EL
AMOR.
Los lenguajes del amor han
experimentado cambios enormes en los últimos tiempos y ya no existe un código
para decir el amor en la modernidad.
Nuestra sociedad ya no tiene
un código amoroso.
El amor, hoy, no es un
producto sino un laboratorio de múltiples experimentos.
Del amor sólo se puede hablar
después, cuando el ímpetu ha decaído, cuando el fuego se ha hecho brasa o
incluso ceniza.
Vivimos en una sociedad
postradicional y ya no disponemos de los antiguos códigos para decir el amor
como todavía podían hacerlo nuestros abuelos.
La moral tradicional fue
durante siglos su cauce, aunque fuera un cauce represivo por lo que, al
prohibir ciertas prácticas y al permitirle otras se le estaba cortando el traje
a la sexualidad.
El despertar del amor
debilita la voluntad y parece retraerla de los objetos cotidianos
concentrándose en un empeño por conseguir lo que se ama.
Querer al otro es intentar
despertar en él, destacándolo de todas las demás, un sentimiento de
correspondencia, una emoción igual.
El
que ama quiere ser, a la vez, amado.
El propósito de la seducción
es llamar la atención, atraer hacia sí la mirada de la otra persona.
Nuestro deseo se calmaría si
despertáramos el deseo en la otra persona, en esa que deseamos.
No es, por lo tanto, una
carencia lo que buscamos cubrir, una laguna de aprecio que debería ser llenada
por esa persona a quien nos aprestamos a amar.
Queremos nuestro deseo y el
deseo del otro.
Queremos la fusión utópica de
deseos y voluntades diferentes.
Adueñarse del otro no es
suficiente, hay que suscitar el deseo correspondiente, cautivarlo, que nos rinda
su querer y su voluntad.
Conseguir que el otro nos
desee es el objetivo del juego de la seducción.
La sociedad moderna,
predominantemente impersonal, nos ofrece un mayor número de posibilidades de
relaciones impersonales pero, a la vez, una intensificación de las relaciones
personales.
En las relaciones sociales el
impulso personal no puede extenderse a todas las personas, sino que ha de
intensificarse en algunas.
Las sociedades modernas nada
tienen que ver con las sociedades tradicionales.
Caminas entre multitudes sin
contacto personal con nadie, o con casi nadie, hasta que aparece esa persona
que sobresale y te interesa.
El mundo de todos los demás y
el mundo privado de cada uno que, al enamorarse, busca y pretende un mundo
común.
El que ama es el que actúa
mientras el amado es el que responde a la actuación del amante.
Como lo hace el conductor de
un coche, conduciendo, y la respuestas del acompañante, vivenciándolo, pero sin
actuar.
El amor romántico, ideal, no
es el amor apasionado, en el que ya entra la sexualidad, pecaminosa socialmente
si se practica fuera del espacio íntimo.
Puede decirse el amor como
“autosumisión conquistadora”, “ceguera que ve”, “enfermedad deseada”, “prisión
voluntaria”, “dulce martirio”,….
Un error del que ama es creer
que tiene derecho a exigir amor por parte del otro.
El amor no tiene límites, no
hay un “hasta ahí”, pero lo que no es posible es expresarlo en palabras, el
lenguaje es un medio inadecuado.
La razón se queja de que el
amor es irracional, pero la razón del amor es hacer iguales a los amantes.
El límite que debe respetar
el amor es la persona del otro y la razón sólo puede prohibir aquello que puede
perjudicar al otro.
Se puede, pues, “morir de
amor” (si éste no es correspondido) pero no “matar por amor” por no haber sido
correspondido.
Otra característica del amor
es la “exclusividad”.
Sólo se puede amar, de
verdad, a una persona en un momento dado.
Las palabras, las miradas, el
cuerpo,…los sentidos en marcha, oyendo, viendo, oliendo, tocando, manoseando,…ése
es su lenguaje.
La intimidad tiene que ser
vivenciada, de lo contrario sería un monólogo (o dos) ejercicios mecánicos.
La intimidad es una
democratización del mutuo dominio interpersonal, homologable a la democracia en
la esfera pública.
La sexualidad se ha
desvinculado del amor, lo que ha supuesto una revolución sexual, antes en
exclusividad bajo la amenaza social y moral y hoy como un deseo cumplido entre
dos o más personas, con la liberación de la mujer y la incorporación de la
homosexualidad, antes severamente castigada, incluso legalmente, y no sólo
moral y socialmente.
La reproducción ha dejado de
ser el “fin y objetivo” de la práctica sexual, siéndolo sólo el placer.
Compartir la intimidad es
crear una biografía común en la que puede estar presente (y generalmente está)
el sexo, pero éste, hoy, puede estar desligado de la intimidad y mutuo
conocimiento.
Y no sólo la
heterosexualidad, sino que cada vez está más presente, y boyante, la
homosexualidad, que es otra forma, ni mejor ni peor, de la sexualidad.
Son, todas, historias
compartidas, puntuales, más o menos esporádicas o permanentes.
¿Es la amistad, hoy, y cada
vez más, el ideal de la relación amorosa, a pesar de su fragilidad, por basarse
sólo en el consentimiento mutuo y sin formalización alguna social?
¿Es una biografía común o
sólo dos biografías adosadas?
Se ha afirmado que amar es
una ilusión sin base real alguna, incluso algo propio de débiles mentales, o lo
típico de jóvenes inmaduros ilusos, de románticos; incluso se han preguntado
los especialistas si es posible amar sin perder la razón.
El amor tiene muchos
lenguajes, como la ciudad tiene muchos barrios, sin desmerecer ninguno, porque
allí habitan personas a las que les gusta.
Otros se preguntan si no será
el amor una droga que produce adicción, que engancha, que narcotiza al amante
trasladándolo a otro mundo paralelo al rutinario del vivir diario.
La búsqueda, y el logro, de
conquistas sexuales, más propias (aunque no sólo) de varones que de mujeres, no
suele ser sino la manifestación de la incapacidad de amar y de la intimidad.
El verdadero amor se mueve en
el círculo de las relaciones íntimas, pero también de las relaciones sociales.
La sexualidad esporádica
suele ser un camino para evitar la intimidad, pero, a la vez, puede ser un medio
para descubrirla, y elaborarla, porque la exclusividad sexual sólo es una forma
de proteger el compromiso con el otro.
Aunque la exclusividad no es
garantía de confianza, pero sí un estímulo importante: tú y yo, nosotros.
La confianza sin
responsabilidad es un terreno resbaladizo que puede llevar a la dependencia.
La responsabilidad sin
confianza es imposible porque sería un escrutinio continuo y permanente de los
motivos y de las acciones del otro y, de aquí a los celos y al maltrato sólo
hay una línea muy fina.
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