jueves, 21 de marzo de 2019

PALABRAS DE UN AGNÓSTICO (38)



Aunque sabemos que no todas las personas se lo toman de la misma manera: una persona neurótica no actúa como una persona estoica.

Habrá que quitarle la razón a Freud cuando afirma que la “religión es una neurosis infantil “colectivizada” (una neurosis colectiva) porque la religión también es una “sublimación” de la vida y que le aporta una especie de prótesis de inmortalidad.

Pero hay religiones y religiones, muy distintas, por lo que la cuestión no es “religión vs no religión” sino “qué clase de religión” (dice Fromm), porque no es igual la que paraliza que la que estimula.

Nadie puede ahorrarse el miedo ante la muerte pero se puede tener, o no, una convicción consoladora de que “moriremos, sí, pero para bien” (“muerte, ¿Dónde está tu victoria”?) si voy a ser yo el ganador.

Esas tres formas mortales de ser inmortales (de las que ya he escrito): “plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro” para seguir viviendo, tras la muerte, en la naturaleza, en los hijos a través de los genes, en las personas que te lean, aunque luego salgan los aguafiestas y digan que al árbol no basta con sembrarlo/plantarlo, que hay que cuidarlo, regarlo, abonarlo… y al hijo no sólo hay que alimentarlo, hay que informarlo y formarlo, educarlo y el libro hay que venderlo y que sean muchos los que lo compren.

Es verdad que como individualidades somos prescindibles, desechables, porque el grupo sigue cuando nosotros ya no estemos pero si que somos necesarios no sólo para que el grupo siga sino que haya sido mejor por nuestra participación cuando estábamos en él.

Una vez creados, por los dioses, los grupos, éstos deben seguir puros y no ser contaminados.
Los individuos que los forman, los particulares, son eso, partículas, que van y vienen, y deben permanecer fieles a las esencias rituales que conjuran el peligro de corrupción y decadencia.

Cambiar es perecer: no moriremos como grupo, como colectivo, mientras sigamos siendo como fuimos antes y como debemos ser siempre.
Lo idéntico permanece mientras siga siendo idéntico.
La primera y primordial forma de perpetuación (del grupo) es la reproducción de sus miembros, pero “de lo mismo con lo mismo” para que nunca llegue lo diferente: el Incesto: la seducción primera y más poderosa, para que nada extraño al grupo entre en el grupo para que se mantenga puro, no contaminado.

Incesto: “Relación sexual entre familiares consanguíneos muy cercanos o que proceden por su nacimiento de un tronco común”, la mejor forma de mantener puro al grupo, la mejor forma de alejar la mortalidad del grupo, al haber menos resquicio para que se cuele la muerte (pero nadie sabía las consecuencias de la recombinación de genes entre familias) pero el incesto sería considerado el “tabú originario”: “Prohibición de matrimonio, o de la relación sexual ajena al matrimonio, entre la persona y determinados parientes cercanos que, salvo excepciones, incluye siempre a los hermanos o hermanas, a los padres y a los hijos”.

El incesto sigue asentado de manera mucho más difícilmente erradicable y habrá que sustituir el apego a padres y hermanos (hipertrofia de lo familiar) por la adhesión a grupos como los amigos, la nación, el Estado o el grupo religioso de pertenencia.

¿Qué madre no ha oído de su niño, pequeñito, que él sólo se casará con su madre? (y aquí entra Freud y sus complejos de Edipo y de Electra, y la necesidad de matar al padre, como el gran competidor que le roba la madre al niño…)

“La persona orientada incestuosamente es capaz de sentir apego hacia personas familiares a ella….En esta orientación todos sus sentimientos e ideas están juzgados en términos, no de bueno o malo, verdadero o falso, sino familiar o no familiar. Cuando Jesús dijo aquello de “he venido a separar al hijo de su padre, y a la hija de su madre y a la nuera de su suegra” no quería señalar el odio hacia los padres sino señalar de la forma más drástica e inequívoca el principio de que el hombre tiene que romper los lazos incestuosos y hacerse libre  con el objeto de ser humano” (E. Fromm).

