TODO COMENZARÍA ASÍ.
Antes de que el trono divino
de las primeras civilizaciones fuera ocupado por el Sol, existía el culto a la Tierra , encarnada por la
figura femenina, la madre, la proveedora, la naturaleza; la… todo.
“El eterno femenino nos
impulsa hacia lo alto.” (Goethe)
La historia del hombre…
¿En qué año?
Da igual.
Como una nueva criatura
saliendo del útero, así llegaron los primeros seres humanos, descubriendo
cautelosamente la luz según iban saliendo de la cueva, refugio y seguro de
vida.
La humanidad daba sus
primeros pasos, deambulaba de territorio en territorio mientras intentaba
comprender el entorno que le rodeaba, pues ello implicaba supervivencia.
Cuando estos incipientes
personajes se formularon las primeras preguntas acerca de su proveniencia, este
no muy desarrollado instinto de curiosidad, lo primero que podían hacer era
observar sus nacimientos.
Evidentemente la mujer daba
la vida al igual que la tierra hacía crecer frutos de semillas fecundadas en su
infinito vientre.
El “nosotros” y todo lo que
les rodeaba era una sola entidad con múltiples extensiones y funciones: la
naturaleza éramos todos.
Era sencilla la analogía, la
gran fuerza creadora y benefactora tenía que ser una madre, tenía que ser
mujer. Y entonces los hombres vieron que aquello era bueno, la noche era
respetada y la luna admirada.
¿Año…?
Los hombres rendían culto a la Gran Madre.
Hacían sus primeras obras
artísticas, esculturas con forma humana, femenina, con el vientre y los senos
exagerados, clara alusión a la fertilidad.
Las tribus identificaron su
descendencia por línea materna (se sabía que la madre era la que estaba
pariendo pero no podía saberse quién era el padre, porque podía ser cualquiera
que hubiera practicado sexo con ella) pues el concepto de familia era
equivalente al de la misma tribu.
La clave de la supervivencia
era la unión y la colaboración, ya sea para protegerse de amenazas de animales
carnívoros depredadores o de la temperamental e impredecible fuerza climática.
No lo sabían, pero estaban
viviendo, seguramente, el período de la más grande armonía de su historia: el
sentido de pertenencia individual era algo desconocido, solo había una mente,
la mente colectiva.
Sus restos no son ostentosos,
no se ocuparon de dejar decoradas tumbas, inmensas murallas de defensa o armas
de combate en manos de los que escenificaban sus producciones artísticas, no
había razón para ello, aún no existía el miedo al olvido.
Y los hombres vieron que
aquello era bueno, no había más adversidad que aquella a la que tenían que
enfrentarse todos juntos.
¿Año…..?
Estos hombres mejoraron la
manera en que producían herramientas y transmitían mensajes.
Representaban la divinidad
como un principio femenino, la naturaleza, el ciclo eterno de la vida, la
muerte y el renacimiento, encarnado también por la Luna y sus fases; pero
también dedujeron que ésta tenía un consorte, un hijo, y comenzaron a verse a
sí mismos.
Sus primitivos medios de
comunicación les hicieron recurrir al abstracto y puro medio de los símbolos.
La serpiente, por ejemplo,
fue considerada un símbolo de la tierra, de la sabiduría, de la vida; símbolo
del tiempo y de los ciclos; símbolo de la fertilidad, de la sexualidad.
Era algo a lo que había que
respetar, algo a lo que había que temer, como la naturaleza misma.
La encarnación de esta
criatura iba a trascender los mitos y estaría presente en todas las culturas.
Y los hombres vieron que
aquello era bueno; ninguna criatura cargaba con los pecados de los humanos,
pues el pecado era una palabra aún desconocida.
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