Este “Pro-yecto” necesita de las tres dimensiones del
tiempo. Lo que “ahora” es, es por las posibilidades actualizadas en el “antes”
y, desde el “ahora” se pro-yecta hacia el “después”, el futuro.
Y es que la aparición del hombre sobre la tierra trae
consigo la aparición de un nuevo nivel de realidad: la aparición de un mundo no
natural, supracultural, la cultura.
La naturaleza se caracteriza por su sometimiento a las leyes
inexorables; tanto más inexorables cuanto más simples sean los cuerpos que la
componen.
Este carácter inexorable de las leyes naturales aparece en
los animales en la forma de los instintos. Si bien, cuanto más compleja es una
especie animal más abiertos son sus instintos hasta el punto de que, para
ciertas especies se puede hablar de aprendizaje.
En el hombre, como consecuencia de una serie de
características físico-biológicas (tales como unos instintos poco
desarrollados, un nacimiento inmaduro, un enorme desarrollo del cerebro –y en
especial del neocórtex-, etc…) esta apertura al mundo es máxima.
Por eso el mundo no aparece como un conjunto de estímulos, a
los que éste tiene que dar una respuesta codificada de antemano sino que
aparece como un campo de posibilidades abiertas.
Esta relación abierta del hombre con el mundo en la cual el
hombre se autocrea puede ser definida como proyecto, el ser del hombre puede
ser entendido como un proyecto por el que éste se autorrealiza en el mundo.
Al desarrollarse el hombre como proyecto se instala en las
tres dimensiones del tiempo (se proyecta hacia el futuro a partir de un
presente en el que está instalado, al que se llega desde un pasado, y en el que
está lo aprendido, lo sido, en el pasado).
Al nacer la cultura, de la capacidad de proyectarse el
hombre, nace, por ello, inmersa en la temporalidad, de ahí la constitución
histórica de las culturas.
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