Un mismo nombre, “burgués”, “burguesía”, no debe llevarnos a
engaño.
Hay que decir, desde el principio, que poco tiene que ver la
“burguesía” de la Edad Media (que la hubo), con la “burguesía” del Renacimiento
y la de los Tiempos Modernos.
No hubo evolución de una a la otra. Fue la muerte de una y
el nacimiento y desarrollo de la otra.
Fue la civilización industrial la que confirió a dichos
términos el significado preciso, social y económicamente, como “patronos o
empresarios” respecto a los del otro lado, los “trabajadores asalariados”.
El espíritu burgués medieval murió con la ruina de la
administración autónoma de las ciudades y con la introducción del capitalismo
como fórmula definidora de la actividad económica europea.
Los verdaderos burgueses son los de la clase social que, por
su fortuna y educación, por la nobleza de sangre y alejados de los “burgueses
ciudadanos”, tanto por la amplitud territorial de sus negocios (no limitados a
una ciudad) como por la cuantía e importancia de sus ventas, así como por la
intervención en la administración pública.
Lo que sí es verdad que hubo fue un continuo trasiego de
miembros de los estamentos bajos a los altos, pero será esa alta burguesía la
que desemboque en la Edad Moderna.
Los aristócratas (muchos de ellos), al divisar el panorama
que se les abría o se les venía encima, se apuntan a los nuevos modos, aunque
sólo serán, los auténticos burgueses, los que lleven en su sangre ese “espíritu
burgués”, tanto financiera y comercialmente como culturalmente, basándose en la
crítica, en la razón y en la tecnología, como bases de la nueva forma de actuar
y de vivir, olvidándose de la repetitiva tradición.
El matrimonio o amancebamiento de la Burguesía y el
Protestantismo, con guerras de religión incluidas, reportará beneficios a
ambos, aunque de distinta clase.
Algo, por otra parte, inimaginable en la antigua burguesía
medieval.
El edificio tradicional de los valores europeos irá haciendo
aguas y desmoronándose ante el doble empuje, protestante y burgués, contra el
Papado-Iglesia Católica y la Aristocracia de sangre.
Desde la Revolución Protestante hasta la Revolución Francesa
esa doble lucha fue en aumento, hasta que consiguieron su propósito,
desbancarlos como únicos y principales protagonistas de la Historia europea.
La burguesía, como ya indicamos en otra entrada, busca la
protección de la realeza y ésta, con las arcas vacías, necesita de la burguesía
para imponerse y someter a la nobleza.
A la burguesía le da igual que sea el Protestantismo que sea
la Monarquía, sus objetivos no cambian, aunque cambien las alianzas. El dinero
no tiene color.
La pequeña burguesía ciudadana lo que pretende es liberarse
de la tutela que sobre sus negocios ejerce la moral católica, que considera
“usura” toda “ganancia” basándose en el principio, equivocado de que “dinero no
pare dinero”, considerando inmoral el préstamo con interés (de ahí lo de los
Montes de Piedad de la Iglesia, pero, al mismo tiempo, los judíos,
prestamistas, obtendrán pingües beneficios (lo que, luego, copiará, sobre todo,
el calvinismo, al considerar el triunfo económico como una señal de que Dios
está de tu parte).
Los artesanos, cobijados bajo los gremios, que controlan
todo el proceso productivo, desde la cantidad hasta la calidad, desde el
comercio hasta el precio de venta y el salario, no ven lo que se les viene
encima según va creciendo e imponiéndose el capitalismo en todo el proceso de
su actividad industrial, teniendo que echar la llave a sus talleres ante la
imposible competitividad de la producción industrial en cadena.
Ellos mismos serán los nuevos asalariados.
El paraguas protector gremial no podrá aguantar el intenso
aguacero capitalista.
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