sábado, 6 de enero de 2018

19.- ESPAÑA A PARTIR DE LOS AÑOS 60 (1)

ESPAÑA A PARTIR DE LOS 60

La década de los 60 a los 70 es el período del gran vuelco, y no sólo en lo sexual (que quizá sea lo más ruidoso, pero no lo trascendental), es toda la sociedad la que experimenta el vuelco.

El retraso de España ya no es tan exagerado y, por primera vez comienzan a recibirse noticias de fuera.
La sociedad comprueba que no es verdad que Europa “sienta envidia de la paz en España” sino que el no saberlo ha sido la causa de la falsedad y de la mentira.

No que no queramos entrar, es que teníamos franqueada la entrada.

La facilidad y la velocidad de los medios de comunicación han promovido los desplazamientos y la gente ha comenzado a viajar al extranjero, dándose de narices con la verdad, que no era la que, hasta entonces, nos habían contado en la prensa, radio y televisión fuertemente intervenida y con la dura censura contra los discrepantes de la verdad oficial.

Se cree en lo que se ve, no en lo que se dice oficialmente cayéndosele la venda de los ojos.

Los árboles no habían permitido ver el bosque y desde fuera se ve mucho mejor.

Los hombres comienzan a sentirse ciudadano del mundo y los nacionalismos y el provincianismo ha perdido su sentido.

Se la llama “la generación de la ruina” a los nacidos durante o después de la segunda guerra mundial y que han tomado su vida de una forma responsable, sacudiéndose la autoridad.

Se va siendo consciente del peligro de las ideologías, de las costumbres inveteradas (que no por ser inveteradas tienen que ser buenas), de la política como arma de conquista y no como instrumento de convivencia, de la economía como motor de la vida de una nación (la infraestructura sobre la que se montan todas las superestructuras).

La ciencia y la tecnología han cogido carrera y lo que antes se mostraba insólito e imposible comienza a hacerse realidad lo que anima, aún más, a romper con el pasado.

En la postguerra civil nada pudo hacer esa generación, porque todo “estaba atado y demasiado bien atado” y pobre del que quisiera mear fuera del tiesto.
No es que no quisiera, es que no debía bajo la acusación de traidor y peligro de muerte.

En realidad, pues, la “generación de la ruina” en España no fue la de los hijos de la guerra sino la de los nietos del desastre, al ver cómo Europa, destrozada tras “su” guerra comenzaba a caminar, a levantarse, a progresar,…mientras aquí, en casa, seguíamos asfixiados por una ideología franquista y una economía de supervivencia, empantanados en la autarquía, en no tener que comprar fuera y no poder producir dentro para satisfacer las necesidades.

Hacen acto de presencia los “hippies” y comunidades afines que, naturalmente, no son aceptados por los que detentan el poder, sino que es un modo de vida y de revolución desde abajo, tildando de inútil, hipócrita y absurda la sociedad de sus mayores.

Una de las mayores desgracias de la familia era que un hijo la amenazara con irse de casa, como si sólo en casa podía estar guarecido de las inclemencia de la vida, vida que se les atragantaba.

La juventud española recibe el estímulo de los menos jóvenes occidentales, europeos y norteamericanos, sublevados contra unos condicionamientos de todo tipo causantes de la mayor hecatombe de la historia.
Ellos habían decidido vivir a su modo, le pesara a quien le pesara.

Su lema era “haz el amor y no la guerra” que incita a la unión sexual libre y a un no rotundo a la guerra, es decir, unión de hedonismo y pacifismo en un mismo kit.

Se desprecia las instituciones, su forma de vivir mira más a Oriente que a Occidente, su ansia de contacto con la naturaleza, su pacifismo, su tranquila libertad sexual, su gozar de esta vida presente, sin hipotecarla en un futuro desconocido.

Su gran problema es que, si es verdad que se vive y se sobrevive pacífica, tranquila y felizmente, eso no es más que una “temporada de alegre escapada juvenil” pero no hay una construcción de futuro que permita continuarlo por lo que, tras ese paréntesis desenfadado y lúdico, más antes que después, retornarán amarga, resignada o indiferentemente, a la sociedad de consumo, a sus instituciones, a las cargan anejas,…

Los más revoltosos del mayo del 68 francés, los que veían la playa bajo los adoquines de las calles de París, volverían al redil con un despacho mirando al Sena.

En España sólo una minoría de la juventud, los que viajaban al extranjero, los intelectuales, sí se contaminaron de esa inquietud, pero la mayoría (y yo entre ellos) fuimos quizá críticos, pero más o menos conformistas dentro del inconformismo con la sociedad de nuestros padres.

Y si “hacer el amor” no era difícil, bastaba con dar rienda suelta a las pasiones naturales, rompiendo con las costumbres tradicionales, “acabar con la guerra” sí que lo era porque para atajar un efecto hay que hacer desaparecer sus causas, y eso supone heroísmo, sacrificio, lucha,…

Y es que la gratificación momentánea, sin cortapisas, sin límites, lleva a que ese joven sea domesticable y manipulable a través de otras experiencias también altamente placenteras que se le prometen, como cambiar desde un despacho lo que desde la calle ha pretendido cambiar, quedando enredado en la tela de araña.

Y la misma mentalidad consumista, contra la que luchaban para eliminarla y sentirse libre, los grandes manipuladores económicos han sabido darle la vuelta, por lo que el vuelco, tan espectacular y atractivo, fue poco profundo.


Se volvió al redil.

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