ESPAÑA A PARTIR DE LOS 60
La década de los 60 a los 70 es el período del
gran vuelco, y no sólo en lo sexual (que quizá sea lo más ruidoso, pero no lo
trascendental), es toda la sociedad la que experimenta el vuelco.
El retraso de España ya no es
tan exagerado y, por primera vez comienzan a recibirse noticias de fuera.
La sociedad comprueba que no
es verdad que Europa “sienta envidia de la paz en España” sino que el no
saberlo ha sido la causa de la falsedad y de la mentira.
No que no queramos entrar, es
que teníamos franqueada la entrada.
La facilidad y la velocidad
de los medios de comunicación han promovido los desplazamientos y la gente ha
comenzado a viajar al extranjero, dándose de narices con la verdad, que no era
la que, hasta entonces, nos habían contado en la prensa, radio y televisión
fuertemente intervenida y con la dura censura contra los discrepantes de la
verdad oficial.
Se cree en lo que se ve, no
en lo que se dice oficialmente cayéndosele la venda de los ojos.
Los árboles no habían permitido
ver el bosque y desde fuera se ve mucho mejor.
Los hombres comienzan a
sentirse ciudadano del mundo y los nacionalismos y el provincianismo ha perdido
su sentido.
Se la llama “la generación de
la ruina” a los nacidos durante o después de la segunda guerra mundial y que
han tomado su vida de una forma responsable, sacudiéndose la autoridad.
Se va siendo consciente del
peligro de las ideologías, de las costumbres inveteradas (que no por ser
inveteradas tienen que ser buenas), de la política como arma de conquista y no
como instrumento de convivencia, de la economía como motor de la vida de una
nación (la infraestructura sobre la que se montan todas las superestructuras).
La ciencia y la tecnología
han cogido carrera y lo que antes se mostraba insólito e imposible comienza a
hacerse realidad lo que anima, aún más, a romper con el pasado.
En la postguerra civil nada
pudo hacer esa generación, porque todo “estaba atado y demasiado bien atado” y
pobre del que quisiera mear fuera del tiesto.
No es que no quisiera, es que
no debía bajo la acusación de traidor y peligro de muerte.
En realidad, pues, la
“generación de la ruina” en España no fue la de los hijos de la guerra sino la
de los nietos del desastre, al ver cómo Europa, destrozada tras “su” guerra comenzaba
a caminar, a levantarse, a progresar,…mientras aquí, en casa, seguíamos
asfixiados por una ideología franquista y una economía de supervivencia,
empantanados en la autarquía, en no tener que comprar fuera y no poder producir
dentro para satisfacer las necesidades.
Hacen acto de presencia los
“hippies” y comunidades afines que, naturalmente, no son aceptados por los que
detentan el poder, sino que es un modo de vida y de revolución desde abajo,
tildando de inútil, hipócrita y absurda la sociedad de sus mayores.
Una de las mayores desgracias
de la familia era que un hijo la amenazara con irse de casa, como si sólo en
casa podía estar guarecido de las inclemencia de la vida, vida que se les
atragantaba.
La juventud española recibe
el estímulo de los menos jóvenes occidentales, europeos y norteamericanos,
sublevados contra unos condicionamientos de todo tipo causantes de la mayor
hecatombe de la historia.
Ellos habían decidido vivir a
su modo, le pesara a quien le pesara.
Su lema era “haz el amor y no
la guerra” que incita a la unión sexual libre y a un no rotundo a la guerra, es
decir, unión de hedonismo y pacifismo en un mismo kit.
Se desprecia las
instituciones, su forma de vivir mira más a Oriente que a Occidente, su ansia
de contacto con la naturaleza, su pacifismo, su tranquila libertad sexual, su
gozar de esta vida presente, sin hipotecarla en un futuro desconocido.
Su gran problema es que, si
es verdad que se vive y se sobrevive pacífica, tranquila y felizmente, eso no
es más que una “temporada de alegre escapada juvenil” pero no hay una
construcción de futuro que permita continuarlo por lo que, tras ese paréntesis
desenfadado y lúdico, más antes que después, retornarán amarga, resignada o
indiferentemente, a la sociedad de consumo, a sus instituciones, a las cargan
anejas,…
Los más revoltosos del mayo
del 68 francés, los que veían la playa bajo los adoquines de las calles de
París, volverían al redil con un despacho mirando al Sena.
En España sólo una minoría de
la juventud, los que viajaban al extranjero, los intelectuales, sí se
contaminaron de esa inquietud, pero la mayoría (y yo entre ellos) fuimos quizá
críticos, pero más o menos conformistas dentro del inconformismo con la
sociedad de nuestros padres.
Y si “hacer el amor” no era
difícil, bastaba con dar rienda suelta a las pasiones naturales, rompiendo con
las costumbres tradicionales, “acabar con la guerra” sí que lo era porque para
atajar un efecto hay que hacer desaparecer sus causas, y eso supone heroísmo,
sacrificio, lucha,…
Y es que la gratificación
momentánea, sin cortapisas, sin límites, lleva a que ese joven sea domesticable
y manipulable a través de otras experiencias también altamente placenteras que
se le prometen, como cambiar desde un despacho lo que desde la calle ha pretendido
cambiar, quedando enredado en la tela de araña.
Y la misma mentalidad
consumista, contra la que luchaban para eliminarla y sentirse libre, los
grandes manipuladores económicos han sabido darle la vuelta, por lo que el
vuelco, tan espectacular y atractivo, fue poco profundo.
Se volvió al redil.
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