Aunque sabemos que no todas
las personas se lo toman de la misma manera: una persona neurótica no actúa
como una persona estoica.
Habrá que quitarle la razón a
Freud cuando afirma que la “religión es una neurosis infantil “colectivizada”
(una neurosis colectiva) porque la religión también es una “sublimación” de la
vida y que le aporta una especie de prótesis de inmortalidad.
Pero hay religiones y
religiones, muy distintas, por lo que la cuestión no es “religión vs no
religión” sino “qué clase de religión” (dice Fromm), porque no es igual la que
paraliza que la que estimula.
Nadie puede ahorrarse el
miedo ante la muerte pero se puede tener, o no, una convicción consoladora de
que “moriremos, sí, pero para bien” (“muerte, ¿Dónde está tu victoria”?) si voy
a ser yo el ganador.
Esas tres formas mortales de
ser inmortales (de las que ya he escrito): “plantar un árbol, tener un hijo,
escribir un libro” para seguir viviendo, tras la muerte, en la naturaleza, en
los hijos a través de los genes, en las personas que te lean, aunque luego
salgan los aguafiestas y digan que al árbol no basta con sembrarlo/plantarlo,
que hay que cuidarlo, regarlo, abonarlo… y al hijo no sólo hay que alimentarlo,
hay que informarlo y formarlo, educarlo y el libro hay que venderlo y que sean
muchos los que lo compren.
Es verdad que como
individualidades somos prescindibles, desechables, porque el grupo sigue cuando
nosotros ya no estemos pero si que somos necesarios no sólo para que el grupo
siga sino que haya sido mejor por nuestra participación cuando estábamos en él.
Una vez creados, por los
dioses, los grupos, éstos deben seguir puros y no ser contaminados.
Los individuos que los
forman, los particulares, son eso, partículas, que van y vienen, y deben
permanecer fieles a las esencias rituales que conjuran el peligro de corrupción
y decadencia.
Cambiar es perecer: no
moriremos como grupo, como colectivo, mientras sigamos siendo como fuimos antes
y como debemos ser siempre.
Lo idéntico permanece
mientras siga siendo idéntico.
La primera y primordial forma
de perpetuación (del grupo) es la reproducción de sus miembros, pero “de lo
mismo con lo mismo” para que nunca llegue lo diferente: el Incesto: la seducción
primera y más poderosa, para que nada extraño al grupo entre en el grupo para
que se mantenga puro, no contaminado.
Incesto: “Relación sexual
entre familiares consanguíneos muy cercanos o que proceden por su nacimiento de
un tronco común”, la mejor forma de mantener puro al grupo, la mejor forma de
alejar la mortalidad del grupo, al haber menos resquicio para que se cuele la
muerte (pero nadie sabía las consecuencias de la recombinación de genes entre
familias) pero el incesto sería considerado el “tabú originario”: “Prohibición
de matrimonio, o de la relación sexual ajena al matrimonio, entre la persona y
determinados parientes cercanos que, salvo excepciones, incluye siempre a los
hermanos o hermanas, a los padres y a los hijos”.
El incesto sigue asentado de
manera mucho más difícilmente erradicable y habrá que sustituir el apego a
padres y hermanos (hipertrofia de lo familiar) por la adhesión a grupos como los
amigos, la nación, el Estado o el grupo religioso de pertenencia.
¿Qué madre no ha oído de su
niño, pequeñito, que él sólo se casará con su madre? (y aquí entra Freud y sus
complejos de Edipo y de Electra, y la necesidad de matar al padre, como el gran
competidor que le roba la madre al niño…)
“La persona orientada
incestuosamente es capaz de sentir apego hacia personas familiares a ella….En
esta orientación todos sus sentimientos e ideas están juzgados en términos, no
de bueno o malo, verdadero o falso, sino familiar o no familiar. Cuando Jesús
dijo aquello de “he venido a separar al hijo de su padre, y a la hija de su
madre y a la nuera de su suegra” no quería señalar el odio hacia los padres
sino señalar de la forma más drástica e inequívoca el principio de que el
hombre tiene que romper los lazos incestuosos y hacerse libre con el objeto de ser humano” (E. Fromm).
