ansiosamente un sustituto para enlazarse.
Eso es el amor: el deseo y la
persecución de esa unidad perdida, una fuerza que de dos seres hace uno al
juntar las dos partes que, por celos, habían dividido los dioses.
“Cada uno de nosotros es, por
lo tanto, la contraseña de un ser humano ya que, como los peces azules, somos
el resultado de una partición de un ser en dos, por eso cada uno busca su
contraseña”.
(No sé a qué peces azules se
refiere Platón)
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