La actividad económica y comercial durante la Edad Media
tenía que pasar, siempre, por el filtro de la moral católica, tanto la
burguesía mercantil como los gremios, hasta los negociantes transmediterráneos,
en un principio, todos tenían que actuar, en su actividad, bajo el principio de
“el precio justo/el precio honesto”.
Era considerada usura, por lo tanto pecado, por lo tanto
prohibida y perseguida toda ganancia desmesurada, o sea, la que cayera fuera y
sobrepasara de las necesidades vitales de una familia, por lo que se hacía
imposible la formación de verdaderos capitales y la acumulación de dinero en
pocas manos.
Además de que el ámbito de actuación quedaba reducido, por
lo general, a la ciudad, donde habían surgido.
Pero en el siglo XV cambió la mentalidad económica del
Occidente Europeo.
Al apostar por esta vida y por la satisfacción de los
placeres corporales, no tanto en cantidad como en calidad, en exquisitez y
lujo, nació el amor al dinero como único medio de satisfacerlos, embarcándose
en empresas mayores para acceder a las nuevas tierras en que se encontraban, en
el Oriente Asiático.
El negociante renacentista abandonó la doctrina del precio
justo/honesto, siguiendo en su manera de actuar a los comerciantes judíos.
Claro que ¿cuál era el precio justo cuando entre el precio
de compra y el precio de venta hay que contar el riesgo, el peligro de todo
tipo, y los intereses pagados?
Por otra parte, flotar naves para viajes transmediterráneos
suponía tener liquidez económica (lo que no era posible por lo antes expuesto)
por lo que había que recurrir a préstamos a un alto interés.
Tanto las monarquías nacionales como el Pontificado, ávido
de dinero inmediato por sus trepidantes políticas, favorecieron el auge de los
primeros grandes banqueros, un tanto relajados moralmente, que han ido
enriqueciéndose con las primeras materias más a mano: lanas, paños,…
Los Médicis y los Fugger serán una muestra de lo que estamos
diciendo.
Pero no sólo el Pontificado y las Monarquías nacionales,
también la aristocracia renacentista, con sus lujos y refinamientos varios y
variados, estimuló la vida mercantil, lo que hizo que aumentara la demanda de
artículos no ordinarios de consumo.
Para financiar todo este proceso económico Europa puso en
explotación nuevas minas de metales preciosos (Bohemia, Austria, el Tirol) que
lanzaron el primer torrente de moneda acuñada sobre el continente, en espera de
ese otro gran torrente de dinero procedente de América y que llegará en el siglo
XVI.
Aunque es verdad que hay que esperar al siglo XVIII para
poder hablar del verdadero capitalismo, como una organización económica en dos
grandes y opuestos grupos: el que ofrece lo único que tiene, que son sus manos
para trabajar (la mano de obra, los asalariados) y por el otro lado el grupo
que pone las materias primas y los medios de producción, dirigiendo todo el
proceso y ya bajo el régimen de “libre mercado”, no sólo de los productos,
también de la mano de obra.
(Nadie como Marx, en El Capital, ha sabido diseccionar y
exponer todo el entramado, abusivo e injusto, del capitalismo)
Pero en este siglo XV ya hay como un prólogo a todo esto.
Por ejemplo, “la despersonalización del negocio” en la
llamada “firma comercial”, el crédito mercantil, la contabilidad,…
Y también, en este siglo XV, se organizan los Bancos y las
Bolsas, que en el futuro serían los poderosos instrumentos del capitalismo
financiero.
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