jueves, 16 de enero de 2020

FLORILEGIO FILOSÓFICO: DE ESTO Y DE LO OTRO ( 7 - 4 ) HISTORIA DE LA FILOSOFÍA. CERVANTES Y SHAKESPEARE


HISTORIA DE LA FILOSOFÍA.

Nunca esta demás, además de que es bueno y conveniente, conocer los muchos y variados “filosofemas” que, a lo largo de la historia, han ido proponiendo y defendiendo los muchos filósofos que en el mundo ha habido.

Pero lo que no es de recibo es querer justificar la posición de un filósofo contemporáneo apoyándose en filósofos anteriores y/o muy anteriores.

Platón debe ser encuadrado/enmarcado en su siglo, en su estado-ciudad-Atenas, no como descripción de lo que allí había sino teniendo en cuenta que es una Utopía, un ideal, un cómo le gustaría que fuera Atenas teniendo en cuenta cómo estaba Atenas, en su decadencia intelectual al haber condenado a su maestro, Sócrates, a beber la cicuta por querer despertar a la juventud para que, una vez siendo conscientes, se pusieran a la obra de cambiar el gobierno de Atenas.

A pesar de la sentencia de que “toda la filosofía occidental no es sino notas a pie de página de la filosofía de Platón” que proclamara el gran Whitehead, no se puede, ni se debe, descontextualizar a Platón, para poder correctamente entenderlo.

El historiador de la Filosofía tendrá que sacar a la luz el modo en que una corriente, una época, un filósofo, se ha enfrentado a los problemas que le lanza la realidad de su tiempo, los caminos que recorren para resolverlos y los vacíos y los límites de su recorrido.

Pero lo que no puede/no debe hacer es jugar a pasar por un doble del filósofo estudiado.

La consigna romántica de “re-vivir” la experiencia intelectual que está detrás de cada filósofo es un imposible y, en el límite, haría inútil la tarea del historiador pues no se ve la necesidad de un doble (casi siempre menos talentoso) pudiendo tener al original en su plenitud.

Los filósofos son tratados por el historiador desde la mentalidad filosófica de éste; por eso sabemos que a un filósofo sólo se le puede entender en su tiempo que, nunca, o casi nunca, es el nuestro.

Sin embargo, si un filósofo del pasado nos interesa, no es porque es simple pasado sino que alberga alguna posibilidad para el presente, posibilidad que sólo sale a flote insertando a cada filósofo en las limitaciones de su contexto histórico espacial y temporal y no desarraigándolo elevándolo hasta un empíreo ininteligible.

Hay filósofos que no sólo han fructificado en su época sino que aún conservan semillas que pueden ser sembradas en el tiempo actual y dar frutos nuevos.

Pero esto ocurre no sólo en y entre filósofos, sino que cualquier persona tiene una dimensión histórica que consiste en realizar su existencia desde las conquistas de los que nos han precedido y en tensión hacia un futuro inédito.

Podemos y debemos dialogar con nuestro pasado no sólo para no cometer, otra vez, los errores que ellos cometieron sino para comprender mejor nuestro presente y proyectar más lúcidamente nuestro futuro.

La erudición filosófica, a veces, es una coartada para no enseñar filosofía y sus clases equivalen a la visita a un museo de antigüedades o a un cementerio de cadáveres que siguen hablando a los contemporáneos suyos.

No  se trata de doxografía sino de vida intelectual, filosofar sobre él, interesarse por la aventura humana en búsqueda de la verdad.

Algunos filósofos abrieron horizontes de sentido antes inexplorados, no recorrieron el mismo camino que otro anterior, pero también hay filósofos que se perdieron en callejones sin salida.

Filosofar sobre él no es repetir lo que él dijo (ahí está, ya, lo que dijo) sino alargar su sombra iluminando un nuevo camino en el que nos encontramos y en el que podemos abrir.

En una palabra, “ordeñarlo” para que dé de sí toda la potencialidad que encierra.

CERVANTES Y SHAKESPEARE.

“¿Qué es lo primero que hace una persona cuando sale a la calle, un día de sol?
¿??????????????????????????????????
Sombra, eso es lo primero que hace, sombra”.

Era un acertijo de mis lejanos tiempos infantiles.

Igualmente, el hombre llamado “civilizado” no ha dado un solo paso sin ir acompañado de su sombra: el hombre “salvaje”.

La identidad del “civilizado” ha estado siempre flanqueada por la imagen del “otro”, su opuesto, como para resaltar más su “civilidad”.

¿No habrá sido una distorsión del “otro” lo que hace el hombre occidental al pensar, decir y escribir sobre sí mismo?