La familiaridad pretende
perpetuar la vida incubándola, pero el espíritu nace de la búsqueda incesante
de formas diferentes de ser semejantes.
Ser y verse, considerarse
semejantes les permite a los hombres entrar en contacto entre sí, la amistad,
el amor,…
Cuando uno se identifica
totalmente con el grupo le es más difícil salir de él porque, quizá, tema
sentirse desarropado ante los de otros grupos, como si allí fuera siempre
hiciera frío...
Parafraseando a Unamuno, al
que se le atribuye la sentencia de “El fascismo se cura leyendo
y el racismo se cura viajando” podríamos afirmarlo de los que se
sienten tan nacionalistas, tan identificados con el grupo, leyendo lo que todo
el grupo lee, oyéndose entre sí, gritando lo mismo contra el otro…que esa
“identidad” les cierra el acceso a la “cultura”, a los de otros grupos.
El pegamento del grupo, esta
repetición clónica de lo idéntico, coarta la libertad de una complicidad
civilizada con los demás de otros grupos.
Nada hay más empobrecedor y
perverso que absolutizar y arroparte con la bandera de cualquier identidad
cultural, cuando lo enriquecedor es buscar la combinación con lo distinto,
descubriendo otra perspectiva.
La razón humana (junto a la
imaginación) rompe con lo familiar en busca de criterios más anchos de moral y
veracidad.
“El desarrollo de la
humanidad es el desarrollo del incesto a la libertad” (E. Fromm)
Considerar el cuerpo como la
cueva, como el sepulcro del alma, como el caparazón que encierra dentro de sí
al alma, a la vida como biografía es un avance a ir más allá de la vida
biológica.
Cuando Sócrates es capaz de
tomar la cicuta y acabar con su vida biológica lo hace por no traicionar y ser
consecuente con su vida biográfica, con su vida.
Llegado el caso, una persona
con carácter tiene la fuerza de renunciar a su envoltorio físico como quien
prescinde de un ya incómodo gabán.
La fama y el buen nombre,
logrados por el servicio a la comunidad, es un valor (ya para griegos y
romanos) superior a unos años más de vidas biológica.
Y no quiero olvidar a
aquellos que dieron su vida por una creencia, por un ideal, por la libertad,
por la patria,…mártires, religiosos o laicos, a los que no les importa poner
fin a su vida por un valor superior.
Esta vida acabará, porque es
mortal, pero la otra seguirá viva en la mente de los otros.
Era una manera de no morir
del todo, de sortear a la muerte como aniquilación y perdición, seguir siendo
inmortal en la memoria de la comunidad y de la historia.
Ni Sócrates, ni Jesús de
Nazaret, ni Marx, ni… tantos otros, que han dejado ya esta vida, pero no han
muerto del todo porque siguen estando presente en nosotros en forma de
recuerdos.
Son los que creyendo o no en
la inmortalidad sobrenatural han cogido atajos que los han llevado a otro tipo
de inmortalidad.
El creyente ve esta efímera y
limitada vida como el comienzo de otra vida permanente, eterna.
Hannah Arendt, respondiendo a
la doctrina del “ser-para-la-muerte” de su maestro y amante, M. Heidegger,
ofreció otra alternativa.
“El ciclo vital del hombre
corriente hacia la muerte llevaría inevitablemente todo lo humano a la ruina y
a la destrucción si no fuera por la facultad de interrumpirlo y comenzar algo
nuevo, una facultad que es inherente a la acción como un permanente recordatorio
de que los hombres, aunque deban morir, no han nacido para morir, sino para
comenzar”.
Los humanos no venimos al
mundo “para” morir (aunque moriremos) sino para engendrar nuevas acciones y
nuevos seres: somos hijos de nuestras propias obras y también padres de quienes
emprenderán a partir de ellas o contra ellas trayectos inéditos.
Mientras estamos vivos, con
nuestros actos, seguimos poniendo o quitando números al número acumulado
anterior.
Sólo cuando morimos es cuando
se le echa la raya y se ve el resultado final.
Somos el resultado de las
obras que hemos puesto en circulación y según ellas, hemos sumado o restado,
“somos lo que hemos hecho” y la
posteridad nos dará las gracias si hemos aportado a la humanidad o nos lo
recriminará si hemos contribuido a empobrecerla.
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