Y el niño preguntó a su
maestro:
- Maestro quiero hacerle UNA
pregunta.
- Pregúntame.
- ¿Existe Dios?.
- Por supuesto que Sí existe.
Sobre todo existe en la mente de los que creen en Él, en la mente de los que
piensan y debaten sobre Él. Dios, de momento, existe en la mente.
- Maestro, yo quería saber
si, además de en la mente, también existía en la realidad.
- Esa es, ya OTRA pregunta, y
tú querías hacerme sólo UNA.
(La mejor respuesta que he
encontrado a esta OTRA pregunta del niño es la que expongo al final de esta reflexión)
Si yo les digo que hay un
mundo virtual, un mundo real y un mundo experimental, y que, además, son mundos
distintos, supongo que a ninguno de Uds. le resultaría extraño y podrían poner
ejemplos de cada uno de ellos.
Si yo les hablo de que, entre
otros, hay tres tipos de conocimiento: un conocimiento sensible, un
conocimiento racional y un conocimiento inteligente, y que son conocimientos
distintos, estoy seguro de que nadie sentiría extrañeza alguna y podría poner
ejemplos de cada uno de ellos.
Si, además, les digo que hay
un saber vulgar y un saber científico, entre otros muchos tipos de saber, todos
estarían de acuerdo conmigo.
Porque no es igual saber que
va a llover o está lloviendo que saber por qué llueve o por qué va a llover.
No es igual saber que uno
está enfermo que saber qué tipo de enfermedad es la que tiene y cuál es la
causa de esa enfermedad y, más aún, el remedio para acabar con ella.
Si les digo que también
existe un conocimiento divino, un conocimiento de la divinidad, ya habrá muchos
que hayan pegado un salto de sus asientos y diga que él no cree en Dios.
Y ¿cómo va a haber conocimiento
de algo que no existe?
¿Puede, pues, conocerse o
estudiarse la estructura de los gorimoletos?.
Vamos a ver si nos aclaramos.
Hay personas que creen que
Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza.
Que Dios es el creador y él
es una criatura, un ser creado.
Para ellos Dios existe.
Dios es, no sólo el objeto de
su creencia, es el sujeto de su existencia.
Al mismo tiempo, hay personas
(entre las que me encuentro) que creen que Dios es una creación humana.
Que los hombres han
inventado, han creado a los dioses a su imagen y semejanza.
Habrá, pues, dioses
cazadores, dioses agricultores, dioses de la guerra y de los ejércitos, dioses
justos, dioses amorosos, dioses castigadores, temibles, vengativos,….
Todo depende de cuáles eran
las circunstancias económicas, sociales, culturales, reales en las que se desarrollaba la vida de esos
hombres.
Dioses a imagen y semejanza
de los hombres.
El concepto de Dios ha
cambiado mucho a lo largo de la historia, al ritmo del cambio de la historia
humana.
Y eso es normal.
Dios es una creación del
hombre.
El hombre es el creador y
Dios la criatura, el ser creado.
Seas creyente o no lo seas,
estés en el primer supuesto, en el de los creyentes, o en el segundo, en el de
los no creyentes, afirmarás conmigo en que “Dios existe”, bien como ser creador
bien como ser creado, bien como un ser real, bien como un ser imaginado, pero,
Dios.
Sí, ya sé que es distinto
pero, a fin de cuentas, el “ser llamado Dios existe”.
Es decir, admitir la
existencia del hombre es admitir la existencia de Dios. Y que el hombre existe,
que tú y yo existimos, nadie lo duda. Y desde Descartes, con su “duda metódica”
y su última consecuencia “cogito, ergo sum” es indudable la existencia de quien
duda, porque hasta para poder dudar hay que existir.
Claro que si el creyente
admite la existencia real de Dios y que, además, este Dios real se ha comunicado
directamente con el hombre a través de la revelación, los libros sagrados, la
“palabra de Dios”, eso es muy distinto a lo que sobre esos dos pilares puede
opinar y opina un no creyente.
Mientras para el creyente,
sobre todo para el de una religión monoteísta, la revelación es esencial (“las
religiones del libro”), la revelación misma, para un no creyente, es un
sarcasmo, una impostura.
Porque, claro, luego, toda
revelación necesita ser interpretada y, aquí, ya surgen muchos problemas.
Porque sobre la misma letra
escrita surgen diversas interpretaciones, por los diversos intérpretes, en
diversos contextos y en diversas épocas de la historia.
Y, claro, si siempre es
interpretable, y la interpretación va cambiando, la palabra revelada aparece,
efectivamente, como un sarcasmo; vale igual para un roto que para un descosido.
Y, como dicen los
científicos, una hipótesis que sirve para explicarlo todo no sirve para
explicar nada.
Una hipótesis omniexplicativa
no explica nada; y si además es una omniexplicación itinerante…
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