La familiaridad pretende perpetuar la vida incubándola, pero el espíritu nace de la búsqueda incesante de formas diferentes de ser semejantes.

Ser y verse, considerarse semejantes les permite a los hombres entrar en contacto entre sí, la amistad, el amor,…

Cuando uno se identifica totalmente con el grupo le es más difícil salir de él porque, quizá, tema sentirse desarropado ante los de otros grupos, como si allí fuera siempre hiciera frío...

Parafraseando a Unamuno, al que se le atribuye la sentencia de “El fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando” podríamos afirmarlo de los que se sienten tan nacionalistas, tan identificados con el grupo, leyendo lo que todo el grupo lee, oyéndose entre sí, gritando lo mismo contra el otro…que esa “identidad” les cierra el acceso a la “cultura”, a los de otros grupos.

El pegamento del grupo, esta repetición clónica de lo idéntico, coarta la libertad de una complicidad civilizada con los demás de otros grupos.

Nada hay más empobrecedor y perverso que absolutizar y arroparte con la bandera de cualquier identidad cultural, cuando lo enriquecedor es buscar la combinación con lo distinto, descubriendo otra perspectiva.

La razón humana (junto a la imaginación) rompe con lo familiar en busca de criterios más anchos de moral y veracidad.

“El desarrollo de la humanidad es el desarrollo del incesto a la libertad” (E. Fromm)

Considerar el cuerpo como la cueva, como el sepulcro del alma, como el caparazón que encierra dentro de sí al alma, a la vida como biografía es un avance a ir más allá de la vida biológica.
Cuando Sócrates es capaz de tomar la cicuta y acabar con su vida biológica lo hace por no traicionar y ser consecuente con su vida biográfica, con su vida.

Llegado el caso, una persona con carácter tiene la fuerza de renunciar a su envoltorio físico como quien prescinde de un ya incómodo gabán.

La fama y el buen nombre, logrados por el servicio a la comunidad, es un valor (ya para griegos y romanos) superior a unos años más de vidas biológica.
Y no quiero olvidar a aquellos que dieron su vida por una creencia, por un ideal, por la libertad, por la patria,…mártires, religiosos o laicos, a los que no les importa poner fin a su vida por un valor superior.

Esta vida acabará, porque es mortal, pero la otra seguirá viva en la mente de los otros.
Era una manera de no morir del todo, de sortear a la muerte como aniquilación y perdición, seguir siendo inmortal en la memoria de la comunidad y de la historia.
Ni Sócrates, ni Jesús de Nazaret, ni Marx, ni… tantos otros, que han dejado ya esta vida, pero no han muerto del todo porque siguen estando presente en nosotros en forma de recuerdos.

Son los que creyendo o no en la inmortalidad sobrenatural han cogido atajos que los han llevado a otro tipo de inmortalidad.

El creyente ve esta efímera y limitada vida como el comienzo de otra vida permanente, eterna.

Hannah Arendt, respondiendo a la doctrina del “ser-para-la-muerte” de su maestro y amante, M. Heidegger, ofreció otra alternativa.
“El ciclo vital del hombre corriente hacia la muerte llevaría inevitablemente todo lo humano a la ruina y a la destrucción si no fuera por la facultad de interrumpirlo y comenzar algo nuevo, una facultad que es inherente a la acción como un permanente recordatorio de que los hombres, aunque deban morir, no han nacido para morir, sino para comenzar”.

Los humanos no venimos al mundo “para” morir (aunque moriremos) sino para engendrar nuevas acciones y nuevos seres: somos hijos de nuestras propias obras y también padres de quienes emprenderán a partir de ellas o contra ellas trayectos inéditos.

Mientras estamos vivos, con nuestros actos, seguimos poniendo o quitando números al número acumulado anterior.
Sólo cuando morimos es cuando se le echa la raya y se ve el resultado final.
Somos el resultado de las obras que hemos puesto en circulación y según ellas, hemos sumado o restado, “somos lo que hemos hecho”  y la posteridad nos dará las gracias si hemos aportado a la humanidad o nos lo recriminará si hemos contribuido a empobrecerla.

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