Ya en 1.991, Gilles Kepel
publicó: “La revancha de Dios” y con un subtítulo revelador y premonitorio:
“Cristianos, judíos y musulmanes: a la reconquista del mundo”
Cada uno luchará, en esa conquista
o reconquista, a su manera, con guerras declaradas o sin declarar, por motivos
reales o ficticios, y con sus armas preferidas o favoritas, ya sea el capital,
ya sea el armamento, ya sean los atentados, utilizando capital y armamento, la
base siempre en que se asientan las sociedades, para vivir, para defenderse,
para atacar,…
Es ya un lugar común hablar
de “El fracaso de la
Modernidad ”, el de la Diosa razón y todos sus descendientes, sus
consecuencias, porque era tan amplio y tan prometedor el horizonte que se nos
abría y como nadie podrá abarcarlo todo (que es lo que le gustaría a cada uno)
aparece la frustración.
La sociedad moderna está
frustrada porque no se ha conseguido lo previsto, porque el camino recto se ha
convertido en varios senderos que llevan a paisajes nuevos y distintos y, ante
tanta oferta, se nos salen sarpullidos que nos atormentan al tener que
renunciar a muchos y/o no haber acertado con el sendero elegido y haber llegado
a la meta no deseada.
Debemos volver al Dios.
Pero como ya es difícil
evangelizar de nuevo (“reevangelizar”) a esta Europa democrática y más difícil
(imposible, podemos decir) todavía “modernizar el Islam” (conceptos
contradictorios) los islamitas se han arrogado el derecho y el deber de
“islamizar la modernidad” recluyéndola en el cuarto trastero y volver a la
pureza (la mujer subyugada, el imán político, la sociedad religiosa, la moral
medieval, el cuerpo pecaminoso que debe ser cubierto, la reclusión de la mujer
en el hogar, la autoridad-autoritarismo masculino, el rezo obligatorio, el
impuesto religioso,…)
El rearme teológico del
cristianismo, en sus variadas sectas protestantes fundamentalistas en Estados
Unidos, sobre todo, la resurrección del judaísmo ortodoxo en Israel, el regreso
del catolicismo en la Europa
del Este, la Intifada
y el Islamismo revolucionario, el terrorismo islamista de Al Qaeda, los enfrentamientos
en la antigua Yugoslavia entre los católicos de Croacia, los ortodoxos de
Serbia y los musulmanes de Kosovo, las guerras permanentes en Sudán y Nigeria
entre los musulmanes del norte y los cristianos y animistas del sur, los
conflictos entre hinduistas y musulmanes en la India , budistas contra hinduistas en Sri Lanka,
chiítas y suníes en Irak, las protestas por las consideradas ofensas al
islamismo por las caricaturas de Mahoma en Dinamarca, con la restricción de
libertades varias,…
“Esto es un sindiós” –que
dirían en mi pueblo.
Cuando ya, definitivamente,
nos parecía instalada, en la sociedad y en la mente de la humanidad, la Diosa Razón Laica y…
Parece que todos los dioses o
un mismo dios en versión múltiple y variada, se han puesto de acuerdo en
aparecer en escena y están manchando el paisaje de la convivencia humana entre
sus fieles creyentes, renaciendo el histórico odio.
Parece como si los dioses que
habían sido, bien arrojados por la ventana, bien retirados a sus cuarteles de
invierno, bien almacenados en los cuartos trasteros de lo ya inservible, todos,
al mismo tiempo, han aparecido en escena con sus fieles correspondientes y
disputándose el terreno.
Que todas estas guerras
religiosas no tienen una motivación religiosa es cosa sabida, unas veces son
afanes de poder político o de hegemonía social (como lo fueron las Cruzadas
medievales) y, sobre todo el motivo económico (petróleo y otras materias
primas) y estratégico (en el mapa de dominio en un posible y futuro escenario
bélico) o para defender los Derechos Humanos, usurpados por los tiranos de
turno, y para liberar de sus garras a una población secuestrada que quedará,
nuevamente, subyugada por el nuevo dios laico del dinero multinacional, multifuncional
y comodín.
¿Qué decir de un Presidente
de la Casa Blanca ,
que es elegido por los votantes en un programa electoral apoyado en las tres
patas: “God” (Dios-fe), “arms” (venta de, y derecho a poseer, armas) y “gays”
(contra el escándalo homosexual y las
reivindicaciones de los homosexuales)?
La acción de los terroristas
suicidas contra las Torres Gemelas no caben en los moldes de la razón, pero
encajan perfectamente en un fanatismo religioso.
El fanático, sea de lo que
sea, pero sobre todo si es religioso, tiene una personalidad cerrada que sólo
puede abrirse desde dentro, porque desde fuera se muestra inasequible.
Todas las llamadas, todos los
intentos, todos los razonamientos rebotan contra su coraza.
La “ilusión del destino
final, eterno y feliz”, con intensa satisfacción sexual y de imposible desmentido
porque pertenece al orden sobrenatural, sella a cal y canto todas las grietas
de su persona por las que podría colarse la posible persuasión pero que ésta ni
siquiera llega a su destino.
Cuando las grandes
religiones, y sus correspondientes dioses, deberían tener como finalidad y
objetivo inmediato (y así lo hemos creído) la concordia, la convivencia, el
humanitarismo desinteresado…todo se ha vuelto del revés y ellas y ellos son los
que están propiciando los mayores y más sangrientos enfrentamientos bélicos.
Lo cierto es que las
religiones han tenido (y tienen) una doble y opuesta misión: Una cohesión
“hacia dentro” en aquellas sociedades en que son hegemónicas, considerándose
heridos y muertos cuando eso le ocurre a uno de sus “hermanos” y una hostilidad
y enfrentamiento “hacia fuera” contra toda otra comunidad de creencias
diferentes, como así ha sucedido a lo largo de toda la historia.
Pero esto ocurre,
fundamentalmente, entre las religiones monoteístas que niegan verdad alguna en
las otras religiones que no es la suya, que la posee en exclusiva.
Los monoteísmos no conviven
pacíficamente porque cada uno considera idólatras a los otros dos por lo que
cada uno impone su erradicación (y si es necesario, con la fuerza) como un
deber piadoso de sus fieles.
Abrimos el Nuevo Testamento y
comprobaremos como los profetas judíos incitan a su pueblo a la matanza de
infieles porque “Jehová es un dios celoso” que no admite competencia y exige
exclusividad.
Y como los dioses monoteístas
no están adscritos, necesariamente, a un territorio en concreto sino presentes
en la conciencia de los hombres llegará el momento en que se juzguen y se
condenen (incluso con muerte) los supuestos pensamientos idólatras de sus
propios fieles (léase la Santa Inquisición ,
el Terror revolucionario y, el más cercano, el mismo Gulag).
La apostasía y la herejía han
sido castigadas hasta con la muerte por las tres religiones del libro aunque
hoy sólo una de ellas la mantiene, sobre todos en algunos regímenes islámicos,
incluso por su opción homosexual.
Y sin olvidar a los cátaros
(a los “puros”) y la triste y vergonzosa consigna católica: “matadlos a todos;
Dios reconocerá a los suyos” o la muerte de campesinos, impulsada por Lutero,
por haberse levantado y desobedecer a los nobles alemanes.
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