sábado, 2 de marzo de 2019

PALABRAS DE UN AGNÓSTICO (28)



Ya en 1.991, Gilles Kepel publicó: “La revancha de Dios” y con un subtítulo revelador y premonitorio: “Cristianos, judíos y musulmanes: a la reconquista del mundo”

Cada uno luchará, en esa conquista o reconquista, a su manera, con guerras declaradas o sin declarar, por motivos reales o ficticios, y con sus armas preferidas o favoritas, ya sea el capital, ya sea el armamento, ya sean los atentados, utilizando capital y armamento, la base siempre en que se asientan las sociedades, para vivir, para defenderse, para atacar,…

Es ya un lugar común hablar de “El fracaso de la Modernidad”, el de la Diosa razón y todos sus descendientes, sus consecuencias, porque era tan amplio y tan prometedor el horizonte que se nos abría y como nadie podrá abarcarlo todo (que es lo que le gustaría a cada uno) aparece la frustración.
La sociedad moderna está frustrada porque no se ha conseguido lo previsto, porque el camino recto se ha convertido en varios senderos que llevan a paisajes nuevos y distintos y, ante tanta oferta, se nos salen sarpullidos que nos atormentan al tener que renunciar a muchos y/o no haber acertado con el sendero elegido y haber llegado a la meta no deseada.

La Diosa Razón será la causante del alejamiento del Dios y sus consecuencias: el fracaso y la frustración.
Debemos volver al Dios.
Pero como ya es difícil evangelizar de nuevo (“reevangelizar”) a esta Europa democrática y más difícil (imposible, podemos decir) todavía “modernizar el Islam” (conceptos contradictorios) los islamitas se han arrogado el derecho y el deber de “islamizar la modernidad” recluyéndola en el cuarto trastero y volver a la pureza (la mujer subyugada, el imán político, la sociedad religiosa, la moral medieval, el cuerpo pecaminoso que debe ser cubierto, la reclusión de la mujer en el hogar, la autoridad-autoritarismo masculino, el rezo obligatorio, el impuesto religioso,…)

El rearme teológico del cristianismo, en sus variadas sectas protestantes fundamentalistas en Estados Unidos, sobre todo, la resurrección del judaísmo ortodoxo en Israel, el regreso del catolicismo en la Europa del Este, la Intifada y el Islamismo revolucionario, el terrorismo islamista de Al Qaeda, los enfrentamientos en la antigua Yugoslavia entre los católicos de Croacia, los ortodoxos de Serbia y los musulmanes de Kosovo, las guerras permanentes en Sudán y Nigeria entre los musulmanes del norte y los cristianos y animistas del sur, los conflictos entre hinduistas y musulmanes en la India, budistas contra hinduistas en Sri Lanka, chiítas y suníes en Irak, las protestas por las consideradas ofensas al islamismo por las caricaturas de Mahoma en Dinamarca, con la restricción de libertades varias,…

“Esto es un sindiós” –que dirían en mi pueblo.

Cuando ya, definitivamente, nos parecía instalada, en la sociedad y en la mente de la humanidad, la Diosa Razón Laica y…
Parece que todos los dioses o un mismo dios en versión múltiple y variada, se han puesto de acuerdo en aparecer en escena y están manchando el paisaje de la convivencia humana entre sus fieles creyentes, renaciendo el histórico odio.
Parece como si los dioses que habían sido, bien arrojados por la ventana, bien retirados a sus cuarteles de invierno, bien almacenados en los cuartos trasteros de lo ya inservible, todos, al mismo tiempo, han aparecido en escena con sus fieles correspondientes y disputándose el terreno.

Que todas estas guerras religiosas no tienen una motivación religiosa es cosa sabida, unas veces son afanes de poder político o de hegemonía social (como lo fueron las Cruzadas medievales) y, sobre todo el motivo económico (petróleo y otras materias primas) y estratégico (en el mapa de dominio en un posible y futuro escenario bélico) o para defender los Derechos Humanos, usurpados por los tiranos de turno, y para liberar de sus garras a una población secuestrada que quedará, nuevamente, subyugada por el nuevo dios laico del dinero multinacional, multifuncional y comodín.

¿Qué decir de un Presidente de la Casa Blanca, que es elegido por los votantes en un programa electoral apoyado en las tres patas: “God” (Dios-fe), “arms” (venta de, y derecho a poseer, armas) y “gays” (contra el escándalo  homosexual y las reivindicaciones de los homosexuales)?

La acción de los terroristas suicidas contra las Torres Gemelas no caben en los moldes de la razón, pero encajan perfectamente en un fanatismo religioso.

El fanático, sea de lo que sea, pero sobre todo si es religioso, tiene una personalidad cerrada que sólo puede abrirse desde dentro, porque desde fuera se muestra inasequible.
Todas las llamadas, todos los intentos, todos los razonamientos rebotan contra su coraza.

La “ilusión del destino final, eterno y feliz”, con intensa satisfacción sexual y de imposible desmentido porque pertenece al orden sobrenatural, sella a cal y canto todas las grietas de su persona por las que podría colarse la posible persuasión pero que ésta ni siquiera llega a su destino.

Cuando las grandes religiones, y sus correspondientes dioses, deberían tener como finalidad y objetivo inmediato (y así lo hemos creído) la concordia, la convivencia, el humanitarismo desinteresado…todo se ha vuelto del revés y ellas y ellos son los que están propiciando los mayores y más sangrientos enfrentamientos bélicos.

Lo cierto es que las religiones han tenido (y tienen) una doble y opuesta misión: Una cohesión “hacia dentro” en aquellas sociedades en que son hegemónicas, considerándose heridos y muertos cuando eso le ocurre a uno de sus “hermanos” y una hostilidad y enfrentamiento “hacia fuera” contra toda otra comunidad de creencias diferentes, como así ha sucedido a lo largo de toda la historia.
Pero esto ocurre, fundamentalmente, entre las religiones monoteístas que niegan verdad alguna en las otras religiones que no es la suya, que la posee en exclusiva.

Los monoteísmos no conviven pacíficamente porque cada uno considera idólatras a los otros dos por lo que cada uno impone su erradicación (y si es necesario, con la fuerza) como un deber piadoso de sus fieles.

Abrimos el Nuevo Testamento y comprobaremos como los profetas judíos incitan a su pueblo a la matanza de infieles porque “Jehová es un dios celoso” que no admite competencia y exige exclusividad.
Y como los dioses monoteístas no están adscritos, necesariamente, a un territorio en concreto sino presentes en la conciencia de los hombres llegará el momento en que se juzguen y se condenen (incluso con muerte) los supuestos pensamientos idólatras de sus propios fieles (léase la Santa Inquisición, el Terror revolucionario y, el más cercano, el mismo Gulag).

La apostasía y la herejía han sido castigadas hasta con la muerte por las tres religiones del libro aunque hoy sólo una de ellas la mantiene, sobre todos en algunos regímenes islámicos, incluso por su opción homosexual.

Y sin olvidar a los cátaros (a los “puros”) y la triste y vergonzosa consigna católica: “matadlos a todos; Dios reconocerá a los suyos” o la muerte de campesinos, impulsada por Lutero, por haberse levantado y desobedecer a los nobles alemanes.


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