La cultura europea, mucho antes de su expansión colonial, ya llevaba en su mochila esa connotación de considerar a los extranjeros, y más a los todavía no descubiertos, como “hombres (y no siempre) salvajes”, por lo que se consideraba con derecho a intervenirlos y “civilizarlos” como se doma a un caballo salvaje para que se someta al jinete.

Los “hombres salvajes” serían todos aquellos no-nosotros que detenten otra cultura, otra lengua, otra religión, otro tipo de familia, de sociedad, de gobernanza,…

El “hombre salvaje” sería una invención europea que obedecía, esencialmente, a la naturaleza interna de la cultura occidental.

Si el “hombre civilizado” es el ombligo de la humanidad, todo hombre que esté lejos (y cuanto más lejos, peor), será “más salvaje”.

La noción de “salvajismo”, desde Europa, habría sido aplicada a todo pueblo no europeo como una transposición de un mito perfectamente estructurado cuya naturaleza sólo se puede entender como parte de la evolución de la cultura occidental.

Tanto en textos literarios como en manifestaciones artísticas, desde esas figuras semihumanas de la antigüedad (silenos, centauros,…), pasando por toda la iconografía medieval moralizante (el retablo de la Catedral Vieja de Salamanca)  hasta llegar a tiempos más cercanos, como Cervantes y Shakespeare, con Cardenio y Calibán, respectivamente.

Shakespeare había leído a Cervantes

Cardenio, de Cervantes

Cervantes nos cuenta en su obra el encuentro de don Quijote y Sancho Panza con el desdichado Cardenio, que vive salvaje en Sierra Morena, enloquecido porque presenció cómo su amada Luscinda se casaba con el que creía su amigo, el noble don Fernando.

Este ya había dejado constancia de su perfidia cuando abandonó a Dorotea, la hija de un rico labrador a la que había prometido casamiento, después de engañarla para hacerla suya.

La joven también terminó vagando por la sierra vestida de hombre, y allí la encuentran Cardenio, el cura y el barbero (estos últimos habían llegado hasta allí siguiendo las huellas del hidalgo).

Esta historia de dobles parejas cruzadas da lugar a los episodios de la princesa Micomicona y a los sucesos en la venta de Juan Palomeque, donde los cuatro protagonistas del drama se reencuentran, el enredo se deshace, y la historia tiene un final feliz.

Calibán, de William Shakespeare.

Calibán es el nombre de un personaje de La Tempestad.

En dicha obra, Calibán es un salvaje primitivo, esclavizado por el protagonista, Próspero, y representa los aspectos más materiales e instintivos del ser humano, frente al otro sirviente de Próspero, Ariel, que representa lo elevado y lo espiritual.

Este personaje ha sido reutilizado por la literatura posterior, reinterpretándolo como un símbolo del «hombre natural» de Rousseau, del materialismo frente al idealismo, de las clases sociales oprimidas por el capitalismo o de los pueblos colonizados.

El nombre de «Calibán» puede tener su origen en una transliteración de la palabra «caníbal», que a su vez es una deformación de la palabra «Caribe».
«Caliboun» es también un término romaní para «negro».

Todas estas referencias parecen vincular a Calibán con la visión europea de los nativos americanos y africanos.

Según lo que Próspero cuenta en La Tempestad, Calibán es el hijo de la bruja Sycorax y un diablo.
Expulsada de Argelia, Sycorax se refugia en la isla en la que transcurre toda la obra, donde da a luz a Calibán antes de la llegada de Próspero, quien lo cría y lo convierte en su esclavo.
Próspero explica su dureza hacia Calibán porque, según él, cuando lo trató con naturalidad y humanidad, este intentó violar a su hija, Miranda, algo que el propio Calibán confirma graciosamente cuando afirma que, de no haber sido interrumpido, habría poblado la isla con una raza de Calibanes.

Ya tenemos, pues, el pretexto o la justificación para considerar y tratar como “salvajes” a toas las personas negras o de raza no blanca que encontremos en África, Asia, Europa,…

Podemos, moralmente, una vez descubiertos, conquistarlos y civilizarlos (con nuestra civilización o cultura) para redimirlos de su salvajismo e incorporarlos al “mundo civilizado” y, mientras, podemos esquilmar sus recursos naturales, incluso tomar posesión de sus tierras,…

Por supuesto, la Religión.

Convertirlos a la religión europea para hacerlos “hijos de Dios” y enseñarles (obligándolos) cómo hay que comportarse, qué hay que creer, cómo debemos obrar,…para conseguir el premio de la vida eterna en el cielo,….


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