El hombre medieval, con los pies en este mundo, tenía, sin
embargo, el corazón y la mente ocupados en el otro, en el trascendente.
Viviendo en plena naturaleza nunca intentó explicarse las causas más simples y
elementales, los porqués, de los procesos físicos que lo rodeaban.
Y es que, “la respuesta ya estaba dada, de antemano”.
¿Por qué llueve?, ¿Por qué se ha muerto mi hijo o mi mujer
al parir?, ¿Por qué esta enfermedad?, ¿Por qué esta sequía o esta riada que
arrastran o pueden arrastrar, con ellas, la muerte, la mía, la de los míos, la
de lo mío?.
RESPUESTA: son los designios de Dios.
Si nos ha ocurrido algo bueno, démosle gracias a Dios, por
ser un Padre “bueno” que mira por el bien de sus hijos.
Si nos ocurre/nos ha ocurrido algo malo, algo malo habremos
hecho. Pidámosle perdón, hagamos sacrificios, elevemos oraciones, soportémoslo,
lo que sea, porque lo que nos ocurra no es un fin, sino una prueba, un examen,
para fortalecer el carácter, para no decaer, para hacernos meritorios al haber
superado la prueba que nos ha enviado ese mismo Dios “bueno”, pero que también
es “justo”.
Sea lo que sea lo que ocurra, lo que nos ocurra, tiene una
respuesta: “la voluntad de Dios” y sus misterios son inescrutables.
Pero el hombre renacentista cambió de perspectiva.
Curioso él, comenzó a indagar por su cuenta, sin tener que
preguntarle a sus interesados tutores, sobre los porqués de lo que ocurría e
intentando dar “respuestas de aquí abajo” a “preguntas sobre lo de aquí abajo”.
Admirar las maravillas de la naturaleza, pero en sí mismas,
y disfrutarlas, embriagarse de ellas y con ellas, pero sin tener que
remitirse a Dios como causa, sin tener
que dar ese salto mortal al arriba de la fe.
Aristócratas y burgueses se gustarán re-creando ellos mismo
una naturaleza en los jardines y en las fuentes de sus villas palaciegas o de
sus palacios, bellos, lujosos, (nada que ver con los sobrios, fríos y oscuros
castillos medievales).
A las paredes desnudas medievales opondrán las paredes
decoradas con las pinturas y esculturas de los mejores artistas, para recrearse
en ellas, en su belleza rezumante.
Reyes y papas, príncipes y poetas, gustarán del placer de
descubrir, viajando, los maravillosos espectáculos con los que extasiarse, bien
desde lo alto de las montañas, bien atravesando el mar y recalando en
territorios inexplorados,
A partir del sigo XV la naturaleza será la compañera
constante del hombre renacentista, cantándola o pintándola, estéticamente y/o
describiéndola científicamente, para mejor conocerla y mejor utilizarla y
ponerla a su servicio.
Pero antes, previamente a esa aventura del descubrir, tenía
que descubrirse a sí mismo como aventurero capaz de hacerlo por sí mismo, no
sólo con la razón, también, poniendo en circulación el mundo de los sentidos.
Antes de descubrir lo otro necesitaba descubrirse a sí
mismo.
Ya, antiagustinianamente, lo primero será el “redde te
ipsum” para que, tras el “ire foras”, sin tener que poner en práctica el
“transcende te ipsum” y si se da ese paso no tiene que ser pasando por la
taquilla de la interesada Iglesia Católica Apostólica y Romana...
Y el impulso para estos dos descubrimientos lo
encontraron en el tipo humano
precristiano, ya perfilado en las obras de los autores griegos y latinos que,
tanto por su presencia en concilios como, sobre todo, por la diáspora ante la
toma de Constantinopla (1.453), están llegando a Europa – Italia y en las que
se recrean los humanistas.
El cuerpo y el alma, las nuevas especias y la cultura, la
vida, esta vida, la real, preferida a la promesa de una eternidad futura
bienaventurada, pero de la que nadie, nunca, ha venido a darnos noticia. Sólo
creída, nada sabida.
¡Cuán largo me lo fiáis!
¡El pájaro en mano preferible a los ciento volando¡
Nace, así, una filosofía de este mundo, no nueva sino ya
practicada por los antiguos, pero intervenida y tachada durante mil años por la
interesada Iglesia, autoproclamada administradora en exclusiva de los bienes
divinos, de este mundo y del otro, tras pasar por taquilla, y considerándose
capataz y organizadora única de las conductas de todos los hombres en su qué
hacer, cómo hacerlo y dónde hacerlo, al ser considerados, todos, como “obreros”
de Dios.
El descubrimiento de la resurrección del pasado antiguo.
La crítica al oscuro tiempo y mundo medieval.
La ilimitada fe y confianza en sí mismo.
El poder de la razón para explicar y comprender la
naturaleza y al hombre.
La naturaleza y él mismo fueron los dos grandes hallazgos
del Renacimiento.
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