¿Fueron las monarquías autoritarias/absolutas la ruina de la
Constitución Medieval, llevada a cabo con actos de fuerza debidos a un
incalificable egoísmo y una ambición desesperada de poder?
La verdad es que el mundo político medieval ya estaba en
ruinas antes de que la monarquía lo rematara.
La unidad mística había hecho aguas desde el gran Cisma de
Occidente, un escándalo de tales dimensiones para una mente lúcida y una fe
firme que me imagino a los fieles de buena fe, religiosa y psicológicamente
destrozados, sin saber si “su” papa era el verdadero o no, si estaba
excomulgado o no, si, por lo tanto, iba a condenarse o no, al ya no hacerle
efecto alguno los sacramentos que lavaran sus pecados. Ya todo sería acumular
pecado sobre pecado, sin perdón posible, y no por no querer, sino por no saber
qué hacer.
Si a esa incalificable situación religiosa se le añade que ya desde el siglo XIV, con Guillermo de Ockham y su doctrina de la separación del campo de la fe y del campo la razón, que la ciencia comienza a avanzar, ya imparablemente, dando razón/explicación, con argumentos racionales a los fenómenos naturales, sin tener que recurrir a instancias divinas y que, además, la Iglesia Católica ha perdido el monopolio de de la fe, con la irrupción de la Reforma, criticando y denunciando la corrupción del Papado y de la Curia, extorsionando a los fieles creyentes y abriendo nuevos camino de fe y de espiritualidad, no católicos, además en el norte de Europa.
La ruina del poderoso armazón ideológico que había
sostenido, durante siglos, la sociedad feudal, se viene, él solo, sin apenas
empujarlo, estrepitosamente abajo.
A esta ruptura con el pasado se añade: 1.- El Individualismo
en el campo SOCIAL, no escudándose ya en el grupo del que se forma parte y al
que se pertenece (“el que vale, vale”). 2.- El desarrollo de la mentalidad
capitalista en el campo ECONÓMICO, y 3.- la tendencia a la aglutinación
nacional en lo POLÍTICO, la muerte de la concepción medieval era “la crónica de
una muerte anunciada”.
Estos nuevos factores (el Social, el Económico y el
Político, más el religioso y moral) provocaron un fermento disgregador que
precipitaría a la sociedad medieval a una crisis que explotaría en forma de
Reforma y en forma de Ciencia y con una propuesta nueva de sociedad y de
política.
Todo ello estaba pidiendo, a gritos, un poder centralizador
que enderezara el entuerto presente medieval.
No hubo que matar a la Edad Media, estaba agonizante.
Ese, y no otro, fue el empeño de las primeras monarquías
autoritarias/absolutas, imponerse y que su autoridad fuera obedecida a
rajatabla, pero no según capricho y discrecionalidad, al antojo y arbitrio del
monarca, sino dentro de los límites marcados por las leyes y por la tradición.
Monarcas autoritarios/absolutos fueron los Reyes Católicos
en España, Juan II en Portugal, Enrique VII en Inglaterra, Carlos VIII y Luis
XII en Francia.
La Monarquía autoritaria centralizó los servicios
administrativos (antes diseminados), creó en la Corte los Consejos (gérmenes de
lo que, con el tiempo, se denominarían “ministerios”, creó un ejército y
estableció una diplomacia permanente.
El objetivo, pues, era la “unificación” en todos los
órdenes: religioso, ideológico, político, legislativo y económico.
Nada que ver con la dispersión, los matices, los derechos
feudales y locales, privilegios, propios de una desestructurada Edad Media.
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