lunes, 29 de enero de 2018

30.- MIEDO A LA VEJEZ (2)

Una vez que ya, más o menos, hemos vencido la enfermedad; y nosotros, más o menos, hemos dejado de ser pobres, y acudimos a los Centros de Salud más que a las Iglesias, y a la consulta del médico más que al despacho del cura, en la sacristía o al confesionario, que han pasado a ser los Nuevos Dioses,  los Nuevos Templos, los Nuevos Ritos, -que diría Vázquez Figueroa- ahora el miedo es a ser viejo.

Hay, entre nosotros, un Terror a la Vejez.

Creen lo jóvenes que “su” tiempo viene dado en “billetes” mientras el nuestro, el de los viejos ya nos viene dado en “monedas”, sin ser conscientes que, en un incendio, el billete se quema y su valor desaparece mientras que el nuestro, la moneda, sólo se calienta pero su valor sigue ahí.

Y hay mucha gente que cree conjurar el desgaste en los quirófanos, acudiendo a los Gabinetes Estéticos, a los Salones de Belleza, simulando, tapando, lo que, por su edad, debe haber y no habría por qué tapar ni estirar.

No hay otra forma de llegar a la Vejez más que cumpliendo años.

Así que ¡benditos sean los cumpleaños¡

Si antiguamente hablar de Vejez era hablar de Sabiduría y los años hasta se valoraban, siendo un valor en alza, hoy ya no se cotizan por estar próximos a su fecha de caducidad, aunque ésta nunca venga impresa en persona alguna,

El valor por excelencia, hoy, es Ser Joven.

La Juventud es el Presente, el pájaro en mano.

Apenas hay, en ellos, pasado pero hay mucho futuro por delante, no se le ve el final.
El joven quiere inmovilizarse en su juventud siempre presente, sin ser consciente que “tempus fugit”, que el segundero no para y que si para es porque se ha estropeado.

El viejo No.
Parece que su presente es ya casi su futuro y que se dan la mano.

El presente es lo que es; el pasado es lo que fue.
El joven no es viejo; el viejo no es joven, pero como lo que se estila y mola es ser joven, ahí tenemos a tantos maduros (no sé si viejos) haciendo el gilipollas, auto-engañándose y queriendo engañar, compitiendo con los jóvenes, en la indumentaria, en los hobbies, en las actividades, en los ritmos….

Desde el punto de vista del joven nosotros, los mayores, tenemos ya impresa la fecha de caducidad, somos el pasado que ya no es y que, ya mismo dejará de ser, mientras que ellos son el presente que es y, sobre todo, el futuro que, aunque todavía no es, llegará a ser, y allí estarán ellos para serlo. No nosotros.

Nosotros necesitamos ya conservantes para ser, somos conservadores; ellos, sin embargo, son los creativos, con la mirada en el futuro pero con el corazón y la vitalidad desbordante en el presente.

Nosotros somos como su negación, los que se resisten a desaparecer de la escena.
Nos ven como turistas de la vida, como pasajeros, caminantes, nómadas próximos a la meta.
Ellos, en cambio, se ven perpetuos, fijos e inmóviles en su juventud.

Y como la sociedad tiene que ser agresiva y triunfadora, y debe ir acelerada, y como nosotros, por necesidad y por voluntad, ya no queremos jugar al juego de ganadores y perdedores, porque nos consideramos felices en no tener que competir (demasiados años hemos estado haciéndolo), felices de bañarnos para refrescarnos y no en nadar para intentar llegar los primeros…
Por eso, y más cosas, para ellos, parece que estemos ya de más.

Como si la vida no fuera un tren que  tuviera sus estaciones: nacimiento, infancia, adolescencia, juventud, madurez, envejecimiento y muerte.
(Aunque –bien pensado- la estación Muerte es un ramal de cualquier otra estación).
Que lo digan –si no-  los fallecimientos de adolescentes y jóvenes en cualquier moto, en cualquier carretera, cualquier fin de semana).

Y aunque no sea igual “morir” que “matarse”, ambas son “muertes”.

El joven no cree, no concibe, que su estado sea sólo un  trasbordo que desemboca en la próxima estación.
Creen estar en tierra firme y definitiva mientras van, mientras viven precipitadamente.
No se ven como pasajeros del tren de la vida, se consideran inquilinos fijos en una especie de intercambiador.

Ser joven es, según ellos, la única forma válida y verdadera de estar en el mundo.
Y si todo lo anterior es sólo preparación, todo lo posterior es sólo progresivo deterioro.

La juventud como estado perfecto, incondicional, exclusivo. Como si su estar al día biológico significase la madurez psicológica y la sazón humana.

Hay que ser joven en cualquier situación y a cualquier edad.
Hay que alargar la juventud ya desde la adolescencia y prolongarla hasta la madurez siendo, permaneciendo, joven.
No conciben otra forma de ser que no sea la de ser joven.

¡Vive a tope, juega fuerte, aunque mueras pronto; dejarás un cadáver bonito¡


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