Hoy, nuestro tabú es la
“democracia representativa” que no tiene que ser eterno y será sustituido por
otro y, aunque lo más fácil es derribarlo, lo difícil es sustituirlo por otro
que haga mejores (o al menos las mismas) funciones.
Quizá el “humanitarismo”
(humanista y laico), como lo ponen en práctica muchas ONGs, podía ser un buen
sustituto de la religión (revelada) y mejor que el término “progreso” con
connotaciones económicas y tecnológicas y como excusa, muchas veces, para
esquilmar a los países del tercer mundo más que para ayudarlos a progresar.
Aunque es verdad que el
progreso científico y técnico tiene muchas ventajas económicas, alimenticias,
sanitarias, educativas, comunicacionales, deportivas…pero suelen estar en manos
de élites interesadas y no de la población que lo usa. .
Habitualmente se afirma que
“todo lo tecnológicamente posible acabará llevándose a cabo lo apruebe o no lo
aprueba la moral tradicional”
Es decir, lo tecnológicamente
posible será, antes o después, socialmente lícito.
Recuerdo el primer
transplante de corazón realizado por el sudafricano Dr. Barnard, allá por el
1.967 y el lío de opiniones en contra que surgieron, sobre todo por los
moralistas tradicionales.
Hoy un transplante de corazón
es tan normal como sacarse una muela.
Veremos a ver cuando sean los
transplantes de cerebro o parte de cerebro o el implante de chips en el
cerebro,…
Hoy es el dinero el elemento
común más sólido y universalmente acatado en las sociedades occidentalizadas
(que son casi todas, por no decir todas) el que manda; conseguirlo,
conservarlo, aumentarlo, multiplicarlo, invertirlo,…es la tarea más reputada,
la que requiere menos explicación y justificación, pero que se basa en la “fe”,
en el “crédito” y sirve como referencia para casi todos, si no todos, los
valores, tanto para el valor del egoísmo (el que más acumula) como del
altruismo (el que más da).
El lenguaje del provecho
económico es el más internacional de todos, comprar al menor precio y vender al
mayor precio y, en medio, la ganancia, el incremento de capital.
Y aquí no hay diferencia
entre creyentes, ateos o agnósticos, blancos o negros, varones o mujeres,…como
decía la canción: “todos queremos más, y más y más, y mucho más” y, en esto no
hay herejes a quienes perseguir o quemar.
No sé hasta qué punto puede
decirse que, hoy, los Derechos Humanos y el Dinero son como unas religiones
pero nada que ver con lo que en otro tiempo significó Dios, los dogmas, la
veneración por lo sobrenatural.
Las religiones no fueron
solamente ideologías de vertebración social porque, a nivel personal, brindaron
a sus fieles una protección y una esperanza trascendentes que ningún principio
ético, legal o político es incapaz de ofrecer.
Es la que, al comienzo, hemos
denominado “función salvífica o de salvación” o, como otros lo denominan,
“rescate de la perdición”.
Nos salva (nos rescata) de la
perdición del tiempo, del acoso irremediable de la muerte, nos eleva a la
eternidad.
Esto, y más, es lo que han
ofrecido a los hombres las religiones a través de sus administradores,
intermediarios ante Dios y depositarios de la verdad.
Y por medio del culto se han
sentido amparados al considerarse partícipes, con su fe y con sus obras, de una
trama con final feliz.
Hoy, esas grandes
“tecnologías de la salvación” están en crisis (y el integrismo islámico
teocrático o terrorista es parte de esa crisis de fe, una confirmación y no un
desmentido).
Por supuesto, y como siempre
que hay un original, aparecen los sucedáneos baratos, o extravagantes, y de
peor calidad que sería algo así como la calderilla del gran capital religioso
tradicional.
Cada uno puede hacerse su
propio cóctel con los ingredientes que la “new age” ha puesto en el mercado,
desde la astrología a las gemas curativas, desde el tarot a la bola mágica,
desde los posos del café a los tantras, desde la lectura de las manos al lavado
de las energías negativas, los horóscopos,…puede verse el porvenir, el futuro,
el peligro…
Imposible levantar acta
completa de todos estos fuegos artificiales, estos sucedáneos baratos y/o
extravagantes de la fe de las religiones.
Se dice que siempre hay que
creer en algo y quien abandona la fe tradicional en Dios tendrá que creer en
otras cosas, creencias alternativas y sucedáneas de ese Dios, tan arbitrarias
como la antigua creencia.
¿En qué puede creer hoy, cuál
sería la creencia razonable y verosímil, de una persona adulta, ilustrada,
crítica, puntilloso racional hasta el extremo,…?
¿Qué puede responderse?
Cada uno es cada uno, pero
todos tenemos nuestras preocupaciones e inquietudes, nuestros temores y
nuestros ideales, todos, siempre sometidos a las urgencias de lo cotidiano.
Pero todos, al mismo tiempo,
somos criaturas filosóficas a las que nos asaltan preguntas metafísicas y nos
preguntamos qué va a ser de nosotros y qué va a ser de este mundo con
metástasis de injusticia, de hambre y de muerte.
Pero, cuando de lo
circundante y familiar, para lo que tenemos soluciones más o menos a mano y más
o menos eficaces, das un salto a lo metafísico y general, a lo ultraterreno, a
la muerte, a lo que se escapa a tu dominio, ¿qué hacer?.
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