HISTORIA DE LA FILOSOFÍA.
Nunca esta demás, además de
que es bueno y conveniente, conocer los muchos y variados “filosofemas” que, a
lo largo de la historia, han ido proponiendo y defendiendo los muchos filósofos
que en el mundo ha habido.
Pero lo que no es de recibo
es querer justificar la posición de un filósofo contemporáneo apoyándose en filósofos
anteriores y/o muy anteriores.
Platón debe ser
encuadrado/enmarcado en su siglo, en su estado-ciudad-Atenas, no como descripción
de lo que allí había sino teniendo en cuenta que es una Utopía, un ideal, un cómo
le gustaría que fuera Atenas teniendo en cuenta cómo estaba Atenas, en su
decadencia intelectual al haber condenado a su maestro, Sócrates, a beber la
cicuta por querer despertar a la juventud para que, una vez siendo conscientes,
se pusieran a la obra de cambiar el gobierno de Atenas.
A pesar de la sentencia de
que “toda la filosofía occidental no es sino notas a pie de página de la
filosofía de Platón” que proclamara el gran Whitehead, no se puede, ni se debe,
descontextualizar a Platón, para poder correctamente entenderlo.
El historiador de la Filosofía tendrá que
sacar a la luz el modo en que una corriente, una época, un filósofo, se ha
enfrentado a los problemas que le lanza la realidad de su tiempo, los caminos
que recorren para resolverlos y los vacíos y los límites de su recorrido.
Pero lo que no puede/no debe
hacer es jugar a pasar por un doble del filósofo estudiado.
La consigna romántica de
“re-vivir” la experiencia intelectual que está detrás de cada filósofo es un
imposible y, en el límite, haría inútil la tarea del historiador pues no se ve
la necesidad de un doble (casi siempre menos talentoso) pudiendo tener al
original en su plenitud.
Los filósofos son tratados
por el historiador desde la mentalidad filosófica de éste; por eso sabemos que
a un filósofo sólo se le puede entender en su tiempo que, nunca, o casi nunca,
es el nuestro.
Sin embargo, si un filósofo
del pasado nos interesa, no es porque es simple pasado sino que alberga alguna
posibilidad para el presente, posibilidad que sólo sale a flote insertando a
cada filósofo en las limitaciones de su contexto histórico espacial y temporal
y no desarraigándolo elevándolo hasta un empíreo ininteligible.
Hay filósofos que no sólo han
fructificado en su época sino que aún conservan semillas que pueden ser
sembradas en el tiempo actual y dar frutos nuevos.
Pero esto ocurre no sólo en y
entre filósofos, sino que cualquier persona tiene una dimensión histórica que
consiste en realizar su existencia desde las conquistas de los que nos han
precedido y en tensión hacia un futuro inédito.
Podemos y debemos dialogar
con nuestro pasado no sólo para no cometer, otra vez, los errores que ellos
cometieron sino para comprender mejor nuestro presente y proyectar más
lúcidamente nuestro futuro.
La erudición filosófica, a
veces, es una coartada para no enseñar filosofía y sus clases equivalen a la
visita a un museo de antigüedades o a un cementerio de cadáveres que siguen
hablando a los contemporáneos suyos.
No se trata de doxografía sino de vida
intelectual, filosofar sobre él, interesarse por la aventura humana en búsqueda
de la verdad.
Algunos filósofos abrieron
horizontes de sentido antes inexplorados, no recorrieron el mismo camino que
otro anterior, pero también hay filósofos que se perdieron en callejones sin
salida.
Filosofar sobre él no es
repetir lo que él dijo (ahí está, ya, lo que dijo) sino alargar su sombra
iluminando un nuevo camino en el que nos encontramos y en el que podemos abrir.
En una palabra, “ordeñarlo”
para que dé de sí toda la potencialidad que encierra.
CERVANTES Y SHAKESPEARE.
“¿Qué es lo primero que hace
una persona cuando sale a la calle, un día de sol?
¿??????????????????????????????????
Sombra, eso es lo primero que
hace, sombra”.
Era un acertijo de mis
lejanos tiempos infantiles.
Igualmente, el hombre llamado
“civilizado” no ha dado un solo paso sin ir acompañado de su sombra: el hombre
“salvaje”.
La identidad del “civilizado”
ha estado siempre flanqueada por la imagen del “otro”, su opuesto, como para
resaltar más su “civilidad”.
¿No habrá sido una distorsión
del “otro” lo que hace el hombre occidental al pensar, decir y escribir sobre
sí mismo?
