sábado, 28 de septiembre de 2013

7.- EL RENACIMIENTO. LA BURGUESÍA


 

Un mismo nombre, “burgués”, “burguesía”, no debe llevarnos a engaño.

Hay que decir, desde el principio, que poco tiene que ver la “burguesía” de la Edad Media (que la hubo), con la “burguesía” del Renacimiento y la de los Tiempos Modernos.

No hubo evolución de una a la otra. Fue la muerte de una y el nacimiento y desarrollo de la otra.

Fue la civilización industrial la que confirió a dichos términos el significado preciso, social y económicamente, como “patronos o empresarios” respecto a los del otro lado, los “trabajadores asalariados”.

El espíritu burgués medieval murió con la ruina de la administración autónoma de las ciudades y con la introducción del capitalismo como fórmula definidora de la actividad económica europea.

Los verdaderos burgueses son los de la clase social que, por su fortuna y educación, por la nobleza de sangre y alejados de los “burgueses ciudadanos”, tanto por la amplitud territorial de sus negocios (no limitados a una ciudad) como por la cuantía e importancia de sus ventas, así como por la intervención en la administración pública.

Lo que sí es verdad que hubo fue un continuo trasiego de miembros de los estamentos bajos a los altos, pero será esa alta burguesía la que desemboque en la Edad Moderna.

Los aristócratas (muchos de ellos), al divisar el panorama que se les abría o se les venía encima, se apuntan a los nuevos modos, aunque sólo serán, los auténticos burgueses, los que lleven en su sangre ese “espíritu burgués”, tanto financiera y comercialmente como culturalmente, basándose en la crítica, en la razón y en la tecnología, como bases de la nueva forma de actuar y de vivir, olvidándose de la repetitiva tradición.

El matrimonio o amancebamiento de la Burguesía y el Protestantismo, con guerras de religión incluidas, reportará beneficios a ambos, aunque de distinta clase.

Algo, por otra parte, inimaginable en la antigua burguesía medieval.

El edificio tradicional de los valores europeos irá haciendo aguas y desmoronándose ante el doble empuje, protestante y burgués, contra el Papado-Iglesia Católica y la Aristocracia de sangre.

Desde la Revolución Protestante hasta la Revolución Francesa esa doble lucha fue en aumento, hasta que consiguieron su propósito, desbancarlos como únicos y principales protagonistas de la Historia europea.

La burguesía, como ya indicamos en otra entrada, busca la protección de la realeza y ésta, con las arcas vacías, necesita de la burguesía para imponerse y someter a la nobleza.

A la burguesía le da igual que sea el Protestantismo que sea la Monarquía, sus objetivos no cambian, aunque cambien las alianzas. El dinero no tiene color.

La pequeña burguesía ciudadana lo que pretende es liberarse de la tutela que sobre sus negocios ejerce la moral católica, que considera “usura” toda “ganancia” basándose en el principio, equivocado de que “dinero no pare dinero”, considerando inmoral el préstamo con interés (de ahí lo de los Montes de Piedad de la Iglesia, pero, al mismo tiempo, los judíos, prestamistas, obtendrán pingües beneficios (lo que, luego, copiará, sobre todo, el calvinismo, al considerar el triunfo económico como una señal de que Dios está de tu parte).

Los artesanos, cobijados bajo los gremios, que controlan todo el proceso productivo, desde la cantidad hasta la calidad, desde el comercio hasta el precio de venta y el salario, no ven lo que se les viene encima según va creciendo e imponiéndose el capitalismo en todo el proceso de su actividad industrial, teniendo que echar la llave a sus talleres ante la imposible competitividad de la producción industrial en cadena.

Ellos mismos serán los nuevos asalariados.

El paraguas protector gremial no podrá aguantar el intenso aguacero capitalista.

 

 

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