Aquella tiene hipertrofiados
los órganos de la procreación y de tal manera que, prácticamente, el artista ha
prescindido de todo lo demás.
Esta Venus es una Venus
puramente biológica, promete descendencia, aquellas son culturales y despiertan
deseo de tenerlas al tiempo que prometen
placer, sin pensar en descendencia.
Igual que ocurre en gran
parte del mundo animal, en el que los machos se muestran vistosamente ataviados
con el único objeto de atraer a la hembra para copular con ella, también debió
ocurrir en nuestro hombre del Paleolítico, en que el varón se adorna más que la
mujer, aunque sólo sea con pinturas corporales y con tatuajes y sólo después
serán los collares, los brazaletes, las pulseras,…y, después, vendría la danza.
Es el macho el que corteja a
la hembra (lo que vemos a diario en nuestros parques entre las palomas).
En la sociedad primitiva no
hay solteronas, la mujer está segura de ser cubierta porque el hombre desea
saciar su necesidad sexual.
Un cuerpo llama a otro cuerpo
y cuantas más señales mande uno y perciba el otro más probable es la coyunda.
La danza como llamada, como
preparación, como celebración sexual no es, ni más ni menos, que las “paradas
nupciales” de numerosos animales (pensemos en la “berreas de los ciervos”)
El Neolítico supuso la denominada
“revolución neolítica”.
Mientras el varón del
Paleolítico andaría en su tarea cazadora y pescadora, en aventura cotidiana con
peligro de muerte si su astucia no superaba la fuerza bruta animal, pero
siempre embebido en el mundo de los animales salvajes, la mujer completaría los
recursos económicos de la horda dedicándose a unas someras tareas de
recolección, de pequeños animales y más embebida en el mundo vegetal y
aprendiendo de él.
Y todo cambió cuando las
pequeñas hordas dejaron de ser nómadas y trashumantes y se hicieron sedentarias
porque fue entonces cuando la agricultura y la ganadería, más seguras,
sustituirían, poco a poco, a la incierta, insegura y arriesgada caza.
Sería entonces cuando los
saberes de la mujer se impondrían sobre los de los varones, jugando con ventaja
en la nueva vida y aspirando a una situación más digna.
Sólo ahora se impuso un mayor
contacto entre ellos, integrados, además, en comunidades más amplias, estables
y sólidamente vinculadas.
La comunicación entre las personas
se hizo asidua, normal e intensa, con lo que se aceleraría la evolución
intelectual.
Ese relativo sosiego (pues el
grupo hacía sentirse más seguros a los individuos) constituiría una creciente
posibilidad de reflexión y ya no todo era instintivo.
Asistiendo, ahora ya sí, a
los ciclos de la vegetación (y dependiendo de ellos para subsistir) se
convertirían en incipientes creencias del grupo, que los iría relatando y
creando los mitos, sobre todo a la
Tierra , la Gran Madre ,
protectora de la agricultura.
Y se harían presentes ideas
como “morir-para-nacer”, eso de “desperdiciar (¿)”, enterrar, perder, hacer
morir (un grano de trigo) parte del alimento en forma de simiente para que,
pasado un tiempo, renaciera en forma de espiga, con el 100x1,…
O la idea del eterno retorno
de las estaciones
Pero todo ello es,
fundamentalmente, pensamiento femenino (también es ella la que “hace nacer”, la
que, mensualmente, “sangra”…)
La “delicadeza” ha vencido a
la “fuerza”, el pequeño martillo sobre el cincel ha vencido a la fuerza bruta
del martillo sobre la piedra, el dedo pulgar y el índice, sosteniendo el débil
cincel, ha vencido a la fuerza bruta de la mano agarrando el martillo.
Las manos hábiles moldean el
barro (la cerámica útil) para hacer vasijas en las que cocer y ablandar la
comida.
La existencia cada vez es
menos dura, la vida se alarga, la descendencia se multiplica.
Las relaciones sexuales son,
ya, más calmadas, más distendidas, el placer va siendo buscado sin tener ya que
satisfacer ese “hambre sexual instintivo”
El mundo animal va quedando
atrás.
Aparecerán los soberbios
monumentos megalíticos, compuestos de piedras enormes (no hay más que
desplazarse a Antequera y contemplar los dólmenes), aunque fueran forzados por
la mano dura de caudillos implacables, pero ya se muestra una considerable
organización, tanto para el arrastre de las piedras como para la construcción
de los monumentos.
Quizá, también, las
relaciones sexuales entre varón y mujer estuvieran ya codificadas de algún
modo.
¿Es el menhir un signo
fálico, una exaltación de la virilidad? Y ¿quiénes lo erigirían, los varones o
las mujeres?
¿Cuándo el matriarcado, que
armoniza con el carácter agrario de la época, se impone al patriarcado?
¿Cuándo la monogamia
sustituyó a la poligamia y ésta a la promiscuidad?
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