La cultura europea, mucho
antes de su expansión colonial, ya llevaba en su mochila esa connotación de
considerar a los extranjeros, y más a los todavía no descubiertos, como
“hombres (y no siempre) salvajes”, por lo que se consideraba con derecho a
intervenirlos y “civilizarlos” como se doma a un caballo salvaje para que se
someta al jinete.
Los “hombres salvajes” serían
todos aquellos no-nosotros que detenten otra cultura, otra lengua, otra
religión, otro tipo de familia, de sociedad, de gobernanza,…
El “hombre salvaje” sería una
invención europea que obedecía, esencialmente, a la naturaleza interna de la
cultura occidental.
Si el “hombre civilizado” es
el ombligo de la humanidad, todo hombre que esté lejos (y cuanto más lejos,
peor), será “más salvaje”.
La noción de “salvajismo”,
desde Europa, habría sido aplicada a todo pueblo no europeo como una
transposición de un mito perfectamente estructurado cuya naturaleza sólo se
puede entender como parte de la evolución de la cultura occidental.
Tanto en textos literarios
como en manifestaciones artísticas, desde esas figuras semihumanas de la antigüedad
(silenos, centauros,…), pasando por toda la iconografía medieval moralizante
(el retablo de la
Catedral Vieja de Salamanca)
hasta llegar a tiempos más cercanos, como Cervantes y Shakespeare, con
Cardenio y Calibán, respectivamente.
Shakespeare había leído a
Cervantes
Cardenio, de Cervantes
Cervantes nos cuenta en su
obra el encuentro de don Quijote y Sancho Panza con el desdichado Cardenio, que
vive salvaje en Sierra Morena, enloquecido porque presenció cómo su amada
Luscinda se casaba con el que creía su amigo, el noble don Fernando.
Este ya había dejado
constancia de su perfidia cuando abandonó a Dorotea, la hija de un rico
labrador a la que había prometido casamiento, después de engañarla para hacerla
suya.
La joven también terminó vagando
por la sierra vestida de hombre, y allí la encuentran Cardenio, el cura y el
barbero (estos últimos habían llegado hasta allí siguiendo las huellas del
hidalgo).
Esta historia de dobles
parejas cruzadas da lugar a los episodios de la princesa Micomicona y a los
sucesos en la venta de Juan Palomeque, donde los cuatro protagonistas del drama
se reencuentran, el enredo se deshace, y la historia tiene un final feliz.
Calibán, de William
Shakespeare.
Calibán es el nombre de
un personaje de La
Tempestad.
En dicha obra, Calibán es un
salvaje primitivo, esclavizado por el protagonista, Próspero, y representa los
aspectos más materiales e instintivos del ser humano, frente al otro sirviente
de Próspero, Ariel, que representa lo elevado y lo espiritual.
Este personaje ha sido
reutilizado por la literatura posterior, reinterpretándolo como un símbolo del
«hombre natural» de Rousseau, del materialismo frente al idealismo,
de las clases sociales oprimidas por el capitalismo o de los pueblos
colonizados.
El nombre de «Calibán» puede
tener su origen en una transliteración de la palabra «caníbal», que a su vez es
una deformación de la palabra «Caribe».
«Caliboun» es también un
término romaní para «negro».
Todas estas referencias
parecen vincular a Calibán con la visión europea de los nativos
americanos y africanos.
Según lo que Próspero cuenta
en La Tempestad ,
Calibán es el hijo de la bruja Sycorax y un diablo.
Expulsada de Argelia, Sycorax
se refugia en la isla en la que transcurre toda la obra, donde da a luz a
Calibán antes de la llegada de Próspero, quien lo cría y lo convierte en su
esclavo.
Próspero explica su dureza
hacia Calibán porque, según él, cuando lo trató con naturalidad y humanidad,
este intentó violar a su hija, Miranda, algo que el propio Calibán confirma
graciosamente cuando afirma que, de no haber sido interrumpido, habría poblado
la isla con una raza de Calibanes.
Ya tenemos, pues, el pretexto
o la justificación para considerar y tratar como “salvajes” a toas las personas
negras o de raza no blanca que encontremos en África, Asia, Europa,…
Podemos, moralmente, una vez
descubiertos, conquistarlos y civilizarlos (con nuestra civilización o cultura)
para redimirlos de su salvajismo e incorporarlos al “mundo civilizado” y,
mientras, podemos esquilmar sus recursos naturales, incluso tomar posesión de
sus tierras,…
Por supuesto, la Religión.
Convertirlos a la religión
europea para hacerlos “hijos de Dios” y enseñarles (obligándolos) cómo hay que
comportarse, qué hay que creer, cómo debemos obrar,…para conseguir el premio de
la vida eterna en el cielo,….
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